ARETUSA
EL
LETRADO Alejandro viene al día siguiente a ver a Randy y
pasan el rato hablando sobre el tiempo y la Asociación de
Baloncesto de Filipinas mientras sobre la mesa intercambian notas
escritas a mano. Randy le pasa a su abogado una nota que dice:
«Pásele esta nota a Chester» y luego otra que le pide a Chester que
revise el baúl de su abuelo y encuentre cualquier viejo documento
sobre el tema de las funciones zeta y que de alguna forma se lo
haga llegar. El letrado Alejandro le pasa a Randy una nota algo
defensiva y claramente orgullosa de sí misma detallando sus
esfuerzos recientes a favor de Randy, que probablemente pretendía
que le animase pero que a Randy le resulta inquietantemente vaga.
La verdad es que, a estas alturas, esperaba resultados más
concretos. La lee y mira con recelo al letrado Alejandro, quien
sonríe y se golpea en la mandíbula, que es la señal para «el
Dentista» y que Randy interpreta como que dicho billonario
interfiere en lo que sea que el letrado Alejandro intente
conseguir. Randy le pasa otra nota que dice: «Pásesela a Avi», y
luego otra más que le pide a Avi que descubra si el general Wing es
cliente de la Cripta.
A continuación no pasa nada durante una semana. Como Randy carece de la información necesaria sobre las funciones zeta, no puede dedicarse a romper códigos durante esa semana. Pero puede edificar los cimientos para el trabajo que realizará más tarde. El Criptonomicón contiene muchos fragmentos de código C que tienen como función realizar ciertas operaciones criptoanalíticas básicas, pero en su mayoría es código personal (mal escrito) y en cualquier caso es preciso traducirlo al más moderno lenguaje C++. Así que eso es lo que Randy hace. El Criptonomicón también describe varios algoritmos que probablemente le vendrán bien, y Randy también los implementa en C++. Puro trabajo rutinario, pero no tiene otra cosa que hacer, y uno de los aspectos positivos de ese tipo de trabajo rutinario es que te familiariza en profundidad con todos los detalles de la matemática; si no comprendes la matemática no puedes escribir el código. Y mientras pasan los días, su mente se transforma en algo parecido a la de un criptoanalista. Esa transformación queda reflejada por la lenta acumulación de código en su biblioteca para romper códigos.
Él y Enoch Root adoptan el hábito de conversar durante y después de sus comidas. Parece que los dos tienen vidas interiores bastante complejas que requieren mucho mantenimiento, y durante el resto del día se ignoran mutuamente. Anécdota tras anécdota, Randy dibuja la trayectoria de su vida hasta ese día. De igual forma, Enoch relata vagamente algunos acontecimientos de la guerra, luego cuenta cómo era vivir en la Inglaterra de posguerra, y luego en los Estados Unidos de los cincuenta. Aparentemente fue durante un tiempo un sacerdote católico, pero le echaron de la Iglesia por alguna razón; no dice por qué, y Randy no pregunta. Después de eso, todo se vuelve vago. Menciona que empezó a pasar mucho tiempo en Filipinas durante la guerra de Vietnam, lo que encaja en la hipótesis general de Randy: si es cierto que las tropas norteamericanas del viejo Comstock peinaron los boon docks de las Filipinas en busca del Primario, entonces Enoch querría estar por la zona, para interferir o al menos vigilarles. Enoch afirma que también viajó mucho para intentar llevar material de Internet a China pero a Randy le suena a tapadera para otra cosa.
Es difícil no tener la sensación de que Enoch Root y el general Wing tienen otras razones para estar cabreados mutuamente.
—Bien, si puedo ser el abogado de Platón, ¿qué quieres decir exactamente con lo de defender la civilización?
—Oh, Randy, ya sabes lo que quiero decir.
—Sí, pero China es un lugar civilizado, ¿no? Lleva ya mucho tiempo.
—Sí.
—Por tanto, quizá tú y el general Wing estéis realmente en el mismo equipo.
—Si los chinos están tan civilizados, ¿cómo es que nunca inventaron nada?
—¡Qué! El papel… la pólvora.
—Quiero decir, algo en el último milenio.
—Ni idea. ¿Qué opinas tú, Enoch?
—Es como los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.
—Sé que todas las cabezas brillantes huyeron de Alemania en los años treinta: Einstein, Born…
—Y Schrödinger, y Von Neumann, y otros… pero ¿sabes por qué huyeron?
—Bien, porque no les gustaban los nazis, ¡evidentemente!
—¿Pero sabes específicamente por qué ellos no gustaban a los nazis?
—Muchos de ellos eran judíos…
—Es más profundo que el simple antisemitismo. Hilbert, Russell, Whitehead, Gödel, todos estaban implicados en un esfuerzo monumental por derribar las matemáticas y reconstruirlas de nuevo desde los cimientos. Pero los nazis creían que las matemáticas eran una ciencia heroica cuyo propósito era reducir el caos hasta obtener orden, como se suponía que tenía que hacer el Nacional Socialismo en la esfera política.
—Vale —dice Randy—, pero lo que los nazis no comprendían era que si la derribabas y la reconstruías desde los cimientos era todavía más heroica que antes.
—Cierto. Llevó a un renacimiento —dice Root—, como en el siglo XVII, cuando los puritanos lo derribaron todo y luego lo reconstruyeron lentamente desde los cimientos. Una y otra vez vemos cómo se repite el patrón de la Titanomaquia: se expulsa a los viejos dioses, regresa el caos, pero del caos resurgen los mismos modelos.
—Vale. Bien… una vez más… ¿hablamos de civilización? —Ares siempre resurge del caos. Nunca desaparecerá. La civilización ateniense se defendió de las fuerzas de Ares con metis, o tecnología. La tecnología se construye sobre la ciencia. La ciencia es como el uroboros del alquimista, devorándose continuamente su propia cola. El proceso de la ciencia no funciona a menos que los jóvenes científicos tengan la libertad de atacar y derribar los viejos dogmas, para embarcarse en una Titanomaquia. La ciencia florece allí donde florece el arte y la libertad de expresión.
—Suena teleológico, Enoch. Los países libres tienen mejor ciencia, por tanto una potencia militar superior, por tanto pueden defender sus libertades. Estás proclamando una especie de Destino Manifiesto.
—Bien, alguien tiene que hacerlo.
—¿No estamos ahora un poco más allá de esas cosas?
—Sé que lo dices sólo para cabrearme. En ocasiones, Randy, Ares queda atrapado en un depósito durante unos años, pero nunca desaparece. La próxima vez que aparezca, Randy, el conflicto girará alrededor de la bio-, micro- y nanotecnología. ¿Quién ganará?
—No lo sé.
—¿Y no te incomoda ni un poquito no saberlo?
—Mira, Enoch, intento mantener la mejor cara, de verdad, pero estoy arruinado y encerrado en esta puta celda, ¿vale?
—Oh, deja de quejarte.
—¿Qué hay de ti? Supongamos que vuelves a tu granja de ñame, o de lo que sea, y un día tu pala golpea algo metálico y de pronto desentierras algunos kilotones de oro. ¿Lo invertirías todo en armas de alta tecnología?
Root, sin sorpresa, tiene una respuesta: el oro lo robaron los nipones por toda Asia con la intención de emplearlo para apoyar la moneda que se convertiría en la de curso legal en toda la Esfera de Co-Prosperidad de la Gran Asia Oriental, y aunque no hay que añadir que esos nipos en particular eran los idiotas más grandes de la historia planetaria, algunos aspectos del plan no eran tan mala idea. En la medida en que la vida todavía jode a muchos asiáticos, las cosas se volverían mucho mejor, para un buen montón de gente, si la economía del continente pudiese saltar al siglo XXI, o al menos al XX, y se quedase allí durante un ratito en lugar de derrumbarse cuando algún sobrino-de-dictador-encargado-del-banco-central pierde el control del esfínter y se carga una moneda importante. Así que estabilizar la situación monetaria sería algo positivo a conseguir con un buen montón de oro, y es además el único acto moral teniendo en cuenta a quiénes se lo robaron, no puedes simplemente gastarlo. A Randy esa respuesta le parece apropiadamente sofisticada y jesuítica y extrañamente en sincronía con lo que Avi ha escrito en la última edición del plan de negocios de Epiphyte (2).
Después de que haya pasado un número decente de días, Enoch Root vuelve al tema y le pregunta a Randy qué haría con algunos kilotones de oro, y Randy menciona el Paquete de Educación y Prevención del Holocausto. Resulta que Enoch Root ya sabe de PEPH, y que ya ha descargado varias revisiones del texto a través de las relucientes nuevas redes de comunicación que Randy y el Dentista han tejido entre las islas. Considera que encaja bien con sus ideas sobre Atenea, Aegis, etc., pero tiene un montón de preguntas complejas y varias críticas mordaces.
Poco después, Avi en persona viene a visitarle y dice muy poco, pero le hace saber a Randy que sí, que el general Wing es uno de los clientes de la Cripta. El caballero chino y de aspecto duro que se sentó con ellos en la reunión de Kinakuta, y cuya foto fue capturada en secreto por la cámara del portátil de Randy, es uno de los lugartenientes de Wing. Avi también le hace saber que la presión legal ha descendido; el Dentista de pronto ha tomado las riendas de Andrew Loeb y ha permitido que se extiendan algunas fechas legales. El hecho de que Avi no diga nada en absoluto sobre el submarino hundido parecería implicar que la operación de rescate va bien, o al menos va.
Randy sigue procesando esas nuevas cuando recibe la visita de no otro sino el Dentista en persona.
—Asumo que cree que le tendí una trampa —dice el doctor Hubert Kepler. Él y Randy están a solas en una habitación, pero Randy es consciente de los muchos asistentes, guardaespaldas, abogados, Furias, Harpías o lo que sean al otro lado de la puerta. El Dentista parece ligeramente divertido, pero Randy comprende gradualmente que habla muy en serio. El labio superior del Dentista está permanentemente arqueado, o es más corto de lo que debería ser, o ambas cosas simultáneamente, de forma que sus incisivos glaciares siempre están ligeramente expuestos, y dependiendo de cómo se ilumine su cara tiene un aspecto vagamente parecido al de un castor y en otras ocasiones parece como si estuviese conteniendo una sonrisa de desprecio. Incluso un alma bondadosa como Randy no puede mirar semejante cara sin pensar en cómo mejoraría con la aplicación de algunos nudillos. Por la perfección de la dentición de Hubert Kepler sería posible inferir que tuvo una infancia protegida (guardaespaldas permanentes desde el mismo momento en que sus dientes adultos salieron de las encías) o que su elección profesional se vio motivada por un interés muy personal en la cirugía bucal reconstructiva—. Y sé que probablemente no vaya a creerme. Pero he venido a decir que no tuve absolutamente nada que ver con lo que sucedió en el aeropuerto.
El Dentista se detiene y mira a Randy durante un rato, porque está lejos de ser uno de esos tipos que siente la necesidad de rellenar nervioso cualquier hueco en la conversación. Y es durante esa larga pausa que Randy comprende que el Dentista no está sonriendo en absoluto, que su rostro se encuentra simplemente en un estado de reposo natural. Randy se estremece al pensar en cómo deber ser no poder librarse nunca de ese aspecto alternativo de castor y de desprecio. Que tu amante te mire mientras duermes y vea eso. Claro está, si se cree lo que se cuenta, Victoria Vigo tiene sus propios métodos para exigir retribuciones, por lo que quizás Hubert Kepler esté realmente sufriendo los abusos y humillaciones que su rostro parece estar pidiendo. Randy lanza un suspiro cuando lo piensa, sintiendo que acaba de revelársele parte de una simetría cósmica.
Kepler ciertamente tiene razón al decir que Randy no se siente inclinado a creer ni una palabra de lo que dice. La única forma en que Kepler pudiese ganar algo de credibilidad sería presentarse en persona en esa cárcel y decirle a la cara esas palabras, lo que, considerando todas las otras cosas que podría estar haciendo por diversión o por dinero en este mismo momento, da mucha credibilidad a lo que dice. Queda implícito que si el Dentista quisiese mentir, mucho, a Randy, podría enviar a sus abogados a hacerlo por él, o simplemente mandarle un telegrama, ya puestos. Por tanto, o dice la verdad o miente pero le resulta muy importante que Randy crea lo que le dice. A Randy no se le ocurre ninguna razón por la que al Dentista pudiese importarle que Randy creyese sus mentiras o no, lo que le lleva en la dirección de pensar que quizá realmente esté diciendo la verdad.
—Entonces, ¿quién lo hizo? —pregunta Randy, más o menos retóricamente. Estaba justo a punto de escribir un código C++ bastante genial cuando lo sacaron de su celda para mantener ese encuentro sorpresa con el Dentista, y realmente le sorprende lo aburrido e irritado que se siente. En otras palabras, ha vuelto a un aislamiento de empollón puro del tipo pelota-contra-el-muro que sólo se compara con sus antiguos días de jugar y programar en Seattle. La profundidad absoluta y la involución del atracón actual de empollar sería difícil de describir a cualquier otro. Intelectualmente, está haciendo malabarismos con media docena de antorchas encendidas, jarrones Ming, cachorritos vivos y sierras mecánicas en funcionamiento. En ese estado mental, no puede conseguir que le importe una mierda que ese billonario increíblemente poderoso se haya tomado tantas molestias para venir a charlar con él cara a cara. Y por tanto no plantea la pregunta más que como un gesto rutinario, con el subtexto indicando «Me gustaría que te largases, pero los niveles mínimos de decencia social dictan que diga algo.» El Dentista, que tampoco se queda atrás en lo que a incapacidad social se refiere, responde como si realmente le estuviese pidiendo información.
—Sólo puedo asumir que por alguna razón se ha visto implicado con alguien que tiene mucha influencia en este país. Parece como si alguien estuviese intentando…
—¡No! Pare —dice Randy—. No lo diga. —Ahora Hubert Kepler le mira inquisitivo, así que Randy sigue hablando—. La teoría del mensaje no se sostiene.
Durante unos momentos Kepler parece genuinamente sorprendido, luego llega a sonreír un poquito.
—Bien, ciertamente no es un intento de deshacerse de usted porque…
—Evidentemente —dice Randy.
—Sí. Evidentemente.
Se produce otra de esas largas pausas; Kepler no parece estar muy seguro de sí mismo. Randy arquea la espalda y se estira.
—La silla de mi celda no es lo que uno llamaría ergonómica —dice. Alarga los brazos y mueve los dedos—. Mi síndrome carpiano va a volver a la carga. Lo sé.
Randy está observando a Kepler con mucha atención al decir esas palabras, y no hay duda que lo que ahora se extiende por el rostro del Dentista es verdadero y genuino asombro. El Dentista sólo tiene una única expresión facial (ya descrita) pero cambia en intensidad; se vuelve más así y menos así dependiendo de sus emociones. La expresión del Dentista demuestra que no tenía ni idea, hasta ahora mismo, de que a Randy le permitiesen tener un ordenador en su celda. En lo que se refiere a intentar-descubrir-qué-coño-está-pasando-aquí, el ordenador es el dato más importante, y Kepler ni siquiera lo conocía hasta ahora. Así que en la medida en que todo eso le importe una mierda al Dentista, tiene muchas cosas en que pensar. Muy poco después se excusa. Ni media hora más tarde, un tipo norteamericano de unos veinticinco años con una coleta se presenta allí y mantiene una breve audiencia con Randy. Resulta ser que trabaja para Chester en Seattle y acaba de atravesar el Pacífico a bordo del jet personal de Chester y ha venido directamente desde el aeropuerto. Está completamente fuera de sí, totalmente en modo caballo-desbocado, y no puede parar de hablar. El total asombro de su apresurado vuelo a través del océano en el jet privado de un millonario le ha provocado una impresión realmente profunda y es evidente que precisa compartirla con alguien. Ha traído un «paquete de socorro» consistente en algo de comida basura, algunas novelas malas, la botella más grande de Pepto-Bismol que Randy haya visto jamás, un Walkman CD y un montón cúbico de cedés. Él tipo no consigue explicarse lo de las baterías; le dijeron que trajese muchas baterías extras, y así lo hizo, y como era previsible, entre los manipuladores de equipaje del aeropuerto y los inspectores de aduanas, todas las baterías desaparecieron durante el trayecto excepto el paquete que se había metido en el bolsillo de sus largos y amplios shorts de chico-grunge-de-Seattle. Seattle está llena de tipos así, que lanzaron al aire una moneda el día en que terminaron la universidad (cara Praga, cruz Seattle) y se presentaron allí con la expectativa de que siendo jóvenes e inteligentes encontrarían un trabajo y empezarían a ganar dinero, y luego, horrorosamente, eso es lo que hicieron. Randy no puede entender cómo debe ver el mundo un tipo así. Le resulta difícil librarse de él, porque el tipo comparte la suposición común (que es cada vez más molesta) de que simplemente por el hecho de que Randy esté en prisión no tiene nada mejor que hacer en la vida que hablar con todos sus visitantes.
Cuando Randy regresa a su celda, se sienta con las piernas cruzadas sobre la cama con el Walkman y empieza a repartir los cedés como cartas en un solitario. La selección es bastante razonable: una edición en dos discos de los Conciertos de Brandenburgo, una recopilación de las fugas para órgano de Bach (a los colgados de los ordenadores les gusta Bach), algo de Louis Armstrong, algo de Wynton Marsalis, y luego una selección de Hammerdown Systems, que es una compañía discográfica de Seattle de la que Chester es un accionista importante. Es una compañía discográfica de la escena musical de segunda generación de Seattle; todos sus artistas son jóvenes que llegaron a Seattle después de terminar la universidad en busca del legendario ambiente musical de Seattle para descubrir que no existía en realidad —no era más que un par de docenas de tíos que recorrían los sótanos de unos y otros tocando la guitarra— y por tanto se vieron obligados a elegir entre volver a casa avergonzados o fabricar, con lo que tuviesen a mano, el ambiente musical de Seattle que habían imaginado. Ello llevó a la creación de diversos clubes pequeños, y a la formación de muchas bandas, que no hundían sus raíces en ninguna realidad auténtica sino que simplemente reflejaban los sueños y aspiraciones de jóvenes panglobales que habían caído en bandada sobre Seattle en busca de la misma quimera. Esa ola de la segunda escena sufrió los ataques de aquellos de las dos docenas originales que todavía no habían muerto de sobredosis o suicidio. Se produjo una especie de reacción violenta y repentina; y sin embargo, unas treinta y seis horas después de que la reacción alcanzase su intensidad máxima, se produjo una antirreacción a la reacción por parte de los jóvenes inmigrantes que reafirmaron sus derechos a una especie de identidad cultural única como gente que, con toda su ingenuidad, había ido a Seattle para descubrir lo que no estaba allí y que tendrían que crearlo ellos mismos. Alimentados por esa convicción, y por su libidinosa energía juvenil, y por algunos comentaristas de cultura a quienes la idea les parecía atrayentemente postmoderna, fundaron un montón de bandas de segunda generación y un par de compañías discográficas, de las que Hammerdown Systems fue la única que en seis meses no quebró o se convirtió en una subsidiaria de una importante compañía discográfica de L. A. o Nueva York.
Y Chester ha decidido hacer entrega a Randy de los últimos discos de Hammerdown, de los que se siente más orgulloso. Para mayor perversidad, la mayoría de ellos no son de bandas que residan en Seattle sino en pequeñas ciudades universitarias prohibitivamente marchosas de Carolina del Norte y de la península superior de Michigan. Pero Randy encuentra uno de una banda evidentemente afincada en Seattle llamada Shekondar. Es decir, evidentemente porque en la parte posterior del cedé hay una fotografía borrosa de varios miembros de la banda bebiendo café de dieciséis onzas en tazas que llevan el logotipo de una cadena de cafeterías que por lo que Randy sabe todavía no se ha liberado de los límites de Seattle para aplastar todo lo que se ponga a su paso en este mundo, de esa forma ya tan fatigosa propia de las compañías afincadas en Seattle. Ahora bien, resulta que Shekondar había sido el nombre de una deidad del averno especialmente horrible que tenía un importante papel en algunos de los escenarios de juego que Randy jugaba con Avi, Chester y el resto de los chicos en los viejos días. Randy abre la caja del cedé y nota de inmediato que el disco tiene el tono dorado de un máster, no el plateado tradicional de una simple copia. Randy pone el máster dorado en el Walkman y le da al play y se deleita con un material post-Cobain-mortem pasable, alterado por ingeniería genética para no tener nada que ver con lo que tradicionalmente se considera el sonido de Seattle y que en ese sentido es absolutamente representativo del du jour de Seattle. Pasa un par de cortes más y luego se arranca los auriculares de la cabeza, lanzando una maldición, cuando el Walkman intenta traducir una cadena de pura información digital, que representa algo que no es música, a sonido. Se siente como si le hubiesen clavado agujas de hielo en los oídos.
Randy cambia el disco al lector de cd-rom del portátil y lo examina. Efectivamente, tiene un par de cortes de música (descubre) pero casi toda la capacidad del disco está dedicada a archivos de ordenador. Hay varios directorios, o carpetas, cada uno con el nombre de uno de los documentos en el baúl de su abuelo. En cada uno de esos directorios hay una larga lista de archivos con nombres como PÁGINA.001.jpeg, PÁGINA.002.jpeg, y sucesivamente. Randy empieza a abrirlos, empleando el mismo navegador web que usa para leer Criptonomicón, y descubre que son todos imágenes escaneadas. Evidentemente, Chester hizo que un grupo de sus lacayos quitasen las grapas a los documentos y los pasasen página a página por un escáner. Al mismo tiempo, debió hacer que unos ilustradores, presumiblemente la gente que conoce a través de Hammerdown System, creasen con rapidez una portada falsa de Shekondar. Incluso vienen las letras y las fotografías de Shekondar en concierto. En realidad es una parodia de la escena de Seattle posterior a la escena-de-Seattle que se ajusta perfectamente a la idea errónea de la misma que podría tener un inspector de aduanas de Filipinas, quien como todo el mundo tiene la fantasía de trasladarse a Seattle. El guitarrista se parece a Chester con una peluca.
Todo este sigilo probablemente sea gratuito. Probablemente hubiese sido perfectamente válido que Chester enviase los jodidos documentos por Federal Express directamente a la cárcel. Pero Chester, allá en su casa del lago Washington, trabaja con un conjunto de suposiciones sobre Manila tan erróneas como lo que la mitad del mundo cree sobre Seattle. Al menos Randy tiene la oportunidad de reírse antes de sumergirse en las funciones zeta.
Una palabra sobre la libido; Randy ya lleva como tres semanas. Estaba empezando a tratar el asunto cuando introdujeron de pronto en la celda contigua a la suya a un ex cura católico muy inteligente y perceptivo, que empezó a dormir a seis pulgadas de él. Desde entonces, la masturbación per se ha quedado más o menos descartada. En la medida en que Randy cree en algún dios, ha estado rezando para tener una emisión nocturna. Su próstata tiene ya el tamaño y la consistencia de una pelota de croquet. Es consciente de ella continuamente y empieza a considerarla como su Masa de Ardiente Amor. Randy tuvo en una ocasión problemas de próstata, cuando bebía de forma crónica demasiado café, e hizo que le doliese todo lo que había entre sus pezones y rodillas. El urólogo le explicó que la Pequeña Prostatita está conectada neurológicamente con casi todas las otras partes de su cuerpo, y no tuvo que hacer uso de ningún recurso retórico, o emitir ningún argumento detallado, para hacer que Randy lo creyese. Desde entonces Randy ha creído que la habilidad de los hombres para obsesionarse hasta la estupidez con la copulación es en cierta forma un reflejo de ese diagrama de conexiones; cuando estás preparado para entregar al mundo las maravillas de tu material genético, es decir, cuando la próstata está llena por completo, incluso tus deditos y tus cejas lo saben.
Y por tanto sería de esperar que Randy pensase continuamente en America Shaftoe, su blanco sexual por elección, quien (para que las cosas sean aún peor) probablemente ha estado vistiendo recientemente un traje de submarinismo. Y efectivamente ahí se dirigían sus pensamientos cuando trajeron a Enoch Root. Pero desde entonces se ha hecho evidente que debe ejercer algo de disciplina férrea y no pensar para nada en Amy. Mientras hace malabarismos con esas sierras y cachorritos, también está recorriendo una cuerda floja intelectual, con el desciframiento de las interceptaciones Aretusa en un extremo de la cuerda, y mientras pueda mantener la vista fija en esa meta y siga poniendo un pie frente al otro, llegará hasta allí. Amy-vestida-de-submarinista está allá abajo, sin duda intentando darle todo su apoyo emocional, pero si mira una sola vez en esa dirección está perdido.
Lo que lee es una serie de artículos académicos, fechados en los años treinta y principios de los cuarenta, muy anotados por su abuelo, que los leyó sin demasiada sutileza remarcando cualquier cosa que pudiese ser útil en el frente criptográfico. Para Randy es una suerte que no sean demasiado sutiles, porque sus conocimientos de teoría de números son apenas adecuados. Los lacayos de Chester no sólo tuvieron que escanear la parte delantera de las páginas, sino también las de atrás, que originalmente estaban en blanco pero en las que el abuelo escribió muchas notas. Por ejemplo, hay un artículo escrito por Alan Turing en 1937 en el que Lawrence Pritchard Waterhouse encontró algún error, o al menos algo que Turing no desarrolló con el detalle suficiente, lo que le obligó a cubrir varias páginas con anotaciones. A Randy se le hiela la sangre en las venas al pensar que es tan presuntuoso como para participar en semejante coloquio. Cuando comprende la magnitud de las profundidades intelectuales en que se ha metido, apaga el ordenador, se va a la cama y duerme durante diez horas el sueño insensible de los deprimidos. Finalmente logra convencerse de que la mayor parte de la basura en esos artículos no tiene relevancia con Aretusa y que no tiene más que calmarse y filtrar adecuadamente el material.
Pasan dos semanas. Sus oraciones relativas a la Masa de Ardiente Amor reciben respuesta, lo que le ofrece un par de días de alivio durante los que puede admitir en su mente el concepto de Amy Shaftoe, pero sólo de una forma austera y realmente desapasionada. El letrado Alejandro se presenta ocasionalmente para contarle a Randy que las cosas no están yendo demasiado bien. Todas las personas a las que planeaba sobornar han sido sobornadas de forma preventiva por Alguien. Para Randy, quien cree haberlo descubierto todo, esas reuniones son tediosas. Para empezar, es Wing y no el Dentista el que ha provocado todo esto, por lo que el letrado Alejandro trabaja bajo suposiciones falsas.
Enoch, cuando llamó a Randy al avión, dijo que su antiguo compañero de la NSA trabajaba para uno de los clientes de la Cripta. Ahora parece claro que ese cliente es Wing. En consecuencia, Wing sabe que Randy tiene Aretusa. Wing cree que las interceptaciones Aretusa contienen información sobre la ubicación del Primario. Quiere que Randy descifre esos mensajes para saber dónde excavar. De ahí todo el asunto con el portátil. Todos los esfuerzos del letrado Alejandro por liberar a Randy no darán fruto hasta que Wing tenga la información que quiere, o crea tenerla. Entonces, de pronto, el hielo se romperá y a Randy se le dejará marchar por algún detalle técnico. Randy está tan seguro que las visitas del letrado Alejandro le resultan molestas. Le gustaría explicárselo todo, de forma que el letrado Alejandro pudiese dejar de perseguir fantasmas y de enviar sus cada vez más tenebrosos informes sobre la persecución. Pero claro, entonces Wing, quien presumiblemente vigila esas charlas abogado cliente, sabría que Randy lo sabe todo, y Randy no quiere que Wing lo sepa. Así que asiente continuamente durante las reuniones con su abogado y luego, para que quede claro, vuelve a la celda e intenta sonar convincentemente perplejo y deprimido al informar a Enoch Root.
Conceptualmente llega al punto en que se encontraba su abuelo cuando comenzó a romper los mensajes Aretusa. Es decir, ahora tiene en mente una teoría de cómo actuaba Aretusa. Si no conoce el algoritmo concreto, sabe a qué familia de algoritmos pertenece, y eso le ofrece un espacio de búsqueda con muchas menos dimensiones que antes. Ciertamente lo suficientemente reducido para que lo pueda explorar un ordenador moderno. Se lanza a un atracón de programación de cuarenta y ocho horas. Los estragos nerviosos en sus muñecas han llegado al punto en que prácticamente le salen chispas de las puntas de los dedos. Su médico le dijo que nunca más volviese a trabajar con uno de esos teclados no ergonómicos. También los ojos empiezan a salírsele y tiene que invertir los colores de la pantalla y trabajar con letras blancas sobre fondo negro, incrementando gradualmente el tamaño de las letras a medida que pierde la capacidad de enfocar. Pero al final obtiene algo que cree que funcionará, y lo ejecuta y lo deja actuando sobre las interceptaciones Aretusa, que viven en el interior de la memoria del ordenador pero que jamás han sido representadas en la pantalla. Se queda dormido. Al despertar, el ordenador le informa de que probablemente haya conseguido romper uno de los mensajes. En realidad, tres de ellos, todos interceptados el 4 de abril de 1945 y por tanto cifrados usando la misma clave.
Al contrario que los rompecódigos humanos, los ordenadores no saben leer. No pueden siquiera reconocer palabras con significado. Pueden producir posibles versiones descifradas de mensajes a gran velocidad, pero dadas dos cadenas de caracteres como
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y
XUEBP TOAFF NMQPT
carecen de cualquier habilidad evidente para reconocer la primera como un versión descifrada con éxito y la segunda como un fallo. Pero pueden realizar un recuento de frecuencia de las letras. Si, tratándose de inglés, el ordenador descubre que la E es la letra más común, seguida de la T, y demás, entonces tiene una indicación muy probable de que el texto esté en algún lenguaje natural humano y no sea sólo basura aleatoria. Empleando esa prueba y otras ligeramente más sofisticadas, Randy ha obtenido una rutina que debería ser muy buena reconociendo el éxito. Y esta mañana le está diciendo que el 4 de abril de 1945 está roto. Randy no se atreve a mostrar el mensaje descifrado en pantalla por miedo a que contenga la información que Wing busca, así que en realidad no puede leer el mensaje, por muy desesperado que esté. Pero empleando un comando llamado grep, que busca por entre archivos de textos sin abrirlos en pantalla, puede al menos verificar que la palabra MANILA aparece en dos lugares.
Basándose en esos mensajes rotos, con varios días más de trabajo Randy resuelve por completo Aretusa. Obtiene, en otras palabras, A(x)=C, de tal forma que dada una fecha x puede obtener C, la secuencia clave de ese día; y simplemente para demostrarlo, hace que el ordenador produzca C para cada día de 1944 y 1945, y luego las emplea para descifrar las interceptaciones Aretusa que llegaron esos días (sin mostrarlas en pantalla) y realiza recuentos de frecuencia para verificar que en cada caso ha tenido éxito.
Así que ahora ya ha descifrado todos los mensajes. Pero en realidad no puede leerlos sin transmitir su contenido a Wing. Y por tanto ahora es cuando hay que introducir el canal subliminal.
En jerga criptográfica, un canal subliminal es un truco por el que una información secreta se incrusta sutilmente en una fuente de otra cosa. Normalmente implica algo como manipular los bits menos significativos de una imagen para enviar un mensaje de texto. Randy obtiene su inspiración de su trabajo en prisión. Sí, ha estado trabajando en descifrar Aretusa, y eso ha implicado trabajar con un número tremendo de archivos y escribir mucho código. El número de archivos diferentes que ha leído, creado y editado en las últimas semanas probablemente ronda los millares. Ninguno de ellos tenía barra con el nombre en sus ventanas, por lo que presumiblemente los que le vigilan las habrán pasado canutas para saber cuál es cuál. Randy puede abrir un archivo tecleando su nombre en una pantalla y pulsando la tecla de retorno, lo que sucede con tal rapidez que probablemente los que le vigilan no tienen tiempo de leer o comprender lo que ha tecleado antes de que desaparezca. De fondo ha mantenido un canal subliminal: trabajando en otros programas que no tienen nada que ver con romper Aretusa.
Se le ocurrió la idea de uno de ellos mientras ojeaba Criptonomicón y descubrió un apéndice que contenía un listado del código Morse. Randy sabía Morse cuando era Boy Scout, y lo estudió de nuevo hace unos años cuando se preparaba para su licencia de radioaficionado, y no le lleva mucho tiempo refrescar su memoria. Y tampoco le lleva mucho tiempo escribir un programita que convierte la barra espaciadora en una tecla Morse, de forma que pueda hablarle a la máquina simplemente golpeando puntos y rayas con el pulgar. Puede que parezca un poco llamativo, si no fuese por el hecho de que Randy pasa la mitad de su tiempo leyendo archivos de texto en pequeñas ventanas en pantalla, y la forma de pasar páginas en un archivo de texto en la mayoría de los sistemas UNIX es golpeando la barra espaciadora. Todo lo que precisa es golpear con un ritmo en especial, un detalle que espera que pase desapercibido a los que le vigilan. El resultado de sus golpes pasa a un buffer que nunca se representa en pantalla, y se escribe en archivos con nombres completamente carentes de sentido. De tal forma, por ejemplo, Randy puede golpear con el ritmo siguiente mientras finge leer una larga sección de Criptonomicón:
raya punto punto punto (pausa) punto punto raya (pausa) raya punto (pausa) raya punto punto (pausa) raya raya raya (pausa) raya punto raya
que debería deletrear BUNDOK. No quiere abrir en pantalla el archivo resultante, pero más tarde, en medio de otra larga serie de comandos crípticos puede teclear
grep ndo (nombre de archivo sin sentido) > (otro nombre de archivo sin sentido)
y grep buscará dentro del primer archivo para ver si contiene la cadena «ndo» y pondrá el resultado en el segundo archivo, que Randy podrá examinar bastante más tarde. También puede hacer «grep bun» y «grep dok» y si el resultado de todos esos greps es cierto entonces puede tener confianza en que ha codificado con éxito la secuencia «BUNDOK» en ese archivo. De la misma forma puede codificar «COORDENADAS» en algún otro archivo y «LATITUD» en otro, y diversos números en otros, y finalmente, empleando otro comando llamado «cat» puede combinar lentamente esos archivos de una palabra para formar unos más grandes. Todo esto requiere la misma ridícula paciencia que, digamos, cavar un túnel para escapar de la prisión usando una cucharilla de café, o aserrar los barrotes usando una lima de uñas. Pero llega un momento, como después de haber pasado un mes en prisión, en que es capaz de hacer que aparezca una ventana en pantalla que contiene el siguiente mensaje:
COORDENADAS DE LAS UBICACIONES PRIMARIAS DE ALMACENAMIENTO
UBICACIÓN BUNDOK: LATITUD NORTE CATORCE GRADOS TREINTA Y DOS MINUTOS… LONGITUD ESTE UNO DOS CERO GRADOS CINCUENTA Y SEIS MINUTOS…
UBICACIÓN MAKATI: (etc.)
UBICACIÓN ELDORADO: (etc.)
Todo un conjunto de patrañas que se ha inventado. Las coordenadas dadas para la ubicación Makati son las de un hotel de lujo en Manila, situado en una intersección importante donde solía estar una base aérea militar nipona. Randy resulta que tiene esos números en su ordenador porque los tomó durante sus primeros días en Manila, cuando realizaba la exploración GPS para situar las antenas de Epiphyte. Las coordenadas dadas para UBICACIÓN ELDORADO no son más que las del montón de lingotes de oro que él y Doug Shaftoe fueron a examinar, más un pequeño factor de error. Las dadas para UBICACIÓN BUNDOK son las coordenadas reales del Gólgota más un par de factores de error que deberían hacer que Wing excavase un agujero muy profundo como a unos veinte kilómetros de la posición real.
¿Cómo sabe Randy que hay un lugar llamado Gólgota, y cómo conoce sus coordenadas reales? Se lo dijo su ordenador empleando código Morse. Los teclados de ordenador tienen varios LED que son esencialmente inútiles: uno para decirte que el teclado numérico está activado, uno para las mayúsculas y un tercero cuyo propósito Randy no puede recordar. Y sin ninguna otra razón más que la creencia general que todo aspecto de un ordenador debería estar bajo el control de los programadores, alguien, en algún lugar, escribió algunas rutinas en una biblioteca llamada XLEDS que hace posible que un programador los encienda y apague a voluntad. Y durante un mes Randy ha estado escribiendo un programita que emplea esas rutinas para dar salida al contenido de un archivo de texto en código Morse, encendiendo y apagando uno de esos LED. Y mientras todo tipo de basura inútil recorría la pantalla del ordenador para servir de camuflaje, Randy ha estado prestando atención al canal subliminal de ese LED parpadeante, leyendo el contenido de las interceptaciones Aretusa descifradas. Una decía:
EL PRIMARIO TIENE COMO NOMBRE EN CÓDIGO GÓLGOTA. LAS COORDENADAS DEL TÚNEL PRINCIPAL SON LAS SIGUIENTES: LATITUD NORTE (etc.)