Apéndice 1
ESCÁNDALOS
Hablar de escándalos y honestidad en las instituciones económicas internacionales es hablar del contencioso de William Easterly con el Banco Mundial. El 4 de julio de 2001, cuando no existía ni sombra de atisbo de la posibilidad de la crisis que estamos viviendo actualmente, el economista William Easterly fue despedido del Banco Mundial. El pecado de Easterly, ahora director del Development Research Institute de la Universidad de Nueva York y reconocido experto en crecimiento económico y ayuda al desarrollo, fue un durísimo artículo escrito para The Financial Times mientras era asesor principal del grupo de investigación del propio Banco Mundial. Se trataba de un escrito en el que reflejaba esas cosas que todo el mundo pensaba en el seno de la organización y que nadie se atrevía a decir. Sentenciaba, por ejemplo, que es «evidente que el billón de dólares dedicado a ayuda desde los años sesenta, con el esfuerzo de asesores, donantes, el FMI y el Banco Mundial, ha fracasado a la hora de alcanzar los resultados deseados… Lo mejor que la comunidad internacional puede hacer es apoyar el cambio genuino en las preciosas ocasiones en las que este ocurre». Diez años después asegura que no siente rencor, aunque hoy volvería a publicarlo tal cual. Es más, preguntado hace poco: «¿De haber estado al frente del Banco Mundial, usted se habría despedido?», él, defendiendo la misma línea que entonces, respondió sin dudar: «Sí, me habría despedido a mí mismo y a todos los demás».
Hay muchas verdades no contadas en el marco de las instituciones económicas internacionales. Algunas ya las hemos expuesto a lo largo de este libro. Pero hay otras, no tan relevantes para las vidas de millones de seres humanos indefensos, pero sí muy ilustrativas en cuanto a la calaña moral de quienes dirigen estos organismos.
La falta de transparencia es otro de los males endémicos de estas instituciones. Por ejemplo, no se sabe qué clase de evaluación hace el FMI sobre el uso de los créditos que concede, ni por qué se entrega una determinada cantidad y no otra, ni por qué se favorece a un país y no a otro. El propio Michel Camdessus, antiguo director del Fondo, declaró poco después de la crisis asiática que el problema principal al que se enfrenta el FMI es la falta de transparencia de los países con los que trata. Era, implícitamente, una confesión de que el FMI no sabe lo que pasa con su dinero una vez entregado a los países clientes. Ese problema se ha visto una y otra vez, país tras país, hasta estallar en el caso de Rusia, donde el FMI llegó a acusar al Kremlin de mentirle, y donde se llevaron a cabo investigaciones infructuosas para saber qué había pasado con los miles de millones concedidos a Moscú.
El FMI y otros organismos financieros no pueden arriesgarse a reconocer que han concedido créditos fallidos, y siempre arbitran alguna fórmula para que, sobre el papel, los créditos figuren como devueltos. La más célebre de estas artimañas, que una y otra vez aplica el FMI, es prestar dinero a países que todavía no han devuelto el crédito anterior, de manera que con el nuevo préstamo cancelen formalmente el anterior, y así sucesivamente.