LONDINIUM
LAS PESADAS
MONEDAS británicas resuenan en su bolsillo como platos de
peltre. Lawrence Pritchard Waterhouse recorre la calle vistiendo el
uniforme de capitán de fragata de los Estados Unidos. Tal hecho no
debe tomarse como si implicase que es capitán de fragata, o que
siquiera pertenezca a la Marina, aunque es así. La referencia a
Estados Unidos, sin embargo, es una apuesta bastante segura, porque
cada vez que llega a un bordillo, o está a punto de ser atropellado
por un vehículo que frena en seco o pierde el paso, desvía su tren
de pensamientos a un lado, para desagrado de pasajeros y personal,
y hace que gran parte de su circuito mental de cálculo se dedique
al trabajo de reflejar lo que le rodea sobre un gran espejo. Aquí
conducen por la izquierda.
Ya lo sabía antes de llegar. Ha visto fotografías. Y Alan se había quejado en Princeton, corriendo siempre el riesgo de morir atropellado cuando, perdido en sus pensamientos, bajaba de la acerca mirando hacia el lado equivocado.
Los bordillos son afilados y perpendiculares, no como las suaves curvas americanas de sección sigmoide. La transición entre la acera y la calle es una caída en vertical. Si pones una bombilla verde en la cabeza de Waterhouse y le miras de lado durante un apagón, su trayectoria tendría el aspecto de una onda cuadrada sobre un osciloscopio de un solo rayo: arriba, abajo, arriba, abajo. Si estuviese en Estados Unidos, las aceras tendrían un espaciamiento equitativo, como unas doce por milla, porque su ciudad natal está cuidadosamente trazada sobre una rejilla.
Aquí en Londres, la distribución de calles es irregular y por tanto las transiciones de la onda cuadrada se producen aleatoriamente, en ocasiones muy juntas, a veces muy separadas.
Un científico que examinase esa onda probablemente renunciaría a encontrar ningún patrón; le parecería algo al azar, producto del ruido, efecto quizá de los rayos cósmicos del espacio profundo, o de la desintegración de un isótopo radioactivo.
Pero si tuviese profundidad e ingenio, la cuestión sería muy diferente.
Podría obtenerse profundidad poniendo una bombilla verde en la cabeza de cada una de las personas de Londres y luego grabando el camino durante algunas noches. El resultado sería un grueso conjunto de gráficos, cada uno aparentemente tan caótico como los otros. Cuanto más grueso sea el montón, mayor profundidad.
El ingenio es un asunto completamente distinto. No hay forma sistemática de obtenerlo. Una persona podría observar el montón de ondas cuadradas y no ver más que ruido. Otra podría encontrar en ellas una fuente de fascinación, una sensación irracional imposible de explicar a otra persona que no la compartiese.
Una parte profunda de la mente, experta en el descubrimiento de patrones (o la existencia de un patrón) despertaría de un salto y le indicaría frenética a las partes cotidianas del cerebro que siguiesen mirando el montón de gráficos. La señal es débil y no siempre se escucha, pero indicaría al receptor que repasase, durante días si fuese necesario, el montón de gráficos como un autista, extendiéndolos por el suelo, amontonándolos según algún sistema inescrutable, apuntando números y letras de alfabetos muertos en las esquinas, preparando referencias cruzadas, encontrando patrones, comparando unos con otros.
Un día esa persona saldría de la habitación llevando un mapa extremadamente exacto de Londres, reconstruido a partir de la información contenida en todos esos gráficos cuadrados.
Lawrence Pritchard Waterhouse es una de esas personas.
Por esa razón, las autoridades de su país, los Estados Unidos de América, le han hecho prestar un solemne juramento de secreto, y le suministran continuamente nuevos uniformes de varios tipos y graduaciones y, ahora, le han enviado a Londres.
Baja una acera, mirando por reflejo a la izquierda. Oye en el oído derecho un tintineo, barritan los frenos de una bicicleta. No es más que un marine real (Waterhouse empieza a reconocer los uniformes) haciendo un recado; pero lleva refuerzos a la espalda en la forma de un autobús autocar pintado de verde olivo y marcado por todas partes con números inescrutables.
—¡Perdóneme, señor! —dice el marine real con una sonrisa, y le esquiva, aparentemente suponiendo que el autocar puede manejar cualquier situación de limpieza. Waterhouse da un salto, directamente frente a un taxi negro que viene en sentido contrario.
Pero después de atravesar esa calle en particular, llega a su destino en Westminster sin más incidentes que amenacen su vida, a menos que se tenga en cuenta el estar a unos pocos minutos de vuelo en avión de una horda extremadamente organizada de alemanes asesinos con las mejores armas del mundo. Se encuentra en una zona de la ciudad que se parece a ciertas áreas sin luz y cercadas de Manhattan: calles estrechas bordeadas de edificios de unos diez pisos de alto. Ocasionales visiones de antiguos y enormes edificios góticos al fondo de la calle le dan a entender que está metido hasta el cuello en grandeza. Como en Manhattan, la gente camina con rapidez, cada persona con un propósito claro en la cabeza.
Los tacones reparados de los zapatos de época de guerra de los peatones resuenan metálicamente. Cada peatón mantiene una longitud de paso razonablemente consistente y golpea casi con precisión metronómica. Un micrófono en la acera le ofrecería a un fisgón una cacofonía de clics, aparentemente caótica como el ruido de un contador Geiger. Pero la persona adecuada abstraería la señal del ruido y contaría los peatones, daría un recuento de hombres y mujeres y un histograma de longitud de las piernas…
Debía dejar de hacerlo. Le gustaría concentrarse en el asunto que tiene entre manos, pero sigue siendo un misterio.
Una escultura moderna enorme y mazacote se asienta sobre la entrada de metro del parque James, vigilando las veinticuatro horas del día los Edificios Broadway, que en realidad es un único edificio. Como cualquier otro cuartel de inteligencia en el que Waterhouse haya estado, es una gran decepción.
No es más, después de todo, que un edificio: piedra anaranjada, más o menos diez pisos, un techo abuhardillado irracionalmente alto ocupando los tres últimos, algunos adornos clásicos sobre las ventanas, que como todas las ventanas de Londres han sido divididas en ocho triángulos rectos por medio de cinta adhesiva. A Waterhouse le parece que ese estilo encaja mejor con la arquitectura clásica que, digamos, el gótico.
Tiene algunos conocimientos de física, y le parece poco creíble que, en caso de que varios cientos de libras de trinitrotolueno estallen en el vecindario y la onda de choque resultante se propague por un enorme panel de vidrio, la gente situada al otro lado obtenga algún beneficio de un asterisco de cinta de papel. Es un gesto supersticioso, como los conjuros en las granjas de Pensilvania. La vista de la cinta adhesiva posiblemente mantenga a la gente centrada en el esfuerzo bélico.
Lo que no parece funcionar en el caso de Waterhouse. Cruza cuidadosamente la calle, concentrándose en la dirección del tráfico, actuando con la suposición de que alguien en el interior le esté observando. Entra, sosteniendo la puerta para una joven temiblemente vigorosa vestida con un traje semimilitar —que deja claro a Waterhouse que será mejor que no espere Llegar a Ningún Sitio sólo porque le sostenga la puerta— y luego para un caballero septuagenario de aspecto cansado con un bigote blanco.
El vestíbulo está bien protegido, y hay mucho ajetreo con las credenciales de Waterhouse y sus órdenes. Y luego comete el error obligatorio de equivocarse de piso porque allí la numeración es diferente. Sería mucho más divertido si no se tratase de un edificio de inteligencia militar en medio de la mayor guerra de la historia del mundo.
Cuando al fin llega al piso correcto, resulta ser un poco más elegante que el equivocado. Claro, la estructura subyacente de todo en Inglaterra es lujosa. No hay punto medio para esa gente. Tienes que recorrer una milla para encontrar una cabina telefónica, pero cuando la has encontrado, ha sido construida como si el que alguien dinamitase sin razón las cabinas telefónicas hubiese sido un serio problema en algún momento del pasado. Y un buzón británico podría detener un tanque alemán. Ninguno de ellos tiene coche, pero si lo tienen, se trata de bestias de tres toneladas fabricadas a mano. La idea de hacer en serie un montón de coches es inconcebible: hay ciertos procedimientos a seguir, señor Ford, como soldar a mano el radiador o el corte tradicional de las ruedas a partir de un bloque sólido de caucho.
Las reuniones son todas iguales. Waterhouse es siempre el Invitado; nunca ha sido el anfitrión de una reunión. El Invitado llega a un edificio desconocido, se sienta en la sala de espera rechazando ofertas de bebidas con cafeína de parte de una mujer bien parecida pero casta y, con el tiempo, se le da paso a la Sala, donde le esperan el Tipo Importante y los Otros Tipos. Hay un sistema de presentaciones que no debe preocupar al Invitado porque opera en modo pasivo y no necesita más que responder a los estímulos, agitando las manos que le ofrecen, declinando más ofertas de bebidas con cafeína y (ahora) alcohólicas, sentarse donde y cuando se le invite. En este caso, el Tipo Importante y todos los Otros Tipos menos uno resultan ser británicos, la selección de bebidas es ligeramente diferente, la sala, siendo británica, está construida con bloques de piedra como la tumba de un faraón, y las ventanas tienen las cintas de papel. La Predecible Fase Humorística es mucho más corta que en América, la Fase de Charla Intranscendente más larga.
Waterhouse ha olvidado todos los nombres. Siempre olvida de inmediato los nombres. Aunque los recordase, no sabría diferenciar los rangos, ya que no tiene frente a él la estructura organizativa del Ministerio de Exteriores (que se encarga de la Inteligencia) y el Militar. Continuamente dicen «guata jaes», pero justo cuando está a punto de preguntarles qué significa esa expresión, deduce que así es como pronuncian «Waterhouse». Aparte de eso, el único comentario que realmente penetra en su cerebro es cuando uno de los Otros Tipos comenta algo sobre el Primer Ministro que implica mucha familiaridad. Y ni siquiera es el Tipo Importante. El Tipo Importante es mucho mayor y bastante más distinguido. Así que a Waterhouse le parece (aunque ha dejado de prestar atención por completo a lo que esa gente le dice) que al menos la mitad de las personas que están en esa habitación han tenido recientemente una conversación con Winston Churchill.
Entonces, de pronto, ciertas palabras surgen en la conversación. Waterhouse no prestaba atención, pero está bastante seguro de que durante los últimos diez segundos se ha emitido la palabra Ultra. Parpadea y se sienta aún más recto.
El Tipo Importante parece perplejo. Los Otros Tipos parecen sobresaltados.
—¿Alguien comentó algo, hace unos minutos, con respecto a la disponibilidad de café? —dice Waterhouse.
—Señorita Stanhope, café para el capitán Guata Jaes —dice el Tipo Importante por el intercomunicador eléctrico. Es uno de la apenas media docena de intercomunicadores de oficina que existen en todo el Imperio Británico. Sin embargo, ha sido fabricado como una única pieza a partir de cincuenta kilos de hierro y recibe la corriente por medio de cables de 420 voltios tan gruesos como el dedo índice de Waterhouse—. Y si tuviese la amabilidad de traer té.
Bien, ahora Waterhouse conoce el nombre de la secretaria del Tipo Importante. Es un comienzo. A partir de ese dato, con un poco de investigación podría recuperar el recuerdo del nombre del Tipo Importante.
La petición de café y té parece haberles llevado de vuelta a la Fase de Charla Intrascendente, y aunque los tipos importantes americanos se sentirían frustrados y estarían echando humo, los británicos parecen enormemente aliviados. Incluso le piden más bebidas a la señorita Stanhope.
—¿Ha visto recientemente al doctor Shehrrn? —le pregunta el Tipo Importante a Waterhouse. Se aprecia algo de preocupación en la voz.
—¿Quién? —aunque inmediatamente Waterhouse comprende que la persona en cuestión es el capitán de fragata Schoen, y que en Londres es probable que el nombre se pronuncie correctamente, Shehrrn en lugar de Shane.
—¿Capitán Waterhouse? —dice el Tipo Importante, varios minutos más tarde. En el transcurso, Waterhouse ha estado intentando inventar un nuevo criptosistema basado en modos alternativos de pronunciar las palabras y no ha dicho nada durante un buen rato.
—¡Oh, sí! Bueno, le hice una visita de cortesía y presenté mis respetos a Schoen antes de subir al barco. Claro está, cuando él está…, eh…, acusando el estado del tiempo, todos tienen órdenes estrictas de no hablar de criptología con él.
—Claro está.
—El problema es que cuando toda tu relación con ese hombre está basada en la criptología, no puedes siquiera meter la cabeza por la puerta sin violar esa orden.
—Sí, es extremadamente incómodo.
—Supongo que se encuentra bien. —Waterhouse no lo dice con demasiada convicción, y se produce el silencio apropiado alrededor de la mesa.
—Cuando se encontraba de mejor humor escribió con entusiasmo sobre sus contribuciones, capitán Waterhouse, en el Criptonomicón —dice uno de los Otros Tipos, que hasta ahora no había dicho demasiado. Waterhouse lo etiqueta como algún tipo de promotor dentro del campo de la criptología mecánica.
—Es un gran tipo —comenta Waterhouse.
El Tipo Importante aprovecha la oportunidad.
—Por su trabajo con la máquina índigo del doctor Schoen, se encuentra usted, por definición, en la lista Magic. Ahora este país y el suyo han llegado a un acuerdo, al menos en principio, para cooperar en el campo del criptoanálisis, lo que automáticamente le sitúa en la lista Ultra.
—Comprendo, señor —dice Waterhouse.
—Ultra y Magic son extremadamente simétricas. En cada caso, una potencia beligerante ha desarrollado un cifrado mecánico que considera perfectamente irrompible. En cada caso, una potencia aliada ha roto el cifrado. En América, el doctor Schoen y su equipo rompieron índigo y diseñaron la máquina Magic. Aquí, fue el equipo del doctor Knox el que rompió Enigma y desarrolló Bombe. Aquí parece que la luz que sirvió de guía fue el doctor Turing. La luz guía en su caso fue el doctor Schoen, que se encuentra, como ha dicho usted, afectado por la climatología. Pero él le considera a usted comparable a Turing, capitán Waterhouse.
—Una opinión extremadamente generosa —dice Waterhouse.
—Pero estudió con Turing en Princeton, ¿no?
—Nos encontrábamos allí al mismo tiempo, si se refiere a eso. Montábamos en bicicleta. Su trabajo era mucho más avanzado.
—Pero Turing realizaba estudios de posgrado. Usted era un simple estudiante.
—Cierto. Pero incluso teniendo ese detalle en cuenta, él es mucho más inteligente que yo.
—Es usted demasiado modesto, capitán Waterhouse. ¿Cuántos estudiantes no graduados han publicado artículos en revistas internacionales?
—Simplemente montábamos en bicicleta —insiste Waterhouse— Einstein ni siquiera me daba la hora.
—El doctor Turing ha resultado ser muy útil en lo que respecta a la teoría de la información —dice un tipo prematuramente macilento con pelo largo y gris, que Waterhouse etiqueta como algún profesor de Oxford o Cambridge—. Supongo que han discutido sobre el tema.
El profesor se vuelve a los otros tipos y dice, con la pedantería propia de su cargo:
—La teoría de la información daría forma a un calculador mecánico básicamente de la misma forma en que, digamos, la dinámica de fluidos da forma al casco de un barco. —A continuación se vuelve hacia Waterhouse y dice, en tono algo menos formal—: El doctor Turing ha seguido desarrollando su trabajo en ese campo desde que desapareció, desde el punto de vista de su país, en el reino de la Información Secreta. Una preocupación especial ha sido el problema de cuánta información puede extraerse de datos aparentemente caóticos.
De pronto, todas las otras personas en la habitación están intercambiando esas miradas raras.
—Asumo por su reacción —dice el Tipo Importante— que también le ha interesado a usted.
Waterhouse se pregunta cuál ha sido su reacción. ¿Le habrán crecido colmillos? ¿Ha babeado en el café?
—Está bien —dice el Tipo Importante antes de que Waterhouse pueda preguntar—, porque a nosotros también nos interesa mucho. Veamos, ahora que estamos realizando esfuerzos, y debo destacar la situación preliminar e insatisfactoria de esos esfuerzos, por el momento, para coordinar los servicios de inteligencia entre Estados Unidos y Gran Bretaña, nos encontramos en la situación más extraña en que hayan estado nunca un par de aliados en una guerra. Lo sabemos todo, capitán Waterhouse. Recibimos las comunicaciones personales de Hitler a sus comandantes de campo, ¡con frecuencia antes que los propios comandantes! Ese conocimiento es evidentemente una herramienta muy potente. Pero es igualmente evidente que no puede ayudarnos a ganar la guerra a menos que nos ayude a cambiar nuestras acciones. Es decir, si por medio de Ultra sabemos de un convoy que navega desde Tarento con suministros para Rommel en el norte de África, ese conocimiento no nos sirve de nada a menos que vayamos allí a hundir el convoy.
—Está claro —dice Waterhouse.
—Ahora bien, si envían diez convoyes y los hundimos todos, incluso los ocultos bajo la niebla y la oscuridad, los alemanes empezarán a preguntarse cómo sabíamos dónde podíamos encontrar esos convoyes. Comprenderán que hemos roto el código Enigma y lo cambiarán, y perderemos esa herramienta. Es casi seguro que al señor Churchill no le gustaría nada tal resultado. —El Tipo Importante mira a todos los demás, quienes asienten con complicidad. Waterhouse tiene la sensación de que el señor Churchill ha estado presionando sobre ese punto en particular.
—Vamos a expresarlo en términos de teoría de la información —dice el profesor—. La información fluye de Alemania a nosotros por medio del sistema Ultra en Bletchley Park. Esa información nos llega por medio de transmisiones de radio en código Morse aparentemente aleatorias. Pero como disponemos de personas muy brillantes podemos descubrir orden en lo que aparentemente es caótico, podemos extraer información crucial para nuestro empeño. Ahora bien, los alemanes no han roto nuestros cifrados. Pero pueden observar nuestras acciones; la ruta de nuestros convoyes por el Atlántico norte, el despliegue de nuestras fuerzas aéreas. Si los convoyes evitan siempre los submarinos, si las fuerzas aéreas se dirigen siempre directamente a los convoyes alemanes, entonces los alemanes tendrán claro, hablo en este caso de un alemán brillante, un alemán universitario, que no hay azar. Ese alemán encontrará correlaciones. Podrá ver que sabemos más de lo que deberíamos saber. En otras palabras, hay cierto punto a partir del cual la información comienza a fluir de nosotros hacia los alemanes.
—Precisamos saber dónde se encuentra ese punto —dice el Tipo Importante—. Dónde está exactamente. Es preciso que nos quedemos en el lado correcto. Para desarrollar la apariencia de azar.
—Sí —dice Waterhouse—, y debe ser el tipo de azar que convenciese a alguien como Rudolf von Hacklheber.
—Exactamente el tipo en quien pensábamos —dice el profesor—. El doctor von Hacklheber, desde el año pasado.
—¡Oh! —dice Waterhouse—. ¿Rudy obtuvo su doctorado? —Desde que Rudy había sido llamado al seno del Reich de los mil años, Waterhouse había asumido lo peor: lo imaginaba con un abrigo, durmiendo por turnos y asediando Leningrado o algo así. Pero, aparentemente, los nazis, con su buen ojo para el talento (siempre que no fuese talento judío), le habían dado un trabajo de despacho.
Aún así, es bueno saberlo y por un momento Waterhouse muestra placer al saber que Rudy está bien. Uno de los Otros Tipos, intentado romper el hielo, bromea diciendo que si alguien hubiese tenido la previsión de encerrar a Rudy en New Jersey mientras durase la guerra, no sería necesaria la nueva categoría secreta de Ultra Mega. Nadie parece pensar que sea divertido, por lo que Waterhouse asume que debe ser cierto.
Le muestran el diagrama de organización del Destacamento Especial de la RAF n. 2701, que contiene los nombres de las veinticuatro personas en todo el mundo que son Ultra Mega. La parte superior está ocupaba con nombres como Winston Churchill y Franklin Delano Roosevelt. Luego vienen otros nombres que a Waterhouse le resultan extrañamente familiares; quizá los nombres de los caballeros de esa misma habitación. Por debajo, un tal Chattan, un joven coronel de la RAF que (le aseguran a Waterhouse) consiguió cosas muy buenas durante la Batalla de Inglaterra.
En el siguiente nivel se encuentra el nombre de Lawrence Pritchard Waterhouse. Allí hay dos nombres más: uno pertenece a un capitán de la RAF y el otro es un capitán del cuerpo de marines de los Estados Unidos. También hay una línea de puntos que se desvía a un lado y lleva hasta el nombre de doctor Alan Mathison Turing. Tomado en conjunto, el diagrama podría ser la más irregular y estrafalaria ad-hocracia jamás injertada en una organización militar.
En la fila inferior del diagrama hay dos grupos de media docena de nombres, apelotonados bajo los nombres del capitán de la RAF y del capitán de marines respectivamente. Se trata de los escuadrones que representan el brazo ejecutivo de la organización: como dice uno de los tipos de los Edificios Broadway, «los hombres que bajan a la mina», y como le traduce el Tipo Americano, «aquí es donde la goma toca el asfalto».
—¿Tiene alguna pregunta? —le dice el Tipo Importante.
—¿Eligió Alan el número?
—¿Se refiere al doctor Turing?
—Sí. ¿Eligió él el número 2701?
Ese nivel de detalle está claramente a varios niveles por debajo de la posición de los hombres en los Edificios Broadway. Parecen asombrados y casi insultados, como si Waterhouse de pronto les hubiese pedido que tomasen un dictado.
—Es posible —dice el Tipo Importante—. ¿Por qué lo pregunta?
—Porque —dice Waterhouse— el número 2701 es el producto de dos primos, y esos números, 37 y 73, cuando se los expresa en notación decimal, son, como se puede ver claramente, el inverso uno del otro.
Todas las cabeza giran hacia el profesor, que parece desconcertado.
—Será mejor que lo cambiemos —dice—, es el tipo de detalle que el doctor von Hacklheber apreciaría. —Se pone en pie, saca una pluma Mont Blanc del bolsillo y corrige el diagrama para que ahora diga 2702 en lugar de 2701. Y mientras lo hace, Waterhouse mira a los otros hombres de la habitación y piensa que parecen satisfechos. Está claro que ese es el tipo de truco de feria que quieren que Waterhouse ejecute.