LAVENDER ROSE

RANDY QUIERE DESCENDER para echar un vistazo en persona al submarino. Doug dice con tranquilidad que puede hacerlo, pero primero necesita preparar un plan de inmersión válido, y le recuerda que la profundidad del naufragio es de ciento cincuenta y cuatro metros. Randy asiente como si hubiese esperado, efectivamente, el tener que preparar un plan de inmersión.

Quiere que todo sea como conducir un coche, donde te limitas a meterte dentro y arrancar. Conoce a un par de tipos que pilotan aviones, y todavía puede recordar cómo se sintió al descubrir que no puedes limitarte a subir al avión (incluso en los pequeños) y salir volando; tienes que preparar un plan de vuelo, y se necesita toda una maleta llena de libros, tablas y calculadoras especializadas, y acceso a la información meteorológica muy por encima y más allá de lo que ofrecen los sistemas habituales, para conseguir incluso un plan de vuelo malo y equivocado que te matará con toda seguridad. Una vez que Randy se acostumbró a la idea, admitió a regañadientes que tenía sentido.

Ahora Doug Shaftoe le dice que necesita un plan para atarse unos tanques a la espalda y nadar ciento cincuenta y cuatro metros (hacia abajo, hay que admitirlo) y de vuelta. Así que Randy coge algunos libros de inmersión de los estantes protegidos por elásticos del Glory IV e intenta obtener incluso una idea vaga de eso de lo que Doug habla. Randy nunca ha hecho inmersión en su vida, pero ha visto cómo lo hacen en los documentales de Jacques Cousteau y le parece bastante simple.

Los primeros tres libros que consulta contienen detalles más que suficientes para reproducir el abatimiento que Randy experimentó cuando descubrió lo de los planes de vuelo. Antes de abrir los libros, Randy ha dispuesto el lápiz mecánico y el papel milimetrado como preparación para tomar notas y empezar a hacer marcas; media hora más tarde sigue intentando comprender el contenido de las tablas, y no ha hecho ninguna marca. Nota que las profundidades en esas tablas sólo llegan hasta ciento treinta metros, y que a ese nivel sólo hablan en términos de permanecer allá abajo cinco o diez minutos. Y sin embargo sabe que Amy y el conjunto de submarinistas poliétnicos, siempre creciente y colorista, de Shaftoe van a pasar mucho más tiempo a esa profundidad, y de hecho están regresando a la superficie con artefactos del naufragio. Hay, por ejemplo, un maletín de aluminio en el que Doug espera encontrar claves sobre quién estaba en ese submarino y por qué se encontraba al otro extremo del mundo.

Randy comienza a temer que los restos queden completamente vacíos incluso antes de que realice ni la más mínima marca sobre el papel. Los submarinistas se presentan, uno o dos cada día, en fuerabordas o canoas procedentes de Palawan. Surferos rubios, zoquetes taciturnos, franceses fumadores compulsivos, asiáticos jugadores de Nintendo, ex marineros que arrugan latas de cerveza, granjeros. Todos ellos tienen planes de inmersión. ¿Por qué Randy no tiene un plan de inmersión?

Comienza a bosquejar uno a partir de la profundidad de ciento treinta metros, que parece estar razonablemente cerca de ciento cincuenta y cuatro. Después de trabajarlo durante una hora (tiempo suficiente para imaginar todo tipo de detalles engañosos) se da cuenta de que la tabla que ha estado usando está en pies, no metros, lo que significa que esos submarinistas se han estado sumergiendo a una profundidad que es más de tres veces mayor que el máximo de profundidad reflejado en las tablas.

Randy cierra todos los libros y los contempla durante un rato con gesto de mal humor. Son libros bonitos, con fotografías en color en las portadas. Los cogió del estante porque (este es un detalle de introspección) es un informático y, en el mundo de los ordenadores, cualquier libro impreso hace más de dos meses es un objeto para la nostalgia. Investigando un poco más, descubre que esos tres libros relucientes han sido firmados personalmente por los autores, con largas dedicatorias personales: dos para Doug y una para Amy. La de Amy es evidente que ha sido escrita por un hombre desesperadamente enamorado de ella. Leerla es como hidratarse con salsa Tabasco.

Llega a la conclusión de que se trata de libros divulgativos sobre el submarinismo escritos para turistas cargados de ron y, es más, probablemente el editor hizo que un equipo de abogados repasase hasta la última palabra para asegurarse de que no hubiese posibilidad de denuncia. Que por tanto, el contenido de esos libros representa como un uno por ciento de todo lo que sus autores saben sobre submarinismo, pero que los abogados se han asegurado de que los autores ni lo mencionen.

Vale, así que los submarinistas han conseguido dominar un amplio cuerpo de conocimiento oculto. Eso explica su parecido general con los hackers, aunque sean hackers con muy buena forma física.

Doug Shaftoe no va a bajar en persona. De hecho, se mostró sorprendido, casi despectivo, cuando Randy preguntó si iba a hacerlo. En lugar de eso, va examinando el material recuperado por los submarinistas más jóvenes. Empezaron realizando un informe fotográfico empleando cámaras digitales, y Doug ha estado imprimiendo en su impresora láser ampliaciones del interior del submarino para pegarlas por las paredes de su cámara de oficiales en el Glory IV.

Randy realiza un proceso de ordenación con los libros: ignora cualquier cosa con fotografías en color, o que parezca haber sido publicado en los últimos veinte años, o que tenga citas en la contraportada con las palabras alucinante, estupendo, fácil de leer o, la peor de todas, sencillo de entender. Busca libros viejos y gruesos con encuademaciones gastadas y títulos en letras mayúsculas como MANUAL DE INMERSIÓN. Cualquier cosa con furiosas notas marginales de Doug Shaftoe recibe puntos extras.

A: randy@epiphyte.com

De: root@eruditorum.org

Asunto: Pontifex

Randy,

Por ahora, empleemos «Pontifex» como nombre de trabajo de este nuevo criptosistema. Es un sistema posterior a la guerra. Lo que quiero decir es que, después de ver lo que Turing y compañía hicieron con Enigma, llegué a la conclusión (ahora evidente) de que cualquier sistema criptográfico moderno es mejor que se resista al criptoanálisis mecánico. Pontifex emplea una permutación de 54 elementos como clave —¡una clave por mensaje, por supuesto!— y emplea esa permutación (que representaremos como T) para generar un flujo de clave que se añade, módulo 26, al texto llano (P), como en un cuaderno de uso único. El proceso de generar cada carácter en el flujo de clave altera T de una forma reversible pero más o menos «aleatoria».

En este momento, un submarinista llega con un pieza de oro, pero no es un lingote: es una lámina de oro, quizá de unas ocho pulgadas por cada lado, y como un cuarto de milímetro de grosor, con un dibujo de pequeños agujeros perfectamente grabados, como si fuese una tarjeta de ordenador. Randy pasa un par de días obsesionado con el artefacto. Descubre que ha salido de una caja almacenada en la bodega de carga del submarino, y que allí hay un centenar más.

Ahora, de pronto, está leyendo textos de tipos cuyos nombres van precedidos por graduaciones navales y terminan en doctor en Medicina o doctor a secas y que hablan durante docenas de páginas sobre la física de la formación de burbujas de nitrógeno en las rodillas, por ejemplo. Hay fotografías de gatos atados en el interior de cámaras de presión de sobremesa. Randy descubre que la razón por la que Doug Shaftoe no se sumerge hasta los ciento cincuenta y cuatro metros es que ciertos cambios relacionados con la edad en las articulaciones tienden a aumentar la posibilidad de formación de burbujas durante la descompresión. Asume el hecho de que la presión a la profundidad del pecio va a ser de quince o dieciséis atmósferas, lo que significa que al subir a la superficie, cualquier burbuja de nitrógeno que ande dando vueltas por su cuerpo crecerá quince o dieciséis veces y eso es cierto incluso para las burbujas que estén en el cerebro, rodillas, los pequeños vasos sanguíneos de los ojos, o hayan quedado atrapadas bajo sus empastes. Desarrolla una sofisticada comprensión a nivel de profano con respecto a la medicina de inmersión, lo que no significa demasiado porque cada cuerpo es diferente, de ahí la necesidad de que cada submarinista tenga un plan de inmersión diferente. Randy tendrá que calcular su porcentaje de grasa corporal antes siquiera de apuntar nada en el papel.

También depende del camino. Los cuerpos de esos submarinistas se saturan parcialmente de nitrógeno cada vez que descienden, y no todo sale cuando ascienden —todos ellos, sentados en la Glory IV jugando a las cartas, bebiendo cerveza o hablando con sus novias por medio de teléfonos GSM, están desgasificándose continuamente—, el nitrógeno se libera de sus cuerpos a la atmósfera, y cada uno de ellos sabe más o menos cuánto nitrógeno tiene acumulado en el cuerpo en un momento dado y comprende, de forma profunda y casi intuitiva, exactamente cómo esa información se propaga por entre cualquier plan de inmersión que pueda estar fraguándose en el interior del potente superordenador de inmersión que aparentemente cada uno de esos tipos lleva en el interior de su cerebro saturado de nitrógeno.

Uno de los submarinistas trae un tablón de la caja que contenía el montón de hojas de oro. Está en muy mal estado, y todavía burbujea por el gas que sale. Randy no tiene ningún problema en visualizar el burbujeo como algo que sus huesos harían si se equivocase al trazar su plan de inmersión. En la madera hay unas letras apenas visibles: NIZ-ARCH.

Glory IV tiene compresores para comprimir el aire hasta presiones acojonantemente altas para llenar las botellas de inmersión. Randy acaba desarrollando la idea de que la presión debe ser acojonantemente alta o ni siquiera saldría de las botellas cuando esos tipos están a esa profundidad. Los submarinistas están siendo impregnados por ese gas a presión; medio espera que uno de ellos comience a hincharse y estalle convertido en una nube rosa en forma de champiñón.

A: randy@epiphyte.com

De: cantrell@epiphyte.com

Asunto: Pontifex

R-

Me has reenviado un mensaje sobre un sistema criptográfico llamado Pontifex. ¿Lo inventó un amigo tuyo? En sus aspectos generales (a saber, una permutación de n elementos que se usa para generar un flujo de clave, y que evoluciona lentamente) es similar a un sistema comercial llamado RC4, que disfruta de una complicada reputación entre los Adeptos al Secreto; parece seguro, y no ha sido roto, pero nos pone nerviosos porque básicamente es un sistema de un solo rotor, aunque se trata de un rotor que evoluciona. Pontifex evoluciona de una forma mucho más complicada y asimétrica que RC4 y por tanto podría ser más seguro.

Algunos detalles de Pontifex son ligeramente peculiares.

(1) Él habla de generar «caracteres» en el flujo de clave y luego añadirlos, módulo 26, al texto llano. Así es como la gente hablaba hace 50 años cuando los cifrados se realizaban con lápiz y papel. Hoy hablamos en términos de generar bytes y añadirlos módulo 256. ¿Es muy viejo tu amigo?

(2) Habla de T como una permutación de 54 elementos. No hay nada de malo, pero Pontifex funcionaría exactamente igual de bien con 64, 73 o 699 elementos, así que tiene más sentido describirlo como una permutación de n elementos donde n puede ser 54 o cualquier otro entero. No se me ocurre ninguna razón para que eligiese 54. Es posible que sea porque 54 es el doble del número de letras en el alfabeto, pero no tiene tampoco demasiado sentido.

Conclusión: el autor de Pontifex es sofisticado criptológicamente pero muestra signos de ser un posible loco de avanzada edad. Necesito más detalles para poder emitir un veredicto.

Cantrell

—¿Randy? —dice Doug Shaftoe, y le indica que vaya a su cámara.

El interior de la puerta de la cámara está decorada con una gran fotografía en color de unas enormes escaleras de piedra en una iglesia polvorienta. Se quedan de pie frente a ella.

—¿Hay muchos Waterhouse? —pregunta Doug—. ¿Es un apellido común?

—Eh, bien, no es poco común.

—¿Hay algo que te gustaría compartir conmigo sobre tu historia familiar?

Randy sabe que como posible pretendiente para Amy, sufrirá un escrutinio concienzudo y continuo. Los Shaftoe le están aplicando la diligencia exigible.

—¿Qué tipo de detalles buscas? ¿Algo horrible? No creo que haya nada que valga la pena ocultar.

Doug lo observa distraído durante un momento, luego se vuelve para mirar al ahora abierto maletín de aluminio que han subido del submarino.

Randy supone que el mismo hecho de abrirlo exigió la preparación de un plan detallado. Doug ha extendido su variado contenido sobre una mesa para fotografiarlo y catalogarlo. El antiguo Navy SEAL Douglas MacArthur Shaftoe se han convertido, en el cénit de su carrera, en una especie de bibliotecario.

Randy ve un par de gafas con montura dorada, una pluma, algunos clips oxidados. Pero parece que del maletín también ha salido un montón de papeles empapados, y Doug Shaftoe los ha estado secando con cuidado y ha intentado leerlos.

—La mayoría de los papeles de guerra eran basura —dice—. Probablemente se convirtieron en papilla días después del hundimiento. Los papeles de este maletín al menos estaban protegidos de los bichos marinos, pero en su mayoría han desaparecido. Sin embargo, el dueño de este maletín parece que era una especie de aristócrata. Examina las gafas, la pluma.

Randy lo hace. Los submarinistas han encontrado dientes y empastes, pero nada que se pueda considerar un cuerpo. Los lugares donde murió gente están marcados por esos restos duros e inertes, como gafas. Como los restos de un avión que ha estallado.

—Adonde voy es que tenía algunos trozos de papel bueno en el maletín —continúa diciendo Doug—. Papel de carta personal. Así que sospechamos que su nombre era Rudolf von Hacklheber. ¿Te suena ese nombre?

—No. Pero podría buscar en la web…

—Ya lo he intentado —dice Doug—. Aparecieron un par de resultados. Un hombre con ese nombre escribió un par de artículos matemáticos en los años treinta. Y hay algunas organizaciones en y alrededor de Leipzig, Alemania, que emplean ese nombre: un hotel, un teatro, una compañía de reaseguros ya desaparecida. Eso es todo.

—Bien, si era matemático, podría haber tenido alguna conexión con mi abuelo. ¿Por eso me preguntabas por mi familia?

—Mira esto —dice Doug, y golpea con la uña una bandeja de vidrio llena de un líquido transparente. Un sobre, desencolado y abierto por completo, flota en el líquido. Randy se inclina y lo mira de cerca. En el anverso se ha escrito algo a lápiz, pero es imposible leerlo porque se han estirado las solapas.

—¿Puedo? —pregunta. Doug asiente y le pasa un par de guantes quirúrgicos—. Para esto no tengo que presentar ningún plan de inmersión, ¿no? —pregunta Randy, agitando los dedos para meterlos en los guantes.

A Doug no le hace gracia.

—Es más profundo de lo que parece —dice.

Randy le da la vuelta al sobre, luego dobla las solapas, recomponiendo la inscripción. Dice:

WATERHOUSE

LAVENDER ROSE