Del apocalipsis a la invasión de los zombies
A principios de 2008 el panorama de apalancamiento, activos tóxicos y contabilidades insostenibles comenzó a ser evidente para los expertos. El ciudadano común y buena parte de la clase política seguían en Babia. Todo empezó en marzo, con la quiebra del banco de inversión Bear Stearns. Al poco tiempo, el 7 de septiembre, se nacionalizan Fannie Mae y Freddie Mac,18 la base financiera de la industria hipotecaria norteamericana. Y desde ahí, en un mes, la crisis se hace plenamente visible.
Ocho días después se produce la mayor bancarrota de la historia, la del banco de inversión Lehman Brothers. Los rescates multimillonarios comenzaron veinticuatro horas después, cuando el gobierno se hizo cargo del 79,9 por ciento de la aseguradora AIG. El 14 de septiembre uno de los símbolos del capitalismo mundial, el toro de Wall Street, recibió una importante estocada. Merrill Lynch, el banco del que es símbolo el astado, fue intervenido por el Bank of America. El 21 de septiembre los dos mayores bancos de inversión de Estados Unidos, Goldman Sachs y Morgan Stanley, se fusionaron para poder acceder a las ayudas de la Reserva Federal a cambio de un importante incremento en el nivel de supervisión. El 28 de septiembre los gobiernos de Luxemburgo, Bélgica y los Países Bajos nacionalizaron el Banco Fortis, el mayor de Bélgica, operación que costó 1.300 millones de euros de los contribuyentes. El 29 de septiembre fue nacionalizado el banco británico Bradford & Bingley. En este caso el coste ascendió a 41.300 millones de libras. A primeros de octubre se produce la catástrofe del sistema bancario islandés. La crisis está servida.
Cuando bancos y gobiernos fueron conscientes de la existencia de los activos tóxicos y de la preocupante insolvencia bancaria, ya era demasiado tarde. El problema se hizo general cuando los bancos, viendo lo que le estaba sucediendo a sus vecinos, echaron bruscamente el freno a los préstamos para intentar recapitalizarse a fin de evitar el riesgo de quiebra. Y así se acabó la fiesta de la abundancia, la prosperidad y el consumismo. Los bancos dejaron de ofrecer dinero a manos llenas y comenzaron a dedicarse a la tarea que les supone el imaginario popular: acumularlo. Cuanto más mejor o, dicho en la jerga económica, «desapalancarse». Desde luego, para los bancos, dada la situación anterior, es lo más sensato, pero para el resto de la economía es algo tremendamente destructivo.
Las cifras son espeluznantes. En 2011 la banca española tiene que refinanciar 98.000 millones de euros y corta las líneas de crédito a las empresas cada vez con mayor intensidad. Tampoco dan préstamos hipotecarios, pues ello drenaría su tan necesaria liquidez, dificultaría la salida del stock inmobiliario y dilataría la agonía de las empresas promotoras. El desapalancamiento de la banca está arrastrando a muchas empresas (ya de por sí castigadas por la caída del consumo) al abismo.
Pero por si le faltaba algún ingrediente a la película de terror en que se ha convertido la economía, al acecho está la amenaza de los «zombies»: los bancos zombies. Veamos: ¿qué hacen los bancos con el dinero que han recibido del Gobierno de Estados Unidos? La nacionalización parcial americana es de hecho solo una aportación de capital; las acciones que el Tesoro ha comprado no tienen derecho a voto. El gobierno los mantiene a flote y los riesgos del pasado son una losa psicológica importante, así que ¿qué hacer? Pues la respuesta no puede ser ni más desalentadora ni más negativa para la economía: nada, absolutamente nada.
Hay capital, pero ya no existe la presión de los accionistas exigiendo dividendos. El Estado se conforma con que no haya pérdidas. Esto son los bancos zombies, un fenómeno que ya se dio en Japón en la década de 1990 y que ha prolongado la crisis económica en este país durante más de veinte años… y lo que queda. Entidades seguras gracias a un cheque en blanco de inyecciones públicas de capital, pero totalmente apáticas y sin el más mínimo ánimo de poner dinero en ningún sitio. En (casi toda) Europa los gobiernos han entrado en los bancos con voz y voto; en teoría, debería evitarse la banca zombie a costa de tener a los políticos empujando a estas entidades a hacer banca populachera. Pero unos Estados Unidos invadidos por los zombies pueden lastrar la recuperación de toda la economía mundial.