ROCA
BUNDOK ESTÁ
FORMADO por buena roca; quien lo eligió debía saberlo. Ese
basalto es tan fuerte que Goto Dengo puede crear en él el sistema
de túneles que desee. Siempre que tenga en cuenta algunos
principios básicos de ingeniería, no debe preocuparse de que los
túneles se desmoronen.
Claro está, abrir agujeros en semejante piedra es un trabajo duro, pero el capitán Noda y el teniente Mori le han proporcionado un suministro ilimitado de trabajadores chinos. Al principio el estruendo de las perforadoras ahoga los sonidos de la jungla. Más tarde, al penetrar en la tierra, se transforma en un ritmo apagado, dejando sólo el zumbido de los compresores de aire. Incluso de noche trabajan bajo la luz tenue de los faroles, que no puede penetrar la cubierta arbórea. No es que MacArthur esté enviando aviones de observación sobre Luzón en medio de la noche, pero las luces en lo alto de la montaña llamarían la atención de los filipinos de las tierras bajas.
El pozo inclinado que conecta el fondo del lago Yamamoto con el Gólgota es, con diferencia, la sección más larga del complejo, pero no es preciso que el diámetro sea muy grande: lo justo para que un trabajador llegue al otro extremo y pueda manejar la perforadora. Antes de que se cree el lago, Goto Dengo hace que una cuadrilla perfore el extremo superior del pozo, cavando el túnel alejándose y descendiendo desde el límite del río con un ángulo de unos veinte grados. Esa excavación se llena continuamente de agua —a todos los efectos es un pozo— y eliminar las rocas de desecho es un suicidio, porque hay que tirar de ellas colina arriba. Así que cuando han avanzado unos cinco metros, Goto Dengo hace que la abertura se selle con piedras y mortero.
Luego ordena que se sellen las letrinas y que los trabajadores abandonen el área circundante. Ahora lo único que pueden hacer es contaminar el lugar con pruebas. Ha llegado el verano, la temporada de lluvias en Luzón, y le preocupa que la lluvia encuentre los senderos marcados en la tierra por los pies de los trabajadores chinos y que los transforme en torrentes imposibles de ocultar. Pero el clima se mantiene anormalmente seco, y la vegetación ocupa rápidamente la tierra desnuda.
Goto Dengo se enfrenta con un desafío que resultaría conocido para un diseñador de jardines en Nipón: precisa crear una formación artificial que parezca natural. Debe dar la impresión de que un pedrusco se desprendió de la montaña después de un terremoto y se encajó en un estrechamiento del río Yamamoto. Otras rocas, y los troncos de árboles muertos, se apilaron contra el pedrusco para formar una presa natural que dio lugar al lago.
Encuentra el pedrusco que necesita en medio del lecho del río como a un kilómetro corriente arriba. La dinamita lo haría pedazos, así que hace traer una cuadrilla de trabajadores con palancas de hierro, y lo sacan rodando. Recorre unos metros y se detiene.
Es descorazonador, pero son los trabajadores los que ahora tienen una idea. Su líder es Wing, el chino calvo que ayudó a Goto Dengo a enterrar los restos del teniente Ninomiya. Posee la misteriosa fuerza física que parece ser habitual entre los calvos, y tiene un hipnótico poder de liderazgo sobre los otros chinos. De alguna forma ha conseguido que se entusiasmen ante la idea de mover el pedrusco. Evidentemente, tienen que moverlo, porque Goto Dengo les ha dicho que quiere que lo muevan, y si no lo hacen los guardias del teniente Mori les dispararán aquí mismo. Pero aparte de eso parece que les gusta el desafío. Evidentemente, permanecer de pie en medio del agua corriente y fría es mejor que trabajar en los pozos mineros del Gólgota.
El pedrusco llega a su sitio tres días después. El agua se divide a su alrededor. Llegan otros muchos pedruscos, y el río comienza a formar un lago. Los árboles no brotan naturalmente cerca de los lagos, así que Goto Dengo hace que los trabajadores talen abajo los que hay por los alrededores, pero no con hachas. Les muestra cómo excavar las raíces una a una, como arqueólogos desenterrando un esqueleto, de forma que parezca que un tifón arrancó el árbol. Los apilan contra los pedruscos, y también piedras más pequeñas y gravilla. De pronto, el nivel del lago Yamamoto comienza a aumentar. La presa tiene una fuga, pero la fuga se detiene cuando ponen más grava y arcilla. A Goto Dengo no le importa tapar agujeros molestos con láminas de latón, siempre que sea allí donde nadie los verá nunca. Cuando el lago ha alcanzado el nivel deseado, la única señal de que sea artificial es un par de cables que llegan hasta la orilla, que llegan hasta las cargas de demolición encajadas en el tapón de cemento del fondo.
El Gólgota se corta para formar una cresta de basalto que salta de la base de la montaña —como una raíz de apoyo del tronco de un árbol de la jungla— que separa los ríos Yamamoto y Tojo. Por tanto, moviéndose al sur desde el pico del Calvario, uno pasaría primero por el cráter lleno de agua de un volcán extinguido, sobre los restos de su borde sur y luego realizaría un descenso gradual por una montaña mucho mayor de la que el cono de cenizas del Calvario no es más que una imperfección, como una verruga sobre la nariz. El pequeño río Yamamoto fluye por lo general de forma paralela al Tojo al otro lado de la cresta de basalto, pero desciende de forma más gradual, de manera que su elevación va haciéndose más y más alta sobre el río Tojo a medida que los dos descienden por la montaña. En el punto del lago Yamamoto, se encuentra a cincuenta metros por encima del Tojo. Perforando el túnel de conexión en dirección sudeste en lugar de directamente al este bajo la cresta, uno puede pasar por una cadena de rápidos y cascadas en el Tojo que reducen la elevación del río a casi un centenar de metros bajo el fondo del lago.
Cuando el general viene a examinar el trabajo, Goto Dengo le asombra llevándole al río Tojo en el mismo Mercedes que empleó para venir desde Manila. Para entonces, los trabajadores han construido una carretera de un solo carril que lleva desde el campo de prisioneros hasta la zona rocosa del río en el Gólgota.
—La fortuna nos ha sonreído en nuestra empresa otorgándonos un verano seco —le explica Goto Dengo—. Con el nivel del agua bajo, el lecho del río forma una carretera perfecta; la elevación de altitud es lo suficientemente suave para los camiones pesados que traeremos más tarde. Cuando hayamos terminado, crearemos una presa baja cerca del lugar que ocultará las señales más evidentes de nuestro trabajo. Cuando el río se eleve a su altura normal, no quedarán rastros visibles de que hubo hombres en esta zona.
—Es una buena idea —le concede el general, luego murmura a su asistente algo relativo a emplear la misma técnica en otras construcciones. El ayudante asiente con un gesto de la cabeza, dice hai y lo apunta.
A un kilómetro en el interior de la jungla, las riberas se elevan hasta formar paredes verticales de piedra que suben más y más alto sobre el nivel del agua hasta que cuelgan sobre el río. Hay una hondonada en el canal pétreo allí donde el río se ensancha; corriente arriba está la cascada. En ese punto, la carretera da un giro a la izquierda directamente contra la roca y se detiene. Todos bajan del Mercedes: Goto Dengo, el general, sus asistentes y el capitán Noda. El río les cubre los pies, hasta el tobillo.
En la roca han excavado una ratonera. Tiene una base plana y una parte superior en arco. Un niño de seis años podría permanecer de pie, pero cualquiera con más altura tendría que inclinarse. Un par de carriles de hierro penetran en la abertura.
—El túnel principal —dice Goto Dengo.
—¿Es esto?
—La abertura es pequeña para poder ocultarla más tarde —explica el capitán Noda, muriéndose de vergüenza—, pero se ensancha en el interior.
El general parece cabreado y asiente. Guiados por Goto Dengo, los cuatro hombres se inclinan y penetran en el túnel, empujados por una corriente continua de aire.
—Aprecie la excelente ventilación —dice entusiasmado el capitán Noda, y Goto Dengo sonríe con orgullo.
Cuando han recorrido diez metros ya pueden ponerse en pie. Allí, el túnel tiene la misma forma general, pero tiene seis pies de ancho por seis de alto, apuntalado por arcos de refuerzo de cemento que fabricaron en el suelo usando moldes de madera. Los raíles de hierro penetran profundamente en la oscuridad. Sobre ellos se encuentra un tren de tres vagonetas de mina, cajas de metal llenas de basalto roto.
—Eliminamos los desechos a mano —le explica Goto—. La entrada y los raíles están perfectamente horizontales, para evitar que las vagonetas se descontrolen.
El general gruñe. Está claro que no siente respeto por los detalles sutiles de la ingeniería de minas.
—Evidentemente, usaremos las mismas vagonetas para mover el, eh, material cuando llegue a la bóveda —dice el capitán Noda.
—¿De dónde han salido estos desechos? —exige saber el general. Le cabrea que todavía sigan excavando.
—De nuestro túnel más largo y difícil: el pozo inclinado en el fondo del lago Yamamoto —dice Goto Dengo—. Por suerte, podemos seguir extendiendo el pozo incluso cuando el material se esté depositando en la bóveda. Las vagonetas que salen se llevarán los desechos, y las entrantes traerán el material.
Se detiene para meter un dedo en un agujero en el techo.
—Como puede apreciar, están listos todos los agujeros para las cargas de demolición. Esas cargas no sólo derribarán el techo, sino que también dejarán tan afectada a la roca circundante que la excavación horizontal será muy difícil.
Recorren la entrada principal durante cincuenta metros.
—Ahora nos encontramos en el corazón de la cresta —dice Goto Dengo—, a medio camino entre los dos ríos. La superficie está a cien metros por encima. —Frente a ellos, la cadena de luces eléctricas se hunde en la oscuridad. Goto Dengo busca un interruptor de pared.
—La bóveda —dice, y le da al interruptor.
El túnel se ha ampliado de pronto para formar una cámara de suelo plano con techo arqueado, con la forma de una choza Quonset, cubierta de cemento tremendamente acanalado cada par de metros. El suelo de la bóveda tiene quizás el tamaño de una pista de tenis. La única abertura es un pequeño pozo vertical que surge de la mitad del techo, del tamaño justo para contener una escalera y un cuerpo humano.
El general se cruza de brazos y espera mientras su asistente recorre la bóveda con una cinta métrica para verificar las dimensiones.
—Ahora subimos —dice Goto Dengo, y, sin esperar a que el general se irrite, mete la escalera por el pozo. Sólo tiene unos pocos metros, y a continuación se encuentran en otro túnel con raíles encajados en el suelo. Este está apuntalado con madera tomada de la jungla circundante.
—El nivel de acarreo, donde movemos la roca —explica Goto Dengo una vez que todos se han reunido en lo alto de la escalera—. Me preguntó por los desechos en las vagonetas. Déjeme mostrarle cómo llegaron allí. —Recorre con el grupo unos veinte o treinta metros por los raíles, dejando atrás un tren de vagonetas abolladas—. Nos dirigimos al noroeste, hacia el lago Yamamoto.
Llegan al final del túnel, donde otro pozo estrecho atraviesa el techo. Una gruesa manguera reforzada lo recorre, escapándose el aire comprimido por pequeñas fisuras. En la distancia se puede oír el sonido de las perforadoras.
—No les recomendaría que mirasen por este pozo, porque en ocasiones caen rocas sueltas desde arriba, donde trabajamos —les advierte—. Pero si mirasen, verían que, a diez metros por encima, este pozo llega al fondo de un túnel estrecho e inclinado que sube en esa dirección… —indica hacia el noroeste— hacia el lago, y desciende en esa dirección. —Se gira ciento ochenta grados, hacia la bóveda.
—Hacia la cámara de los tontos —dice el general con alivio.
—Hai! —contesta Goto Dengo—. A medida que extendemos el pozo hacia el lago, llevamos abajo la roca suelta con un azadón de hierro tirado por un torno, y cuando llega a lo alto del pozo vertical que ven aquí, cae hacia las vagonetas que esperan. Desde aquí las podemos llevar hasta la bóveda principal y de ahí empujando hacia la salida.
—¿Qué hacen con todos los desechos? —pregunta el general.
—Parte lo depositamos en el fondo del río, usándolo para construir el camino por el que llegamos. Parte lo guardamos para rellenar diversos pozos de ventilación. Parte se convierte en arena para usarla en una trampa que explicaré más tarde. —Goto Dengo les dirige en dirección a la bóveda principal, pero dejan atrás la escalera y se meten en otro túnel, y luego en otro. A continuación los pozos se vuelven estrechos y difíciles, como el de la entrada—. Por favor, perdónenme que les guíe por lo que parece un laberinto tridimensional —dice Goto Dengo—. Es una decisión deliberada que esta parte del Gólgota sea confusa. Si un ladrón consigue introducirse desde arriba en la cámara de los tontos, esperaría encontrar el túnel por el que metimos el material. Le hemos dejado uno para que lo encuentre… un falso túnel que parece dirigirse al río Tojo. En realidad, todo un complejo de túneles y pozos falsos que demoleremos con dinamita cuando terminemos. Le resultará tan difícil, por no decir peligroso, abrirse paso por entre tanta roca destrozada que probablemente el ladrón se conformará con lo que encuentre en la cámara de los tontos.
Continuamente hace pausas y mira al general, esperando que se canse de todo eso, pero está claro que el general ha vuelto a animarse. El capitán Noda, a la cola, le hace gestos impacientes para que avance.
Se precisa algo de tiempo para recorrer el laberinto y Goto Dengo, como un prestidigitador, intenta llenar el tiempo con charla convincente.
—Como estoy seguro que sabe, es preciso construir los túneles y pozos para contrarrestar las fuerzas litostáticas.
—¿Qué?
—Deben ser lo suficientemente resistentes para soportar la roca que tienen encima. De la misma forma que los edificios deben soportar el techo.
—Claro —dice el general.
—Si hay dos túneles paralelos, uno sobre el otro como pisos en un edificio, entonces la roca que hay entre ellos, el techo o el suelo dependiendo del túnel, debe ser lo suficientemente gruesa para soportarse a sí misma. Pero cuando se detonen las cargas de demolición, la roca quedará destrozada de tal forma que reconstruir esos túneles será físicamente imposible.
—¡Excelente! —dice el general, y una vez más le dice a su asistente que lo apunte… aparentemente para que los otros Goto Dengo en los otros Gólgotas puedan hacer lo mismo.
En un punto hay un túnel tapado por una pared de escombros y mortero. Goto Dengo la ilumina con la linterna, y deja que el general vea cómo los raíles de hierro desaparecen bajo el material.
—Para un ladrón que viniese de la cámara de los tontos, este le parecería el túnel principal —explica—. Pero si echa abajo esta pared morirá.
—¿Por qué?
—Porque al otro lado de la pared habrá un pozo conectado a la cañería del lago Yamamoto. Un golpe con un martillo y esa pared explotará debido a la presión del agua al otro lado. Luego el lago Yamamoto entrará por ese agujero como si fuese un tsunami.
El general y su asistente pasan un tiempo riéndose.
Finalmente terminan un túnel y llegan a una bóveda, de la mitad de tamaño que la bóveda principal, iluminada desde arriba por una débil luz natural de tono azul. Goto Dengo también enciende algunas bombillas.
—La cámara de los tontos —anuncia. Señala el pozo vertical en el techo—. La ventilación ha sido cortesía de este pozo. —El general mira y ve, a un centenar de metros, un círculo luminoso de jungla verde azulada cuarteada por la esvástica giratoria de un enorme ventilador eléctrico—. Evidentemente, no queremos que los ladrones encuentren con demasiada facilidad la cámara de los tontos o no engañaría a nadie. Así que allá arriba hemos añadido algunas características para que sea más interesante.
—¿Qué tipo de características? —pregunta el capitán Noda, metiéndose directamente en su papel de mediador.
—Cualquiera que ataque el Gólgota atacará desde arriba… la distancia es demasiado grande para ganar acceso horizontal. Eso significa que tendrán que abrir un túnel hacia abajo, ya sea a través de la roca o la columna de escombros con la que se llenará este pozo de ventilación. En cualquier caso, descubrirán, cuando estén a medio camino, un estrato de arena, de tres a cinco metros de profundidad, extendido sobre toda la zona. No es preciso que les recuerde que, en la naturaleza, ¡nunca se encuentran capas de arena en medio de rocas ígneas!
Goto Dengo comienza a subir por el pozo de ventilación. A medio camino de la superficie, llega a una red de pequeñas cámaras redondas e interconectadas, talladas en la roca, con gruesos pilares para sostener los techos. Los pilares son tan gruesos y numerosos que no es posible ver muy lejos, pero cuando llegan los otros, y Goto Dengo empieza a guiarles de habitación en habitación, pronto descubren que ese sistema de cámaras se extiende hasta una considerable distancia.
Les lleva a un lugar donde hay una tapa de hierro acomodada en un agujero en la pared de roca, sellada con alquitrán.
—Hay docenas como esta —dice—. Cada una lleva al pozo del lago Yamamoto, por lo que detrás hay agua presurizada. Lo único que las mantiene en su sitio ahora mismo es el alquitrán. Evidentemente, no es suficiente para soportar la presión del lago. Pero cuando llenemos las habitaciones con arena, la arena las sostendrá. Pero si los ladrones entran y retiran la arena, las tapas explotarán y millones de litros de agua penetrarán en la excavación.
Desde allí, subiendo un poco más llegan a la superficie, donde los hombres del capitán Noda esperan para apartar el ventilador, y su asistente aguarda con botellas de agua y una tetera llena de té verde.
Se sientan alrededor de una mesa plegable y toman el refrigerio. El capitán Noda y el general hablan de lo que sucede en Tokio, evidentemente, el general vino en avión desde allí hace unos días. El asistente del general realiza cálculos en su tablilla.
Finalmente, se dirigen a lo alto de la cresta para mirar el lago Yamamoto. La jungla es tan espesa que casi tienen que caer antes de poder verlo. El general finge sorprenderse de que sea una masa de agua artificial. Goto Dengo se lo toma como un muy buen elogio. Se encuentran, como hace en general la gente, en el borde del agua, y no dicen nada durante unos minutos.
El general fuma un cigarrillo, mirando al lago a través del humo, y luego se dirige a su asistente y asiente. Ese gesto parece comunicar mucho al asistente, quien se vuelve hacia el capitán Noda y emite una pregunta:
—¿Cuál es el número total de trabajadores?
—¿Ahora? ¿Quinientos?
—¿Los túneles se diseñaron bajo esa suposición?
El capitán Noda dirige una mirada incómoda en dirección a Goto Dengo.
—Repasé el trabajo del teniente Goto y lo encontré compatible con esa suposición.
—La calidad del trabajo es la más alta que hemos visto —sigue diciendo el asistente.
—¡Gracias!
—O esperamos ver —añade el general.
—Como resultado, puede que deseemos incrementar la cantidad de material almacenado aquí.
—Comprendo.
—Además… habrá que acelerar los plazos.
El capitán Noda parece sorprendido.
—Ha aterrizado en Leyte con una gran fuerza —dice el general sin reparos, como si llevase años esperándolo.
—¿¡Leyte!? Pero eso está muy cerca.
—Precisamente.
—Es una locura —dice el capitán Noda entusiasmado—. La Marina lo aplastará… ¡es lo que hemos estado esperando todos estos años! ¡La Batalla Decisiva!
El general y su asistente se muestran incómodos durante unos momentos, aparentemente incapaces de hablar. Luego el general fija en Noda una larga y frígida mirada.
—La Batalla Decisiva se produjo ayer.
—Comprendo —susurra el capitán Noda.
De pronto parece tener diez años más, y no se encuentra en una situación vital en la que pueda malgastar diez años.
—Por tanto, puede que aceleremos los trabajos. Puede que enviemos más trabajadores para la fase final de la operación —dice el asistente en voz baja.
—¿Cuántos?
—Puede que el total alcance el millar.
El capitán Noda se cuadra, grita:
—Hai! —Y se vuelve hacia Goto Dengo—. Necesitaremos más pozos de ventilación.
—Pero señor, con todos los respetos, el complejo está muy bien ventilado.
—Pero necesitaremos más pozos de ventilación profundos y anchos —dice el capitán Noda—. Suficientes para quinientos trabajadores adicionales.
—Oh.
—Inicie las labores de inmediato.