HOMBRE Y MUJER: ESTRATEGIAS REPRODUCTIVAS OPUESTAS
Supongamos que[15], como hemos dicho no hace mucho, el verdadero objetivo de la atracción que siente un cuerpo fuese «garantizar el mayor número posible de excelentes alineaciones de sus genes en el presente y en el futuro[16]».
En el caso del hombre parece claro que un índice elevado de promiscuidad le ayuda a ello. A fin de cuentas, si rellenas más cupones tienes más probabilidades de ganar. Si el coste de rellenar un cupón es relativamente bajo y sus posibles beneficios muy altos, está claro que compensa rellenar tantos cupones como sea posible.
En la práctica de un hombre, esto se traduciría en acostarse con tantas mujeres jóvenes, de aspecto fértil y sano como fuera posible. A fin de cuentas, es poco probable que una mujer de aspecto sano te contagie una enfermedad y ponga en peligro tu supervivencia. Por otra parte, el gasto de tiempo y energía parece desdeñable en comparación con las increíbles recompensas que esperan a sus genes por lograr dicha meta.
Por cierto, esto no parece alejado de lo que, al menos, desearía hacer la mayor parte de los hombres. Se trata, incluso, de un principio que refleja muy bien el comportamiento de un extensísimo número de mamíferos macho.
Ahora bien, ¿qué ocurriría si en el caso de la mujer el coste de rellenar un cupón fuese mayor? ¿Y qué ocurriría si fuese exponencialmente mayor? ¿Y si, además, el premio no fuese tan grande?
¿QUÉ SE JUEGA LA MUJER CON EL SEXO?
Sabemos que un comportamiento altamente promiscuo interesa a los genes del hombre dado el relativo bajo coste que el sexo tiene para ellos. Ahora bien, los genes de una mujer, ¿qué invierten en una relación sexual?
No hace falta pensar mucho para darse cuenta de que, en el pasado, cada vez que una mujer copulaba con un hombre se estaba jugando muchas cosas. Si ella quedaba encinta, la inversión de tiempo y energía serían mucho mayores, al igual que el riesgo que todo el proceso supondría para su supervivencia. Por lo pronto, le esperaba un año de total incapacidad reproductiva gracias al embarazo. También le aguardaban varios años en los que el cuidado de un niño la harían más débil y dependiente que otras mujeres. Además, su salud se iba a ver en serio peligro con todas las complicaciones que pueden conllevar parto y embarazo.
En otras palabras, cada vez que una mujer copulaba con otro hombre se estaba jugando un valioso cartucho de juventud y fertilidad, que podía acabar desperdiciando.
Y eso en el mejor de los casos. En el peor, se jugaba la vida.
¿QUÉ GANA LA MUJER CON EL SEXO INDISCRIMINADO?
La promiscuidad no solo interesaba a los genes del hombre por el bajo coste que esta suponía para ellos. También lo hacía por las altas recompensas que extraían de ella. En otras palabras, si un hombre era capaz de aparearse con cientos de mujeres en un año, podía tener cientos de descendientes al siguiente. De tantas alineaciones de genes resultantes, está claro que muchas iban a resultar excelentes. El beneficio, pues, para sus genes no podía ser mayor.
Los genes de la mujer, por otra parte, ¿qué podían esperar del sexo? Lo más que podían esperar era un hijo por año y solo durante unos treinta y cinco años, como máximo, de fertilidad. Y esto, como sabemos, es una exageración[17].
En la práctica, cualquier mujer con un número superior a cinco hijos podía darse más que por satisfecha[18].
La conclusión es clara. Donde el hombre medio puede ser padre potencial de miles de descendientes a lo largo de una prolongada fertilidad[19], la mujer no puede aspirar a tener más de treinta y cinco.
LA MUJER PROMISCUA NO SIRVE BIEN A SUS GENES
Como hemos visto, el riesgo del sexo indiscriminado es más alto en la mujer que en el hombre. Y sus recompensas potenciales, mucho más reducidas[20].
Un equipo de genes que programase al cuerpo de la mujer en que residen para practicar sexo indiscriminado, se estaría exponiendo a muchas cosas. Por un lado, se estaría exponiendo a realizar malas alineaciones con genes de hombres pobremente cualificados, las cuales obstaculizarían alineaciones mejores. Otro riesgo sería que el hombre abandonase a la mujer a su suerte con un niño, debiendo afrontar todos los problemas que esto generaría para ella y su descendencia. Además, con cada embarazo, la mujer corre el peligro de morir.
Por ello, una mujer que en el pasado hiciese un uso negligente de los escasos «cartuchos de procreación» que le ha proporcionado la naturaleza no estaría dando las mejores oportunidades a sus genes. En otras palabras, no estaría garantizando a sus genes «el mayor número posible de excelentes alineaciones», ni en el presente ni en el futuro. Al menos, no lo estaría haciendo tan bien como otra que sacase más partido de su escasa y valiosa capacidad reproductiva, maximizando las posibles ganancias y minimizando los posibles riesgos de cada relación sexual.
Y, cuando se trata de selección natural, no hacerlo tan bien como alguien ya sabemos en lo que desemboca. Generalmente en que, con el tiempo, ese alguien acabe ocupando tu lugar.
LA MUJER SELECTIVA SE IMPUSO EN LA EVOLUCIÓN
Aun cuando en el pasado haya habido máquinas de replicación y supervivencia femeninas programadas para comportarse de un modo muy promiscuo, otras máquinas con programas mejor adaptados a su situación no tardarían en reemplazarlas.
Mientras las máquinas promiscuas femeninas alineaban sus genes con los de máquinas masculinas que no ofrecían garantía alguna de calidad, ventajas especiales o de asistencia, otras máquinas más selectivas diseñaban sistemas que las ayudaban a «dar en el blanco» cada vez que usaban uno de sus cartuchos reproductivos. Estos sistemas de selección les proporcionaban una cierta seguridad de que las máquinas masculinas con que se apareaban contaban con buenos genes. Paralelamente, también hacían más probable el que aquellas seleccionadas contasen con recursos adicionales y estuviesen además dispuestas a asistirlas durante el difícil periodo de la cría de su progenie[21].
No hace falta devanarse los sesos para darse cuenta de cuál de los dos programas femeninos podría, a la larga, garantizar el mayor número posible de excelentes alineaciones de sus genes. Tarde o temprano, pues, aquellos genes que programasen a sus mujeres para ser selectivas acabarían imponiéndose a aquellos que promovían el sexo indiscriminado. Algo que, indefectiblemente, acabaría dando lugar a lo que se conoce por Factor Fulana[22].
LOS HOMBRES SE COMPORTAN COMO ESPERMATOZOIDES; LAS MUJERES, COMO ÓVULOS[23]
Dadas las diferentes características en el hombre y la mujer, ambos sexos desarrollarían estrategias reproductivas diferentes.
En la práctica, la mujer estaba destinada a convertirse en un recurso sexualmente escaso, y el hombre en uno abundante. Y esto sería así aun cuando hubiese un número similar de hombres que de mujeres.
A fin de cuentas, la mujer solo es fértil en un periodo concreto del mes, en tanto que el hombre lo es siempre. Ella deja de serlo una vez es fecundada, al menos durante nueve meses, en tanto que el hombre no encuentra este problema.
Así, del mismo modo que los espermatozoides no seleccionan al óvulo, los hombres competirían unos con otros prácticamente por cualquier mujer fértil y sana[24]. Las mujeres, en cambio, tenderían a comportarse de un modo mucho más selectivo, como el de los óvulos. Tal estrategia reproductiva, les llevaría a buscar tres cosas en el hombre por encima de todo:
- Buenos genes
- Estatus u otra capacidad para ofrecerles una posición ventajosa
- Protección y asistencia
DESCALIFICAR ES MÁS IMPORTANTE QUE SELECCIONAR
Hemos visto que la mujer tiene que seleccionar, y los criterios que utiliza para hacerlo. Sin embargo, descalificar es mucho más importante aún que seleccionar.
La razón es simple. Aun cuando no elija al mejor candidato, sus genes tienen aún una oportunidad de sobrevivir y replicarse, siempre que supere unos mínimos de calidad. Ahora bien, ¿qué ocurriría si, debido a algún error, dejase «colarse» en el proceso de selección algún candidato claramente erróneo? Si este lograse fecundarla, acapararía durante un largo tiempo su capacidad reproductiva, asestando un costoso golpe a sus genes.
Por ello, ante la menor duda, la mujer tiende a descalificar. También podríamos decir que la mujer selecciona, pero solo dentro del grupo de hombres que no han sido descalificados previamente.
En este sentido, su proceso de selección no es perfecto. Dado su carácter sobreprotector, no asegura siempre el triunfo del mejor candidato. Sí le ofrece a la mujer, no obstante, muchas garantías de que ningún candidato totalmente «no apto» pueda tener hijos con ella. A fin de cuentas, el que esto ocurra supone un riesgo tan grave para sus genes, que por descartarlo vale la pena exponerse al «mal menor» de eliminar de la competición a algunos hombres excepcionalmente válidos[25].
Esta es la razón de que, cuando cometas un grave error con una mujer, a menudo valdrá más la pena empezar con otra desde cero que tratar de enmendar dicha falta[26]. Por supuesto, esto se refiere solo al proceso de seducción, nunca a relaciones serias.
SELECCIÓN NATURAL Y SELECCIÓN SEXUAL
Al hablar de la estricta selección que la mujer lleva a cabo en el hombre, podríamos extender el principio a la selección que las hembras llevan en los machos dentro de numerosísimas especies de animales. Hacerlo nos resultará más cómodo para explicar esto.
Ahora bien, ¿sabes en qué desembocó este talante tan selectivo de las hembras?
Desembocó en lo que se conoce por Selección Sexual.
Como bien saben los científicos que estudian la evolución, hay dos tipos de selección: la Selección Natural y la Selección Sexual. Y, los criterios de que se sirven no son siempre idénticos.
En la práctica, esto se traduce en que los machos que dejan sus genes a la posteridad no son siempre aquellos mejor preparados para un entorno físico concreto. No importa cuán preparados se encuentren los genes de un macho para sobrevivir, si estos no son capaces de lograr que al menos una hembra lo elija sobre otros[27].
Por ello, la evolución de muchas especies como la nuestra se encuentra sometida a dos presiones fundamentales. La presión que ejerce el entorno físico sobre la supervivencia de los individuos y la presión que ejerce el proceso selectivo de las hembras sobre la descendencia de éstos.
¿MONÓGAMOS O POLÍGAMOS?
Con independencia de nuestro condicionamiento cultural, que juega un papel decisivo en nuestra especie, muchos científicos se han preguntado si, originariamente, evolucionamos como una especie monógama o polígama.
Aunque el tema parece algo complejo, hay un rasgo en nuestra especie que también se da en aquellas que consideramos polígamas: el dimorfismo sexual.
Básicamente, esto quiere decir que existe una diferencia física sustancial entre ambos sexos.
Como hemos indicado, el que dicha diferencia se encuentre acentuada en nuestra especie hace que nos parezcamos a todas aquellas especies poligénicas, donde unos pocos machos fecundan a la mayoría de la progenie. Dicho dimorfismo, dicho sea de paso, suele venir marcado por la propia selección sexual.
EL MITO DE LA SEDUCCIÓN UNISEX[28]
Si hombres y mujeres parten de estrategias reproductivas tan radicalmente distintas, si sus mecanismos de atracción se activan de forma tan diferente, ¿cómo ha podido alguien concebir siquiera la idea de crear un sistema de seducción que resulte válido tanto para seducir a hombres como a mujeres?
Pues bien, por increíble que resulte, las tentativas de hacerlo se han dado con mayor frecuencia de lo que podría imaginarse. Los fracasos, como era de esperar, también lo han hecho. Y de forma estrepitosa.
Puede que tú, como yo, hayas sido uno de esos ingenuos que creyeron que la igualdad era también aplicable al terreno de la atracción. Si has invertido tiempo y dinero en alguna de esas obras puede que, como yo, te hayas sentido defraudado.
Por suerte, las cosas han cambiado. En Sex Code nos hemos centrado en la atracción desde una perspectiva únicamente femenina. La mayoría de los consejos que encuentres en este libro se basan en el comportamiento real de las mujeres reales. Especialmente, aquel de lo que se conoce por «Tías Buenas» con las que tú y que yo nos encontramos a diario. Es por ello que nuestras técnicas y principios funcionan realmente[29].