Benedicto XVI
Emitido el 20 de abril de 2005
Ratzinger nos tiene a todos expectantes. Esta mañana, los empleados del Vaticano ya cantaban: (tono Farala). «Tenemos Papa nuevo en la oficina, se llama Benedicto y no Mundina…». A Ratzinger, que por cierto es la suma de Carlos Pumares y Anthony Hopkins, muchos ya le llaman «el guardián de la fe». Que parece el último juego de la Play-Station: «Tomb Ratzinger, el guardián de la fe».
Yo me he quedado con las ganas de saber quién ha quedado segundo y tercero, porque también tienen su mérito. Betty Misiego quedó segunda y la recordamos como una heroína. Pues yo quiero conocer al «cardenal Misiego», con todo el pelo recogido atrás y sin ninguna arruga: (cantando). «Si todo el mundo quisiera una canción…».
Mucha gente dice estar un poco decepcionada por la elección de Ratzinger porque esperaba a alguien más progresista. ¿Y qué querían? ¿Qué saliera un cardenal superenrollado?: «¡Qué pasa, compis. Quiero una Iglesia con mucha marcha. Llamadme Leti Tercera!». Pero si lo más progresista que ha hecho la Iglesia en los últimos años es que las misas sean más cortas. Que yo recuerde, eh. No soy un especialista. En cambio, los que estaban muy contentos eran los cardenales que salieron al balcón. Parecían futbolistas celebrando un título. Sólo les faltaba chillar: «¡Y el año que viene, a por la Champions!». Y los de abajo: «¡Vote, vote, vote, Tettamanzi el que no vote!».
De todas formas, la de Ratzinger ha sido una carrera al estrellato meteórica. Hace unas semanas, nadie le conocía. Y ahora le piden autógrafos, le hacen fotos por la calle… A estos últimos se les llama «papa-ratzis» (éste me lo han contado en el bar…). A Ratzinger le ha pasado un poco como a Chus Lampreave o a Chiquito de la Calzada: que la fama le ha cogido un poco crecidito. Y eso que ya despuntaba como monaguillo. Se ve que era un prodigio pasando el cepillo. Le llamaban «Cepilly Elliot».
Ahora tenemos que darle tiempo para que se haga con el cargo. Una de las cosas que Ratzinger tendrá que aprender es a ir en el Papamóvil. De entrada, lo primero que han hecho es quitarle el teléfono móvil. Así, cada vez que tenga que llamar le mandan a una cabina. Para que se vaya habituando al espacio… Es que no debe de ser fácil ir en el Papamóvil. Ahí, de pie, saludando a dos manos. Si a mí ya me cuesta mantener el equilibrio en el bus… Yo creo que, en vez de cinturón de seguridad, le deben de atar los cordones de los zapatos al suelo. Para que no se desplace. Yo, por si acaso, en las primeras salidas le pondría un casco. No sea que Ratzinger empiece a rebotar dentro de la cabina…
Y ¿qué pasa con su despacho? Digo yo que lo tendrá que personalizar, ¿no? Aunque, ¿qué foto pone el papa en su despacho si no tiene ni mujer ni hijos? ¿La foto de una paloma? Igual deja puesta la foto que viene de muestra con el marco.
Otra cosa en la que también tendrá que ir pensando Benedicto XVI es en un saludo para cuando vaya de visita por el mundo. Juan Pablo II innovó con el beso arrodillado en el suelo. Y, claro, ¿cómo lo superas? ¿Tirándote en plancha al bajar del avión? Una opción sería taparse la cabeza con la casulla y ponerse a correr como los futbolistas cuando marcan. Rollo Guaraná. Aunque, lo más práctico, sería inventarse un bailecito. El baile del Benedicto. Y nada más bajar la escalerilla: (tono Los pajaritos). «Benedicto por aquí, Benedicto por allá, bailaremos sin parar. Pa, pa, pa, pa».
Eso sí, sobre todo, cuando baje del avión, que tenga cuidado con el escalón. No nos vaya a dar un disgusto. Que con este cónclave tan intenso ya hemos tenido para unos cuantos años.