GUADALCANAL

LOS CUERPOS DE LOS marine raiders ya no están presurizados, no logran contener la sangre y el aliento. El peso del equipo los aplasta contra la arena. Las olas ya han comenzado a cubrirlos de limo; rastros cometarios de sangre se pierden en el océano, alfombras rojas para cualquier tiburón que pueda estar vigilando la costa. Sólo uno de ellos es un lagarto gigante, pero todos tienen la misma forma general: gruesos en el medio y delgados al extremo, efecto de vivir en el mar.

Un pequeño convoy de barcos nipos está cruzando su horizonte, remolcando barcazas cargadas con suministros metidos en bidones de acero. Shaftoe y su pelotón deberían estar lanzándoles mortero ahora mismo. Cuando aparezcan los aviones americanos y empiecen a darles caña, los nipos tiraran los bidones por la borda y saldrán corriendo, con la esperanza de que algunos de ellos lleguen arrastrados por las olas hasta Guadalcanal.

La guerra ha terminado para Bobby Shaftoe, y no es que sea la primera o última vez. Se mueve con dificultad por entre el pelotón. Las olas le golpean en las rodillas para extenderse a continuación en alfombras mágicas de espuma y sustancias vegetales que se mueven sobre la superficie, por lo que parece que sus huellas se desplazan cuando él camina. Se gira continuamente sin razón y se cae de culo.

Al fin llega al cadáver del auxiliar sanitario y le despoja de todo lo que lleve pintado una cruz roja. Da la espalda al convoy nipo y levanta la mirada hacia la empinada pendiente que cae sobre la costa. Igual podría ser el monte Everest visto desde un campamento base. Shaftoe decide afrontar el desafio con sus manos y rodillas. De vez en cuando, una ola grande le golpea en el culo, se escurre orgiásticamente entre sus piernas y le baña la cara. Le sienta bien y le impide caer hacia delante y quedarse dormido por debajo de la línea de la marea alta.

El siguiente par de días consiste en un puñado de fotografías sucias y desvaídas en blanco y negro, barajadas y repartidas una y otra vez: la playa bajo el agua, la posición de los cadáveres marcada por olas estacionarias. La playa vacía. La playa sumergida de nuevo. La playa salpicada de montones oscuros, como una rebanada del pan de pasas de la abuela Shaftoe. Una cápsula de morfina medio hundida en la arena. Personas menudas y oscuras, en su mayoría desnudas, moviéndose por la playa durante la marea baja y saqueando los cadáveres.

¡Eh, un segundo! Por alguna razón Shaftoe vuelve a estar de pie, agarrado a su Springfield. La jungla no quiere dejarle marchar; en el tiempo que llevaba allí tendido han empezado a crecerle enredaderas sobre los brazos y piernas. Cuando sale, arrastrando follaje a su paso como una carroza en un desfile, el sol se derrama sobre su cuerpo como el sirope caliente sobre un helado. Puede ver que la tierra viene hacia él. Da una vuelta al caer —apreciando momentáneamente a un hombre grande con un rifle— y luego tiene la cara hundida en la arena fría. Las olas rugen en el interior de su cráneo: una agradable ovación en pie por parte de un público de ángeles que, habiendo muerto todos ellos, saben reconocer una buena muerte cuando la ven.

Manos pequeñas le dan la vuelta. Tiene uno de los ojos cerrado por la arena. Mirando por el otro ve un tipo grande con un rifle colgado al hombro. El tipo lleva una buena barba de color rojizo, lo que hace un poco menos probable que se trate de un soldado nipón. Pero ¿qué es?

Le da golpecitos como un médico y reza como un cura; incluso en latín. Pelo plateado ensortijándose junto a un cráneo bronceado. Shaftoe busca alguna insignia en las ropas del tipo. Espera ver un Semper Fidelis pero en su lugar lee: Societas Eruditorum e Ignoti et quasi occulti.

Ignoti et… ¿qué coño significa eso? —pregunta.

—Oculto y desconocido… más o menos —dice el hombre. Habla con un acento extraño, como australiano o alemán. Él a su vez examina la insignia de Shaftoe—. ¿Qué es un marine raider? ¿Un equipo nuevo?

—Como un marine, pero más —dice Shaftoe. Lo que puede sonar a bravuconada. Y en realidad, lo es a medias. Pero el comentario está tan cubierto de ironía como su uniforme de arena, porque en ese momento en particular de la historia un marine no es sólo un hijo de puta peligroso. Es un HIJO DE PUTA peligroso atrapado en medio de ninguna parte (Guadalcanal), sin comida ni armas (cosa debida, como te dirá cualquier marine, a una siniestra conspiración entre el general MacArthur y los nipos) inventando a cada paso, improvisando armas con los objetos que encuentra, confundido, la mitad del tiempo, por las enfermedades y los medicamentos que le han dado para mantener a raya a las enfermedades. Y en cada uno de esos sentidos, un marine raider es (como dice Shaftoe) como un marine, pero más.

—¿Es usted una especie de comando o algo así? —pregunta Shaftoe, interrumpiendo el farfulleo de Rojo.

—No. Vivo en la montaña.

—Oh, ¿sí? ¿Qué haces allá arriba, Rojo?

—Observo. Y hablo por la radio, en código —y vuelve a farfullar.

—¿Con quién hablas, Rojo?

—¿Te refieres a ahora, en latín, o en código por la radio?

—Ambos, supongo.

—En código por la radio hablo con los buenos.

—¿Quiénes son los buenos?

—Es una larga historia. Si sobrevives, quizá te los presente —contesta Rojo.

—¿Y ahora mismo en latín?

—Hablo con Dios —dice Rojo—. Extremaunción, en caso de que no sobrevivas.

Eso le hace pensar en los otros. Recuerda por qué tomó la alocada decisión de ponerse en pie.

—¡Eh! ¡Eh! —intenta sentarse, y como descubre que es imposible, se da la vuelta—. ¡Esos cabrones están saqueando los cuerpos!

No consigue enfocar la mirada y debe limpiarse la arena de uno de los ojos.

En realidad, enfoca perfectamente. Lo que parecen bidones de acero salpicados por la playa resultan ser… bidones de acero salpicados por la playa. Los nativos los sacan de la arena, usando las manos para cavar como los perros, haciéndolos rodar sobre la arena hasta la jungla.

Shaftoe se desmaya.

Cuando despierta hay una hilera de cruces en la playa… palos unidos con lianas, cubiertos con flores salvajes. Rojo las clava con la culata del rifle. La mayoría de los bidones de acero, y la mayoría de los nativos, han desaparecido. Shaftoe necesita morfina. Se lo dice a Rojo.

—Si crees que la necesitas ahora —dice Rojo—, espera. —Le lanza el rifle a un nativo, se acerca a Shaftoe y lo carga sobre el hombro. Shaftoe lanza un grito. Un par de Zeros les sobrevuelan mientras ellos penetran en la selva—. Mi nombre es Enoch Root —dice Rojo—, pero puedes llamarme Hermano.