Y ahora, ¿qué?

La revista británica The Economist no es lo que denominaríamos un semillero de revolucionarios, extremistas o conspiranoicos. No obstante, el comentario que hizo del Consenso de Washington rebosa ironía: «Los antiglobalizadores consideran el Consenso de Washington como una conspiración destinada a enriquecer a los banqueros. De hecho, no andan del todo desencaminados».

Antes de que él mismo pasara a ser historia, el jefe del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, dictaminó que el Consenso de Washington, que orientó la política económica de países en vías de desarrollo durante décadas, ya era historia y que tras la crisis financiera de 2008 que devastó la economía mundial el Estado debe ejercer un mayor papel y controlar los excesos del mercado: «El Consenso de Washington tenía una serie de lemas básicos: reglas simples para la política monetaria fiscal y monetaria garantizarían la estabilidad, la desregulación y la privatización, liberalizarían el crecimiento y la prosperidad, los mercados financieros canalizarían los recursos a las áreas más productivas… Todo esto se derrumbó con la crisis. El Consenso de Washington ya es historia». Además dijo que ante la imposición de países emergentes como nuevos motores del crecimiento mundial ese consenso debería ser superado mediante una nueva política económica, con acento en la cohesión social y el multilateralismo.

El principal problema del término «Consenso de Washington» no es el consenso, es Washington. Y muy especialmente el tema de la manipulación monetaria. De hecho, los Estados Unidos controlan la liquidez mundial casi en exclusiva. El Troubled Asset Relief Program (TARP) fue creado en 2008 para comprar activos de instituciones financieras por más de 300.000 millones de dólares estadounidenses, dinero impreso sin ningún tipo de control, sin ninguna contrapartida o respaldo (en oro por ejemplo), sin ningún vínculo con la producción real de bienes y servicios. Este tipo de políticas monetarias generan en los otros países una tensión presupuestaria e inflacionaria terrible. A pesar de todo, Estados Unidos, a través de su Reserva Federal, puede emitir la cantidad de moneda que desee, sopesando al realizar esta maniobra mucho más el interés doméstico que el mundial. La masa monetaria que se crea no tiene ningún tipo de relación ni con el sistema productivo ni con el volumen de comercio. En Europa también han aplicado las mismas recetas, prestando miles de millones de euros a las instituciones bancarias para salvarlas de la crisis. Obviamente esta política debe parar. Esta asimetría de poder en asuntos monetarios debe cesar. Con este tipo de instrumentos Estados Unidos logra exportar parte de sus problemas al resto del mundo, y al poner de relieve esta triste realidad, no debe extrañarnos que exista una gran especulación a lo largo y ancho del planeta, ni tampoco que las crisis se sucedan una tras otra.

Los mercados cambiarios permiten actualmente la especulación monetaria por parte tanto del mercado como de los propios Estados, e incluso la guerra comercial vía devaluaciones estratégicas, lo que genera gran vulnerabilidad exterior para las economías nacionales más débiles. Si realmente se desea abandonar el viejo sistema y hacerle un reinicio a la economía global se debe tender a un sistema financiero más coordinado y racional, que desincentive la especulación. La solución, según muchos expertos, pasa por implantar una verdadera moneda internacional únicamente utilizada en las transacciones entre países. Sería básico recuperar el concepto de que el objetivo de la economía es el de procurar el bienestar de todas las personas, de todos los pueblos, por encima de los intereses comerciales y financieros de las corporaciones y de los estados.

Lo único realmente malo del final del Consenso de Washington es que nadie parece tener demasiado claras las posibles alternativas. La globalización representa importantes retos en el campo de la solidaridad. La internacionalización de las inversiones, de la producción y del consumo entra más y más en contradicción con la base nacional de los sistemas fiscales, que tienen que asegurar una solidaridad mínima, así como con las finanzas de los Estados del Bienestar allí donde estos siguen existiendo. Además, poco se puede hacer desde los gobiernos nacionales cuando existen otros que se convierten en auténticos coladeros para las prácticas fraudulentas, inmorales y/o directamente atentatorias contra los intereses de la mayoría, como los paraísos fiscales o los lugares donde la legislación laboral permite que la mano de obra sea prácticamente esclava. La línea de separación entre lo nacional y lo internacional, entre la política doméstica y la extranjera, tanto a nivel de las normas jurídicas como del medio ambiente se ha desdibujado por completo. Cada vez que una nueva oleada de inmigrantes arriba a nuestras costas a bordo de sus precarias embarcaciones se está haciendo una llamada de atención para los que piensan en la Unión Europea que las relaciones con África son un tema de política exterior. Esta situación es más clara aún si tomamos como ejemplo las relaciones entre Estados Unidos y México.

La falta de un marco financiero realmente eficaz para la innegable realidad de una economía globalizada hace necesario el establecimiento de un nuevo método multilateral de regulación del precio internacional más importante: el del dinero. Dejar que los tipos de cambio se muevan al azar, como si fueran un elemento más del clima, es no solo suicida, sino inviable en un futuro. Una institución independiente que opere sobre criterios objetivos podría ser la solución a esta necesidad. El objetivo principal de esa institución sería evitar crisis financieras sistémicas mediante una estrecha vigilancia de los desequilibrios comerciales y de los desajustes de los tipos de cambio tanto en los países con superávit como en los países con déficit. Puede ser una solución controvertida y seguramente no sea la única posible, pero lo que es inviable es seguir permitiendo que la economía actúe de facto como un arma de destrucción masiva.

La troika y los 40 ladrones
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