Entre pillos anda el juego

A raíz de la crisis miles de personas escucharon por primera vez un término fundamental en este asunto y que les producía el respeto reverencial de aquello que te dicen que afecta profundamente a tu vida, pero no acabas de entender: los derivados financieros. Quizá una de las mejores y más divertidas fuentes para entender este concepto sea una antigua comedia de John Landis titulada Entre pillos anda el juego (Trading Places, 1983). La trama principal es un cambio de identidad, a la manera del príncipe y el mendigo de Twain, protagonizado por un importante hombre de negocios (Dan Aykroyd) y un homeless (Eddie Murphy). Pero la película alcanza su punto clave —y se vuelve sumamente didáctica sobre el mercado de derivados financieros— en las escenas protagonizadas por los Duke, dos viejos zorros de Wall Street (Don Ameche y Ralph Bellamy) que se benefician de la compra-venta de acciones de jugo de naranja congelado gracias a la utilización ilícita de información privilegiada sobre las cosechas. Veamos: gastas 10.000 euros en una opción de compra de x toneladas de zumo de naranja de California por, digamos, un millón en el plazo de seis meses. Transcurridos los seis meses resulta que la cosecha es peor de lo que se esperaban los agricultores, los precios suben por la escasez y esa misma cantidad de zumo ahora mismo vale en el mercado 1,2 millones. Has hecho un magnífico negocio. Tienes la posibilidad de comprar por tan solo un millón y vender a precio de mercado su zumo de naranja o, en el caso de que no te interese hacerte mayorista, tienes en el bolsillo una opción que cualquiera comprará gustoso por una cantidad cercana a los 200.000 euros.

También puede suceder lo contrario. Una cosecha magnífica puede saturar el mercado del zumo y hacer bajar los precios hasta 900.000 euros. Por supuesto no vas a ser tan tonto de comprar por un millón algo cuyo precio de mercado está 100.000 euros por debajo. Así que, simplemente, dejas pasar su opción, dando por perdidos los 10.000 iniciales.

El ejemplo del zumo de naranja, el mismo que se usa en la película, no es casual. Las opciones y los futuros nacieron en los mercados de materias primas, en especial en el Chicago Mercantile Exchange, donde son lógicos y útiles. Pero, como suele suceder, alguien un buen día tuvo una mala idea y se le ocurrió que si se podían hacer derivados que extraían su valor de la leche o el cobre, por qué no hacerlos sobre acciones o productos financieros. Así, poco a poco, los negocios con mercados a futuro se desligaron de los negocios subyacentes y adquirieron un carácter predominantemente especulativo, no solo en las cantidades apostadas (sí, por si alguien no se ha dado cuenta todavía, estamos hablando simple y llanamente de apuestas) sin fundamento en la economía real.

El mercado total de productos derivados en todo el mundo se sitúa hoy en centenares de billones de dólares. Sí, ha leído bien: centenares de billones, mucho más que los alrededor de 70 billones en los que está cifrado el producto económico mundial real. Un contrasentido como este no puede quedar sin consecuencias. La lista de operadores individuales que han perdido en una sola operación cifras cercanas o superiores a los mil millones de dólares sobre derivados financieros es alarmantemente larga.

Nick Leeson, del Barings Bank, perdió 827 millones de libras y fue condenado a seis años y medio en la cárcel. En 1995 el Barings Bank apostó contra el mercado japonés y perdió lo suficiente como para quebrar. Leeson fue sentenciado a seis años y medio en una prisión de Singapur. Ahora vive en Irlanda.

Toshihide Iguchi, del Banco Daiwa, perdió 1.100 millones de dólares y fue condenado a cuatro años de cárcel. Menos conocido que Leeson, ahora es un autor de best-sellers.

En 1996 Yasuo Hamanaka, conocido con ese apodo de Mr. Cooper debido a su destacado papel como operador de futuros del cobre en Sumitomo Corp., se dejó 1.800 millones en operaciones no autorizadas en la Bolsa de Metales de Londres. Sumitomo admitió más tarde que el monto de las pérdidas fue mucho mayor, 2.600 millones, y fue condenado a ocho años de cárcel.

John Rusnak, del Allfirst, perdió 691 millones de dólares y fue condenado a siete años y medio en la cárcel. Parecía que los operadores sin escrúpulos habían entrado en hibernación durante el boom de las puntocom, pero en 2002 la increíble historia de John Rusnak llegó a los titulares de los periódicos. Había escondido 691 millones de dólares en pérdidas, lo que tiene su mérito, porque no creo que sea una cantidad precisamente fácil de esconder, en Allfirst, subsidiaria en Baltimore de AIB. Rusnak pasó algo menos de seis años tras las rejas. Es más, todavía está pendiente el pequeño asunto de la devolución de los 691 millones, aunque los fiscales establecieron que la cantidad devuelta dependerá de la cantidad de dinero que pueda reunir, lo que, tratándose de un sujeto con semejantes antecedentes, supone un peligro en sí mismo.

Chen Jiulin, de China Aviation Oil, perdió en 2005 un total de 550 millones de dólares en futuros de combustible para esa firma. Fue una espectacular caída en desgracia para una auténtica leyenda de los negocios, el «rey de Aviation Oil». Fue condenado a una pena de cuatro años de prisión.

Jérôme Kerviel, de Société Générale, parece tener el récord absoluto. Entre 2006 y 2008 este banquero francés hizo desaparecer la impresionante cifra de 4.900 millones de euros trabajando en Société Générale. El banco se cubrió las espaldas diciendo que Kerviel actuó solo y sin autorización. Sin embargo, él afirma que ver a otras personas haciendo cosas similares era algo común en la empresa y que la administración hacía la vista gorda mientras hubiera ganancias. Kerviel fue condenado a tres años y se le ordenó devolver el dinero, aunque la sentencia está pendiente de apelación.

Robert Citron, del condado de Orange, California, tuvo suerte de que sus andanzas se produjeran en una época en la que los tribunales no estaban tan concienciados de las devastadoras consecuencias sociales de los delitos financieros, por lo que ni siquiera llegó a pisar la cárcel. En 1994 Citron, tesorero del condado de Orange en California, acumuló un déficit de 2.000 millones de dólares en futuros. El condado de Orange fue a la quiebra, todos los departamentos y servicios públicos, de la sanidad a los bomberos, tuvieron que sufrir recortes brutales y más de tres mil empleados fueron despedidos. Citron se defendió afirmando que carecía de la formación económica necesaria para entender los productos que le habían vendido. Salió magníficamente bien parado, con tan solo cinco años de libertad condicional supervisada y mil horas de servicio comunitario.

La troika y los 40 ladrones
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