INCENDIO
LA BASE
AMERICANA de Cavite, a lo largo de la costa de la bahía de
Manila, arde bastante bien una vez que la incendian los nipones.
Bobby Shaftoe y el resto del Cuarto Regimiento de Marines le echan
un buen vistazo al pasar junto a ella, huyendo de Manila como
ladrones en la noche. Nunca en su vida se ha sentido más
personalmente humillado, y lo mismo sienten los otros marines. Los
nipos ya han desembarcado en Malaya y se dirigen a Singapur como un
tren sin control, están asediando Guam, Wake, Hong Kong y Dios sabe
qué más, y debería ser evidente para cualquiera que a continuación
atacarán Filipinas. Da la impresión de que un veterano regimiento
de marines de China podría ser de utilidad en Manila.
Pero MacArthur parece opinar que puede defender Luzón por sí mismo, de pie sobre las murallas de Intramuros con su Colt 45. Por tanto, les envían a otro sitio. No tienen ni idea de a dónde. La mayoría de ellos preferiría dirigirse a las playas de Nipón que permanecer en territorio de la Marina.
La noche del comienzo de la guerra, Bobby Shaftoe se había asegurado en primer lugar de devolver a Glory al seno de su familia.
Los Altamira viven en el vecindario de Malate, a un par de millas al sur de Intramuros, y no demasiado lejos del lugar donde Shaftoe acaba de tener su media hora de Glory junto al rompeolas. La ciudad es una locura, y es imposible conseguir un coche. Marineros, marines y soldados salen disparados de bares, clubes nocturnos y salas de baile y piden taxis en grupos de cuatro o seis; una locura igual que Shanghai una noche de sábado; como si la guerra ya estuviese aquí. Shaftoe acaba llevando a Glory en brazos medio camino a casa, porque los zapatos de ella no están hechos para caminar.
La familia Altamira es tan amplia que casi constituye un grupo étnico por sí sola, y todos ellos viven en el mismo edificio; prácticamente en la misma habitación. En una o dos ocasiones Glory ha empezado a explicarle a Bobby Shaftoe cómo se relacionan. Actualmente hay bastantes Shaftoe —en su mayoría en Tennessee— pero el árbol familiar de los Shaftoe todavía cabe en un cuadro decorativo de punto de cruz. La familia Shaftoe es al clan Altamira lo que una única y alienada planta es a una selva. Las familias filipinas, además de ser gigantescas y católicas, están extremadamente interconectadas por relaciones de padrinos y ahijados, como lianas extendidas de rama en rama y de árbol en árbol. Si le preguntan, Glory está encantada, incluso deseosa, de hablar sin parar durante seis horas sobre cómo los Altamira están emparentados unos con otros, y eso sólo para dar una visión general. El cerebro de Shaftoe siempre se desconecta después de los primeros treinta segundos.
La lleva al apartamento, que siempre se encuentra en estado de tumulto histérico incluso cuando la nación no está sufriendo el ataque del Imperio de Nipón. A pesar de ello, la aparición de Glory, poco después del estallido de la guerra, transportada en brazos de un marine de los Estados Unidos, es recibida por los Altamira como si Cristo se hubiese materializado en medio del salón con la Virgen María cargada a la espalda. A su alrededor, mujeres de mediana edad caen de rodillas como si aquel lugar estuviese lleno de gas mostaza. ¡Pero lo hacen para gritar aleluya! Glory se apea con agilidad sobre los tacones altos, mientras las lágrimas exploran la excepcional geometría de sus mejillas, y besa a todos los miembros del clan. Los niños están todos despiertos, aunque son las tres de la mañana. Shaftoe ve un escuadrón de niños, de entre tres y diez años, armados todos con rifles y espadas de madera. Miran a Bobby Shaftoe, resplandeciente en su uniforme, y parecen completamente atónitos; podría meter una pelota de béisbol en la boca de cada uno de ellos desde el otro extremo de la habitación. Por el rabillo del ojo ve a una mujer de mediana edad, emparentada con Glory por una cadena de parentesco increíblemente compleja, y que ya tiene las marcas de los labios de Glory en la mejilla, en curso de colisión con él, completamente decidida a darle un beso. Sabe que debe abandonar el lugar inmediatamente o no saldrá nunca. Por tanto, ignora a la mujer, y sosteniendo la mirada de los niños pasmados, se pone firme y les dirige un saludo perfecto.
Los niños se lo devuelven, desigual, pero con un descaro fantástico. Bobby Shaftoe gira sobre los talones y sale de la habitación, moviéndose como si atacase con bayoneta. Cuenta con regresar al día siguiente a Malate, cuando las cosas se calmen un poco, para comprobar cómo está Glory y el resto de los Altamira.
No vuelve a verla más.
Se presenta en el barco y no se le conceden más permisos de tierra. Se las arregla para mantener una conversación con el Tío Jack, que se sitúa al lado en una pequeña motora el tiempo suficiente para gritarse algunas frases. El Tío Jack es el último de los Shaftoe de Manila, una rama de la familia iniciada por Nimrod Shaftoe de los Voluntarios de Tennessee. Nimrod recibió una bala en el brazo derecho cerca de Quingua, cortesía de un rebelde filipino. Recuperándose en un hospital de Manila, el viejo Nimrod, o «Zurdo» como ya empezaban a llamarle, decidió que le gustaba el coraje de los filipinos; para matar a esa gente fue necesario inventar un nuevo tipo de arma personal ridiculamente potente (el Colt 45). No sólo eso, le gustaba la belleza de sus mujeres. Rápidamente licenciado del servicio, descubrió que la paga por invalidez daba para mucho en la economía local. Montó un negocio de exportación en el río Pasig, se casó con una mujer medio española y tuvo un hijo (Jack) y dos hijas. Las hijas acabaron en Estados Unidos, de regreso a las montañas de Tennessee que habían sido el hogar ancestral de todos los Shaftoe desde que se habían liberado del abuso de los contratos de servidumbre en el siglo XVIII. Jack se quedó en Manila y heredó el negocio de Nimrod, pero no se casó nunca. Para los niveles de Manila, gana una cantidad de dinero bastante apreciable. Siempre ha sido una extraña combinación de comerciante marino y dandy perfumado. Él y el señor Pascual llevan toda la vida haciendo negocios juntos, que es el motivo por el que Bobby Shaftoe conoce al señor Pascual, y llegó á conocer a Glory.
Cuando Bobby Shaftoe repite los últimos rumores, el rostro del Tío Jack se viene abajo. Nadie está dispuesto a enfrentarse al hecho de que pronto estarán siendo asediados por los nipos. Sus siguientes palabras deberían haber sido: «Mierda, salgo pitando de aquí, te enviaré una postal desde Australia.» Pero en lugar de eso, dice algo como:
—Volveré en un par de días para ver cómo estás.
Bobby Shaftoe se muerde la lengua y no dice lo que piensa, que es que él es un marine y está en un barco, que se trata de una guerra, y que los marines en barcos durante una guerra no suelen permanecer en el mismo sitio. Se limita a quedarse allí y ver cómo el Tío Jack se aleja en el barquito, volviéndose de vez en cuando para decirle adiós con el sombrero. Los marineros que rodean a Bobby Shaftoe observan la escena divertidos y con algo de admiración. El puerto es una locura de actividad, porque todo equipo militar que no está fijado al suelo con cemento se lleva a un barco y se envía a Batan o Corregidor, y Tío Jack, de pie en su bote, vestido con un buen traje color crema y sombrero, vadea el tráfico con aplomo. Bobby Shaftoe mira hasta que desaparece hacia el río Pasig, sabiendo que probablemente es el último miembro de su familia que verá al Tío Jack con vida.
A pesar de todas esas premoniciones, se sorprende cuando el barco parte sólo después de unos días de guerra, dejando el amarre en medio de la noche sin la tradicional ceremonia de despedida. Se supone que Manila está repleta de espías nipos, y no habría nada que les gustase más a los nipos que hundir un transporte lleno de marines veteranos.
Manila queda atrás en la oscuridad. La conciencia de que no ha visto a Glory desde aquella noche es como el lento torno de un dentista. Se pregunta cómo le irá. Quizá, cuando la guerra se aclare un poco, y se reafirmen las líneas de batalla, pueda encontrar una forma de que le destinen a esa parte del mundo. MacArthur es un viejo cabrón que se lo pondrá duro a los nipos cuando lleguen. E incluso si Filipinas cae, FDR no permitirá que permanezca durante demasiado tiempo en manos enemigas. Con suerte, en seis meses, Bobby Shaftoe estará marchando por la Avenida Taft de Manila, en uniforme de gala, tras una banda de marines, quizá adornado con una o dos heridas de guerra no muy graves. El desfile llegará a una sección de la avenida que estará ocupada, a lo largo de toda una milla, por los Altamira. Como a medio camino, la multitud se separará y de ella saldrá corriendo Glory, quien se arrojará en sus brazos y le cubrirá de besos. Llevará a la chica directamente a las escalinatas de alguna bonita iglesia donde un sacerdote de sotana blanca les estará esperando con una gran sonrisa en la cara…
El ensueño se disuelve en la nube de humo naranja que se eleva desde la base norteamericana de Cavite. Lleva ardiendo todo el día, y otro depósito de combustible ha estallado. A millas de distancia se puede sentir el calor en la cara. Bobby Shaftoe está en la cubierta del barco, enfundado en un chaleco salvavidas por si les dan con un torpedo. Se aprovecha de la llamarada para observar a una larga fila de marines con chalecos salvavidas, mirando las llamas con expresiones atónitas en los rostros cansados y sudorosos.
Manila está a sólo media hora tras ellos, pero bien podría estar a un millón de kilómetros.
Recuerda Nanjing y lo que los nipos hicieron allí. Lo que le sucedió a las mujeres.
Érase una vez, hace mucho tiempo, una ciudad llamada Manila. Allí vivía una chica. Es mejor olvidar su nombre y su rostro. Bobby Shaftoe empieza a olvidar tan rápido como puede.