Crímenes contra la humanidad
Si han estado leyendo las crónicas sobre la crisis financiera, o viendo adaptaciones cinematográficas como la excelente Inside Job, sabrán que Islandia era supuestamente el ejemplo perfecto de desastre económico: ese país que el FMI de Rato ponía como ejemplo a seguir y que acabó completamente quebrado, hundido por los escombros de una banca cancerígena que convirtió la isla en un inmenso hedge fund y dejó una deuda equivalente a todo el PIB de ocho años y seis meses. Sus banqueros, fuera de control, cargaron al país con unas deudas enormes y al parecer dejaron a la nación en una situación desesperada. Mientras todos los demás rescataban a los banqueros y obligaban a los ciudadanos a pagar el precio, Islandia dejó que los bancos se arruinasen y, de hecho, amplió su red de seguridad social. Islandia arrancó una ambiciosa reforma constitucional que, por primera vez en la historia del mundo, es fruto de un proceso de democracia directa, al margen de los partidos.
Según la Corte Penal Internacional, crimen contra la humanidad es «cualquier acto inhumano que cause graves sufrimientos o atente contra la salud mental o física de quien los sufre, cometido como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil». El Estatuto de Roma considera estos crímenes como los «más graves de trascendencia para la comunidad internacional en su conjunto», y que por su gravedad y sistematicidad trascienden a las víctimas individuales, pues agravian a la humanidad como género. Desde la Segunda Guerra Mundial nos hemos familiarizado con este concepto y con la idea de que, no importa cuál haya sido su magnitud, es posible y obligado investigar estos crímenes y hacer pagar a los culpables.34
Que la solución que se propone para la crisis sea ahondar aún más en las políticas que nos condujeron a ella y que hacen que los que menos culpa tienen, los ciudadanos, sufran las consecuencias más terribles es algo que añade infamia al oprobio, una propuesta que responde al intento de debilitar las protecciones sociales, reducir la progresividad de los impuestos y disminuir el papel y dimensiones del gobierno mientras se deja a una serie de intereses establecidos tan poco afectados como sea posible.
Situaciones como las que ha generado la crisis económica han hecho que se empiece a hablar de crímenes económicos contra la humanidad. A nivel macroeconómico el concepto se usó en los debates sobre las políticas de ajuste estructural promovidas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial durante las décadas de 1980 y 1990, que acarrearon gravísimos costes sociales a la población de África, América Latina, Asia y la Europa del Este. Muchos analistas señalaron a estos organismos, a las políticas que patrocinaron y a los economistas que las diseñaron como responsables, especialmente el FMI.
En un artículo publicado en Business Week el 20 de marzo de 2009 con el título «Wall Street’s Economic Crimes against Humanity», Shoshana Zuboff, antigua profesora de la Harvard Business School, sostenía que el que los responsables de la crisis nieguen las consecuencias de sus acciones demuestra «la banalidad del mal» y el «narcisismo institucionalizado» en nuestras sociedades. Culpar solo al sistema no es aceptable, argumentaba Zuboff, como no lo habría sido culpar de los crímenes nazis solo a las ideas y no a quienes los cometieron. Hay responsables, y son personas e instituciones concretas: son quienes defendieron la liberalización sin control de los mercados financieros; los ejecutivos y empresas que se beneficiaron de los excesos del mercado durante el boom financiero; quienes permitieron sus prácticas y quienes les permiten ahora salir indemnes y robustecidos, con más dinero público, a cambio de nada. Son los responsables de que millones de familias hayan perdido sus hogares, millones de trabajadores vayan al paro, millones más incrementen la legión de pobres y el número de hambrientos crezca hasta sobrepasar los mil millones… Tienen nombre y apellidos o razones sociales.
Empresas como Lehman Brothers o Goldman Sachs, bancos que permitieron la proliferación de créditos basura, auditoras que supuestamente garantizaban las cuentas de las empresas y gente como Alan Greenspan, jefe de la Reserva Federal norteamericana durante los gobiernos de Bush y Clinton, opositor a ultranza de la regulación de los mercados financieros.
En Argentina existe un precedente, un tribunal creado para identificar en un registro especial a las víctimas de los delitos económicos cometidos durante la dictadura, ya que, según la ley que permitió crear este órgano, «hubo en el país una política de enriquecimiento individual por parte de funcionarios de la dictadura o de grupos económicos afines» en la que «en muchos casos intervinieron, junto a los jefes militares que están siendo sometidos a procesos judiciales, civiles que hasta ahora no han sido objeto de imputación por la responsabilidad penal que les cabe». Aparte de ese ejemplo puntual no existe ninguna norma ni costumbre nacional o internacional que reprima como crímenes de lesa humanidad los delitos con motivación económica. Para ser calificados como delitos de lesa humanidad los crímenes consistentes en asesinatos, secuestros, violaciones y torturas, al igual que otros delitos aberrantes, deben necesariamente formar parte de un plan previo, deliberado y premeditado que apunte contra la población civil en su conjunto o una parte de ella, motivado por razones políticas, raciales o religiosas. De todo lo expuesto en este libro se puede deducir que ese plan existía.
Estamos ante la aparición de un nuevo orden mundial, ante una transformación del Estado tal y como lo conocemos asociado a las naciones. No han desaparecido los estados-nación, pero es evidente que se han debilitado y ya no tienen la capacidad de respuesta de antaño. ¿Cómo es posible si no que las sugerencias de, por ejemplo, los burócratas del Banco Central Europeo provoquen que los gobiernos tomen a toda prisa y sin consultar con su población, como ha ocurrido por ejemplo en España, medidas tan graves como una reforma constitucional que suponen de facto limitar la soberanía del Estado? ¿Cómo es posible que «el mercado», ese ente amorfo, sin rostro, sin sede, sin nadie a quien reclamar, pero tan poderoso, pueda poner de rodillas a presidentes de gobierno para desguazar el Estado del Bienestar y seguir drenando recursos públicos para beneficio privado? Lo que hemos venido denunciando en las páginas precedentes es la aparición en la sombra de un gobierno mundial cuyas manos rectoras son desconocidas para la mayoría de nosotros. El Estado-nación, como concepto, se vuelve débil por momentos, hasta el punto de que cada día es menos capaz de regular la sociedad y se nos impone un nuevo orden mundial sin ningún control democrático.
Una figura sobre la que conviene reflexionar en esta situación es la del criminal de guerra nazi Adolf Eichmann, juzgado en Jerusalén hace cuarenta y cinco años. Durante aquel juicio que estremeció al mundo, la humanidad se enfrentó por primera vez a la aparición de un nuevo tipo de criminal, participante en lo que podríamos denominar una «masacre administrativa». Nunca empuñó un arma. Nunca dio una orden directa de asesinar o torturar a nadie. Nunca vio una ejecución. Él solo era el contable del infierno. Sus crímenes se cometieron bajo circunstancias en las que le bastaba con mostrar una extraordinaria diligencia a la hora de llevar a cabo la contabilidad y la logística de la «solución final». Si se dio cuenta o no de lo que estaba haciendo, es algo que no sabremos jamás. El sufrimiento que se ha instalado en muchas sociedades de este planeta se debe a la concienzuda labor de muchos Adolf Eichmann. La crisis económica no es el Holocausto, pero se deriva de la misma supresión generalizada del criterio moral. Eichmann lo hizo todo al servicio de un aparato al que servía de una forma acrítica. A medida que aprendemos más sobre el comportamiento de nuestras instituciones financieras vemos que la situación es, en el fondo, la misma. Todo el mundo acepta un sistema irresponsable, embolsándose el beneficio, pero rechazando la responsabilidad sobre las consecuencias de ese beneficio. Banqueros, corredores y especialistas financieros estaban dispuestos a participar en un modelo de negocio egoísta en sí mismo que celebra lo que es bueno para el negocio, mientras que reserva la deshumanización y el distanciamiento para los que vivimos fuera de su reducida esfera, en el mundo real.
Como los soldados en la guerra, como los asesinos en serie, como los torturadores de cualquier régimen dictatorial, la distancia emocional, el despersonalizar a los seres humanos convirtiéndolos en cosas, en cifras en este caso, facilitó la tarea de operar exclusivamente en interés propio, sin los sentimientos habituales de empatía que nos alertan sobre el dolor de los demás y nos definen como seres humanos. En los juicios de Núremberg los acusados se escudaban en que habían cometido atrocidades que eran «legales», incluso bien vistas por la sociedad. No se les podía juzgar por seguir la ley. El problema, entonces como ahora, es que los seres humanos tienen que ser capaces de distinguir el bien y el mal incluso cuando el que se guía por su propio juicio está en desacuerdo con la opinión unánime de todos los que le rodean.
La industria de las hipotecas de alto riesgo es, de hecho, culpable de crímenes contra la humanidad a través de sus acciones premeditadamente negligentes. Así como los alemanes bajo el yugo nazi estaban demasiado asustados para denunciar lo que estaba ocurriendo en el país y hacer lo correcto, las personas y empresas involucradas en la industria de las hipotecas de alto riesgo estaban demasiado asustadas como para detener la bola de nieve que muchos sabían que se estaba formando y amenazaba con arrollarnos a todos. Simplemente se centraron en hacer un montón de dinero.
Si uno piensa que lo que su empresa está haciendo es inmoral, entonces debe denunciar, actuar sin importar si se pierde el trabajo o los beneficios. Durante demasiado tiempo las empresas y las personas, por igual, han ignorado los principios morales en el mundo de los negocios y creado un ambiente donde la gente parece haber sido sometida a un lavado de cerebro.