FUNKSPIEL

EL ASISTENTE del coronel Chattan lo despierta. Lo primero que nota Waterhouse es que el chico respira rápido y con dificultad, como hace Alan cuando regresa de una carrera campo a través.

—El coronel Chattan requiere su presencia en la Mansión con la máxima urgencia.

El alojamiento de Waterhouse se encuentra en un vasto campamento improvisado a cinco minutos de la Mansión de Bletchley Park. Caminando rápido mientras se abrocha la camisa, recorre la distancia en cuatro minutos. A continuación, a veinte pies de la meta, casi lo atropella una manada de Rolls-Royce, deslizándose en la noche tan oscuros y silenciosos como submarinos alemanes. Uno se le acerca tanto que puede sentir el calor del motor; el gas bochornoso le atraviesa la pernera y se condensa en la pierna.

Los carcamales de los Edificios Broadway bajan de los Rolls-Royce y preceden a Waterhouse en la Mansión. En la biblioteca, los hombres se arremolinan serviles alrededor de un teléfono que suena con frecuencia y, cuando contestan, produce unos gritos que pueden oírse, pero no comprenderse, al otro extremo de la habitación. Waterhouse estima que los Rolls-Royce deben haber llegado desde Londres a unas nueve mil millas por hora.

Jóvenes de uniforme y pelo lustroso están sacando mesas largas de las otras salas y las disponen con pequeños movimientos en la biblioteca, dejando rastros de pintura en los marcos de las puertas. Waterhouse elige una silla arbitraria frente a una mesa arbitraria. Otro asistente trae un carrito con cestos llenos de carpetas, todavía humeantes por la fricción de ser arrancadas de los infinitos archivos de Bletchley Park. Si se tratase de una reunión de verdad, se habrían preparado y repartido mimeografías. Pero es un pánico total, y Waterhouse sabe que será mejor que se aproveche de su llegada temprana si quiere enterarse de todo lo que pasa. Así que va al carrito y coge la carpeta que está al fondo del montón, asumiendo que habrán sacado primero las más importantes. La etiqueta reza: U-691.

Las primeras páginas no son más que unos formularios: una hoja de datos de un submarino consistente en muchos recuadros. La mitad están vacías. Manos diferentes han llenado la otra mitad en momentos diferentes y usando instrumentos diferentes, con muchas borraduras y notas marginales escritas por analistas que hacían suposiciones.

A continuación hay un registro que contiene todo lo que se sabe que el U-691 ha hecho, en orden cronológico. La primera entrada es su botadura, en Wilhelmshaven el 19 de septiembre de 1940, seguida de una larga lista de barcos que ha asesinado. Hay una extraña anotación de hace unos meses: REACONDICIONADO CON DISPOSITIVO EXPERIMENTAL (¿SCHNORKEL?). Desde entonces, el U-691 ha estado yendo de un lado a otro como un loco, hundiendo barcos en la bahía de Chesapeake, Maracaibo, las cercanías del Canal de Panamá y un montón de otros lugares que Waterhouse, hasta ese momento, había creído que no eran más que refugios de invierno para ricos.

Entran dos personas más y toman asiento: el coronel Chattan y un joven con un esmoquin desaliñado, quien (según un rumor que se abre paso por la sala) es un percusionista sinfónico, y está claro que ha intentado limpiarse el carmín de la cara, pero no ha llegado a algunos puntos de la oreja izquierda. Tales son las exigencias de la guerra. Otro asistente entra corriendo con un cesto lleno de mensajes ULTRA descifrados. Parece material mucho más interesante; Waterhouse devuelve la carpeta y comienza a repasar los mensajes.

Cada uno comienza con un bloque de datos que identifica la estación que lo interceptó, la hora, la frecuencia y otras menudencias. El montón de mensajes se reduce a una conversación, mantenida durante varias semanas, entre dos transmisores.

Uno de ellos está en una parte de Berlín llamada Charlottenburg, en el tejado de un hotel en la Steinplatz: la sede temporal del Mando de Submarinos, trasladado allí recientemente desde París. La mayoría de esos mensajes están firmados por el Gran Almirante Karl Dönitz. Waterhouse sabe que hace poco Dönitz ha sido nombrado Comandante en Jefe Supremo de toda la Marina alemana, pero ha decidido conservar también el antiguo título de Comandante en Jefe de Submarinos. Dönitz siente debilidad por los submarinos y los hombres que los tripulan.

El otro transmisor pertenece al U-691. Esos mensajes están firmado por su capitán, Kapitänleutnant Günter Bischoff.

Bischoff: He hundido un mercante. Esa puta mierda del radar está por todas partes.

Dönitz: Recibido. Bien hecho.

Bischoff: Me he cargado otro buque cisterna. Esos cabrones parecen saber exactamente dónde estoy. Gracias a dios por el schnorkel.

Dönitz: Recibido. Bonito trabajo, como de costumbre.

Bischoff: He hundido otro mercante. Los aviones me estaban esperando. Derribé uno de ellos; me cayó encima en una bola de fuego e incineró a tres de mis hombres. ¿Están seguros de que esa cosa Enigma funciona de verdad?

Dönitz: ¡Buen trabajo, Bischoff! ¡Tiene otra medalla! No se preocupe por Enigma, es fantástica.

Bischoff: Ataqué un convoy y hundí tres mercantes, un buque cisterna y un destructor.

Dönitz: ¡Genial! ¡Otra medalla más!

Bischoff: Ya que estábamos, di la vuelta y acabé con lo que quedaba del convoy. Luego apareció otro destructor y nos arrojó cargas de profundidad durante tres días. Estamos todos medio muertos, con los pies metidos en nuestra propia mierda, como ratas que se hayan caído en una letrina y se ahogasen lentamente. Tenemos los cerebros gangrenosos de respirar nuestro propio dióxido de carbono.

Dönitz: ¡Es usted un héroe del Reich y el Führer en persona conoce sus brillantes éxitos! ¿Le importaría dirigirse al sur y atacar el convoy en estas y aquellas coordenadas? P.S.: Por favor, limite la longitud de sus mensajes.

Bischoff: En realidad, me vendrían bien unas vacaciones, pero claro, qué coño.

Bischoff (una semana más tarde): Le dimos a la mitad del convoy en su nombre. Tuvimos que salir a la superficie y enfrentarnos a un molesto destructor con el arma de cubierta. Fue un acto tan suicida que ni se lo esperaban. En consecuencia, los volamos en pedacitos. Hora de unas buenas vacaciones.

Dönitz: Oficialmente es usted ahora el más grande capitán de submarinos de todos los tiempos. Regrese a Lorient para un descanso y diversión bien merecido.

Bischoff: En realidad, tenía en mente unas minivacaciones caribeñas. Lorient es fría y desoladora en esta época del año.

Dönitz: no hemos tenido noticias suyas desde hace dos días. Por favor, informe.

Bischoff: Encontramos una bonita cala bien oculta con una playa de arena blanca. Preferiría no especificar las coordenadas, porque ya no confío en la seguridad de Enigma. La pesca es genial. Le estoy dando duro a un bronceado. Nos sentimos algo mejor. La tripulación está muy agradecida.

Dönitz: Günter, estoy dispuesto a pasarte muchas cosas, pero incluso el Comandante Supremo en Jefe debe responder ante sus superiores. Por favor, deja esas tonterías y vuelve a casa.

U-691: Este es el Oberleutnant zur See Karl Beck, segundo al mando del U-691. Lamento informar que el KL Bischoff se encuentra en mal estado de salud. Solicito órdenes. P.S.: No sabe que envío este mensaje.

Dönitz: Asuma el mando. Regrese, no a Lorient, sino a Wilhelmshaven. Cuide de Günter.

Beck: El KL Bischoff se niega a entregar el mando.

Dönitz: Adminístrele sedantes y tráigale de vuelta. No será castigado.

Beck: Gracias en mi nombre y en el de la tripulación. Estamos de camino, pero nos falta combustible.

Dönitz: Encuéntrese con el U-413 [un nodriza] en estas coordenadas.

Ahora hay más personas en la sala: un rabino arrugado, el doctor Alan Mathison Turing, un hombre grande con un traje de lana cheviot que Waterhouse recuerda vagamente como un profesor de Oxford y algunos de los tipos de inteligencia naval que siempre andan por el Barracón 4. Chattan inicia la reunión y presenta a uno de los jóvenes, quien se pone en pie y expone el estado de la situación.

—El U-691, un submarino de tipo IXD/42 bajo el mando nominal del Kapitänleutnant Günter Bischoff, y bajo el mando efectivo del Oberleutnant zur See Karl Beck, envió un mensaje Enigma al Mando de Submarinos a las 20.00 horas de Greenwich. El mensaje afirma que, tres horas después de hundir un mercante de Trinidad, el U-691 torpedeó y hundió un submarino de la Marina Real que recogía supervivientes. Beck ha capturado a dos de nuestros hombres: el sargento de marines Robert Shaftoe, un norteamericano, y el teniente Enoch Root, ANZAC.

—¿Qué saben esos hombres? —pregunta el profesor, realizando un intento bastante evidente por ponerse sobrio. Chattan esquiva la pregunta:

—Si Root y Shaftoe divulgan todo lo que saben, los alemanes podrían inferir que estamos realizando grandes esfuerzos por ocultar la existencia de una fuente de inteligencia valiosa y detallada.

—Oh, maldición —murmura el profesor.

Un civil extremadamente alto y larguirucho, el encargado de crucigramas de uno de los periódicos londinenses, actualmente asignado a Bletchley Park, entra a empujones en la sala y pide disculpas por llegar tarde. Más de la mitad de las personas de la lista Ultra Mega se encuentran ahora en la sala.

El joven analista naval sigue hablando.

—A las 21.10, Wilhelmshaven respondió con un mensaje dando instrucciones al OL Beck de que interrogase a los prisioneros de inmediato. A las 01.50, Beck respondió con su opinión de que los prisioneros pertenecían a una unidad especial de inteligencia naval.

Mientras habla, se pasan alrededor de la mesa copias de los mensajes. El encargado de crucigramas examina el suyo con el ceño fruncido.

—Quizá ya lo han comentado antes de mi llegada, en cuyo caso pido disculpas —dice—, pero ¿cómo interviene en todo esto el mercante de Trinidad?

Chattan silencia a Waterhouse con una mirada y responde:

—No voy a decírselo. —Una risa apreciativa recorre la mesa, como si acabase de soltar un bon mot en una fiesta—. Pero el almirante Dönitz al leer esos mismos mensajes podría estar tan confundido como ustedes. Nos gustaría que siguiese así.

—Dato 1: Dönitz sabe que el mercante fue hundido —dice inesperadamente Turing, marcando los números con los dedos—. Dato 2: sabe que horas después un submarino de la Marina Real llegó allí y también fue hundido. Dato 3: sabe que dos de nuestros hombres fueron rescatados del agua, y que probablemente trabajan en inteligencia, que desde mi punto de vista es una categorización muy amplia. Pero no tiene por qué sacar necesariamente ninguna conclusión, basándose en unos mensajes extremadamente escuetos, acerca de qué nave, el mercante o el submarino, venían los dos hombres.

—Bien, eso es evidente, ¿no? —dice el de los crucigramas—. Vinieron del submarino.

Chattan responde sólo con una sonrisa de Cheshire.

—¡Oh! —dice Crucigrama. Las cejas se arquean por toda la sala.

—Mientras Beck siga enviando mensajes al admirante Dönitz, aumenta la probabilidad de que Dönitz descubra algo que no queremos que sepa —dice Chattan—. Esa probabilidad se convertirá en certidumbre cuando el U-691 llegue intacto a Wilhelmshaven.

—¡Corrección! —aúlla el rabino. Todos se sobresaltan y se produce un largo silencio mientras el hombre se agarra con manos temblorosas al borde de la mesa y se pone precariamente en pie—. ¡Lo importante no es si Beck transmite mensajes! ¡Es si Dönitz cree esos mensajes!

—¡Escuchad, escuchad! ¡Muy astuto! —dice Turing.

—¡Muy cierto! Gracias por la aclaración, Herr Kahn —dice Chattan.

—Perdóneme un segundo —dice el profesor—, pero ¿por qué no iba a creerlos?

La pregunta produce otro largo silencio. El profesor ha marcado un gol, y ha devuelto a todos a la fría y dura realidad. El rabino empieza a murmurar algo que suena bastante a la defensiva, pero es interrumpido por una voz atronadora desde la puerta: —¡FUNKSPIEL!

Todos se vuelven para mirar al hombre que acaba de cruzarla. Es un hombre delgado de unos cincuenta años y pelo prematuramente blanco, gafas de lentes extremadamente gruesas que amplían sus ojos y una rugiente tormenta de caspa que le cubre la blazer azul marino.

—¡Buenos días, Elmer! —dice Chattan con la alegría forzada de un psiquiatra que se ve obligado a entrar en un pabellón de enfermos peligrosos.

Elmer entra en la habitación y se gira para mirar a la multitud.

—¡FUNKSPIEL! —grita una vez más, con una voz inapropiadamente alta, y Waterhouse se pregunta si el hombre está borracho, sordo o ambas cosas. Elmer les da la espalda y mira durante un rato la estantería, luego vuelve a encararse con ellos mostrando una expresión de asombro—. Esperaba que al menos hubiese una pizarra —dice con acento de Texarkana—. ¿Qué clase de aula es esta? —Una risa nerviosa recorre la sala mientras todos intentan decidir si Elmer está rompiendo el hielo con un chiste o está completamente loco.

—Significa «juegos de radio» —dice el rabino Kahn.

—¡Gracias, señor! —responde Elmer con rapidez, sonando cabreajo—. Juegos de radio. Los alemanes llevan jugando a ellos toda la guerra. Ahora tenemos nuestra oportunidad.

Hace sólo un momento, Waterhouse estaba pensando en lo británica que era toda esta situación, sintiéndose muy lejos de casa, y deseando que estuviesen presentes uno o dos norteamericanos. Ahora que se ha cumplido su deseo, no desea más que salir de la Mansión arrastrándose sobre manos y pies.

—¿Cómo juega uno a esos juegos, señor, eh…? —dice Crucigrama.

—¡Puede llamarme Elmer! —grita Elmer.

Todos intentan huir de él.

—¡Elmer! —dice Waterhouse—, ¿podría por favor dejar de gritar?

Elmer se vuelve y parpadea dos veces en la dirección de Waterhouse.

—El juego es muy simple —dice en un tono más normal de conversación. Luego vuelve a emocionarse e inicia el crescendo—. ¡Lo único necesario es una radio y un par de jugadores con buenos oídos y buenas manos! —Ahora está aullando. Señala la esquina donde se encuentran juntos la mujer albina con los auriculares y el percusionista con carmín en la oreja—. ¿Desea explicar «letras», señor Shales?

El percusionista se pone en pie.

—Cada operador de radio tiene un estilo de tecleo característico… lo llamamos «letras». Con un poco de práctica, el personal de las estaciones de escucha puede identificar los distintos operadores alemanes por sus «letras»… Por ejemplo, sabemos cuándo uno de ellos ha sido transferido a otra unidad. —Inclina la cabeza en dirección a la mujer albina—. La señorita Lord ha interceptado muchos mensajes del U-691, y conoce bien la letra de su operador de radio. Más aún, ahora tenemos una grabación de radio de la transmisión más reciente del U-691, que ella y yo hemos estado examinando con atención. —El percusionista toma aliento y se carga de coraje antes de decir—: Creemos que puedo imitar la «letra» del U-691.

Turing interviene.

—Y como hemos roto Enigma, podemos componer cualquier mensaje que queramos, y cifrarlo como lo hubiese hecho el U-691.

—¡Espléndido! ¡Espléndido! —dice uno de los tipos de los Edificios Broadway.

—No podemos evitar que el U-691 envíe sus propios y legítimos mensajes —advierte Chattan—, a menos que lo hundamos. Cosa que estamos intentando por todos los medios. Pero podemos enfangar las aguas. ¿Rabino?

Una vez más, el rabino se pone en pie, haciendo que todos se fijen en él mientras esperan a que caiga. Pero no se cae.

—He compuesto un mensaje en la jerga alemana de la marina. Traducido al inglés, dice más o menos: «El interrogatorio de los prisioneros continúa lentamente solicitamos permiso para emplear tortura» y luego hay varias equis seguidas y se añaden las palabras AVISO DE EMBOSCADA U-691 HA SIDO CAPTURADO POR COMANDOS BRITÁNICOS. Todos en la sala contienen el aliento.

—¿Es la jerga contemporánea del alemán naval parte normal de los estudios talmúdicos? —pregunta el profesor.

—El señor Kahn ha pasado un año y medio estudiando los mensajes navales en el Barracón 4 —dice Chattan—. Conoce muy bien el idioma naval. Hemos cifrado el mensaje del señor Kahn usando la clave naval de Enigma de hoy, y se lo he pasado al señor Shales, quien ha estado practicando.

La señorita Lord se pone en pie, como una niña recitando sus lecciones en una escuela victoriana, y dice:

—Considero que la imitación del señor Shales es indistinguible de las emisiones del U-691.

Todos los ojos se dirigen hacia Chattan, quien a su vez se dirige hacia los carcamales de los Edificios Broadway, que ahora mismo están al teléfono retransmitiéndolo todo a alguien que claramente les aterra.

—¿Los germanos no tienen huffduff? —pregunta el profesor, como si examinase un fallo en la disertación de un alumno.

—Su red huffduff no está ni de lejos tan desarrollada como la nuestra —responde uno de los jóvenes analistas—. Es muy improbable que se molestasen en triangular una transmisión que parece provenir de uno de sus propios submarinos, así que probablemente no detectarán que el mensaje tiene su origen en Buckinghamshire y no en el Atlántico.

—Sin embargo, hemos anticipado su objeción —dice Chattan—, y hemos dispuesto que varios de nuestros barcos, así como aeroplanos y tropas de tierra, aneguen el éter con transmisiones. Su red de huffduff tendrá las manos llenas en el momento en que enviemos la transmisión U-691 falsa.

—Muy bien —murmura el profesor.

Todos permanecen sentados en silencio eclesial mientras el representante más importante de los Edificios Broadway da fin a la conversación con Quién Esté Al Otro Lado. Después de colgar el teléfono, entona solemne:

—Tienen órdenes de proceder.

Chattan inclina la cabeza en dirección a un joven, que atraviesa corriendo la sala, coge el teléfono y comienza a hablar, con una voz tranquila y clínica, sobre resultados de criquet. Chattan mira la hora.

—Necesitaremos algunos minutos para que se extienda la cortina de humo huffduff. Señorita Lord, ¿nos notificará cuando el tráfico haya alcanzado el nivel febril adecuado?

La señorita Lord ejecuta una ligera reverencia y se sienta ante la radio.

—¡FUNKSPIEL! —grita Elmer, aterrorizando a todos los presentes—. Ya hemos terminado de enviar otros mensajes. Hicimos que pareciesen tráficos de la Marina Real. Usamos un código que los teutones descifraron hace unas semanas. Esos mensajes están relacionados con una operación, una operación ficticia, en la que se supone que un submarino alemán fue abordado y tomado por nuestros comandos.

Salen un montón de grititos del teléfono. El caballero que tiene la mala suerte de atenderlo los traduce a lo que probablemente es un inglés más educado.

—¿Qué sucederá si la actuación del señor Shales no convence a los operadores de radio en Charlottenburg? ¿Qué sucederá si no consiguen descifrar los mensajes falsos del señor Elmer?

Chattan se ocupa de esas preguntas. Se acerca a un mapa dispuesto sobre un caballete en un extremo de la sala. El mapa muestra un fragmento del Atlántico limitado al este por Francia y España.

—La última posición conocida del U-691 fue esta —dice señalando un alfiler clavado en la esquina inferior izquierda del mapa—. Se le ha ordenado que regrese a Wilhelmshaven con los prisioneros. Irá por este camino —dice, señalando un trozo de hilo rojo que se extiende en la dirección nornoroeste—, asumiendo que evite el estrecho de Dover.[21]

»Resulta que hay otro submarino nodriza aquí —continúa diciendo Chattan, señalando otro alfiler—. Uno de nuestros submarinos debería llegar a él en menos de veinticuatro horas; se acercará a profundidad de periscopio y lo atacará con torpedos. Es muy probable que el nodriza sea destruido de inmediato. Si tiene tiempo de enviar una transmisión, simplemente dirá que está siendo atacado por un submarino. Una vez que hayamos destruido el nodriza, recurriremos de nuevo a las habilidades del señor Shales que enviará una señal falsa de alarma que parecerá tener su origen en el nodriza, afirmando que el atacante no era otro sino el U-691.

—¡Espléndido! —proclama alguien.

—Para cuando salga el sol mañana —concluye Chattan—, tendremos una de nuestras mejores fuerzas cazasubmarinos en la escena. Un portaviones ligero con varios aviones antisubmarinos peinarán el océano día y noche, empleando el radar, el reconocimiento visual, huffduff y proyectores Leigh para perseguir al U-691. Tenemos muy buenas posibilidades de que lo encontremos y lo destruyamos antes de que se acerque al continente. Pero si encontrase la forma de atravesar esa formidable barrera, se encontrará con que la Kriegsmarine alemana está igualmente deseosa de darle caza y destruirlo. Mientras tanto, cualquier información que transmita al almirante Dönitz será considerada totalmente sospechosa.

—Por tanto —dice Waterhouse—, el plan, en resumen, consiste en hacer que toda información del U-691 se considere increíble, y subsecuentemente destruirlo, y a todos los que van en él, antes de que llegue a Alemania.

—Sí —dice Chattan—, y la primera tarea quedará extremadamente simplificada por el hecho de que ya se sabe que el capitán del U-691 es mentalmente inestable.

—Parece probable que nuestros hombres, Shaftoe y Root, no sobrevivirán —dice Waterhouse lentamente.

Se produce un largo y embarazoso silencio, como si Waterhouse hubiese interrumpido la hora del té haciendo sonidos de pedos con el sobaco.

Chattan responde con un tono preciso que indica que está realmente cabreado.

—Queda la posibilidad de que cuando el U-691 se enfrente a nuestras fuerzas, se vea obligado a salir a la superficie y se rinda.

Waterhouse examina con detenimiento el grano de la mesa. Tiene la cara caliente y le arde el pecho.

La señorita Lord se pone en pie y habla. Varias cabezas importantes se vuelven hacia el señor Shales, quien se disculpa y se dirige a la mesa en la esquina de la sala. Durante unos momentos ajusta los controles del transmisor de radio, sitúa el mensaje cifrado frente a él y respira profundamente, como si se preparase para un solo importante. Al fin, alarga las manos, apoya una de ellas sobre el pulsador y empieza a enviar el mensaje, inclinándose de un lado a otro y moviendo la cabeza de aquí para allá. La señorita Lord escucha con los ojos cerrados, extremadamente concentrada.

El señor Shales se detiene.

—Ya está —anuncia en voz baja, y mira nervioso a la señorita Lord, quien sonríe. A continuación se produce un aplauso amable a lo largo de la biblioteca, como si acabasen de escuchar un concierto de clavicordio. Lawrence Pritchard Waterhouse mantiene las manos cruzadas sobre el regazo. Acaba de oír la sentencia de muerte de Enoch Root y Bobby Shaftoe.