GANCHOS
SOBRE UN
OTERO cubierto de hierba, un hombre se oculta tras una
tumba, mirando por medio de un telescopio montado sobre un trípode,
siguiendo el paso decidido de una figura vestida con un hábito y
cubierta con una capucha que camina sobre la hierba.
FUNERAL. Ese es el gancho que los delató. El nipón
de uniforme norteamericano, a quien Enoch Root esta dejando atrás,
debe de ser ese Goto Dengo. Lawrence Pritchard Waterhouse ha visto
el nombre taladrado en tantas tarjetas ETC que ya no precisa leer
las letras impresas en la parte alta de la tarjeta: puede
identificar un «Goto Dengo» a un brazo de distancia simplemente
mirando el patrón de rectángulos taladrados. Lo mismo puede decir
de unas dos docenas de ingenieros de minas y topógrafos nipones que
trajeron a Luzón en 1943 y 1944, en respuesta a mensajes
Azur/Tetraodóntido que emanaron de Tokio. Pero, por lo que
Waterhouse puede deducir, todos los demás están muertos. O eso o se
retiraron al norte con Yamashita. Sólo uno de ellos está sano y
salvo, viviendo en lo que queda de Manila, y ese es Goto Dengo.
Waterhouse iba a entregarlo a Inteligencia del Ejército de Tierra,
pero ya no parece tan buena idea ahora que el nipo imposible de
matar se ha convertido en protegido personal del general.
Root va en dirección a esos dos misteriosos hombres blancos que asistieron al funeral de Bobby Shaftoe. Waterhouse los observa cuidadosamente por el telescopio, pero la óptica mediocre en combinación con las olas de calor que salen de entre la hierba complican la operación. Uno de ellos le parece extrañamente familiar. Lo que no deja de ser extraño porque Waterhouse no conoce a ningún hombre de barba, largo pelo rubio y un parche negro.
De su frente salta una idea totalmente formada, sin avisar. Así es como llegan las mejores ideas. Ideas que cultiva con paciencia a partir de diminutas semillas jamás germinan o se convierten en monstruosidades. Las buenas ideas se presentan de pronto, como los ángeles de la Biblia. No puedes ignorarlas simplemente porque sean ridículas. Waterhouse contiene la risa e intenta no emocionarse demasiado. La parte aburrida, tediosa y burocrática de su mente se siente irritable y desea ver algunas pruebas que apoyen la idea.
Cosa que sucede con rapidez. Waterhouse sabe, como demostró frente a Earl Comstock, que hay información extraña fluyendo por el aire, surgiendo en forma de puntos y rayas de unos pocos transmisores débiles dispersos por Luzón y las aguas vecinas, cifrada empleando el sistema Aretusa. Hace dos años que Lawrence y Alan saben que Rudy lo inventó, y por la cháchara descifrada en Bletchley Park y Manila, ahora saben otras cosas. Saben que Rudy huyó del gallinero en 1943 y que, probablemente, fue a Suecia. Saben que un tal Günter Bischoff, capitán del submarino que sacó a Shaftoe y a Root del agua, también acabó en Suecia, y que Dönitz le persuadió para que aceptase realizar los traslados de oro que hasta ese momento había realizado el U-553 antes de encallar en Qwghlm. A los chicos de Inteligencia Naval les fascina Bischoff, así que ya lo han sometido a un buen montón de indagaciones. Waterhouse ha visto fotos de sus días de estudiante. El más bajo de los dos hombres a los que ahora mira podría ser el mismo tipo, ahora en su mediana edad. Y el más alto, el del parche en el ojo, podría ser definitivamente Rudy von Hacklheber en persona. Por tanto, se trata de una conspiración.
Poseen comunicaciones seguras. Si Rudy es el arquitecto de Aretusa, entonces esencialmente será imposible de romper, exceptuando descuidos casuales como eso del FUNERAL.
Tienen un submarino, imposible de localizar o hundir, porque es uno de los nuevos amorcitos de Hitler que usan combustible de cohete, y porque Günter Bischoff, el mejor comandante de submarinos de la historia, es su capitán.
Tienen, a cierto nivel, el apoyo de la extraña hermandad a la que pertenece Root, esos tipos de la ignoti et quasi occulti.
Y ahora intentan alistar a Goto Dengo. El hombre que, es seguro suponerlo, enterró el oro.
Hace tres días, los chicos de interceptaciones de la sección de Waterhouse pillaron una ráfaga de mensajes Aretusa, intercambiados entre un transmisor oculto en algún lugar de Manila y uno móvil en el mar meridional de China. Más tarde se enviaron Catalinas a este último, y detectaron primero ecos apagados de radar, pero no encontraron nada al llegar a la escena. Un equipo de rompecódigos novatos saltaron sobre esos mensajes e intentaron romperlos a base de fuerza bruta. Lawrence Pritchard Waterhouse, el veterano, fue a dar un paseo por el malecón de la bahía de Manila. De pronto se levantó una brisa que venía de la bahía. Se detuvo para que le refrescase la cara. Un coco cayó de lo alto y se destrozó sobre el suelo a unos diez pies. Waterhouse giró sobre sus talones y regresó a la oficina.
Justo antes de que comenzase la ráfaga de mensajes Aretusa, Waterhouse había estado sentado en su oficina escuchando la radio de las Fuerzas Armadas. Acababan de anunciar que, dentro de tres días, a tal y tal hora, se iba a celebrar el funeral del héroe, Bobby Shaftoe, en el enorme y nuevo cementerio de Makati.
Sentado en su oficina con las nuevas interceptaciones Aretusa en la mano, se puso a trabajar, usando FUNERAL como gancho: si ese grupo de siete letras se descifra como FUNERAL, entonces ¿cómo es el resto del mensaje? ¿Un galimatías? Vale, ¿qué hay de ese grupo de siete letras?
Incluso con el regalo que le habían hecho, le llevó dos días y medio de trabajo continuo descifrar el mensaje. El primero, transmitido desde Manila, decía: EL FUNERAL DE NUESTRO AMIGO SÁBADO DIEZ TREINTA AM CEMENTERIO MILITAR DE LOS ESTADOS UNIDOS MAKATI.
La respuesta del submarino: ESTAREMOS ALLÍ SUGERIMOS INFORMES A GD.
Vuelve a centrar el telescopio en Goto Dengo. El ingeniero nipón está de pie con la cabeza inclinada y los ojos ligeramente cerrados. Quizá sus hombros suban y bajen, quizá sea sólo la ola de calor que da esa impresión.
Pero luego Goto Dengo se pone bien recto y da un paso en dirección a los conspiradores. Se detiene. Luego da otro paso. Luego otro más. Su postura va enderezándose de forma milagrosa. Parece sentirse mejor a cada paso que da. Camina más y más rápido, hasta estar casi corriendo.
Lawrence Pritchard Waterhouse está lejos de ser un telépata, pero puede deducir con facilidad lo que Goto Dengo está pensando: tengo una carga sobre los hombros y ha estado aplastándome. Y ahora voy a pasar la carga a otras personas. ¡Maldición! Bischoff y Rudy von Hacklheber se adelantan para reunirse con él, alargando con entusiasmo las manos derechas. Bischoff, Rudy, Enoch y Goto Dengo forman un nudo, prácticamente sobre la tumba de Bobby Shaftoe.
Es una pena. Waterhouse conocía a Bobby Shaftoe, y le hubiese gustado asistir a su funeral, no escondido como está ahora. Pero tanto Enoch Root como Rudy le hubiesen reconocido. Waterhouse es su enemigo común.
¿Lo es? En una década llena de Hitlers y Stalins, es difícil preocuparse por una conspiración que aparentemente incluye a un sacerdote, y que arriesga su existencia para asistir al funeral de uno de sus miembros. Waterhouse rueda y se queda tendido sobre la tumba de alguien, meditándolo. Si Mary estuviese aquí, le presentaría el dilema y ella le diría qué hacer. Pero Mary está en Brisbane, eligiendo los vestidos de las damas de honor y la porcelana.
Vuelve a ver a alguno de esos tipos un mes más tarde, en un claro de la jungla a un par de horas al sur de Manila. Waterhouse llega allí antes que ellos, y pasa una noche sudorosa bajo una redecilla para mosquitos. Por la mañana, llega como la mitad de la tripulación del submarino de Bischoff; malhumorados por toda una noche de marcha. Como Waterhouse esperaba, se sienten muy nerviosos por la posibilidad de caer en una emboscada del comandante Huk local conocido como Cocodrilo, y disponen varios vigías por la jungla. Por eso Waterhouse se tomó la molestia de llegar antes que ellos: para no tener que infiltrarse por su línea de piquetes.
Los alemanes que no hacen guardia van a trabajar con las palas, cavando un agujero en el suelo junto a un enorme trozo de piedra pómez roja que tiene la forma vaga de África. Waterhouse está agachado a no más de veinte pies, intentando averiguar cómo dar a conocer su presencia sin que le dispare un hombre blanco nervioso.
Casi consigue acercarse lo suficiente para darle una palmadita en el hombro a Rudy. Luego resbala sobre una roca viscosa. Rudy le oye, se da la vuelta y no ve nada excepto una franja de maleza destrozada por la caída de Waterhouse.
—¿Eres tú, Lawrence?
Waterhouse se pone en pie con cuidado, asegurándose de mantener las manos donde puedan verlas.
—¡Muy bien! ¿Cómo lo supiste?
—No seas estúpido. No hay muchas personas que hubiesen podido encontrarnos.
Se dan la mano. Se lo piensan mejor, y se abrazan. Rudy le da un cigarrillo. Los marineros alemanes los miran incrédulos. Hay algunos otros: un negro y un indio, y un hombre rudo de piel oscura que parece querer matar a Waterhouse allí mismo.
—¡Usted debe ser el famoso Otto! —exclama Waterhouse. Pero Otto no parece dispuesto a hacer nuevos amigos, o siquiera conocidos, en ese momento de su vida, así que se da la vuelta con amargura—. ¿Dónde está Bischoff? —pregunta Waterhouse.
—Ocupándose del submarino. Es arriesgado, está en aguas poco profundas. ¿Cómo nos encontraste, Lawrence? —Responde a su propia pregunta antes de que pueda hacerlo Lawrence—: Descifrando el mensaje largo, evidentemente.
—Sí.
—¿Pero cómo lo hiciste? ¿Me olvidé de algo? ¿Hay una puerta trasera?
—No. No fue fácil. Hace un tiempo rompí uno de vuestros mensajes.
—¿El del FUNERAL?
—¡Sí! —Waterhouse ríe.
—Podría haber matado a Root por enviar un mensaje con un gancho tan evidente. —Rudy se encoge de hombros—. Es difícil enseñar seguridad criptográfica, incluso a hombres inteligentes. Especialmente a ellos.
—Quizá quisiese que lo descifrase —comenta Waterhouse.
—Es posible —admite Rudy—. Quizás él quisiese que yo rompiese el cuaderno de uso único del Destacamento 2702, para que fuese a unirme a él.
—Supongo que Root asume que si eres lo suficientemente inteligente para romper códigos difíciles entonces automáticamente estarás de su lado —dice Waterhouse.
—No estoy seguro de estar de acuerdo… es ingenuo.
—Es un salto de fe —dice Waterhouse.
—¿Cómo rompiste Aretusa? Naturalmente siento curiosidad —dice Rudy.
—Como Azur/Tetraodóntido empleaba una clave diferente cada día, asumí que Aretusa actuaba igual.
—Yo les doy nombres diferentes. Pero sí, continúa.
—La diferencia es que la clave diaria de Azur/Tetraodóntido es simplemente la fecha numérica. Muy fácil de explotar una vez que lo has descubierto.
—Sí. Pretendía que fuese así —dice Rudy. Enciende otro cigarrillo, obteniendo un placer extravagante al hacerlo.
—Mientras que la clave diaria de Aretusa es algo que todavía no he podido descubrir. Quizás una función pseudoaleatoria de la fecha, quizá números aleatorios tomados de un cuaderno de uso único. En cualquier caso, no es predecible, lo que hace que Aretusa sea más difícil de romper.
—Pero rompiste el mensaje largo. ¿Me explicas cómo?
—Bien, la reunión en el cementerio duró poco. Supuse que tendríais que salir de allí con mucha rapidez.
—No parecía un buen lugar para quedarse.
—Por tanto, tú y Bischoff os fuisteis… al submarino, supuse. Goto Dengo regresó a su puesto en el cuartel del general. Sabía que no podía haberos dicho nada de importancia en el cementerio. Eso tendría que ser después, y tendría que ser en forma de un mensaje cifrado con Aretusa. Estás justificadamente orgulloso de Aretusa.
—Gracias —dice Rudy con vigor.
—Pero el inconveniente de Aretusa, al igual que Azur/Tetraodóntido, es que requiere muchos cálculos. No es problema si tienes una máquina de computar, o una sala llena de operarios de ábaco. ¿Debo asumir que tienes una máquina a bordo del submarino?
—Así es —dice Rudy poco seguro de sí mismo—, nada especial. Todavía exige muchos cálculos manuales.
—Pero Enoch Root en Manila, y Goto Dengo, no podrían tener tal cosa. Tendrían que cifrar sus mensajes a mano… realizando todos los cálculos en hojas de papel. Enoch ya conocía el algoritmo, y podría comunicárselo a Goto Dengo, pero tendríais que poneros de acuerdo en una clave para introducirla en el algoritmo. Sólo podríais haber acordado una clave cuando estabais todos juntos en el cementerio. Y durante vuestra conversación, te vi señalar la lápida de Shaftoe. Así que supuse que lo empleabais como clave… quizá su nombre, quizá sus fechas de nacimiento y muerte, quizá su número militar. Resultó ser el número.
—Pero seguías sin conocer el algoritmo.
—Sí, pero tenía la idea de que estaba emparentado con el algoritmo Azur/Tetraodóntido, que a su vez está relacionado con las funciones zeta que estudiamos en Princeton. Así que me senté y me dije, si Rudy fuese a construir el criptosistema definitivo con esta base, y si Azur/Tetraodóntido es una versión simplificada de ese sistema, entonces ¿qué es Aretusa? Eso me ofreció un puñado de posibilidades.
—Y de un puñado pudiste elegir la correcta.
—No —dice Waterhouse—, era demasiado difícil. Así que fui a la iglesia en la que trabajaba Enoch, y busqué en su papelera. Nada. Fui a la oficina de Goto Dengo e hice lo mismo. Nada. Los dos quemaban los papeles.
El rostro de Rudy se relaja de pronto.
—Oh, bien. Temía que estuviesen haciendo algo increíblemente estúpido.
—En absoluto. Por tanto, ¿sabes qué hice?
—¿Qué hiciste, Lawrence?
—Fui y mantuve una charla con Goto Dengo.
—Sí. Eso nos contó.
—Le hablé de mis investigaciones con Azur/Tetraodóntido, pero no le dije que lo había roto. Conseguí que hablase, de forma muy general, sobre lo que hacía en Luzón el pasado año. Me contó la misma historia a la que ha sido fiel, que consiste en que estaba construyendo una fortificación sin importancia en algún sitio, y que después de huir de esa zona vagó perdido por la jungla durante varios días antes de salir cerca de San Pablo y unirse a unas tropas de la Fuerza Aérea que se dirigían al norte hacia Manila.
—«Está bien que salieses de ahí —le dije—, porque desde entonces, el líder Hukbalahap, conocido como el Cocodrilo, ha estado saqueando la jungla… está convencido de que los nipones enterrasteis allí una fortuna.»
Tan pronto como la palabra «cocodrilo» sale de la boca de Waterhouse, el rostro de Rudy se contrae de asco y se vuelve.
—Por tanto, cuando el mensaje largo se envió la semana pasada, desde el transmisor que Enoch tiene oculto en lo alto del campanario de esa iglesia, yo tenía dos ganchos. Primero, sospechaba que la clave era el número en la tumba de Bobby Shaftoe. Segundo, estaba casi convencido de que las palabras «Hukbalahap», «cocodrilo» y probablemente «oro» o «tesoro» aparecerían en algún punto del mensaje. También busqué candidatas obvias como «latitud» y «longitud». Con todo eso, romper el mensaje no fue difícil.
Rudy von Hacklheber lanza un gran suspiro.
—Por tanto, tú ganas —dice—. ¿Dónde está la caballería?
—¿Caballería o calvario? —bromea Waterhouse. Rudy sonríe tolerante.
—Sé dónde está el Calvario. No lejos del Gólgota.
—¿Por qué crees que va a venir la caballería?
—Sé que van a venir —dice Rudy—. Tus esfuerzos por romper el mensaje largo habrán precisado de toda una sala llena de computadores. Hablarán. Está claro que el secreto es conocido. —Rudy apaga el cigarrillo a medio fumar, como si se preparase para partir—. Por tanto, te han enviado para hacernos una oferta… rendíos de forma civilizada y recibiréis un buen trato. Algo así.
—Au contraire, Rudy. Nadie más lo sabe, aparte de mí. Dejé un sobre sellado sobre mi mesa, para ser abierto si moría misteriosamente durante este pequeño viaje a la jungla. Ese Otto tiene una terrible reputación.
—No me lo creo. Es imposible —dice Rudy.
—Tú de entre todos. ¿No lo comprendes? ¡Tengo una máquina, Rudy! La máquina realiza el trabajo para mí. Así que no necesito una sala llena de computadores… al menos, no humanos. Y tan pronto como leí el mensaje descifrado, quemé todas las tarjetas. Así que yo soy el único que lo sabe.
—¡Ah! —dice Rudy, dando un paso atrás y mirando el cielo, ajustando su mente a ese hecho nuevo—. Bien, ¿por tanto debo suponer que has venido aquí a unirte a nosotros? Otto pondrá pegas, pero serás bien recibido.
Lawrence Pritchard Waterhouse se lo tiene que pensar. Lo que le sorprende un poco.
—La mayoría del oro se dedicará a ayudar a víctimas de las guerras, de una forma u otra —dice Rudy—, pero si nos quedamos con un diez por ciento como comisión, y lo distribuimos entre toda la tripulación del submarino, todos estaremos entre los hombres más ricos del mundo.
Waterhouse intenta imaginarse como uno de los hombres más ricos del mundo. No parece ajustársele bien.
—He estado intercambiando cartas con un colega en el estado de Washington —dice—. Mi prometida me ha puesto en contacto con él.
—¿Prometida? Felicidades.
—Ella es qwghlmiana-australiana. Parece haber una colonia de qwghlmianos en la colinas Palouse, donde se unen Washington, Oregón e Idaho. En su mayoría pastores. Pero hay una pequeña universidad, y necesitan un profesor de matemáticas. Podría ser director del departamento en unos años. —Waterhouse permanece de pie en medio de la jungla de Filipinas fumándose un cigarrillo y se lo imagina. Nada podría sonar más exótico—. ¡Suena como una buena vida! —exclama, como si fuese la primera vez que lo hubiese pensado—. A mí me parece perfecta.
Las colinas Palouse parecen estar muy lejos. Está impaciente por empezar a recorrer la distancia.
—Sí, lo parece —dice Rudy von Hacklheber.
—No suenas muy convencido, Rudy. Sé que para ti no sería tan genial. Pero para mí es el paraíso.
—Entonces, ¿me dices que no quieres entrar?
—Voy a decirte esto. Dices que la mayor parte del dinero se dedicará a caridad. Bien, a la universidad le vendría bien una donación. Si vuestro plan sale bien, ¿qué tal dotar una cátedra para mí en la universidad? Es lo que realmente quiero.
—Lo haré —dice Rudy—, y también dotaré una para Alan, en Cambridge, y os daré laboratorios enteros llenos de computadores eléctricos. —Los ojos de Rudy vagan hacia el agujero en el suelo, donde los alemanes, habiendo retirado la mayor parte de sus centinelas, están haciendo buenos progresos—. Sabes que este no es más que uno de los escondrijos periféricos. Capital inicial para financiar el trabajo en el Gólgota.
—Sí. Igual que lo planearon los nipos.
—Excavaremos pronto. Mucho antes, ¡ahora que ya no nos tenemos que preocupar del Cocodrilo! —dice Rudy, y ríe. Es una risa sincera y genuina, la primera vez que Waterhouse le ha visto dejar caer la guardia—. Luego nos ocultaremos hasta que termine la guerra. Mientras tanto, quizá quede suficiente para hacerte a ti y a tu novia qwghlmiana un bonito regalo de bodas.
—Nuestra porcelana es Lavender Rose de Royal Albert —dice Waterhouse.
Rudy se saca un sobre del bolsillo y lo apunta.
—Ha sido muy amable por tu parte venir a decir hola —masculla alrededor del cigarrillo.
—Esos paseos en bicicleta en Nueva Jersey bien podrían haberse producido en otro planeta —dice Waterhouse, agitando la cabeza.
—Así fue —dice Rudy—. Y cuando Douglas MacArthur entre en Tokio, el mundo volverá a cambiar de nuevo. Ya nos veremos, Lawrence.
—Ya nos veremos, Rudy. Buen viaje.
Se abrazan una última vez. Waterhouse se aparta y durante unos momentos observa las palas morder la tierra roja, luego da la espalda a todo el dinero del mundo y comienza a caminar.
—¡Lawrence! —grita Rudy.
—¿Sí?
—No olvides destruir el sobre cerrado que dejaste en tu oficina.
Waterhouse ríe.
—Ah, mentí sobre ese punto. En caso de que alguien quisiese matarme.
—Qué alivio.
—¿Sabes que la gente siempre dice «sé guardar un secreto» y siempre se equivoca?
—Sí.
—Bien —dice Waterhouse—. Yo sé guardar un secreto.