Los trofeos

Emitido el 20 de septiembre de 2005

El Real Madrid quiere impugnar el partido contra el Espanyol, porque el arbitro pitó penalti, pero dejó seguir la jugada que acabó en gol. La verdad, no veo el motivo de la impugnación. De toda la vida, «penalti y gol, es gol».

De hecho, yo creo que el fútbol sería más fácil si se jugara según el reglamento de los patios de colegio, que es donde todos hemos aprendido a jugar… menos yo, que llevaba gafas y nadie me quería. Por ejemplo, que el capitán escogiera a los jugadores. Ya veo a Raúl: «Me pido a De la Peña». «¡Pero si es de ellos!». «Me da igual, quedaos con Ronaldo, que es un chupagoles y está gordo». Y en lugar de porterías, se debería jugar con dos chaquetas en el suelo. Y sin arbitro. Si alguien chuta alta, es alta y punto. Eso sí, gol de portería a portería: guarrería. No cuenta. Y portero delantero habría que decidirlo. Tampoco se vale punterazo, que escuece.

Dicen que, en el deporte, lo importante no es ser el primero, sino participar, como en las orgías, pero luego van y dan trofeos a los mejores. Aunque, ¿para qué sirven los trofeos? Lo de dar medallas, sin ir más lejos, lo veo poco útil. ¿Cuándo te las pones? Como no seas el negro de «El Equipo A» o Julián Muñoz… Además, las medallas de oro que te daban en el colegio no eran de oro ni nada. Te decían: «Pero tiene un baño de oro, eh». Y tú decías: «¿Esto qué mierda es? ¿Una medalla o la casa de la Preysler?». En lugar de medallas, ¿no podrían dar un «nomeolvides»?: «Hoy corres más que ayer, pero menos que mañana». O que te den un chándal dorado si eres el primero, plateado si eres el segundo y bronceado si eres Julio Iglesias, para que te vaya a juego con el cutis.

También es verdad que hay trofeos que son coherentes. ¿Qué eres el mejor futbolista? Te dan un balón de oro. ¿Qué eres el mejor ciclista? Te dan un maillot amarillo, «que es lo que se lleva ahora…». ¿Qué eres un buen torero? Te dan una oreja… Aquí ya empieza a torcerse un poco el tema. Tú te has jugado la vida delante de un toro y al acabar la faena ¿qué te dan? Una oreja. Que luego acumularlas también… Imagínense, tener el salón lleno de orejas… Qué poca intimidad, ¿no? De aquí viene la frase «Las paredes oyen». «Aquí no, Jesulín, que nos van a oír los toros…».

Si este fin de semana Fernando Alonso gana la Fórmula 1, le darán un volante tocho como el de un autobús de Bilbao y un botellón de champán… que, por cierto, ¿por qué le ponen cava a esos botellones? ¡Joder, que pongan gaseosa! Total, para mojarse unos a otros ya vale… No ven que el señor que ha hecho el cava es catalán y sufre, hombre.

Lo más normal es que no haya relación entre el trofeo y el deporte. Por ejemplo, ¿quién decidió que el trofeo de la Liga Española de Fútbol fuera una copa? ¿Es que Massiel ha presidido la Federación? O los trofeos de tenis. Te dan una ensaladera así de gorda, modelo Raquel Mosquera. Que digo yo: si en un torneo de tenis dan una ensaladera; en un concurso de ensaladas ¿qué dan? ¿Una raqueta? Señores del tenis, ya que se ponen, podrían ir variando de trofeo: un año, la ensaladera; otro, los tazones para el caldo; otro, los platos del postre; otro, la tetera… Y con siete Copas Davis, Rafa Nadal se monta la vajilla.

Otros trofeos incoherentes. Si eres el mejor cocinero, te da una estrella una marca de neumáticos. Yo no lo veo muy higiénico… Si eres el mejor golfista, te dan una americana verde que sólo la puedes aprovechar si eres Jaime de Marichalar. Aquí seguro que se tomaron algo; con tanta hierba… Si eres el mejor boxeador, te dan un cinturón enorme de metal que parece un Abdominazer, y que para ponértelo tienes que hacerle agujeros con el taladro. Yo creo que sería mejor que les dieran unos tirantes, que los pobres peso mosca siempre van con los calzones veinte tallas más grandes. Ojo, que tiene mucho mérito boxear agarrándose los pantalones…

En fin, para mí, los trofeos perdieron todo su valor el día que descubrí que había tiendas donde los vendían. ¡Uy, qué día! Como cuando entré en la habitación de mis padres y les pregunté: «¿Qué hacéis?». Cuando estaba claro lo que hacían… Tenía siete años y pensé: ¿para qué voy a esforzarme, si puedo comprármelo? Con el tiempo, también descubrí que eso de pagar para conseguir cosas que gratis requieren un esfuerzo es bastante normal.