Querido lector:

Me he pasado mucho tiempo observando a la gente. No solo en cafeterías y estaciones de tren, sino también profesionalmente. Como periodista, he ejercido de espectadora profesional —u «observadora cualificada», como solíamos decir en broma— y no he dejado de fijarme en el lenguaje corporal y los tics verbales que nos singularizan y vuelven interesantes para los demás.

A lo largo de los años, he entrevistado a víctimas, culpables, famosos y gente corriente afectada por la tragedia o la buena fortuna. Curiosamente, sin embargo, no siempre ha sido la gente bajo los focos la que más me ha llamado la atención. Con frecuencia, han sido más bien las personas que estaban en la periferia, los actores secundarios del drama, quienes me han seguido obsesionando.

En juicios importantes —por crímenes sonados y terribles que copaban titulares— me he descubierto a mí misma observando a la esposa del acusado, preguntándome qué sabía o se permitía a sí misma saber en realidad.

Tú también la habrás visto en las noticias. Puede que hayas tenido que prestar especial atención, pero ahí está ella, detrás de su marido en la escalinata del juzgado. Mientras él proclama su inocencia, ella asiente y se aferra a su brazo porque cree en él.

Pero ¿qué sucede cuando las cámaras ya no los enfocan y el mundo mira hacia otro lado?

No puedo borrar de mi mente la imagen de dos personas comiendo en casa un pastel de carne y patata como cualquier otra pareja de su calle, pero incapaces de hablar entre sí. El único sonido es el roce de los cubiertos en los platos mientras ambos son presa de las dudas que se filtran por debajo de la puerta de su hogar.

Y es que, sin testigos o distracciones, las máscaras terminan cayendo.

Yo quería —necesitaba— saber cómo lidiaba esta mujer con la idea de que su marido, el hombre con quien había escogido vivir, pudiera ser un monstruo.

Y entonces apareció Jean Taylor. Se trata de la mujer tranquila que tantas veces había visto en la escalinata del juzgado, la esposa que permanecía con el rostro inexpresivo mientras su esposo ofrecía testimonio.

En esta, mi primera novela, Jean cuenta las versiones, pública y privada, de un esposo al que adora y un matrimonio feliz que se ve alterado cuando una niña desaparece y la policía y la prensa se presentan en su puerta.

Espero que disfrutes de este libro. A mí me ha encantado escribirlo y solo tengo palabras de agradecimiento para Jean Taylor, y para las mujeres que la han inspirado.

FIONA BARTON