El dinero
Aparte de para la creación de las instituciones citadas, Bretton Woods sirvió para modificar algo que se encuentra en el eje mismo del funcionamiento de la sociedad: la naturaleza del dinero. La naturaleza del dinero, como hemos podido comprobar en el pequeño repaso histórico que hemos hecho hace algunas páginas, era tradicionalmente algo bastante intuitivo. Eso, por desgracia, ya no es así, y el dinero, en el mundo actual, ha pasado a convertirse en un concepto bastante confuso. Ya no es oro. Ni siquiera es un derecho a que te den oro. Lo que representa ahora mismo es nuestra capacidad de compra. Esa es la razón por la que los bancos centrales están tan obsesionados por la inflación. La misión fundamental de estas instituciones consiste en que el dinero en circulación mantenga en la medida de lo posible su poder de compra. Una inflación demasiado alta tiene como consecuencia que el poder de compra de nuestro dinero disminuya y el dinero deje de tener valor. En esas circunstancias la gente pierde la confianza en el dinero y busca alternativas como divisas extranjeras, oro, inmuebles, arte, sellos, acciones o cualquier otra cosa que previsiblemente mantenga su valor y, por tanto, la capacidad de adquisición del inversor.
Es esa lucha constante contra la inflación la que se encuentra tras ese término que nos produce pesadillas a los sufridos ciudadanos que llevamos una hipoteca a nuestras espaldas: los tipos de interés. La herramienta más eficaz que tienen los bancos centrales para luchar contra la inflación es la regulación de los tipos de interés. Si estos suben, los ciudadanos y las empresas piden menos préstamos y baja el consumo provocando una disminución o al menos una subida menos pronunciada de los precios de bienes y servicios.
Pero si ya no puedo ir al banco central con mi flamante billete de veinte euros a reclamar legítimamente un gramo de oro de las reservas nacionales, ¿cómo se crea ahora el dinero? Los profanos, cuando pensamos en dinero, solemos imaginarnos enormes cámaras acorazadas llenas de billetes, como el almacén del Tío Gilito, pero en realidad la inmensa mayoría del dinero que existe son meros apuntes contables en los ordenadores de los bancos. Claro que siempre puede uno ir al cajero automático con su tarjeta y sacar unos cuantos billetes. En ese momento la cifra que hay en tu ficha disminuye en el ordenador del banco y este te da unos papeles de colores que representan esa diferencia. Los billetes son apuntes bancarios traspasados a un papel, nada más y nada menos. Los bancos centrales tienen la potestad de fabricar los papelitos en cuestión y vendérselos a los bancos, transacción que, igualmente, se verifica a través de apuntes contables (en la cuenta del banco baja el saldo y en la del banco central aumenta el saldo). De esta forma el banco tiene algo para darnos cuando tenemos la ocurrencia de reclamarle algo tangible e intercambiable que represente nuestro poder adquisitivo más allá de los circuitos electrónicos de su sistema informático. Se estima que, dependiendo de los países, tan solo entre un 3 y un 15 por ciento del dinero en circulación existe en forma tangible, como billetes y monedas. El resto no existe más que en los sistemas informáticos de los bancos.
Nosotros, ciudadanos de a pie, tenemos nuestro dinero o poder adquisitivo depositado en los bancos. Se lo hemos prestado al banco para que lo guarde y él lo invierte y lo presta a otros. Antiguamente ese préstamo se hacía a cambio de un interés, pero en la actualidad lo cierto es que a un usuario medio de banca le cuesta más mantener su cuenta corriente que lo que esta le renta. Es algo que, sencillamente, hacemos por comodidad.
Una vez establecido que el dinero es algo mucho menos tangible de lo que la mayoría de nosotros suponía, pasemos a su creación, que también es un proceso bastante sorprendente. Supongamos que yo te ayudo con tus impuestos y tú, que andas algo flojo de efectivo por el pago que le acabas de hacer a Hacienda, no me pagas con dinero, sino que me firmas un pagaré, un papel en el que queda reflejado que debes el dinero que habíamos acordado por mis servicios. Yo acepto, me llevo tu pagaré en el bolsillo y, unas horas más tarde, se lo entrego a la cajera del supermercado para pagar la compra, que lo acepta encantada porque todos sabemos que eres una persona responsable y cumplidora de sus obligaciones.
A partir del momento en el que yo pago haciendo uso del pagaré y este es aceptado como moneda de cambio, estamos creando dinero. A fin de cuentas, y hasta no hace tanto, los billetes de curso legal no eran sino un pagaré: «El Banco de España pagará al portador cien pesetas». Y la peseta, al menos antes, tenía su equivalente en gramos de oro. Pero nosotros ya no tenemos oro, hemos creado dinero, que ha sido aceptado por la cajera del supermercado. Pero ¿lo hemos creado de la nada? No, el pagaré tiene valor porque, a falta de oro que lo respalde, representa tu deuda conmigo. No hemos creado dinero de la nada, hemos creado dinero de la deuda.