Los bancos

Emitido el 27 de enero de 2005

Esta semana los bancos han sido noticia. Ayer, vimos al presidente del Banco Santander, Emilio Botín, sentado en el banquillo de los acusados. Con ese apellido no me extraña… Además, se le veía dolido porque ha pasado de tener un banco a sentarse en un «banquillo» (éste es mío…). Lo acusan de «apropiación indebida», en términos judiciales. «Sisar dinero de la caja», en términos populares. Seguro que lo primero que ha hecho el juez es mirarle la libreta de ahorros, que, con tanto dinero, debe ser tamaño biombo. En vez de grapas, tiene bisagras. Para actualizarla hacen falta cuatro tíos que la levanten y la metan en la ranura del cajero…

También hemos sabido que el BBVA ha aumentado un 25% sus beneficios, con lo cual ha ganado 2800 millones de euros. De las antiguas pesetas… un trillón y parte del otro. Cómo no van a ganar dinero los bancos, si todo el país está hipotecado. Una bajada del Euribor en España se celebra más que un gol de la selección en la Eurocopa. «¡Goooool de Euribooooor!». Que no es por nada, pero tiene nombre de medicamento para la diarrea: «¿Me da un bote de "Euribor"? Es que vengo del banco y me voy por la pata abajo». Por no hablar del TAE. Que parece que te estén diciendo: «¿TAEcho daño?».

Entre las hipotecas y lo que se ahorraron los bancos al quitar los cristales blindados de las oficinas se han forrado. A mí me gustaban más las oficinas antiguas. Todos esos sistemas antirrobo le daban más valor a tus ahorros. Incluso te mirabas al personal como objeto de deseo. Esa cajera contando billetes… Muchos bancos tenían salas vis a vis para encuentros entre clientes y cajeros. El vigilante jurado te decía: «Tienen diez minutos». «Me sobran nueve». Lo que me daba miedo eran los cajetines aquéllos para pasar las cosas. Tenías que vigilar los dedos. Si pillabas un empleado cabreado y entrabas a pedir cambio: «Dame cinco de diez», salías con tres de cinco (enseña una mano como si le faltaran dos dedos). En cambio, ahora, en esas oficinas modernas es como si le pidieras pasta a un colega: «¿Cuánto quieres, tronco?». Que algunos empleados ya se lo sacan directamente de su cartera. «Y lo que te sobre pa’ tabaco, campeón».

Lo que no cambia nunca es el tema de las comisiones. En eso, los bancos son un poco como las pastillas para el caldo: «nos cuecen a comisiones y se enriquecen». El otro día entré en mi oficina a preguntar: «¿Esta comisión de apertura por qué me la habéis cobrado, si no he abierto ninguna cuenta?». «No, no… es comisión de abertura de la puerta». Digo: «¡Ah, vale!».

Por cierto, esas puertas dobles. Que hasta que no se cierra una, no se abre la otra. A mí me dan mucho yuyu. Siempre tengo miedo de quedarme encerrado, como José Luis López Vázquez. Una vez, soñé que me quedaba atrapado entre las dos, se empezaba a llenar todo de agua y se oía una voz que decía: «Iniciamos inmersión, abajo el periscopio». Yo, por si acaso, cuando entro en esas puertas cojo aire. Y llego justo al cajero: «Vengo por lo del préstamo y por un Ventolín, por favor».

Además, los bancos son muy desagradecidos. Tú les llevas 60 000 euros y ellos ¿qué te dan a cambio?: una libreta. Ni el boli te puedes quedar. Lo tienen atado a un muelle para que no te lo lleves. Pero yo un día me lo llevé dos calles más allá. Parece que no, pero ese muelle da mucho de sí… Como mucho, puedes coger un caramelo, de ésos con el logotipo en el papel y que siempre son de mandarina o de maracuyá.

En definitiva, como dice mi amiga Paz Padilla: «Los bancos son como los matrimonios, de tanto sacar y meter se pierde el interés».