SANTA MÓNICA
LA
INFRAESTRUCTURA militar de Estados Unidos (ha decidido
Waterhouse) es ante todo y por encima de todo una red insondable de
mecanógrafos y oficinistas y, en segundo lugar, un formidable
mecanismo para mover cosas de una parte del mundo a otra y, por
último, el aspecto menos importante, una organización bélica.
Durante el último par de semanas él mismo ha sido propiedad del
segundo grupo. Le han embarcado en trasatlánticos de lujo demasiado
rápidos para ser atrapados por los submarinos alemanes, cosa que no
tiene demasiada importancia ya que, como saben Waterhouse y algunas
otras personas, Dönitz ha declarado la derrota en la batalla del
Atlántico, y ha retirado a los submarinos hasta que pueda construir
una nueva generación, que funcionará con combustible de cohete y
nunca tendrá que salir a la superficie. De tal forma llegó
Waterhouse a Nueva York. En Penn Station cogió un tren al Medio
Oeste, donde pasó una semana con su familia y les aseguró por
enésima vez que, por lo que sabía, nunca le enviarían al
combate.
Luego vuelve a encontrarse en un tren, a Los Ángeles, y ahora espera lo que parece ha de ser una serie matadora de vuelos de avión atravesando el mundo hasta Brisbane.
Es uno entre otro millón de jóvenes, hombres y mujeres, de uniforme y de permiso, vagando por Los Ángeles en busca de algo de entretenimiento.
Ahora bien, dicen que esa ciudad es la capital del entretenimiento y por lo tanto no debería ser difícil encontrarlo. Precisamente, no puedes recorrer una manzana sin toparte con media docena de prostitutas y pasar junto a un número igual de locales nocturnos, cines y salones de billar.
Waterhouse prueba un poco de todo durante sus cuatro días de permiso y se aflige al descubrir que ya nada de eso le entretiene. ¡Ni siquiera las putas!
Quizá sea por eso por lo que pasea por el lado norte del embarcadero de Santa Mónica, buscando una forma de llegar a la playa, que está completamente vacía, lo único en Los Ángeles que no genera comisiones y derechos residuales para alguien. La playa atrae pero no complace. Las plantas de allí, vigilando el Pacífico, parecen venidas de otro planeta. No, ni siquiera parecen plantas reales de un planeta concebible. Son demasiado geométricas y perfectas. Son diagramas esquemáticos de plantas esbozados por un diseñador imposiblemente moderno, muy bueno con la geometría pero que nunca ha ido al bosque y visto plantas de verdad. Ni siquiera crecen desde una matriz orgánica reconocible, están integradas en un polvo ocre y estéril que es lo que en esa parte del país consideran tierra de cultivo. Waterhouse sabe que no es más que el principio, que a partir de ese punto todo se volverá aún más extraño. Ha oído suficientes historias de Bobby Shaftoe para saber que el otro lado del Pacífico va a ser indescriptiblemente extraño.
El sol se prepara para ocultarse y el embarcadero, a lo largo de la playa por la izquierda, está iluminado, una galaxia llamativa; los trajes extravagantes de los feriantes destacan a una milla de distancia, como bengalas de emergencia. Pero Waterhouse no tiene prisa por llegar allí. Puede ver ejércitos ignorantes de soldados, marineros y marines revoloteando por allí, distinguibles por los tonos de sus uniformes.
La última vez que estuvo en California, antes de Pearl Harbor, no era diferente a esos chicos en el embarcadero, sólo un poco más inteligente, con habilidad para los números y la música. Pero ahora comprende la guerra como ellos nunca lo harán. Él sigue vistiendo el mismo uniforme, pero sólo como disfraz. Ahora cree que la guerra, como la entienden esos chicos, es tan completamente ficticia como las películas de guerra que producen al otro lado de la ciudad, en Hollywood.
Dicen que Patton y MacArthur son generales atrevidos; el mundo aguarda con expectación sus próximas salidas tras las líneas enemigas. Waterhouse sabe que Patton y MacArthur, más que cualquier otra cosa, son consumidores inteligentes de Ultra/Magic. La emplean para descubrir dónde ha concentrado el enemigo sus fuerzas, luego las esquivan y atacan allí donde son más débiles. Eso es todo.
Dicen que Montgomery es una mano firme, alguien cauteloso y perspicaz. A Waterhouse no le interesa Monty; Monty es un idiota; Monty no lee Ultra; es más, la ignora en detrimento de sus hombres y el esfuerzo bélico.
Dicen que Yamamoto murió a causa de un accidente afortunado cuando algunos P-38 errantes se encontraron con un grupo anónimo de aviones nipones y los derribaron. Waterhouse sabe que la sentencia de muerte de Yamamoto fue escrita por una impresora de línea de la Electrical Till Corporation en una instalación de criptoanálisis de Hawai, y que el almirante fue víctima de un asesinato político en toda regla.
Incluso ha cambiado su concepto de la geografía. Cuando estaba en casa, se sentaba con su abuelo y miraba el globo, girándolo hasta que sólo veían azul, trazando rutas por el Pacífico, desde un volcán solitario hasta el siguiente atolón olvidado de dios. Waterhouse sabe que esas islitas, antes de la guerra, sólo tenían una única función económica: el procesamiento de información. Las rayas y puntos que viajan por los cables submarinos quedan tragados por las corrientes de la tierra después de algunos miles de millas, como ondas en una marejada. Las potencias europeas colonizaron esas islas más o menos cuando se estaban tendiendo los largos cables, y construyeron estaciones donde se recogían las rayas y puntos que venían por las líneas, los amplificaban y los enviaban a la siguiente cadena de islas.
Algunos de esos cables deben estar sumergidos no muy lejos de esa playa. Waterhouse está a punto de seguir las rayas y puntos hasta el horizonte occidental, donde termina el mundo.
Encuentra una rampa que lleva a la playa y deja que la gravedad le guíe hasta el nivel del mar, mirando al sur y al oeste. El agua se muestra tranquila e incolora bajo un cielo nebuloso, apenas se puede distinguir la línea del horizonte.
La fina arena se hunde bajo sus pies formando gruesas ondas circulares con cumbres alrededor de los tobillos, por lo que debe detenerse y desatarse los duros zapatos de cuero. La arena se ha quedado atrapada en la matriz de sus calcetines negros, así que se los quita y se los mete en los bolsillos. Camina hacia el agua llevando un zapato en cada mano. Ve a otros que han atado los zapatos entre sí alrededor del cinturón, dejando así las manos libres. Pero le ofende la asimetría, así que los lleva como si se preparase para darse la vuelta y caminar sobre las manos con la cabeza colgando.
El sol envía la luz horizontalmente sobre la arena, arañando el caos y creando una línea clara de separación entre luz y oscuridad en cada pequeña duna. Las curvas coquetean y se besan formando un dibujo que es, supone Waterhouse, profundamente fascinante e importante pero demasiado potente para que se ocupe de él su mente cansada. Las gaviotas han aplanado algunas zonas.
La arena de la línea donde golpean las olas ha quedado aplanada. Las huellas de un niño pequeño la atraviesan, extendiéndose como gardenias con delgados rayos. La arena parece un plano geométrico hasta que una lámina del océano la ataca. Luego, los remolinos de agua traicionan pequeñas imperfecciones. A su vez, esos remolinos tallan la arena. El océano es una máquina de Turing, la arena es la cinta; el agua lee las marcas escritas en la arena, en ocasiones las borra y en ocasiones graba marcas nuevas por medio de pequeñas corrientes que son a su vez resultado de las marcas. Recorriendo laboriosamente la línea, Waterhouse aprecia sobre la arena húmeda profundos cráteres que son leídos por el océano. Con el tiempo el océano los borra, pero en ese proceso su estado ha cambiado, la estructura de sus remolinos ha quedado alterada. Waterhouse imagina que la alteración podría de alguna forma propagarse a través del Pacífico hasta un supersecreto dispositivo nipón de vigilancia construido con tubos de bambú y hojas de crisantemo; los operadores nipones sabrían que Waterhouse ha caminado por allí. De la misma forma, el agua arremolinada alrededor de los pies de Waterhouse contiene información sobre el diseño de hélices niponas y la distribución de su flota, si sólo tuviese la inteligencia suficiente para leerla. El caos de las olas, preñado de datos cifrados, se burla de él.
La guerra terrestre ha terminado para Waterhouse. Ahora se ha ido, se ha ido al mar. Es la primera vez que le ha dado un buen vistazo —al mar— desde que ha llegado a Los Ángeles. A él le parece grande. Antes, cuando estaba en Pearl, era un espacio vacío, una nada. Ahora le parece un participante activo, y un vector de información. Luchar una guerra en él podría volverte loco, trastornarte. ¿Cómo será ser un general? ¿Vivir durante años entre volcanes y árboles raros, olvidar los robles, los trigales, las tormentas de nieve y los partidos de fútbol norteamericano? ¿Luchar contra los terribles nipones en la selva, quemándolos en cuevas, haciéndoles caer desde los acantilados? ¿Ser un potentado oriental, la autoridad suprema sobre millones de millas cuadradas, centenares de millones de personas? Tu único contacto con el mundo real una delgada fibra de cobre recorriendo el fondo del océano, el ligero gimoteo de los puntos y rayas en medio de la noche ¿En qué tipo de hombre te convertirías?