La pasión turca
El Banco Mundial comenzó con bastante mal pie con Turquía en la década de 1950. Su apoderado, el holandés Pierre Liefrinck, fue expulsado por las autoridades de Ankara, que no veían con buenos ojos su celo a la hora de meterse y opinar sobre todo. Sin embargo, Turquía podía permitirse esos desaires. Su importancia geoestratégica como primera línea de defensa ante la Unión Soviética y puerta a Oriente Próximo y su condición de aliado predilecto de Estados Unidos llevó al banco, bajo la presidencia de Robert McNamara, a hacer borrón y cuenta nueva y multiplicar los gestos para mejorar las relaciones. Además, en su época como secretario de Defensa mantuvo relaciones estrechas con las autoridades de Ankara. El golpe de Estado de los militares de septiembre de 1980, que instauró una dictadura hasta mayo de 1983, satisfizo al banco, pues los militares planeaban llevar una política radicalmente neoliberal.
Anteriormente la aplicación de este tipo de políticas era muy difícil por la agitación sindical, el sentimiento de inseguridad debido a los enfrentamientos entre estudiantes de izquierda y de derecha, las maniobras del partido islamista que negociaba duramente en el Parlamento su apoyo al gobierno y por la sed de poder de los militares, que desestabilizaban el ejecutivo en secreto con el apoyo de los estadounidenses. Sin embargo, el régimen militar pudo así gestionar sin trabas el programa neoliberal durante dos años. El Banco Mundial apoyó con entusiasmo la política de los militares. El programa turco se transformó en un prototipo para los préstamos de ajuste estructural.
Había una relación estrecha entre políticos turcos y altos funcionarios del Banco Mundial. Aun así, el giro neoliberal de Turquía no fue fácil, pues la Constitución heredada de principios de la década de 1960 establecía que el país debía seguir una política de industrialización por sustitución de importaciones, y que para ello se aplicaría un fuerte proteccionismo y una fuerte inversión pública. Eso sí, el golpe de Estado militar de septiembre de 1980 gozó de toda la simpatía del Banco Mundial. Es probable que McNamara incluso estuviera al corriente de los preparativos del golpe, pues tenía estrechas relaciones con el presidente Carter. McNamara no estaba ciego ante la importancia geopolítica de Turquía no solo ante la Unión Soviética, sino frente al peligro que representaba la revolución iraní de 1979.