CARAVANA

RANDY HA PERDIDO todas sus posesiones terrenales, pero ha ganado un séquito. Amy ha decidido que bien puede acompañarle al norte, ya que está en ese lado del océano Pacífico. Eso hace feliz a Randy. Los muchachos Shaftoe, Robin y Marcus Aurelius, se consideran también invitados; como muchas otras cosas que en otras familias serían objeto de un largo debate, en esta aparentemente se asume sin mayor comentario.

Esa decisión convierte en necesidad el hecho de conducir las mil, o más, millas hasta Whitman, Washington, porque los chicos Shaftoe no son de esos con medios para aparcar el bólido en un aparcamiento, meterse en el aeropuerto y pedir billetes para el próximo vuelo a Spokane. Marcus Aurelius es estudiante de segundo con una beca del Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales de la Reserva Naval y Robin asiste a una especie de escuela preparatoria militar. Pero incluso si tuviesen el dinero saltándoles en los bolsillos, gastarlo sería una ofensa a su frugalidad nativa. O eso es lo que asume Randy durante los primeros dos días. Es la suposición obvia, teniendo en cuenta que siempre tienen en mente el flujo de caja. Por ejemplo, los chicos realizaron el esfuerzo hercúleo de consumir hasta la última cucharada de la cubeta de gachas preparada por Amy la mañana después del terremoto, y como descubrieron que no podían con la tarea guardaron los restos con todo cuidado en bolsas Ziploc, quejándose durante toda la operación del coste excesivo de las bolsas Ziploc y preguntando si Randy no tendría frascos o algo similar en el sótano, que podrían todavía estar intactos y por tanto se podrían emplear para esa función.

Randy ha tenido tiempo de sobras para desengañarse de tal falacia (es decir, que evitar los aviones viene dictado por limitaciones financieras) y sacarles la verdadera razón después de haber dejado el camión de mudanzas de Amy cerca del aeropuerto e iniciar el trayecto en caravana en el Acura y el elevado y tormentoso Impala. El personal va rotando de un vehículo a otro cada vez que se paran, siguiendo un sistema que nadie ha comunicado a Randy pero que siempre le sitúa a solas en un coche con Robin o con Marcus Aurelius. Los dos son demasiado circunspectos para contarle sus vidas al mínimo pretexto, pero demasiado corteses para asumir que a Randy pueda importarle un carajo lo que puedan pensar, y quizás en el fondo sospechen de él como para contárselo todo. Primero es preciso algún tipo de vínculo entre hombres. El hielo no comienza a fracturarse hasta el Día 2 del viaje, después de dormir en el área de descanso de la interestatal 5, cerca de Redding, en los asientos reclinados de los vehículos (cada uno de los muchachos Shaftoe le informa por separado y con toda solemnidad que la cadena de alojamientos conocida como Motel 6 es una inmensa estafa, que si esas habitaciones en alguna ocasión costaron seis dólares por noche, lo que es dudoso, ciertamente ahora no es así, y que son muchos los jóvenes e inocentes viajeros que se han visto atraídos por las llamadas de sirena de esos fraudulentos carteles alzándose sobre los tréboles de las interestatales; intentan sonar imparciales y sabios pero, por como se les enrojece la cara, apartan la vista y alzan la voz, Randy sospecha que en realidad está escuchando una historia personal y reciente apenas velada). Una vez más, sin que nadie diga nada, se da por supuesto que Amy, como la mujer, dispondrá de su propio coche para dormir, lo que sitúa a Randy en el bólido con Robin y Marcus Aurelius. Como es el invitado, ocupa el asiento reclinable del pasajero, la mejor cama de la casa, y M.A. se acurruca en el asiento de atrás mientras Robin, el más joven, duerme tras el volante. Durante unos treinta segundos después de que la luz se haya apagado y los Shaftoe hayan terminado de decir sus plegarías en voz alta, Randy se limita a quedarse tendido sintiendo cómo el Impala se agita por el impacto de los grandes camiones al pasar y se siente considerablemente más alienado que cuando intentaba dormir en medio de la selva en el jeepney en el norte de Luzón. Luego abre los ojos y es por la mañana, y Robin está realizando flexiones con un solo brazo en el suelo.

—Cuando lleguemos allí —dice Robin jadeando una vez que ha terminado—, ¿cree que podría mostrarme eso de vídeo en Internet de lo que me había hablado? —Lo pregunta con toda la ingenuidad de su juventud. De pronto adopta una expresión avergonzada y añade—: A menos que sea muy caro o algo así.

—Es gratis. Te lo enseñaré —dice Randy—. Vamos a desayunar. Ni que decir tiene que McDonald’s y similares cobran una suma escandalosa por, digamos, un plato de patatas, mucho más de lo que uno pagaría por la masa equivalente de patatas sin procesar en (si crees que el dinero crece en los árboles) Safeway o (si te preocupa realmente el valor de un dólar) en un mercado agrícola situado en un enlace de carreteras solitario allí donde Cristo perdió el gorro. Así que para desayunar deben dirigirse a un pueblecito (los hipermercados en sitios grandes como Redding son timos) y encontrar un colmado (los supermercados son etc., etc., etc.) y comprar el desayuno en la forma más elemental concebible (plátanos más que maduros y muy baratos que ni siquiera vienen en racimos sino que han recogido del suelo, o algo similar, y que se juntan en una bolsa de papel, y Cheerios genéricos en una bolsa de plástico tubular, y una caja de leche en polvo genérica) y comérselo en equipos militares de latón que los Shaftoe sacan con admirable frialdad del maletero del coche, un abismo ferroso y aceitoso todo lleno de cadenas para ruedas, cajas viejas de munición y, a menos que los ojos de Randy le estén jugando una mala pasada, un par de espadas samurai.

En cualquier caso, todo se hace con la debida despreocupación, y no como si estuviesen probando la entereza de Randy o algo, por lo que este supone que realmente todo eso no se cualifica como una verdadera experiencia de vínculo entre hombres. Si, de forma hipotética, el Impala se estropease en el desierto y tuviesen que repararlo con piezas robadas en una chatarrería cercana protegida por perros rabiosos y gitanos armados con rifles, eso sería una experiencia de vínculo masculino. Pero Randy se equivoca. El Día 2 los Shaftoe (los hombres al menos) se abren a él.

Parece (y tal información la abstrae después de muchas horas de conversación) que cuando eres un joven Shaftoe en plenas facultades físicas y un extraño en tierra extraña con un coche que, con grandes consejos y considerable ayuda de tu gran familia, has arreglado bastante bien, la idea de aparcarlo para tomar cualquier otro medio de transporte es, además de una evidente estupidez financiera, una especie de fracaso moral pura y simplemente. Por eso van en coche hasta Whitman, Washington. Pero ¿por qué (uno de ellos ha reunido el valor suficiente para preguntarlo) llevan dos coches? En el Impala hay sitio más que suficiente para cuatro. Randy ha llegado a la conclusión de que los Shaftoe se sienten consternados por la insistencia de Randy de llevar el redundante y repugnante Acura, y que no es más que su formidable amabilidad lo que les ha impedido comentar que es una locura.

—Supongo que nosotros no estaremos juntos más allá de Whitman —dice Randy—. Si llevamos los dos coches, podemos separarnos en ese punto.

—No está tan lejos, Randall —dice Robin, dándole al acelerador del Impala para obligarlo a cambiar de marcha, y esquivar un transporte de gasolina. De los «Señor» y «Señor Waterhouse» iniciales, Randy ha conseguido que se dirijan a él por su nombre de pila, pero sólo han aceptado con la condición (aparentemente) de que usen el «Randall» completo en lugar de «Randy». Los primeros intentos de emplear «Randall Lawrence» como forma de compromiso sufrieron la denuncia vigorosa de Randy, así que se ha quedado en «Randall»—. M.A. y yo estaríamos encantados de dejarle en el aeropuerto de San Francisco… o, eh, allí donde decida aparcar su Acura.

—¿En qué otro sitio podría aparcarlo? —dice Randy, sin haber comprendido la última parte.

—Bien, me refiero a que probablemente podríamos encontrar un lugar donde aparcarlo gratis durante unos días si nos ponemos a ello. Dando por supuesto que quiera conservarlo —añade alentador—. Ese Acura probablemente podría conseguir un buen precio incluso considerando todas las reparaciones que necesita.

Es sólo en ese momento cuando Randy comprende que los Shaftoe creen que es un indigente total, desamparado y a la deriva en el ancho mundo. Un claro caso que necesita caridad. Recuerda ahora haberles visto deshacerse de una bolsa de McDonald’s cuando llegaron a la casa. Todo el atracón de austeridad se lo han inventado para evitar presionar financieramente a Randy.

Robin y M.A. han estado observándole con atención, hablando sobre él, pensando en él. Resulta que han hecho algunas suposiciones defectuosas, y han llegado a las conclusiones erróneas, pero igualmente han manifestado más sofisticación de la que Randy les atribuía. Eso obliga a Randy a repasar las conversaciones que han mantenido durante los últimos días, sólo para hacerse una idea de qué otras cosas interesantes y complicadas puedan habérseles pasado por la cabeza. M.A. es del tipo sincero y seguidor de las reglas, de los que sacan buenas notas y se ajustan bien a cualquier organización jerárquica. Pero Robin es más bien una incógnita. Tiene el potencial de ser o un fracasado total o un empresario de éxito, o quizá uno de esos tipos que oscilan entre los dos polos. Randy comprende ahora que ha descargado en la persona de Robin, sólo en un par de días, una cantidad impresionante de información sobre Internet, dinero electrónico, moneda digital y la nueva economía global. El estado mental de Randy es tal que es propenso a parlotear sin sentido durante horas. Robin se lo ha tragado todo.

Para Randy no fue más que soltar aire caliente sin sentido. Hasta ahora ni siquiera había considerado el efecto que podría ejercer sobre la trayectoria de la vida de Robin Shaftoe. Randall Lawrence Waterhouse odia Star Trek y evita a la gente que no la odia, pero incluso él ha visto todos los episodios de la maldita serie, y se siente, en ese momento, como un científico de la Federación que se ha transportado a un planeta primitivo y sin pensarlo le ha enseñado a un bruto oportunista anterior a la Ilustración cómo construir un cañón faser a partir de materiales normales.

A Randy todavía le queda algo de dinero. No sabe cómo puede transmitir esa información a los chicos sin cometer algún terrible error de protocolo, así que a la siguiente parada en la gasolinera, le pide a Amy que les informe. Él cree (basándose en su vaga comprensión del sistema de rotación) que le toca quedarse a solas en el coche con Amy, pero si Amy va a informar sobre el dinero a uno de los chicos deberá pasar el siguiente turno con uno de ellos, porque hay que transmitirlo de forma indirecta, lo que llevará su tiempo, y debido a esa ruta indirecta, habrá que dejar algo de tiempo para que sea digerida. Pero tres horas más tarde, a la siguiente parada para coger gasolina, de forma natural M.A. y Robin deben ir juntos en el mismo coche, de forma que Robin (que ahora sabe y comprende, y que entra en el Impala con una gran sonrisa en el rostro y le da un golpe afable a Randy en el hombro) puede pasar el mensaje a M.A., cuyos recientes gambitos conversacionales vis-à-vis con Randy no tenían el más mínimo sentido hasta que Randy comprendió que le consideraban un mendigo y que M.A. intentaba, de forma realmente oblicua, descubrir si Randy tenía necesidad de compartir algunos de los elementos de aseo de M.A. En cualquier caso, Randy y Amy suben al Acura y se dirigen al norte de Oregón, intentando seguir al bólido.

—Bien, es agradable tener la oportunidad de pasar algo de tiempo contigo —dice Randy. Todavía tiene la espalda un poco dolorida allí donde Amy le golpeó, aquella mañana, mientras manifestaba que expresar los propios sentimientos «era el juego». Así que ha supuesto que lo mejor es expresar aquellos sentimientos que es menos probable que le causen problemas.

—Zupuze que tú y yo habíamos tenido tiempo zuficiente para calmarnos —dice Amy, habiendo revertido por completo, en los últimos dos días, a la lengua de sus antepasados—. Pero han pasado siglos y siglos desde que vi a esos chicos por última vez y tú nunca los has visto.

—¿Siglos y siglos? ¿En serio?

—Sí.

—¿Cuánto tiempo?

—Bien, la última vez que vi a Robin empezaba el parvulario. Y vi a M.A. más recientemente… probablemente tenía ocho o diez años.

—Una vez más, ¿cuál es tu relación con ellos?

—Creo que Robin es primo segundo. Y podría explicarte mi relación con M.A., pero empezarías a agitarte en el asiento y a suspirar antes de que llegase a la mitad.

—Por tanto, para esos chicos no eres más que una pariente lejana a la que vieron una o dos veces cuando eran pequeños.

Amy se encoge de hombros.

—Sí.

—Luego, ¿qué les hizo venir aquí?

La mirada de Amy está vacía.

—Quiero decir —dice Randy— que por la actitud general que adoptaron cuando se detuvieron de golpe en medio de mi jardín y salieron del vehículo al rojo vivo y cubierto de bichos, recién llegados de Tennessee, era evidente que su misión número uno era garantizar que la flor de las mujeres Shaftoe recibía el trato respetuoso, decente y de veneración, etc., que claramente merece.

—Oh. No me pareció eso a mí.

—Oh, ¿no lo era? ¿En serio?

—No. Randy, mi familia se apoya mutuamente. Simplemente el que haga tiempo que no nos hayamos visto no significa que las obligaciones hayan desaparecido.

—Bien, en este momento estás realizando una comparación implícita con mi familia, que por cierto no me vuelve loco, y sobre la que quizá debiésemos hablar más tarde. Pero, en lo que se refiere a esas obligaciones familiares, ciertamente opino que una de ellas es preservar tu virginidad nocional.

—¿Quién ha dicho que sea nocional?

—Debe serlo para ellos porque apenas te han visto nunca. A eso me refiero.

—Creo que estás exagerando desproporcionadamente el aspecto sexual que percibes en la situación —dice Amy—. Lo que es perfectamente normal en el caso de un tío, y no tengo peor imagen de ti por ello.

—Amy, Amy. ¿No has hecho las cuentas?

—¿Cuentas?

—Contando el viaje por entre el tráfico de Manila hasta el AINA, la facturación y las formalidades en el aeropuerto de San Francisco, todo mi desplazamiento me llevó unas dieciocho horas. Veinte para ti. Otras cuatro horas para llegar a mi casa. Ocho horas después de que llegásemos a mi casa, Robín y Marcus Aurelius se presentan en medio de la noche. Bien, si damos por supuesto que la radio macuto de la familia Shaftoe funciona a la velocidad de la luz, eso implica que los chicos, divirtiéndose frente a su trailer en Tennessee, recibieron la noticia de que una mujer Shaftoe tenía un problema personal provocado por un tío justo cuando abandonabas el Glory IV y te subías a un taxi en Manila.

—Envié un email desde el Glory —dice Amy.

—¿A quién?

—A la lista de correo Shaftoe.

—¡Dios! —dice Randy, dándose una hostia en la cara—. ¿Qué decía ese correo?

—No lo recuerdo —dice Amy—. Que me dirigía a California. Probablemente hice algún comentario equívoco con respecto a un joven con el que quería hablar. En ese momento estaba molesta y no puedo recordar con exactitud lo que dije.

—Creo que dijiste algo así como «Voy a California, donde Randall Lawrence Waterhouse, que padece de sida, va a sodomizarme por la fuerza en cuanto llegue».

—No, nada tan exagerado.

—Bien, creo que alguien leyó entre líneas. En cualquier caso, Ma o Tío Em o alguien salió por la puerta trasera, limpiándose la harina del delantal de guingán… Me lo estoy imaginando.

—Me lo supongo.

—Y dice: «Chicos, vuestra enésima prima distante America Shaftoe nos ha enviado un correo desde el bote del Tío Doug en el mar meridional de China diciendo que tiene una disputa con un joven y no es del todo descabellado que pueda necesitar ayuda. En California. ¿Os podrías pasar por allí y ver si os necesita?» Y ellos dejaron de lado la pelota de baloncesto y dijeron: «Claro, mamá, ¿cuál es la ciudad y la dirección?» Y ella responde: «Eso no importa, simplemente coged la interestatal 40 y dirigios al oeste sin dejar de mantener una velocidad media entre un cien y un ciento veinte por ciento sobre el límite legal de velocidad y llamadme a cobro revertido desde una Texaco y os daré las coordenadas específicas del blanco.» Y ellos dicen: «Sí, mamá» y treinta segundos después salen del garaje a cinco «ges» y treinta horas después se plantan en mi jardín, cegándome con sus linternas de veinticinco pilas y planteándome un montón de preguntas inquisitivas. ¿Tienes alguna idea de la distancia que han recorrido?

—Ni idea.

—Bien, según el Mapa de Carreteras Rand McNally de M.A., son unas dos mil cien millas.

—¿Y?

—Lo que implica que mantuvieron una velocidad media de setenta millas por hora durante día y medio.

—Día y cuarto —dice Amy.

—¿Tienes idea de lo difícil que es hacerlo?

—Randy, pisas el acelerador y mantienes la aguja en su posición. ¿Tan difícil es?

—No me refiero a que se trate de un desafío intelectual. Comento que la disposición a, por ejemplo, orinar en botes vacíos de McDonald’s en lugar de detener el coche, sugiere urgencia. Incluso pasión. Y como soy un tío, y he tenido la experiencia de ser un tío a la edad de M.A. y Robin, puedo afirmar que una de las pocas cosas que hace hervir la sangre hasta ese punto es la idea de que una mujer a la que amas está siendo maltratada por un hombre desconocido.

—Bien, ¿y si así fue qué? —dice Amy—. Ahora creen que eres un buen tío.

—¿Sí? ¿En serio?

—Sí. El desastre financiero te vuelve más humano. Más accesible. Y disculpa muchas cosas.

—¿Necesito excusarme por algo?

—No por lo que a mí respecta.

—Pero en la medida en que ellos pensaron que yo era un violador, eso, en cierta forma, mitiga mi problema de imagen.

Se produce una pequeña pausa en la conversación. Luego Amy le sale con:

—Háblame de tu familia, Randy.

—Durante los siguientes días, vas a descubrir más de lo que me gustaría sobre mi familia. Y yo también. Así que hablemos de otra cosa.

—Vale. Hablemos de negocios.

—Vale. Tú primero.

—Un productor alemán de televisión vendrá la próxima semana a ver el submarino. Puede que hagan un documental. Ya hemos recibido a varios periodistas alemanes de medios impresos.

—¿Sí?

—Ha provocado sensación en Alemania.

—¿Por qué?

—Porque nadie puede explicar cómo llegó allí. Ahora es tu turno.

—Vamos a lanzar nuestra propia moneda. —Al decirlo, Randy está divulgando información confidencial a alguien que no está autorizado a conocerla.

Pero lo hace de todas formas, porque abrirse a Amy de tal forma, poniéndose en situación vulnerable, le provoca una erección.

—¿Cómo se hace? ¿No hay que ser un gobierno?

—No. Tienes que ser un banco. ¿Por qué crees que se llaman billetes de banco? —Randy es completamente consciente de que divulgar secretos empresariales a una mujer simplemente para excitarse sexualmente es una locura, pero resulta que ahora mismo tampoco le importa demasiado.

—Vale, pero aún así, normalmente lo hacen bancos gubernamentales, ¿no?

—Sólo porque la gente tiende a respetar los bancos gubernamentales. Pero los bancos gubernamentales del sureste asiático tienen ahora mismo un enorme problema de imagen. Ese problema de imagen se traduce directamente en una caída de la tasa de cambio.

—Bien, ¿cómo se hace?

—Consigues un montón de oro. Emites certificados que dicen «este certificado puede canjearse por tal cantidad de oro». Eso es todo.

—¿Qué tienen de malo los dólares, yenes y demás?

—Los certificados, los billetes de banco, se imprimen sobre papel. Nosotros vamos a emitir billetes de banco electrónicos.

—¿Nada de papel?

—Nada de papel.

—Así que sólo podrás gastarlo en la Red.

—Correcto.

—¿Qué pasa si quieres comprarte un montón de plátanos?

—Buscas un vendedor de plátanos en la Red.

—Parece que el dinero en papel serviría exactamente igual.

—Al papel moneda se le puede seguir el rastro y es perecedero, además de otros inconvenientes. Los billetes electrónicos son rápidos y anónimos.

—¿Qué aspecto tiene un billete electrónico, Randy?

—El de cualquier otra cosa digital: un montón de bits.

—¿Eso no los hace fáciles de falsificar?

—No si dispones de buena criptografía —dice Randy—. Que nosotros tenemos.

—¿Cómo la conseguisteis?

—Relacionándonos con fanáticos.

—¿Qué tipo de fanáticos?

—Fanáticos que creen que disponer de buena criptografía es de una importancia casi apocalíptica.

—¿Cómo alguien puede llegar a pensar algo así?

—Leyendo sobre gente como Yamamoto, que murió por tener mala criptografía, y luego proyectando esas cosas al futuro.

—¿Estás de acuerdo con ellos? —pregunta Amy. Puede que se trate de una de esas preguntas que definen un momento importante en una relación.

—A las dos de la madrugada, cuando estoy tendido en la cama y despierto, sí lo creo —dice Randy—. A la luz del día, me suena a paranoia. —Mira a Amy, quien le observa fijamente, porque en realidad todavía no ha contestado a la pregunta. Tiene que decidirse por una de las opciones—. Más vale prevenir que curar, supongo. Disponer de una buena criptografía no puede hacerte daño, y podría ayudarte.

—Y por el camino podría hacerte ganar un montón de dinero —le recuerda Amy.

Randy ríe.

—En este punto, ni siquiera se trata de ganar dinero —dice—. Simplemente no deseo sufrir una humillación total.

Amy sonríe críptica.

—¿Qué? —le exige Randy.

—Cuando has dicho eso has sonado como un Shaftoe —dice Amy.

Después de eso, Randy conduce en silencio durante media hora. Sospecha que tenía razón: era un momento importante en la relación. Ahora como mucho sólo podría joder la situación. Así que se calla y conduce.