CAPÍTULO 23

Lunes, 18 de junio de 2007

El inspector

Ese fin de semana, Dan Fry y Fleur Jones escogieron el nombre de Jodie Smith. Jodie porque pensaban que sonaba infantil, y Smith por el anonimato. Era una mujer de veintisiete años de Manchester que trabajaba como secretaria en una oficina municipal, y de quien su padre había abusado de pequeña; por eso ahora se excitaba sexualmente vistiéndose como una niña.

—No es muy sutil —comentó Sparkes cuando le presentaron el primer borrador de la escabrosa historia—. Nos calará de inmediato. ¿No podríamos rebajar un poco el tono? Además, ¿por qué querría una mujer que sufrió abusos sexuales de pequeña revivir esa experiencia de mayor?

Fry exhaló un suspiro. Estaba impaciente por ponerse en marcha y llevar finalmente a cabo un auténtico trabajo policial en vez de actuar como el chico de los recados del centro de coordinación, pero advirtió que el estado de ánimo de la sala había cambiado y que el inspector parecía estar repensándose la estrategia.

—Es una buena pregunta, señor —dijo, utilizando su técnica favorita de reafirmación positiva.

Sparkes pensó que Fry era un pequeño capullo condescendiente, pero aun así decidió escucharlo.

El joven agente señaló que Jodie había sido creada a partir de un auténtico caso práctico y, a continuación, ofreció un detallado análisis psicológico de motivos, trastornos de estrés postraumático, fantasías y el lado más oscuro de la sexualidad humana. Sparkes se mostró impresionado e interesado y, por el momento, sus recelos quedaron aparcados.

—¿Qué opina Jones? ¿Está de acuerdo con todo esto? —preguntó.

—Bueno, con casi todo, señor —dijo Fry—. Esta mañana le he leído el borrador final y parece que le ha gustado. Ahora voy a enviárselo por correo electrónico para que pueda hacerme sus observaciones.

—De acuerdo. En cuanto tengamos su aprobación, presentaremos la estrategia al inspector jefe —añadió Sparkes.

Al inspector jefe Brakespeare le encantaban las nuevas ideas. La innovación era su lema junto con otros clichés de gestión empresarial y, todavía más importante, estaba tan decidido a detener a Taylor como Sparkes.

—Esto podría proporcionarnos renombre —dijo, frotándose las manos mientras los escuchaba—. Presentémoslo al comisario.

Decidieron que todo el equipo fuera a ver al comisario. La reunión fue memorable. La doctora Jones acudió vestida con unos pantalones que parecían de pijama y un brillante en la nariz mientras, por su parte, Parker los recibió sentado a su escritorio tipo «Master del Universo» completamente uniformado y con el pelo engominado.

El comisario escuchó en silencio cómo el inspector jefe resumía el plan, valoraba los riesgos y citaba la legislación necesaria para llevar a cabo una operación encubierta. Luego se sonó la nariz y dio su opinión:

—¿Dónde están las pruebas de que esto vaya a funcionar? ¿Lo ha intentado alguien antes? A mí me suena a incitación a la comisión de un delito.

Brakespeare, Sparkes y Fry se turnaron para contestarle, y la doctora Jones intervino con datos científicos y su encanto. Finalmente, el comisario Parker levantó las manos y emitió su juicio.

—Intentémoslo. Si con esto no obtenemos las pruebas que necesitamos, no parece factible que lleguemos a presentárselas a un jurado. Asegurémonos en cualquier caso de que tenemos las manos limpias. Nada de instigar ni incitar. Hay que proceder según las reglas. Obtengamos las pruebas y luego veremos si el juez las acepta. Seamos sinceros: si Taylor nos conduce a un cadáver, no importará cómo lo hayamos conseguido.

Cuando todos se hubieron marchado, el comisario volvió a llamar a Sparkes para preguntarle sobre Fleur Jones.

—¿Es de fiar, Bob? Parecía que se hubiera vestido en una habitación a oscuras y, sin embargo, estamos confiando en sus conocimientos. ¿Cómo se desenvolverá en un contrainterrogatorio?

Sparkes se volvió a sentar.

—Muy bien, señor. Sabe de lo que habla. Los títulos y los estudios le salen por las orejas.

Parker seguía mostrándose receloso.

—Es una experta en desviaciones sexuales y trabaja frecuentemente con criminales —añadió Sparkes—. Y eso solo en lo que respecta al mundillo universitario.

La broma cayó en saco roto.

—De acuerdo, está cualificada —dijo el comisario—, pero ¿por qué ella y no uno de los nuestros?

—Porque ella ya tiene una excelente relación profesional con Fry; él confía en ella. Y dará buena impresión delante de un jurado.

—Es tu cuello el que está en juego, Bob. Veamos qué tal se desenvuelve, pero asegúrate de supervisar todos los pasos.

Sparkes cerró cuidadosamente la puerta.

Luego se unió a Fleur Jones y a los demás en el laboratorio informático forense para una visita guiada al parque de juegos virtual de Glen Taylor. No se trataba de una experiencia gratificante, pero la doctora Jones se mostró imperturbable. Permaneció detrás del técnico mientras este les mostraba las páginas web y los chats que habían encontrado en el disco duro de Taylor durante su primer registro y veían sus páginas web favoritas, las ocasiones en las que había realizado las visitas, la duración de las mismas y otros hábitos útiles. LolitaXXX parecía ser la favorita de su listado de páginas web pornográficas y solía visitar también los chats Teen Fun y Girls Lounge utilizando cinco identidades distintas, entre las cuales se encontraban Quienespapi y OsoGrande.

—Ningún señor Darcy, jefe —dijo Matthews en broma.

Las conversaciones públicas de Taylor eran bastante inocuas. En ellas básicamente coqueteaba y bromeaba. Era el tipo de cháchara que uno puede escuchar en una fiesta de adolescentes. Este era el material más explícito salido del chat. La bandeja de entrada de una cuenta de correo utilizada solo para sus «sexcursiones», tal y como Taylor las llamaba en sus correos electrónicos, ofrecía una visión mucho más siniestra de su mundo secreto. Ahí, convencía a otros para que se le unieran. Algunas de las personas que le enviaron fotos eran adolescentes, otras adultos, pero todos parecían niños pequeños.

Sparkes pidió una impresión de todas las conversaciones y los correos electrónicos privados, y luego Fry se los llevó para comentarlos con la doctora Jones.

—¿Cree que Fry está capacitado para esto? —le preguntó Matthews a Sparkes—. Acaba de ingresar en el cuerpo y carece de experiencia operacional.

—Sí, ya lo sé, pero posee los conocimientos… Y, además, nosotros supervisaremos todos sus pasos. Démosle una oportunidad —contestó Sparkes.

—¿Se llamará usted RicitosdeOro? ¿Está seguro? —Matthews se rio cuando Fry y su profesora regresaron al despacho de Sparkes.

Fry asintió.

—Creemos que apelará a su interés en los niños —explicó.

—¡Anda ya! ¿Cómo va a caer Taylor en algo tan obvio?

Pero lo hizo. RicitosdeOro conoció a OsoGrande y se pasaron una semana coqueteando discretamente. Fry y Matthews permanecieron horas delante de la pantalla del ordenador, encerrados en una pequeña habitación del departamento informático forense iluminada por un ruidoso tubo fluorescente y con el perfil de Jodie pegado en una pared. Además, Fry había encontrado en Facebook una foto de una chica que le gustaba en la universidad y había colocado una ampliación de su cara justo encima de la pantalla.

«Hola, Ricitos».

«¿Qué tal?».

«¿Cómo te encuentras hoy?».

Cuando Sparkes echaba un vistazo por encima de los hombros del joven agente no podía evitar sentir una mezcla de excitación y náuseas al contemplar los progresos del tango que cada noche bailaban con Glen Taylor. Fleur Jones había formado a fondo a Dan Fry y, en caso de que la necesitaran, se encontraba al otro lado de la línea telefónica. Sin embargo, y a pesar incluso de la presencia de Matthews, a Sparkes le preocupaba que el joven agente pudiera sentirse demasiado solo.

Fry se la estaba jugando y, si bien era consciente de que todo se debía a su interés en escalar posiciones, también sabía que este asunto podía terminar con él si las cosas salían mal.

—Funcionará —no dejaba de insistir este cuando el ánimo decaía.

De cuando en cuando, algún otro miembro del equipo asomaba la cabeza por la puerta.

—¿Lo habéis atrapado ya? —le preguntaba uno a Fry.

—¿Te ha preguntado de qué color son tus ojos? —decía otro.

Matthews se reía y se unía a la broma, pero Sparkes se dio cuenta de que el joven policía se había convertido en una atracción de feria. Una noche, vislumbró su reflejo en la ventana que había detrás del escritorio. Se había apartado del teclado y estaba repantigado, con las piernas extendidas y la espalda encorvada en la silla. Al darse cuenta quizá de que probablemente estaba emulando a su presa, de repente Fry se irguió en un acto reflejo.

Fry también tenía que mantener conversaciones con otros miembros del chat para que Taylor no sospechara, y el humor pueril y las interminables indirectas estaban comenzando a desgastarlo. Podía visualizarlos, decía, con sus camisetas de grupos de heavy metal y su calvicie prematura.

Sparkes empezó a preocuparse de que ser el cebo terminara siendo demasiado para él.

En cualquier caso, no podía quejarse de la entrega del joven agente. Solía ver a Fry hojeando revistas de mujeres para meterse en el personaje y, para disgusto de Matthews, un día llegó incluso a hablar de síndrome premenstrual.

Pero estaban tardando demasiado. Después de quince noches en el chat, Matthews comenzó a impacientarse y le dijo a su jefe que era una pérdida de tiempo.

—¿Tú qué dices, Daniel? —preguntó Sparkes.

Era la primera vez que utilizaba el nombre de pila del joven agente y este se dio cuenta de que estaba ofreciéndole la batuta.

—Estamos construyendo una relación con él porque no queremos que sea una sesión de sexo rápido. Queremos que hable. ¿Por qué no esperamos otra semana?

Sparkes se mostró de acuerdo y Fry, embriagado con una nueva sensación de poder, llamó a su antigua profesora para proponerle que subieran la apuesta. Al principio, ella tuvo dudas, pero al final estuvieron de acuerdo con que Jodie debía hacerse la difícil y desaparecer un par de días antes de lanzarle el anzuelo a Glen.

—¿Dónde has estado? —preguntó OsoGrande cuando RicitosdeOro reapareció—. Pensaba que te habías perdido en el bosque.

—Mi papá dijo que pasaba demasiado tiempo en el ordenador —escribió RicitosdeOro—. Me castigó. —Ambos sabían que tenía veintisiete años, pero en eso consistía el juego.

—¿Cómo?

—No quiero decirlo. No debo meterme otra vez en problemas.

—Vamos.

Y lo hizo. OG, tal y como lo llamaba ahora, había picado.

—¿Por qué no nos vemos en algún lugar de internet en el que tu padre no pueda encontrarnos? —sugirió.