El caso de Filipinas
En otro escenario, Estados Unidos tomó el control de Filipinas en 1898, después de su victoria militar en la guerra contra España. Durante la Segunda Guerra Mundial el archipiélago fue ocupado por Japón. Tras la contienda, la independencia de Filipinas, concedida por Estados Unidos en 1946, abrió un periodo de prosperidad inédito para el país, aunque Washington impuso ciertas condiciones para no perder el control sobre los recursos de las islas: tipo de cambio fijo entre el peso filipino y el dólar a fin de proteger a las empresas estadounidenses de los posibles efectos de una devaluación, acuerdo de libre comercio que les permitiera importar y exportar sin aranceles, etc. Durante un breve periodo de tiempo Estados Unidos se convirtió en la principal fuente de ingresos del archipiélago, especialmente por la vía de una fuerte presencia militar. Pero a partir de 1949 las cosas cambiaron y el gobierno filipino se vio obligado a aplicar un severo control de cambios a fin de evitar la fuga de divisas. Washington no tuvo inconveniente y permitió al gobierno filipino seguir políticas que prohibía en otras partes.
Esta situación casi paradisíaca duró once años, hasta el momento en que Estados Unidos, el FMI y el Banco Mundial lograron el abandono de las medidas de control en 1962. Los resultados de esta política no dejan el menor lugar a dudas. En la década de 1950 el sector manufacturero experimentó un crecimiento anual del 10 al 12 por ciento, la inflación no superó el 2 por ciento anual, el país acumuló importantes reservas de divisas y la deuda externa fue muy baja. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que esta situación acabara incomodando a determinados sectores dentro de Estados Unidos, concretamente los que tenían intereses en Filipinas y a los que les apoyaban dentro de la política. Las empresas estadounidenses se quejaban de tener que reinvertir sus beneficios en el país. Por supuesto, no hay que idealizar el éxito filipino, una sociedad que, a pesar de tener una economía razonablemente próspera, continuaba marcada por profundas desigualdades.
Los conservadores, con mayoría en el Congreso filipino desde las elecciones de 1959 y con el apoyo de los funcionarios del Banco Mundial, impulsaron a partir de 1962 unas políticas muy diferentes a las vigentes hasta ese momento y que tan buenos resultados habían dado para la economía del país, provocando una fuga masiva de capitales, endeudamiento excesivo, devaluación y pérdida de ingresos para la población, que en apenas unos años vieron esfumarse la fugaz prosperidad de la que habían podido disfrutar. El banco y el gobierno estadounidense aplaudieron las medidas y acordaron de inmediato un préstamo de 300 millones de dólares con el que paliar algunos de sus efectos, pero no fue suficiente. Eliminar el control sobre los capitales desencadenó que todos aquellos que tanto se quejaban por tener que reinvertir sus beneficios en el país pudieran disponer libremente de su dinero. ¿Y qué hicieron? Lo obvio, sacarlo de Filipinas. La deuda externa se multiplicó por siete entre 1962 y 1969: pasó de unos aceptables 275 millones a 1.880 millones de dólares. Los exportadores filipinos de productos agrícolas y de materias primas, así como las multinacionales no podían estar más satisfechos, pues sus beneficios crecieron como la espuma. En contrapartida, el sector manufacturero, que fundamentalmente trabajaba para el mercado interno, decayó con rapidez. El 1970 el peso filipino sufrió una fuerte devaluación. Los salarios y los ingresos de los pequeños empresarios se hundieron. En este panorama de crisis, Ferdinand Marcos, que veía cómo la situación se le escapaba de las manos por momentos, proclamó en 1972, cuando comenzaron las protestas y los disturbios, la ley marcial, que fue el primer acto de una dictadura cuyo fin último era la consolidación por la fuerza de la política neoliberal.
Con la llegada de Robert McNamara a la presidencia del Banco Mundial los préstamos alcanzaron un volumen sin precedentes. McNamara, imbuido de sus consideraciones geopolíticas, consideraba que Filipinas, donde había bases militares estadounidenses, el mismo caso de Turquía, desempeñaba un importante papel estratégico, por lo que había que conseguir a cualquier precio que se reforzaran los lazos con el banco. La deuda es control. Y vaya si lo consiguió. Prometió dinero a manos llenas y Marcos picó el anzuelo. Una de las primeras acciones de Marcos consistió en suprimir el límite de endeudamiento público. La ley derogada fijaba el margen de endeudamiento del gobierno en 1.000 millones de dólares, con un límite anual de 250 millones. Cuando Marcos levantó el límite, McNamara anunció al minuto que el banco estaba dispuesto a duplicar, como poco, las sumas prestadas. El Banco Mundial mostraba de esta forma su apoyo al dictador.
El banco estaba tan deseoso de mostrar públicamente su apoyo a la dictadura que decidió organizar su asamblea anual de 1976 en Manila. Sin embargo, esta no era una historia de amor incondicional y Marcos fue, en cierto sentido, infiel, no aplicando estrictamente la política económica que quería el banco.
Después de todas las atenciones que le habían dedicado, en el banco estaban muy decepcionados y muy preocupados. La lentitud en la aplicación de las reformas estructurales les tenía muy inquietos. Así que para aumentar su influencia sobre el gobierno filipino se aprobaron dos importantes préstamos de ajuste estructural en 1981 y 1983. Por supuesto, era bien sabido que el importe casi íntegro de estos préstamos iría a parar a las cuentas bancarias de Marcos y de sus principales secuaces, pero aquello fue considerado un soborno necesario. Con lo que no se contaba era con que en 1981 estallara en Filipinas una crisis bancaria a consecuencia de un gran escándalo de corrupción que prácticamente salpicó a toda la clase dirigente del país. Poco a poco la crisis se extendió a todo el sistema financiero filipino y los dos bancos públicos más importantes estuvieron al borde de la quiebra. La crisis internacional de la deuda externa que estalló en 1982 empeoró las cosas. Los bancos cortaron el crédito a Filipinas. El Banco Mundial había fracasado. El descontento popular creció y comenzó a organizarse una oposición al régimen de Marcos. Uno de los principales opositores, el senador Benigno Aquino, fue abatido a tiros en el aeropuerto de Manila, en agosto de 1983, causando un gran revuelo tanto interno como entre la comunidad internacional.
Pero ni el aumento de la oposición ni los escándalos hicieron desistir al Banco Mundial de su apoyo al dictador, sino que decidió multiplicar sus préstamos. Pero ya era demasiado tarde. La corrupción masiva alimentó el descontento que finalmente provocó la caída de Marcos en 1986. El sector opositor de la clase dominante y del ejército se desembarazó de Ferdinand Marcos y lo enviaron al exilio. Corazón Aquino, viuda de Benigno Aquino, asumió el gobierno en 1986. En el banco reinaba el desconcierto. No estaban para nada entusiasmados con el nuevo régimen democrático pero, por poco que les gustara, era un hecho. Al final la cosa terminó bien para el banco y sus intereses. Aquino aplicó una política económica neoliberal intransigente, siguiendo la mejor tradición del Banco Mundial, decepcionando profundamente al pueblo.