CAYUSE

UNA ONDA DE CHOQUE recorre silenciosa el suelo, liberando un patrón de ondas, y reflejos de ondas, en el agua que les cubre hasta las rodillas.

—Durante un rato las cosas van a pasar muy despacio. Acostumbraos —dice Doug Shaftoe—. Todo el mundo va a necesitar algo con lo que explorar… un cuchillo largo o una vara. Incluso un palo.

Doug tiene un cuchillo grande, porque es ese tipo de tío, y Amy tiene su kris. Randy desmonta el marco de aluminio ligero de la mochila para sacar un par de tubos; le lleva un tiempo, pero como ha dicho Doug, ahora todo está pasando muy lentamente. Randy le lanza uno de los tubos a Enoch Root, quien consigue agarrar en el aire lo que era básicamente una mala tirada. Ahora todos están equipados, Doug Shaftoe les ofrece algunas instrucciones sobre cómo explorar un campo de minas. Como cualquier otra lección que Randy haya absorbido, esta es interesante, pero sólo hasta que Doug dice lo importante, que consiste en que puedes golpear una mina de lado y no estallará; no puedes darle verticalmente.

—Lo del agua es desafortunado, porque nos impide ver qué coño estamos haciendo —dice.

Es más, el agua tiene un aspecto lechoso, probablemente debido a la ceniza volcánica en suspensión; puedes ver claramente durante un pie, con dificultad durante otro pie más, y después como mucho podrás ver formas vagas y verdosas; todo está cubierto por una capa uniforme y marrón de cieno.

—Por otra parte, está bien, porque si algo que no sea vuestro pie detona una mina, el agua absorberá la mayor parte de la explosión convirtiéndola en vapor. Ahora: desde un punto de vista táctico, nuestro problema es que estamos expuestos a una emboscada desde arriba a la izquierda: la orilla oeste. El pobre Jackie Woo ha caído y ya no puede proteger ese flanco. Podéis apostar a que John Wayne estará cubriendo el flanco derecho todo lo bien que pueda. Como somos más vulnerables por el flanco izquierdo, ahora nos dirigiremos a ese lado, e intentaremos alcanzar la protección del saliente. No deberíamos converger todos en el mismo punto; nos dispersaremos de forma que si alguien hace estallar alguna mina no herirá a nadie más.

Cada uno elige un destino y se lo dice a los demás, de forma que no converjan en el mismo punto, y cada uno empieza a acercarse al otro lado explorando simultáneamente. Randy intenta resistirse a la tentación de levantar la vista. Después de unos quince minutos dice:

—Sé a qué se deben esas explosiones. La gente de Wing está haciendo un túnel hacia el Gólgota. Van a retirar el oro por algún conducto subterráneo. Parece que lo excavan desde su propiedad. Pero en realidad se lo llevarán desde aquí.

Amy sonríe.

—Están robando el banco.

Randy asiente, ligeramente molesto de que Amy no se lo tome más en serio.

—Wing debía de estar demasiado ocupado con la Larga Marcha y el Gran Salto Adelante para comprar esta propiedad cuando estaba disponible —dice Enoch.

Minutos después, Doug Shaftoe dice:

—¿Hasta qué punto te importa, Randy?

—¿Qué quieres decir?

—¿Estarías dispuesto a morir para evitar que Wing se quede con el oro?

—Probablemente no.

—¿Estarías dispuesto a matar?

—Bien —dice Randy, algo desconcertado—. Dije que no estaría dispuesto a morir. Por tanto…

—No me vengas con la gilipollez de la regla dorada —dice Doug—. Si alguien entrase en tu casa en medio de la noche, amenazase a tu familia y tú tuvieses una escopeta en las manos, ¿la usarías?

Randy, involuntariamente, mira en dirección a Amy. Porque no es sólo un acertijo ético. También es una prueba para determinar si Randy merece convertirse en el marido de la hija de Doug, y en el padre de sus nietos.

—Bien, espero que sí —dice Randy. Amy finge no escuchar.

El agua a su alrededor emite sonidos de salpicadura y movimiento. Todos se encogen. Luego comprenden que un puñado de pequeños guijarros cayeron al agua desde arriba. Miran el borde del saliente y ven un ligero movimiento: Jackie Woo, allá arriba, saludándoles con la mano.

—Se me va la vista —dice Doug—. ¿A ti te parece que está intacto?

—¡Sí! —dice Amy. Sonríe, sus dientes de perla relucen blancos bajo el sol, y devuelve el saludo.

Jackie sonríe abiertamente. En una mano lleva una vara larga y llena de barro: su explorador de minas. En la otra tiene una lata sucia del tamaño de una paloma de porcelana. La levanta y la agita en el aire.

—¡Mina nipo! —grita con alegría.

—Bien, déjala en el suelo, ¡gilipollas! —aúlla Doug—, después de tanto tiempo va a estar increíblemente inestable. —Luego adopta una expresión de confusión incrédula—. ¿Quién coño activó la mina si no fuiste tú? Allí arriba había alguien gritando.

—No le he encontrado —dice Jackie Woo—. Dejó de gritar.

—¿Crees que está muerto?

—No.

—¿Oíste alguna otra voz?

—No.

—Jesús —dice Doug—, alguien lleva siguiéndonos todo el día. —Mira la ribera opuesta, donde John Wayne ha conseguido llegar hasta el borde y lo ve todo. Entre ellos intercambian unos gestos (han traído walkie-talkies, pero Doug los desprecia como muletas para debiluchos y aficionados). John Wayne se tiende sobre el estómago y saca un par de binoculares con lentes objetivo tan grandes como platos y comienza a examinar el lado de Jackie Woo.

El grupo en el río sigue avanzando en silencio durante un rato. Ninguno de ellos comprende qué está pasando, por lo que está bien que tengan que ir buscando minas para mantener las manos y la cabeza ocupadas. El tubo de Randy golpea algo flexible, enterrado a un par de pulgadas de profundidad en el cieno y la grava. Se echa atrás con tanta fuerza que casi se cae de culo, e invierte un minuto o dos intentando recuperar la compostura. El cieno da a todo el aspecto sugerente y vacío de un cadáver cubierto con una sábana. Le cansa la mente el intentar identificar la forma. Aparta algo de grava y pasa la mano suavemente. Hojas muertas llegan por el agua y le acarician el antebrazo.

—Aquí hay una rueda vieja —dice—. Grande. Para camión. Lisa como un huevo.

De vez en cuando un pájaro de colores desciende de entre la sombra de la jungla y destella bajo el sol, siempre cagándolos de miedo. El sol es brutal. Randy estaba a sólo unas yardas de la sombra de la ribera cuando empezó todo y ahora está completamente seguro de que va a desmayarse por una insolación antes de llegar.

En cierto momento Enoch Root empieza a murmurar en latín. Randy mira en su dirección y ve que sostiene un cráneo humano.

Un pájaro luminoso e iridiscente de color azul con una cimitarra amarilla montada sobre una cabeza negra y naranja sale disparado de la jungla, toma el control de una roca cercana y le mira con la cabeza inclinada. La tierra vuelve a agitarse; Randy se estremece y de sus cejas cae una cortina de gotitas de sudor.

—Bajo las rocas y el barro hay cemento reforzado —dice Doug—. Puedo ver las barras que sobresalen.

Otro pájaro o algo salta de entre las sombras, dirigido casi directamente hacia el agua a tremenda velocidad. Amy emite un curioso gruñido. Randy está volviéndose para mirarla cuando un tremendo alboroto se desencadena arriba. Levanta la vista para ver una flor de fuego saltando de pronto del cañón del rifle de asalto de John Wayne. Parece estar disparando directamente al otro lado del río. Jackie Woo también da unos tiros. Randy, que está agachado, pierde el equilibrio al mover tanto la cabeza y tiene que usar una mano para sostenerse, que por suerte no acaba sobre una mina. Mira en dirección a Amy; sobre el agua sólo se ven su cabeza y sus hombros, y no mira en ninguna dirección en particular con una mirada en los ojos que a Randy no le gusta nada. Se pone en pie y empieza a acercarse a ella.

—Randy, no lo hagas —dice Doug Shaftoe. Doug ya ha llegado a la sombra, y está sólo a un par de pasos de la cortina de vegetación que cuelga sobre la ribera.

Hay algo moviéndose sobre la superficie del río no lejos del rostro de Amy; no lo mueve la corriente. Se mueve cuando Amy se mueve. Randy da otro paso en su dirección, poniendo el pie sobre un gran pedrusco cubierto de cieno cuya parte alta puede distinguir por entre el agua lechosa. Se agacha sobre el pedrusco como si fuese un pájaro y mira con atención a Amy, que está quizá a unos quince pies de él. John Wayne da una serie de disparos con su rifle. Randy nota que el algo está hecho de plumas, unidas al extremo de un palo delgado.

—Le han disparado con una flecha —dice Randy.

—Bien, lo que nos faltaba —masculla Doug.

—Amy, ¿dónde te han dado? —dice Enoch Root.

Parece que Amy todavía no puede hablar. Está de pie en una posición rara, sosteniéndose sobre la pierna izquierda, y al levantarse la flecha sale del agua y resulta estar encajada en medio de su muslo derecho. Al principio la herida está limpia pero luego sale sangre de ella alrededor de la flecha y comienza a recorrer la pierna bifurcándose.

Doug está ocupado con un furioso intercambio de señales con los hombres allá arriba.

—Sabes —susurra—, estoy seguro de que esta es una de esas situaciones clásicas en la que un supuesto reconocimiento de rutina se convierte en una batalla en toda regla.

Amy agarra la flecha con ambas manos e intenta romperla, pero la madera está verde y no se rompe con facilidad.

—He dejado caer el cuchillo —dice. Su voz suena tranquila, porque se esfuerza en que así sea—. Creo que podré soportar el dolor durante un rato —dice—. Pero no me gusta nada.

Cerca de Amy, Randy puede ver otro pedrusco cubierto de cieno cerca de la superficie, quizás a unos seis pies de distancia. Se prepara y da un salto. Pero resbala y cae tan largo como es sobre el lecho del río Cuando se sienta y le da un vistazo, el pedrusco resulta ser un objeto cilindrico achaparrado tan ancho como un plato sopero y de varias pulgadas de grueso.

—Randy, estás mirando una mina antitanque nipo —dice Doug—. Se vuelven muy inestables con la edad, y contienen explosivo suficiente para decapitarnos a todos. Por tanto, si pudieses dejar de comportarte durante un rato como un completo gilipollas, estoy seguro de que todos te lo agradeceríamos.

Amy le muestra a Randy la palma de una mano.

—No pretendo que demuestres nada —dice—. Si pretendes decirme que me quieres, envíame una puta tarjeta de San Valentín.

—Te quiero —dice Randy—. Quiero que estés bien. Quiero que te cases conmigo.

—Bien, es muy romántico —dice Amy sarcástica, y luego empieza a llorar.

—Oh, Dios mío —dice Doug Shaftoe—. ¡Ya podréis hacerlo más tarde! Tranquilizaos. El que disparó la flecha se fue hace rato. Los Huks son guerrilleros. Saben cómo desaparecer.

—No la disparó un Huk —dice Randy—. Los Huks tienen armas de fuego. Incluso yo lo sé.

—Entonces, ¿quién la disparó? —pregunta Amy, luchando por recuperar la compostura.

—Parece una flecha Cayuse —dice Randy.

—¿Cayuse? ¿Crees que la disparó un Cayuse? —pregunta Doug. Randy admira que Doug, aunque escéptico, esté esencialmente abierto a considerar la idea.

—No —dice Randy, dando otro paso en dirección a Amy, esquivando la mina antitanque—. Los Cayuse desaparecieron. Sarampión. Así que la fabricó un hombre blanco experto en las prácticas de caza de las tribus indias del noroeste. ¿Qué más sabemos de él? Que es realmente bueno moviéndose por la jungla. Y que está tan totalmente loco que incluso después de que una mina terrestre le hiriese, todavía sigue arrastrándose por la maleza disparándole a la gente. —Randy explora el fondo mientras camina, y ahora da otro paso. Se encuentra a sólo seis pies de Amy—. No a cualquiera… le disparó a Amy. ¿Por qué? Porque nos ha estado observando. Vio a Amy sentada a mi lado cuando descansamos, apoyando su cabeza sobre mi hombro. Sabe que si quiere hacerme daño, lo mejor es dispararle a ella.

—¿Por qué quiere hacerte daño? —pregunta Enoch.

—Porque es malvado.

Enoch parece tremendamente impresionado.

—Bien, ¿quién coño es? —sisea Amy. Ahora está irritada, lo que Randy se toma como buena señal.

—Su nombre es Andrew Loeb —dice Randy—. Y Jackie Woo y John Wayne no lo encontrarán jamás.

—Jackie y John son muy buenos —objeta Doug.

Otro paso. Casi puede tocar a Amy.

—Ese es el problema —dice Randy—. Son demasiado inteligentes para correr por un campo minado sin explorar a cada paso. Pero a Andrew Loeb le importa una mierda. Andrew está totalmente loco, Doug. Correrá por ahí arriba a voluntad. O se arrastrará, o saltará o lo que sea. Apostaría a que Andy con una pata arrancada por una mina, y sin que le preocupe si vive o no, puede moverse más rápido por un campo de minas que Jackie, cuando a Jackie sí le importa.

Finalmente, Randy llega. Se agacha junto a Amy, quien se inclina, pone ambas manos sobre sus hombros y deja descansar su peso sobre Randy, lo que para él es agradable. El extremo de su cola de caballo le pinta la nuca de cálida agua de río. Tiene la flecha prácticamente en su cara.

Randy saca su herramienta multipropósito, pone la sierra y corta la flecha mientras Amy la mantiene firme con una mano. Luego Amy extiende la mano, se agita, le grita a Randy al oído y golpea el extremo de la flecha. Desaparece en el interior de su pierna. Cae sobre la espalda de Randy y llora. Randy lleva la mano hasta la pierna, agarra el astil y tira.

—No veo señales de hemorragia arterial —dice Enoch Root, que la ve bien desde atrás.

Randy se pone en pie, levantando a Amy en el aire, tirada sobre su hombro como si fuese un saco de arroz. Le avergüenza que ahora el cuerpo de Amy le esté protegiendo de más ataques con flechas. Pero Amy está dejando claro que no está de humor para caminar.

La sombra está a sólo cuatro pasos: sombra y refugio.

—Una mina terrestre sólo arranca una pierna o un pie, ¿no? —dice Randy—. Si piso una, no mataré a Amy.

—¡No es una de tus mejores ideas, Randy! —grita Doug, casi despectivo—. Simplemente cálmate y tómate tu tiempo.

—Simplemente quiero saber cuáles son mis opciones —dice Randy—. No puedo buscar minas mientras cargo con ella.

—Entonces yo iré hacia ti —dice Enoch Root—. Oh, ¡a la mierda! —Enoch se endereza y llega hasta ellos en media docena de pasos.

—¡Aficionados de mierda! —aúlla Doug. Enoch Root le ignora, se agacha frente a los pies de Randy y comienza a explorar.

Doug sale de la corriente y se sube a unos peñascos que siguen la orilla.

—Voy a subir la pared —dice—, para reforzar a Jackie. Él y yo encontraremos juntos a ese Andrew Loeb. —Está claro que en este caso «encontraremos» es un eufemismo para una larga lista de operaciones desagradables. La orilla está formada por piedra erosionada con fragmentos de piedra volcánica dura sobresaliendo con frecuencia, y saltando de saliente en saliente, Doug puede recorrer la mitad de la orilla en el tiempo que le lleva a Enoch Root localizar un lugar seguro para plantar el pie. Randy no querría ser el tipo que acaba de disparar una flecha a la hija de Doug Shaftoe. Doug se ve frustrado durante un momento por el saliente; pero desplazándose un poco transversalmente puede llegar hasta un montón de raíces que casi hacen de escalera para subir.

—Amy está temblando —anuncia Randy—. Amy está temblando.

—El shock. Mantén su cabeza baja y sus piernas en alto —dice Enoch Root. Randy cambia a Amy de posición, casi perdiéndola al agarrar una pierna cubierta de sangre.

Una de las cosas sobre las que Goto Dengo habló durante la cena en Tokio fue de la práctica nipona de ajustar los arroyos de los jardines moviendo rocas de un sitio a otro. El sonido de un riachuelo está producido por los patrones en el flujo del agua, y esos patrones codifican la presencia de rocas en el lecho. A Randy le pareció oír en esa idea el eco de lo que sucedía con los vientos de Palouse, y así lo dijo, y Goto Dengo pensó que era terriblemente inteligente o que estaba siendo amable. En cualquier caso, varios minutos después hay un cambio en el sonido del agua que fluye a su alrededor, y Randy naturalmente mira corriente arriba para ver a un hombre en el agua como a una docena de pies de distancia. El hombre lleva la cabeza afeitada, tan quemada por el sol como la bola del 3. Lleva puesto lo que solía ser un traje bastante bueno, que ahora prácticamente se ha convertido en uno con la jungla: está impregnado de fango rojo, en una capa tan gruesa que adopta todo tipo de formas a medida que se pone en pie. Lleva un enorme palo, un bastón de mago. Lo ha plantado en el fondo del río y está como trepando por él una mano tras otra. Cuando se pone completamente erguido, Randy puede ver que su pierna derecha termina justo bajo la rodilla, aunque la tibia y la fíbula sobresalen unas pulgadas. Los huesos están chamuscados y astillados. Andrew Loeb ha improvisado un torniquete con unos palos y una corbata de seda de cien dólares que Randy está bastante seguro de haber visto en los escaparates de las tiendas libres de impuestos de los aeropuertos. Eso ha reducido el flujo de sangre del extremo de la pierna al ritmo de, digamos, una cafetera mientras prepara café. Una vez que Andy ha conseguido ponerse totalmente erguido, sonríe con alegría y comienza a moverse en dirección a Randy, Amy y Enoch, saltando sobre la pierna buena y empleando el bastón de mago para evitar caerse. En la mano libre lleva un enorme cuchillo: del tamaño de un cuchillo de monte, pero con todas las escarpias, sierras, canales para la sangre y otras características extras que conforman un verdadero cuchillo de lucha y supervivencia de primera línea.

Ni Enoch ni Amy ven a Andrew. Randy tiene ahora la idea en cuya dirección ya le puso Doug, es decir, que la habilidad de matar a alguien es básicamente una cuestión mental y no un asunto de medios físicos; un asesino en serie con un par de pies de cuerda para tender la ropa es mucho más peligroso que una animadora armada con un bazoka. Randy siente con toda seguridad, de pronto, que se encuentra en ese estado mental. Pero no tiene los medios.

Y ese, resumido, es el problema. Los tipos malos suelen disponer de los medios.

Andy le está mirando directamente a los ojos sonriéndole, precisamente la misma sonrisa que verías en la cara de un viejo conocido al que te encontrases en el pasillo de un aeropuerto. Mientras se acerca, va como cambiando el enorme cuchillo en la mano, agarrándolo de la forma correcta para el ataque que esté a punto de hacer. Es ese detalle el que finalmente saca a Randy de su trance y le hace bajar a Amy y dejarla caer en el agua a su espalda. Andrew Loeb da otro paso al frente y planta el bastón de mago, que de pronto vuela por los aires como un cohete, dejando un cráter humeante en el agua, que, evidentemente, se llena al instante. Ahora Andy está de pie como una cigüeña, habiendo conservado milagrosamente el equilibrio. Dobla su rodilla restante y salta hacia Randy, y luego lo hace de nuevo. Luego está muerto y cae hacia atrás, y Randy está sordo, o quizá suceda en otro orden. Enoch Root se ha convertido en una columna de humo con un fuego blanco que escupe y ladra en su centro. Andrew Loeb se ha convertido en una alteración roja en forma de cometa en la corriente, señalada por un único brazo que sobresale del agua, un puño de camisa todavía curiosamente blanco, un gemelo con la forma de una pequeña abeja y unos dedos delgados agarrando un enorme cuchillo.

Randy se vuelve y mira a Amy. Esta se ha apoyado sobre un brazo. En la mano opuesta sostiene un revólver razonable y útil que apunta en la dirección de Andrew Loeb.

Algo se mueve en el rabillo del ojo de Randy. Vuelve la cabeza con rapidez. Una nube coherente de humo, en forma de espectro, se aleja de Enoch siguiendo la superficie del río, llegando adonde brilla el sol. Enoch está de pie sosteniendo un enorme y viejo 45 y moviendo los labios siguiendo la desigual cadencia de alguna lengua muerta.

Los dedos de Andrew se aflojan, el cuchillo cae y luego el brazo se relaja, pero no desaparece. Un insecto aterriza en el pulgar y empieza a comérselo.