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EH, SE TRATA de un mercado inmaduro.

Todavía no han empezado las racionalizaciones; Randy sigue sentado en la gran sala de conferencias del sultán, y la reunión está ganando velocidad.

Naturalmente, los primeros en aceptarlo no serán las personas normales.

Tom Howard ocupa la tarima para explicar su trabajo. Randy no tiene demasiado que hacer, así que se está imaginando la conversación de esa noche en el Bomba y Arpeo.

Es como el salvaje Oeste: al principio algo indisciplinado, luego en unos años se calma y obtienes Fresno.

Muchas de las delegaciones han traído mercenarios: ingenieros y expertos en seguridad que recibirán una recompensa si pueden encontrar un fallo en el sistema de Tom. Uno a uno, los tipos se ponen en pie para probar suerte.

Dentro de diez años, las viudas y los repartidores de periódicos tendrán su dinero en un banco del ciberespacio.

Magnífico no sería la palabra que emplearías normalmente para describir a Tom Howard; corpulento y hosco, carente por completo de gracia social, y la verdad es que no se disculpa por ello. La mayor parte del tiempo se sienta en silencio, manteniendo una expresión de aburrimiento esfíngeo, y por tanto es fácil olvidar lo bueno que es.

Pero durante esa media hora en particular de la vida de Tom Howard, es la esencia de la magnificencia. Se enfrenta hoja contra hoja con los siete samurais: los doctorados gurús de más alta capacidad y los expertos en seguridad privada más temibles que Asia puede producir. Uno a uno se enfrentan a él y él les corta la cabeza y las apila sobre la mesa como balas de cañón. En varias ocasiones debe detenerse y meditar durante sesenta segundos antes de dar el golpe mortal. En una ocasión le pide a Eberhard Föhr que haga algunos cálculos en su portátil. Ocasionalmente debe recurrir a la experiencia de John Cantrell en criptografía, o mira a Randy para que este asienta o niegue con la cabeza. Pero al final, acaba con el follón. Beryl mantiene durante toda la operación una sonrisa no demasiado convincente. Avi se limita a agarrar con fuerza los brazos de la silla, con los nudillos pasando de azul a blanco a rosa hasta un brillo normal y saludable en los últimos cinco minutos, cuando queda claro que los samurais se retiran derrotados. Hace que Randy desee descargar seis tiros al techo y gritar «¡Yuuu-piiii!» con todas sus fuerzas.

En lugar de hacerlo, escucha, sólo por si Tom tropieza con el brezo del esoterismo del protocolo plesiosíncrono, de donde sólo Randy pueda sacarle. Eso le da un poco más de tiempo para examinar las caras del resto de las personas en la habitación. Pero la reunión dura ya dos horas, y todos le resultan tan conocidos como sus hermanos.

Tom limpia la espada en la pernera del pantalón y descarga con estruendo su pesado culo sobre la silla de cuero. Los adláteres entran corriendo en la sala trayendo té, café, azúcar y sacarina. El doctor Pragasu se pone en pie y presenta a John Cantrell.

¡Cojones! Hasta ahora, la reunión ha girado en torno a Epiphyte Corp. ¿Qué pasa?

El doctor Pragasu, habiendo desarrollado una amistosa relación con esos hackers californianos, los está usando para conseguir importantes contactos financieros. Eso es lo que pasa.

Es muy interesante desde un punto de vista empresarial. Pero a Randy le resulta un poco molesto y amenazador ese flujo de información en un solo sentido. Para cuando les toque regresar a casa, ese grupo de tipos sospechosos lo sabrán todo sobre Epiphyte Corp., pero Epiphyte seguirá sin enterarse de nada. Sin duda, eso es precisamente lo que quieren.

A Randy se le ocurre mirar al Dentista. El doctor Hubert Kepler está sentado en su mismo lado de la mesa, por lo que es difícil leer su expresión. Pero está claro que no escucha a John Cantrell. Se cubre la boca con una mano y mira al espacio abierto. Sus valkirias se pasan apresuradamente notas entre ellas, como si fuesen niñas de instituto.

Kepler está tan sorprendido como Randy. No parece ser el tipo de hombre al que le gusten las sorpresas.

¿Qué puede hacer Randy ahora mismo para aumentar el valor accionarial? No es su especialidad; se lo dejará a Avi. En lugar de eso, deja de atender a la reunión, abre el portátil y comienza a hackear.

Hackear es realmente una descripción excesiva de lo que está haciendo. Todos los miembros de Epiphyte Corp. tienen portátiles con pequeñas cámaras integradas, de forma que puedan mantener video-conferencias a larga distancia. Avi insistió. La cámara es casi invisible-simplemente un orificio de un par de milímetros de ancho, montado en el centro de la estructura que rodea la pantalla. No tiene lente como tal, es una cámara en el sentido más antiguo, una cámara oscura. Una pared contiene un agujerito y la otra una retina de silicio.

Randy tiene el código fuente —el programa original— del software de videoconferencia. Es razonablemente inteligente en el uso del ancho de banda. Examina el flujo de fotogramas (las imágenes fijas individuales) que vienen de la cámara y comprueba que, aunque la cantidad total de datos de esos fotogramas es grande, la diferencia entre un fotograma y otro es pequeña. Sería completamente diferente si el Fotograma 1 fuese una cabeza parlante, el Fotograma 2, una fracción de segundo más tarde, fuese una postal de una playa de Hawai, el Fotograma 3 la imagen de un circuito impreso y el Fotograma 4 la ampliación de la cabeza de una libélula. Pero realmente, cada fotograma es una cabeza parlante, la cabeza de la misma persona, con ligeros cambios de posición y expresión. El software puede ahorrar el precioso ancho de banda restando matemáticamente cada fotograma nuevo del anterior (ya que, para el ordenador, cada imagen no es más que un número muy largo) y a continuación transmitir sólo la diferencia.

Todo eso significa que ese software tiene muchísimas características integradas para comparar una imagen con otra, y evaluar la magnitud de la diferencia de un fotograma al siguiente. Randy no tiene que escribir esa parte. Sólo tiene que familiarizarse con rutinas ya existentes, aprenderse los nombres y cómo usarlas, lo que le lleva unos quince minutos.

Luego escribe un pequeño programa llamado Fotocriminal que tomará una fotografía de la cámara cada cinco segundos más o menos, la comparará con la fotografía anterior, y, si la diferencia es grande, la grabará en un archivo. Un archivo cifrado con un nombre sin sentido elegido al azar. Fotocriminal no abre ninguna ventana ni escribe nada en pantalla, por lo que la única forma de saber que se está ejecutando es escribir el comando UNIX

ps

y darle a la tecla retorno. A continuación el sistema dará una larga lista de los procesos en ejecución, y Fotocriminal aparecerá en algún lugar de la lista.

Por si a alguien se le ocurre la idea, Randy le da al programa un nombre falso: BuscaVirus. Lo pone en marcha, luego comprueba el directorio y verifica que acaba de grabar una imagen: una foto de Randy. Mientras esté sentado razonablemente quieto, no grabará ninguna foto más; la formación de luz que representa la cara de Randy y que llega a la pared opuesta de la cámara oscura no cambiará demasiado.

En el mundo tecnológico no hay reunión que no tenga al menos una demo. Cantrell y Föhr han desarrollado un prototipo de un sistema de dinero electrónico, simplemente para mostrar el interfaz de usuario y las medidas de seguridad integradas.

—Dentro de un año, en lugar de ir al banco y hablar con un ser humano, simplemente ejecutarás este programa en cualquier parte del mundo —dice Cantrell— y te comunicarás con la Cripta. —Enrojece mientras la palabra se filtra por los intérpretes y llega a los oídos de los demás—. Que es como llamamos al sistema que Tom Howard y yo estamos montando.

Avi se pone en pie, para resolver la crisis con celeridad.

Mì fú —dice, hablándole directamente a los chinos— es una mejor traducción.

Los chinos parecen aliviados, e incluso un par de ellos sonríen al oír a Avi hablar en mandarín. Avi levanta una hoja de papel que muestra los caracteres chinos:[17]

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Plenamente consciente de que acaba de esquivar una bala, John Cantrell continúa hablando vacilante.

—Pensamos que querrían ver el software en acción. Les voy a mostrar ahora una demo en pantalla, y durante el descanso para almorzar podrán venir y probarla ustedes mismos.

Randy lanza el software. Tiene el portátil conectado a una entrada de vídeo en la parte de debajo de la mesa para que los expertos en imagen del sultán puedan proyectar un duplicado de lo que Randy ve en una enorme pantalla de proyección al extremo de la sala. Está ejecutando el interfaz del programa financiero, pero el programa de fotos sigue ejecutándose en el background. Randy le pasa el ordenador a John, que muestra los detalles de la demo (ahora debería haber una fotografía de John Cantrell en el disco duro).

—Yo puedo escribir el mejor software criptográfico del mundo, pero sería inútil a menos que haya un buen sistema para verificar la identidad del usuario —comienza a decir John, habiendo recuperado algo de seguridad—. ¿Cómo sabe el ordenador que tú eres tú? Las claves son muy fáciles de averiguar, robar u olvidar. El ordenador debe saber algo sobre ti que sea tan único como las huellas digitales. Básicamente debe mirar alguna parte de tu cuerpo, como por ejemplo la disposición de vasos sanguíneos en la retina o el sonido distintivo de tu voz, y compararlo con los valores almacenados en su memoria. Ese tipo de tecnología se llama biométrica. Epiphyte Corp. dispone de uno de los más importantes expertos en biométrica del mundo: el doctor Eberhard Föhr, que escribió el que se considera el mejor programa de reconocimiento de escritura manual del mundo. —John pasa con rapidez por los halagos. A Eb y a todos los demás en la sala les aburren; todos han visto el curriculum de Eb—. Ahora mismo tenemos reconocimiento de voz, pero el código es totalmente modular, así que lo podríamos cambiar por otro sistema, como un lector de la geometría de la mano. El cliente puede elegir.

John muestra la demo, y al contrario que la mayoría de las demos, realmente funciona sin dar errores. Incluso intenta engañarla grabando la voz en una grabadora digital portátil de muy buena calidad y luego reproduciéndola. Pero el software no se deja engañar. Este detalle impresiona de verdad a los chinos, quienes, hasta ese punto, se asemejaban al contenido del cubo de la basura de Madame Tussaud después de una exposición sobre la Revolución Cultural.

No todos son tan duros. Harvard Li es un partidario entusiasta de Cantrell, y los pesos pesados filipinos parece que no pueden esperar a depositar todas sus reservas de capital en la Cripta.

¡Hora del almuerzo! Las puertas se abren de par en par para mostrar un salón comedor con buffet en la pared de enfrente, aromatizado con curry, cayena y bergamota. El Dentista se asegura de sentarse en la misma mesa que Epiphyte Corp., pero no habla demasiado; se limita a quedarse sentado con una expresión terriblemente colérica, mirando, masticando y pensando. Cuando Avi al fin le pregunta qué piensa, Kepler dice con ecuanimidad:

—Ha sido informativo.

Las Tres Gracias se mueren de vergüenza en medio de un ataque epiléptico. Evidentemente, informativo es una palabra muy fea en el léxico del Dentista. Significa que Kepler ha aprendido algo en esa reunión, lo que significa que no sabía absolutamente todo lo que iba a suceder, lo que ciertamente en su escala de valores se consideraría un imperdonable fallo de inteligencia.

Se produce un silencio agónico. Luego Kepler dice:

—Pero no carente de interés.

Profundos suspiros de alivio ventilan las denticiones cegadoramente blancas y libres de placa de las Higienistas. Randy intenta imaginarse qué es peor: que Kepler sospeche que alguien le ha ocultado algo o que vea una nueva oportunidad. ¿Qué es más temible, la paranoia o la avaricia del Dentista? Están a punto de descubrirlo. Randy, con su instinto bobalicón y romántico de caer simpático, está a punto de decir algo como «¡Para nosotros también ha sido informativo!», pero contiene la lengua al darse cuenta de que Avi no lo ha dicho. Decirlo no incrementaría el valor accionarial. Mejor mantener las cartas cerca del pecho, no sea que Kepler se pregunte si Epiphyte Corp. conocía de antemano los puntos a tratar.

Randy ha elegido tácticamente su asiento para poder mirar directamente por la puerta de la sala de reuniones y vigilar el portátil. Uno a uno, los miembros de las otras delegaciones se disculpan, van a la sala y prueban la demo, grabando sus voces en la memoria del ordenador y permitiendo que les reconozca. Algunos de los técnicos incluso teclean comandos en el teclado de Randy; probablemente el comando ps, fisgando. A pesar de que Randy lo ha configurado de forma que no se pueda juguetear mucho con él, le molesta muy profundamente ver los dedos de esos extraños golpeando su teclado.

Eso le corroe durante toda la sesión de la tarde, que trata de los enlaces de comunicación que unen Kinakuta al resto del amplio mundo. Randy debería estar prestando atención, ya que repercute enormemente en el proyecto de las Filipinas. Pero no lo está haciendo. Medita sobre el teclado, contaminado por dedos extraños, y luego medita sobre el hecho de que está meditando sobre ese asunto, lo que demuestra su incapacidad para los negocios. Técnicamente el teclado es de Epiphyte —no suyo— y si incrementa el valor accionarial que siniestros tecnócratas orientales examinen sus archivos, debería sentirse feliz por dejarles hacerlo.

Terminan. Epiphyte y los nipones cenan juntos, pero Randy se muestra aburrido y distraído. Al fin, como a las nueve de la noche, se disculpa y va a su habitación. Mentalmente compone una respuesta para root@eruditorum.org, más o menos porque parece haber un mercado genial para estas tecnologías, y es mejor que yo ocupe el nicho en lugar de alguien clara y francamente malvado. Pero antes de que el portátil tenga siquiera tiempo de arrancar, el Dentista, vestido con una bata blanca de felpa y oliendo a vodka y jabón de hotel, llama a la puerta de Randy y se invita a pasar. Invade el baño de Randy (no; de los accionistas) y se sirve un vaso de agua. Se acerca a la ventana de los accionistas y contempla durante varios minutos el cementerio nipón antes de hablar.

—¿Comprende quiénes eran esos hombres? —dice. Su voz, si se sometiese a un análisis biométrico, mostraría incredulidad, desconcierto e incluso algo de diversión.

O quizá sólo finge, intentado que Randy baje la guardia. Quizá él sea root@eruditorum.org.

—Sí —miente Randy.

Cuando Randy reveló la existencia de Fotocriminal, después de la reunión, Avi le elogió por su astucia, imprimió las fotografías en la habitación del hotel y las envió por Federal Express a un detective privado en Hong Kong.

Kepler se vuelve y dedica a Randy una mirada penetrante.

—O tengo mala información sobre vosotros, chicos —dice—, o estáis muy fuera de vuestro elemento.

Si esa fuese su Primera Aventura Empresarial, en ese momento Randy se mearía en los pantalones. Si fuese la Segunda, dimitiría y volvería volando a California al día siguiente. Pero es la tercera, por lo que consigue mantener la compostura. La luz está detrás de él, por lo que quizá Kepler esté momentáneamente deslumbrado y no pueda verle muy bien la cara. Randy bebe un sorbo de agua y respira profundamente, preguntando:

—En vista de los acontecimientos de hoy —dice—, ¿cuál es el futuro de nuestra relación?

—Ya no se trata de proveer de servicio de larga distancia barato a las Filipinas… ¡si lo fue alguna vez! —dice Kepler sombrío—. El flujo de datos a través de las Filipinas tiene ahora un significado completamente diferente. Es una oportunidad estupenda. Simultáneamente, competimos con pesos pesados: los grupos de Australia y Singapur. ¿Podemos competir contra ellos, Randy?

Se trata de una pregunta simple y directa, las más peligrosas.

—No arriesgaríamos el dinero de nuestros accionistas si no lo creyésemos así.

—Una respuesta predecible —brama—. ¿Vamos a mantener una conversación de verdad, Randy, o deberíamos invitar al personal de relaciones públicas e intercambiar notas de prensa?

Durante una aventura empresarial anterior, Randy se hubiese rendido en este punto.

—En este momento concreto no estoy preparado para mantener una conversación real con usted.

—Tarde o temprano tendremos que mantenerla —dice el Dentista. Algún día tendremos que sacar esas muelas del juicio.

—Por supuesto.

—Mientras tanto, debería pensar en esto —dice Kepler, preparándose para salir—. ¿Qué demonios podemos ofrecer en lo que se refiere a servicios de telecomunicaciones que pueda competir contra los chicos de Australia y Singapur? Porque no podemos competir en precios.

Como se trata de la Tercera Aventura Empresarial de Randy, no suelta a las bravas la respuesta: redundancia. En lugar de eso dice:

—Ciertamente tendremos esa pregunta en la cabeza.

—La voz de un relaciones públicas —suelta Kepler, dejando caer los hombros. Sale al pasillo y se da la vuelta diciendo—: Te veré mañana en la Cripta. —Luego parpadea—. O la Bóveda, o la Cornucopia de la Infinita Prosperidad, o cualquiera que sea la palabra china.

Habiendo dejado a Randy tambaleándose debido a esa asombrosa muestra de humanidad, se aleja.