CAPÍTULO 31
Miércoles, 17 de septiembre de 2008
La periodista
Kate Waters hojeó el Herald hecha una furia mientras desayunaba en su escritorio.
—Podríamos haber tenido esta exclusiva —dijo en voz alta.
Terry Deacon la escuchó desde el otro lado de la redacción, pero siguió redactando su lista de noticias. Ella dejó a un lado su tostada con miel y se acercó a él.
—Podríamos haber tenido esta exclusiva —repitió cuando llegó a su lado.
—Claro que sí, Kate, pero Dawn pedía demasiado dinero y ya le hemos hecho tres grandes entrevistas.
Se echó hacia atrás en su silla con expresión apesadumbrada.
—Honestamente, ¿qué novedades hay? No me habría importado tener la fotografía con los hijos de la vecina, pero las fulanas de internet y lo de la pornografía infantil ya habían aparecido antes en todas partes.
—Esa no es la cuestión, Terry. El Herald se ha convertido ahora en el periódico oficial de Dawn Elliott. Si vuelven a juzgar a Taylor y lo declaran culpable, podrán decir que fueron ellos quienes llevaron al secuestrador de Bella ante la justicia. ¿Dónde estaremos nosotros? Tocándonos los huevos al pie de la escalinata.
—Entonces busca otra noticia mejor, Kate —dijo el director, que apareció repentinamente a su espalda—. No pierdas tiempo con este viejo refrito. Ahora tengo que ir a una reunión de marketing, pero luego hablamos.
—De acuerdo, Simon —dijo ella mientras él ya se alejaba.
—¡Dios mío! ¡Has sido convocada al despacho del director! —se burló Terry cuando su jefe ya no podía oírlos.
Kate regresó a su asiento y a su tostada fría y comenzó a buscar una escurridiza noticia que fuera mejor.
En circunstancias normales, habría telefoneado a Dawn Elliott o a Bob Sparkes, pero sus opciones estaban esfumándose a toda velocidad. Dawn se había ido a la competencia y Bob había desaparecido misteriosamente de su radar —hacía semanas que no sabía nada de él—. El encargado de la sección de sucesos le había dicho que se había metido en problemas por interferir en la nueva investigación de Bella y el teléfono del inspector parecía estar siempre apagado.
Volvió a intentarlo y dejó escapar un grito ahogado de alegría cuando comprobó que esta vez el teléfono sí sonaba.
—Hola, Bob —dijo cuando Sparkes contestó al fin—. ¿Cómo estás? ¿Ya has vuelto al trabajo? Supongo que habrás visto el Herald.
—Hola, Kate. Sí. Algo atrevido por su parte, teniendo en cuenta el veredicto. Espero que tengan unos buenos abogados. En cualquier caso, me alegro de oírte. Estoy bien. Me tomé un pequeño descanso, pero ya vuelvo a estar manos a la obra. Estoy en la ciudad, trabajando con la policía metropolitana de Londres. Atando algunos cabos sueltos. Muy cerca de tu redacción, de hecho.
—Bueno, ¿y qué haces hoy para comer?
Él ya estaba sentado en el caro y diminuto restaurante francés cuando ella entró de mal humor y ataviada con un traje oscuro que contrastaba marcadamente con los manteles blancos del establecimiento.
—Tienes buen aspecto, Bob —mintió ella—. Lamento llegar tarde. El tráfico.
Él se puso de pie y le estrechó la mano por encima de la mesa.
—Yo acabo de llegar.
La conversación trivial se detenía y se reanudaba cada vez que el camarero se acercaba a la mesa para llevarles el menú, ofrecerles alguna sugerencia y agua, o bien tomarles nota, llevarles el vino… Sin embargo, una vez que les hubieron servido sus correspondientes platos de magret de canard, Kate comenzó a hablar en serio:
—Quiero ayudar, Bob —dijo ella con el tenedor en la mano—. Tiene que haber alguna línea de investigación que podamos retomar.
Él permaneció en silencio mientras cortaba la carne rosada del plato. Ella esperó.
—Mira, Kate, cometimos un error y ahora no podemos volver atrás. Veamos qué consigue la campaña del Herald. ¿Crees que él los demandará?
—Demandar por injurias es un juego peligroso —contestó ella—. Lo he visto en otras ocasiones. Si lo hace, tendrá que subir al estrado y ofrecer su testimonio. ¿Crees que querrá hacerlo?
—Es un tipo listo, Kate. Y escurridizo. —Sus dedos no dejaban de juguetear con el pan formando bolitas—. No lo tengo tan claro.
—Por el amor de Dios, Bob. Eres un policía fantástico. ¿Por qué te das por vencido?
Él alzó la cabeza y se la quedó mirando.
—Lo siento, no quería molestarte. Es solo que odio verte así —dijo ella.
Cuando se tranquilizaron, y mientras ambos le daban un trago a su vino, Kate lamentó haberlo apremiado. «Deja en paz al pobre hombre», pensó.
Pero no fue capaz, no formaba parte de su naturaleza.
—Bueno, ¿y qué has estado haciendo hoy con la policía metropolitana de Londres?
—Como te he dicho antes, atando cabos sueltos. Revisando algunos temas de un par de investigaciones. Robos de coches, cosas así. De hecho, también había algunos detalles relacionados con el caso de Bella. Del principio, de cuando descubrimos el vínculo con Glen Taylor.
—¿Algo interesante? —preguntó ella.
—En realidad, no. La policía metropolitana de Londres fue a asegurarse de que el otro conductor de Qwik Delivery estaba en casa mientras nosotros veníamos de Southampton.
—¿Qué otro conductor?
—Aquel día había dos conductores en Hampshire. Esto ya lo sabías.
No lo sabía, o no lo recordaba.
—El otro conductor es un tipo llamado Mike Doonan. Es el primero al que fuimos a ver. Puede que en su momento no mencionara su nombre. En cualquier caso, tiene la columna vertebral hecha polvo y apenas puede caminar, y no encontramos ninguna razón para seguir investigándolo.
—¿Lo interrogasteis?
—Sí. Él fue quien nos dijo que Taylor también estaba realizando una entrega en la zona ese día. No creo que lo hubiéramos descubierto de no ser por él. Taylor se había encargado de esa entrega para hacerle un favor a él, de modo que no había ningún registro oficial de la misma. El nuevo equipo de investigación también ha ido a verlo. Al parecer, no ha descubierto nada más.
Kate se disculpó y fue un minuto al cuarto de baño. Ahí anotó el nombre de Doonan y llamó a un colega para pedirle que buscara su dirección. Para luego.
Cuando regresó a la mesa, el inspector estaba guardándose la tarjeta de crédito en la cartera.
—Yo invitaba, Bob —dijo ella.
Él descartó su protesta con un movimiento de mano y sonrió.
—Ha sido un placer. Me alegro de verte, Kate. Gracias por tus ánimos.
«Me está bien empleado», pensó ella mientras salía del restaurante detrás de él. En la acera, él volvió a estrecharle la mano y ambos se fueron a sus respectivos trabajos.
Cuando Kate llamaba a un taxi, su teléfono móvil comenzó a vibrar. Le hizo una seña para que siguiera adelante y poder así responder la llamada.
—Según el censo electoral, hay un Michael Doonan en Peckham. Te enviaré la dirección y los nombres de los vecinos por SMS —dijo el tipo de la sección de sucesos.
—Eres el mejor, gracias —dijo ella al tiempo que levantaba la mano para llamar otro taxi. Su móvil volvió a sonar casi de inmediato.
—¿Dónde diantre estás, Kate? Hemos firmado un contrato con la exesposa de ese futbolista para hacerle una entrevista. Vive cerca de Leeds, así que métete en el primer tren y ya te enviaré toda la información por correo electrónico. Llámame cuando llegues a la estación.