Saltándose el reglamento

Todo muy bonito e inspirador, ¿no es así? Sin embargo, el sentido común y la experiencia nos llevan a imaginar que tales términos no son propios de un banco, por muy mundial que sea, y que en algún sitio debe haber gato encerrado. Y por supuesto que lo había. La razón principal por la que el Banco Mundial de pronto se emocionaba ante las desventuras de las masas de pobres en el mundo surgió de la Guerra Fría. El Tercer Mundo era un campo de batalla ideológico. Quien mejor expresó la razón de esta generosidad fue el secretario de Estado John Foster Dulles, cuando ante las reticencias de los conservadores del Congreso a la concesión de préstamos blandos a los países del Tercer Mundo dijo: «Podría ser una buena idea de negocio meter a América del Sur en el escurridor, pero nos va a salir roja». La administración Eisenhower finalmente aumentó la ayuda a los países del Tercer Mundo a finales de 1950 con el argumento de que esa ayuda era «una inversión para la paz».

Los proyectos del Banco Mundial no son tan inocentes como pueda parecer a simple vista: tienen un fuerte contenido político centrado en frenar el desarrollo de movimientos que pongan en cuestión la dominación ejercida por las grandes potencias capitalistas. No nos engañemos: los banqueros no son hermanitas de la caridad y la pobreza no es ni mucho menos su problema, pero genera descontento, y eso sí que puede ser malo para el negocio. La prohibición de tener en cuenta las consideraciones políticas y no económicas en las operaciones del banco es una de las más importantes condiciones de su carta fundacional, pero es ignorada sistemáticamente. La parcialidad política de las instituciones de Bretton Woods se demuestra con el apoyo financiero concedido a las dictaduras de Chile, Brasil, Nicaragua, Congo y Rumanía.

En 1955, tras la derrota francesa en Vietnam, las revoluciones cubana y argelina, y la nacionalización del canal de Suez por Nasser, el Tercer Mundo andaba revuelto y dando la espalda a las antiguas potencias coloniales. Esta orientación encuentra la firme oposición de los gobiernos de los grandes países industrializados, que tienen una influencia determinante sobre el Banco Mundial y el FMI. Desde la década de 1950 el Banco Mundial dispone de una red de influencias que le será muy útil con posterioridad. La influencia de la que goza actualmente deriva en parte de las redes de agencias establecidas en los estados que se han convertido en sus clientes y, por tanto, en sus deudores.

A partir de los años cincuenta uno de los primeros objetivos de la política del Banco Mundial fue la creación de instituciones y agencias paragubernamentales en el interior de los países clientes. Tales agencias fueron intencionadamente fundadas de tal forma que fueran relativamente independientes en lo financiero de sus gobiernos y estuvieran fuera del control de las instituciones políticas locales, entre ellas los parlamentos nacionales. La creación de tales agencias fue una de las estrategias más importantes del banco para insertarse en las economías políticas de los países del Tercer Mundo. Llenas de tecnócratas aupados por el banco, estas agencias han servido para crear una «quinta columna» en los países que fomente los intereses del banco. Han sido capaces de transformar las economías nacionales, y de hecho sociedades enteras, al margen del procedimiento democrático.

El banco fundó en 1956, con un importante apoyo financiero de las Fundaciones Ford y Rockefeller, el Instituto de Desarrollo Económico (Economic Development Institute), que ofrecía cursillos de formación de seis meses a delegados oficiales de los países miembros. Entre 1956 y 1971 más de mil trescientos delegados oficiales habían pasado por el Instituto y cierto número de ellos alcanzó el puesto de primer ministro, de ministro de Obras Públicas o de Finanzas. Las implicaciones de esta política son inquietantes: el estudio realizado por el International Legal Center (ILC) de Nueva York sobre la acción del banco en Colombia entre 1949 y 1972 concluye que las agencias autónomas establecidas por el banco ejercieron un impacto profundo sobre la estructura política y sobre la evolución social de la región entera, debilitando el sistema de partidos políticos y minimizando los papeles del poder legislativo y del judicial.

Desde la década de 1960 el banco estableció mecanismos para una intervención continua en los asuntos internos de los países que pedían créditos. Sin embargo, el banco tradicionalmente ha negado con bastante insistencia que tales intervenciones fueran políticas: al contrario, insiste en que su trabajo no tiene nada que ver con las estructuras de poder y que los asuntos políticos y económicos existen separadamente. Es más, se agarra a su propio reglamento para argumentar que tal cosa es imposible. El artículo IV, sección 10, estipula: «El banco y sus responsables no interferirán en los asuntos políticos de ningún miembro y les está prohibido dejarse influenciar en sus decisiones por el carácter político del miembro o de los miembros concernidos. Solo consideraciones económicas pueden influir sobre sus decisiones y estas consideraciones serán sopesadas sin prejuicios, con vistas a alcanzar los objetivos (fijados por el banco) estipulados en el artículo I». Pero bueno, ¿para qué están los reglamentos sino para saltárselos?6

La prohibición de tener en cuenta las consideraciones políticas y no económicas en las operaciones del banco, una de las más importantes condiciones de su carta, ha sido ignorada sistemáticamente, y eso desde el comienzo de su existencia. Se podría argumentar en su favor que separar las consideraciones políticas de las económicas no siempre es fácil, pero no nos engañemos: es que ni tan siquiera lo han intentado. Por ejemplo, el banco se negó a prestar a Francia tras la Liberación mientras los comunistas estuvieran en el gobierno. Al día siguiente de su salida del gobierno, en mayo de 1947, el préstamo pedido y bloqueado hasta entonces fue concedido. Si eso se hace con Francia, imaginemos qué se puede hacer con un país tercermundista. El banco ha actuado de forma repetida en abierta contradicción con el artículo IV de sus estatutos, tomando multitud de decisiones en las que las políticas económicas no son el elemento determinante. El banco ha prestado regularmente dinero a los países a pesar de que su política económica estuviera un escalón más allá de lo desastroso y el nivel de corrupción fuera estratosférico: Indonesia y Zaire son dos ejemplos emblemáticos. Las decisiones del banco están regularmente ligadas a los intereses y a la orientación de sus principales accionistas, empezando por los Estados Unidos.

La troika y los 40 ladrones
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