Pasión salvaje
Un misterioso hombre se escondía detrás de unos matorrales junto al camino que llevaba a Bedford. Se escuchó el ruido de un carromato a lo lejos. El hombre silbó e hizo señas a su compañero que se encontraba al otro lado del camino. El ruido de los caballos cada vez estaba más cerca. Pasaron unos segundos hasta que aparecieron los caballos por el recodo del camino. Los dos hombres se prepararon para saltar. Cuando el coche llegó a su altura, disparó al aire y los caballos se asustaron y empezaron a correr con más fuerza, pero el otro hombre que había al lado del camino consiguió calmarlos. Hicieron bajar al cochero y después el asaltante abrió la puerta del coche y los hicieron bajar de uno en uno. Había una pareja mayor y dos chicas jóvenes. Recogieron el dinero de la pareja mayor y miraron sus joyas, pero no las tocaron. El asaltante miró a una de las jóvenes, pero comprendió que ella no llevaba nada de dinero, ya que seguramente sería la dama de compañía de la dama que estaba a su lado. Miró a dicha dama en cuestión y se quedó impactado ante su belleza. Tenía el pelo castaño y unos hermosos ojos verdes. Al mirarla a los ojos, vio que estaba furiosa y que sus puños estaban apretados contra su falda en un gesto desafiante. -Si cree que voy a darle algo de dinero, está usted muy equivocado – dijo la dama – no voy a rebajarme ante un… un… salvaje sin escrúpulos como usted. Aquello lo dejó impactado, nadie hasta ahora lo había desafiado de tal forma y menos una mujer. La cogió fuertemente del brazo y la miró con furia a los ojos. -Señorita, ¿con quién cree usted que está hablando? – dijo con un rugido de furia que retumbó hasta lo más lejos. En ese momento todos se pusieron a temblar, menos ella que siguió desafiándolo. -Si lo sé, pero primero suéltame – dijo ella con furia en la voz. Él se quedó aún más impactado, sobre todo al mirarla a esos hermosos ojos. Esos ojos que lo tenían hipnotizado, y ahora mismo estaban llenos de furia. -Eres un maldito canalla, desgraciado y encima despiadado que no tiene ningún escrúpulo en atacar a una mujer indefensa en plena noche – terminando de decir esto, arremetió con furia su puño contra el estómago de él. Él cogió el puño en el aire y se lo retorció en la espalda haciendo que se pegara contra él. En ese momento él le susurró con voz amenazante. -Si no fuera porque es usted una mujer, ahora mismo la mataría o quizás haga algo más interesante, pues me inspira bajas pasiones. En ese momento se oyeron caballos a lo lejos y su compañero silbó tres veces seguidas. En seguida él se dio cuenta que era la señal de que había peligro. La acercó un poco más a él y le siguió susurrando. -Te has librado por esta vez “señorita”, pero la próxima vez no tendrá tanta suerte, y le aseguro que la habrá.