El Consenso de Pekín

Y si el Consenso de Washington no vale, ¿qué es lo que viene ahora? Algunos expertos están hablando ya del Consenso de Pekín. El Banco Mundial reconoce que el camino trazado por China es una alternativa interesante y merece la pena revisarlo, estudiarlo y ajustarlo, aunque pueda recibir muchas críticas. El presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, ha dicho que China ha demostrado en los últimos treinta años que puede lograr avances importantes en prosperidad.

El problema es que el modelo chino puede ser una forma de darle una nueva vuelta de tuerca al capitalismo, ya que los asiáticos han cimentado su crecimiento en un más que dudoso respeto por los recursos naturales del planeta y los derechos de los trabajadores. Sin embargo, cada vez parece más probable que el modelo autoritario de China pueda dominar el mundo en el siglo XXI. Los datos son incontestables. China se ha convertido en la segunda economía más grande del mundo. Hace dos años rebasó a Estados Unidos en número de internautas y desde 2009 es el primer socio comercial de Brasil y Japón, y el potencial de crecimiento del país es todavía alto.

El atractivo del modelo chino se está viendo impulsado por la mera fuerza de los hechos. La crisis económica está teniendo consecuencias devastadoras para los países en desarrollo, pero el mundo en desarrollo considera, y con razón, que está pagando el pato de algo de lo que no tienen la menor culpa. La crisis tiene su origen en los países industrializados, en la codicia de los agentes económicos y en la ineficiencia de los sistemas de control por parte de las autoridades económicas.

Por otro lado, todo el mundo empieza a ser consciente de que hay que pensar más en el mercado interno para equilibrar la propia economía, debido a que el consumo en los países desarrollados se está desacelerando por razones obvias y, por lo tanto, es impensable que en el futuro el crecimiento pueda ser sostenido mediante exportaciones.

Sobre el Consenso de Pekín hay mucha menos literatura, pero no está de más ir observando y analizando cuál es, si hay alguno, el modelo chino. Puede acabar influyendo en las medidas que adopten en un futuro cercano terceros países en la búsqueda de su desarrollo. El modelo del Consenso de Pekín se podría resumir en:

  1. Más herramientas para la toma de medidas políticas.
  2. Responsabilidad de gestión empresarial hacia el Estado, y no solo ni principalmente hacia el mercado.
  3. Alta disponibilidad de recursos por parte del gobierno para llevar a cabo su programa.
  4. Planificación a largo plazo.

Frente a todas las bondades del modelo chino, uno de los problemas que surge de su aplicación es la inflación, ya que pese a las alzas en las tasas de interés y los requisitos de reservas bancarias, dicho fenómeno ha alcanzado en China niveles del 6,5 por ciento. Esa sería la cruz, pero la cara de la moneda está en el hecho incontestable de que China, a pesar de sufrir también la crisis actual, ha mantenido tasas de crecimiento del PIB próximas al 7 por ciento, además de que en las tres décadas anteriores ha mantenido tasas de crecimiento del 10 por ciento. Estos hechos, unidos a que posiblemente China sea de los primeros países en salir de la crisis global, podrán otorgar una mayor credibilidad y el respaldo necesario al Consenso de Pekín.15

A pesar de que parece que a los chinos no les va nada mal, y de que los consejos del Banco Mundial nunca han sido un modelo de eficacia, la institución se permite ponerle peros al desarrollo chino. La idea del Banco Mundial es presentar a finales de 2012 un documento que describa una serie de acciones que China debería realizar con el propósito de reequilibrar su economía, mejorar el medio ambiente, disminuir la desigualdad y elevar la calidad de vida de sus habitantes, pero manteniendo su rápido crecimiento.

China no desea participar en una carrera armamentista, lo que, por cierto, fue el error que condujo al precipicio a la antigua Unión Soviética. Actualmente el gigante asiático busca fomentar buenas relaciones internacionales. Su propia prosperidad, dado que se ha convertido en la fábrica del planeta, se basa en que se mantenga en el resto del mundo un entorno pacífico y en evitar su aislamiento. Y lo logrará en el momento en el que consiga aclarar algunos temas de futuro como la transición hacia una economía de mercado, el fomento de la innovación en una economía que fabrica mucho pero que diseña poco, la manera de avanzar en el desarrollo ecológico (la gran asignatura pendiente de China), la forma de brindar igualdad de oportunidades y seguridad social a sus ciudadanos, y el fortalecimiento del sistema fiscal.

Lo cierto es que el modelo económico occidental ya no es el único percibido como exitoso. Esto ha tenido también consecuencias en el ámbito político. La democracia liberal parece perder atractivo. Los años que van desde la elección de Putin en 1999 hasta el inicio de las revueltas árabes en 2011 han sido de regresión democrática, de Rusia a Etiopía, de Venezuela a Zimbabue. Los dictadores de todo el planeta han tenido una coyuntura de virtual carta blanca para oprimir con más fuerza a sus ciudadanos. Han tenido que ser los ciudadanos árabes, con su valentía en las calles, los que han puesto al descubierto el engaño que supone equiparar autoritarismo con crecimiento.

Con todo lo modélica que pueda ser China en términos de crecimiento, los puntos negros a nivel de sistema político y régimen carcelario, entre otros aspectos, no pueden ser ignorados. El Consenso de Pekín no debe construirse en oposición al de Washington: su meta debería ser la de mostrar vías alternativas al unilateralismo y no desplazarse hacia un nuevo liderazgo. El poder increíble de China, ahora el primer banquero de Estados Unidos, con préstamos superiores a 600.000 millones de dólares, y el mercado potencial que representa su población de más de 1.300 millones de habitantes no nos debe inducir tampoco a esperar mucho de un país que todavía no ha experimentado la democracia.

La troika y los 40 ladrones
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