Errores y chantajes
A pesar de las críticas, las calificadoras de riesgo desempeñan un papel necesario en el sistema financiero global. Las empresas y países interesados en endeudarse deben recurrir a ellas. La función de estas compañías es brindar una opinión calificada e independiente sobre la capacidad de repago de la entidad. Cuanto mayor sea la calificación, menor es la probabilidad de que se produzca un incumplimiento. Cuanto más baja sea la calificación, mayor es la probabilidad de que el inversor no recupere su dinero. El sistema de calificación viene a ser como sigue: el grado más alto en la calificación de deuda es AAA. Luego, de más a menos, vienen los grados AA, A, BBB, BB, B, CCC y finalmente R, que viene a ser que el bono en cuestión no vale ni lo que el papel en que está impreso. Los valores por encima de BBB reciben el nombre de «grado de inversión», y los que están por debajo son considerados como bonos basura. Si las agencias otorgan a un determinado bono una calificación alta, por pura ley de la oferta y la demanda rendirá una tasa de interés más baja (a mayor seguridad, menor rentabilidad). Si, por el contrario, se le otorga una calificación más baja, tendrá que pagar más.
Con todo esto el BCE y los gobiernos europeos comienzan a mostrar su hartazgo de las agencias calificadoras en términos cada vez menos ambiguos. «Hay que acabar con el oligopolio de las agencias», ha dicho el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schaüble. El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, reclama cada vez con más insistencia la creación de una agencia europea: «Parece extraño que no haya una sola agencia de calificación crediticia de Europa. Muestra que podría haber un sesgo en los mercados cuando toca evaluar asuntos específicos de Europa», ha explicado antes de recordar que «hay algunas ideas sobre la posibilidad de crear agencias originarias de Europa». En la misma línea, el portavoz económico de la Comisión Europea, Amadeu Altafaj, ha afirmado que la decisión de Moody’s «vuelve a poner en cuestión el comportamiento de las agencias de calificación y su clarividencia».20
La decisión de Moody’s de recortar la nota de solvencia de Portugal al nivel de bono basura ha sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia de las autoridades europeas. Para la Comisión Europea esta rebaja entra en el terreno de lo dudoso, ya que está basada en «escenarios altamente cuestionables». Además, ha acusado a las agencias de actuar siguiendo los intereses del mercado.
En menos de doce meses diversas instituciones portuguesas, como bancos y empresas públicas, han cancelado o suspendido sus contratos con alguna de las tres principales agencias. La Comisión Europea analiza restringir el poder de las agencias calificadoras de riesgo. A la propuesta de elaborar un marco normativo para regular su funcionamiento y la creación de una agencia de evaluación propia, se suma la posibilidad de prohibir por ley que esas empresas emitan análisis sobre las deudas soberanas de los miembros de la zona euro: «Tenemos que trabajar en pos de lograr una mayor competencia, hacer más transparente su modo de trabajar, afinar sus métodos sobre la calificación de deudas soberanas y limitar su papel, es decir, su poder», dice el comisario de Mercado Interior de la UE, Michel Barnier. Por otra parte, el exsecretario general de la OTAN, Javier Solana, cuestionó la neutralidad de las agencias de calificación y consideró que sus directivos forman parte de las causas que detonaron la crisis financiera internacional.
El cuestionamiento sobre estas empresas no se limita a las autoridades europeas y tampoco se agota en su comportamiento durante la crisis de la Eurozona. Las calificadoras de riesgo asignaron riesgo casi nulo a los bonos estructurados con las hipotecas subprime que detonaron la crisis financiera internacional. Por su parte, el gobierno argentino es un fuerte crítico de estas empresas, fundamentalmente Moody’s y S&P, que a pesar del sostenido crecimiento del país durante el estallido de la debacle global rebajaron la calificación de la deuda en 2008 y, a lo largo de los últimos años, pronostican una inminente crisis, que no parece terminar de llegar, y reclaman un ajuste del gasto y la demanda.
Lo realmente increíble para empresas sobre cuyas espaldas descansa la responsabilidad de buena parte del mercado de bonos es que el error, el error garrafal, no les es ni mucho menos ajeno. A principios de 2007 Moody’s revisó las calificaciones del banco holandés ABN AMRO, que no estaba nada contento con la bajada que le había otorgado la agencia, y descubrió un error informático que había llevado a calificar con la triple A, la categoría que se concede a los valores de menor riesgo, a miles de millones de dólares de productos de deuda estructurada. Inmediatamente se informó a los altos directivos de la compañía, que decidieron mantener las calificaciones de esos productos hasta enero del siguiente año, cuando fueron rebajadas discretamente en medio de la ralentización del mercado, esperando que nadie notara la metedura de pata. Los productos implicados, dirigidos a inversores institucionales, supusieron pérdidas de hasta un 60 por ciento. Finalmente The Financial Times descubrió todo el asunto en sus páginas y el escándalo fue de primera magnitud.
En agosto de 2010 la Securities and Exchange Commission (SEC), la entidad que regula el mercado de los Estados Unidos, dictaminó que Moody’s había violado la ley federal al no haber comunicado el error al mercado. No hubo consecuencias: la misma SEC dijo que no había ninguna ley que permitiera llevar el caso ante los tribunales. Fue tan solo el primer caso de un verdadero rosario. Eric Kolchinsky, un exanalista de Moody’s, denunció ante investigadores del Congreso de los Estados Unidos que la agencia calificadora había inflado sus valoraciones, según informaba el diario The Wall Street Journal. En una carta fechada en el mes de julio que cita el periódico, Kolchinsky acusa a Moody’s Investor Service de emitir en enero una alta calificación a un complejo título de deuda, pese a que planeaba rebajar la valoración de los activos que respaldaban tales valores. Según este analista, «Moody’s emitió una opinión que sabía que era equivocada», y además cita otros ejemplos en los que la agencia pudo supuestamente realizar las mismas prácticas. El diario señala que un portavoz de Moody’s declinó hacer comentarios sobre el asunto, y explica que Kolchinsky fue despedido porque había rechazado cooperar con una investigación sobre este hecho.
La credibilidad de las agencias de calificación financiera no puede estar más en entredicho. Si episodios como su ceguera ante la quiebra de Lehman Brothers ya las dejó en evidencia, causa aún más desconcierto cuando estas agencias se contradicen entre ellas. Ya sucedió en el caso de España, cuando Fitch presentó un informe en el que alababa los bancos españoles, subrayando que habían afrontado con éxito la crisis y, solo tres días antes, la agencia Moody’s dibujaba un escenario radicalmente distinto, asegurando que la situación era de enorme riesgo y que la banca estaba ocultando el deterioro de sus activos. Es indudable que los criterios de evaluación de estos organismos son erráticos y que su reforma no puede esperar más.
Los errores son una cosa, pero hay actividades mucho más sórdidas con las que han sido relacionadas estas empresas. Actividades como el chantaje. Imaginemos por un momento la cara que debió de poner el circunspecto Wilhelm Zeller, presidente de una de las compañías de seguros más grandes del mundo, cuando recibió una carta de Moody’s, correcta y profesional, pero que dejaba traslucir una de esas ofertas que no se pueden rechazar y que tanto gustaban a Corleone. Moody’s quería informar a la empresa de Zeller —el gigante de los seguros alemanes Hannover Re— que habían decidido calificar su salud financiera sin costo alguno. Bueno, sin costo, pero la carta sugería que Moody’s esperaba que Hannover pagara por el servicio. Al margen de la carta, Zeller garabateó una nota urgente a su jefe de finanzas: «Hierbesteht Handlungsbedarf», «Tenemos que actuar».
Hannover Re se había convertido en una de las mayores reaseguradoras del mundo, con aproximadamente la mitad de su negocio en los Estados Unidos. Las aseguradoras deben ser capaces de demostrar que tienen capacidad financiera. Y es que Hannover Re ya estaba pagando cifras más que considerables a las otras dos compañías de calificación, y ambas le habían dado altas calificaciones, por lo que se le comunicó a Moody’s que no veían necesidad de contratar otra calificación: «Por lo tanto, muchas gracias por la oferta, realmente lo apreciamos. Sin embargo, no vemos ningún valor añadido», escribió Herbert K. Haas, director financiero de Hannover Re. Como Haas recuerda, un empleado de Moody’s le recalcó que si Hannover pagaba por una calificación, eso «podría tener un impacto positivo» en el resultado.
¿Que no había necesidad? A lo mejor sí…