CAPÍTULO 27
Lunes, 11 de febrero de 2008
La viuda
Ella también ofrece su testimonio, claro está. Son sus cinco minutos bajo el foco de atención. Lleva un vestido negro y una chapa con la leyenda «ENCUENTREN A BELLA». Intento evitar su mirada, pero ella está decidida a que nuestros ojos coincidan y al final sucede. Noto cómo me arde el rostro y me ruborizo, de modo que aparto la vista. No vuelve a suceder. Ella no deja de mirar a Glen, pero él sabe lo que pretende y mantiene la mirada fija hacia delante.
Mi atención divaga mientras ella cuenta la historia que ya he leído y oído cientos de veces desde que perdió a su hija: una siesta, luego Bella se pone a jugar mientras ella prepara la merienda, la niña ríe cuando sale al jardín delantero detrás del gato Timmy. De repente, se da cuenta de que ya no puede oírla. Silencio.
En la sala todo el mundo se queda callado. Todos podemos oír ese silencio. El momento en el que Bella desapareció.
Luego ella se pone a llorar y tiene que sentarse con un vaso de agua. Muy efectivo. El jurado parece preocupado y se diría incluso que una o dos de las mujeres mayores también están a punto de llorar. Esto no va bien. Deberían darse cuenta de que todo es culpa suya. Eso es lo que Glen y yo pensamos. Perdió de vista a su hija. No se preocupó lo suficiente.
Glen permanece sentado en silencio y soporta el chaparrón como si la cosa no fuera con él. Cuando la madre vuelve a estar lista, la juez permite que siga sentada para terminar su testimonio y Glen ladea la cabeza mientras escucha la historia de cómo fue a ver a los vecinos, llamó a la policía y permaneció a la espera de noticias de la búsqueda.
La fiscal utiliza con ella un tono de voz especial, tratándola como si estuviera hecha de cristal.
—Muchas gracias, señorita Elliott. Ha sido muy valiente.
«Ha sido una madre pésima», quiero exclamar yo, pero sé que no puedo. Aquí no.
Finalmente es el turno de nuestro abogado, un temible tipo mayor que me ha estrechado la mano con firmeza en todas las reuniones que hemos mantenido, pero que no ha dado ninguna otra señal de saber quién era yo.
Cuando las preguntas se vuelven más duras, la madre comienza a sollozar, aunque nuestro abogado no adopta en ningún momento un tono de voz más comprensivo.
Dawn Elliott no deja de decir que solo perdió de vista a su hija durante unos pocos minutos, pero todos sabemos que no fue así.
El jurado empieza a mirarla con más dureza. Ya era hora.
—Cree que Bella continúa viva, ¿verdad? —le pregunta el abogado.
Se oye un rumor en la sala y la madre se dedica a sorber otra vez por la nariz. El abogado le reprocha entonces que haya estado vendiendo su historia a la prensa y ella se enfada mucho y le dice que el dinero es para la campaña.
Uno de los periodistas se pone en pie y sale corriendo de la sala aferrado a su cuaderno.
—Va a comunicar esa frase a la redacción —me susurra Tom, y me guiña un ojo.
Quiere decir que es una victoria para nosotros.
Cuando todo termina, ya han tirado de las orejas a la policía por engañar a Glen y este es liberado, yo me quedo completamente entumecida. Ahora me toca a mí sentirme como si todo esto estuviera sucediéndole a otra persona.
Tom Payne me suelta del brazo tan pronto como conseguimos llegar a la sala de testigos, y ambos nos quedamos un momento en silencio, recobrando el aliento.
—¿Ahora podrá volver a casa? —le pregunto. Mi voz suena extraña y plana después de todo ese ruido en la sala.
Tom asiente y, tras permanecer un rato ocupado con su maletín, me lleva a las celdas a ver a Glen. A mi Glen.
—Siempre he sabido que la verdad terminaría imponiéndose —me dice triunfalmente en cuanto me ve—. ¡Lo hemos conseguido, Jean! ¡Lo hemos conseguido, maldita sea!
Cuando llego a su lado lo abrazo. Llevaba mucho sin hacerlo y así no tengo que decir nada porque la verdad es que no sé qué decirle. Él está muy contento, como si fuera un niño pequeño. Todo sonrosado y sonriente. Un poco fuera de control. Yo solo puedo pensar que he de volver a casa con él. Estar sola con él. ¿Cómo serán las cosas cuando cerremos la puerta detrás de nosotros? Ahora sé demasiado sobre este otro hombre con el que me casé para que todo vuelva a ser como antes.
Él intenta levantarme en volandas como cuando éramos más jóvenes, pero hay demasiada gente en la sala: los abogados, los fiscales, los guardias de la prisión. Me rodean por completo y apenas puedo respirar. Tom se da cuenta y, tras ayudarme a salir al pasillo, me sienta en un banco con un vaso de agua.
—Son muchas cosas de golpe, Jean —dice amablemente—. Ha sido un poco repentino, pero es lo que queríamos, ¿no? Has esperado mucho para este instante.
Yo levanto la cabeza, pero él no me mira a los ojos. No volvemos a hablar.
No dejo de pensar en ese pobre y joven agente que tuvo que hacerse pasar por una mujer para intentar saber la verdad. Cuando Tom nos enseñó las pruebas creí que había actuado como una prostituta, pero cuando subió al estrado y vi cómo todo el mundo se reía de su actuación, lo sentí por él. Ese joven habría hecho cualquier cosa para encontrar a Bella.
Cuando Glen sale, Tom se acerca a él y vuelve a estrecharle la mano. Luego nos marchamos. En la acera, Dawn Elliott está llorando para las cámaras.
—Tendrá que tener cuidado con lo que diga —señala Tom mientras cruzamos las puertas a espaldas de la muchedumbre.
El rostro de la madre está iluminado por las luces de las cámaras de televisión y, al intentar acercarse a ella, los periodistas tropiezan con los cables. Ella dice que no dejará de buscar a su pequeña, que se encuentra en algún lugar y que descubrirá qué le ha pasado. Cuando termina, unos amigos la conducen a un coche que permanecía a la espera y se marcha.
Luego llega nuestro turno. Glen ha decidido dejar que Tom lea una declaración. Bueno, Tom le ha aconsejado que lo haga. La ha escrito él. Nos colocamos delante de las cámaras y se produce un bullicio que me estremece físicamente. El ruido de cientos de voces gritando a la vez, haciendo preguntas sin esperar la respuesta, exigiendo atención.
—¡Aquí, Jean! —exclama una voz a mi lado.
Me vuelvo para ver quién es y un flash me deslumbra.
—¡Abrázalo! —dice otra voz.
Algunos han estado de guardia delante de casa. Los reconozco y, por un momento, pienso en sonreírles, pero luego me doy cuenta de que no son amigos. Son otra cosa. Son periodistas.
Tom permanece muy serio y los tranquiliza.
—El señor Taylor no va a responder ninguna pregunta. Voy a leer una declaración en su nombre.
Un bosque de grabadoras se eleva por encima de las cabezas.
—Soy un hombre inocente que ha sido acosado por la policía y privado de mi libertad por un crimen que no he cometido. Estoy muy agradecido al tribunal por su decisión. Sin embargo, no voy a celebrar mi absolución. Bella Elliott todavía sigue desaparecida y la persona que la secuestró sigue libre. Espero que la policía vuelva a emprender la búsqueda del culpable. Me gustaría dar las gracias a mi familia por su apoyo y me gustaría asimismo rendir un especial tributo a mi maravillosa esposa, Jeanie. Gracias por escuchar. Quiero pedirles que respeten nuestra privacidad mientras intentamos reconstruir nuestras vidas.
Mientras tanto, yo mantengo la mirada gacha y relleno los huecos mentalmente. Esposa Maravillosa. Este es ahora mi rol. La Esposa Maravillosa que no dejó de apoyar a su marido.
Hay una breve pausa y luego el ruido vuelve a ser ensordecedor.
—¿Quién cree que secuestró a Bella?
—¿Qué piensa de la táctica de la policía, Glen?
—¡Así se hace, colega! —exclama un transeúnte, y Glen le sonríe. Es la fotografía que todo el mundo utiliza al día siguiente.
Entre los cámaras aparece un brazo que me ofrece una tarjeta. En ella se puede leer «FELICIDADES» y se ve la fotografía de una botella de champán siendo descorchada. Intento averiguar a quién pertenece el brazo, pero ha vuelto a desaparecer, de modo que me guardo la tarjeta en el bolso. Luego, consigo avanzar junto a Glen y a Tom, así como a algunos guardias de seguridad. La prensa también viene con nosotros. Es como el enjambre de abejas de unos dibujos animados.
El viaje de vuelta a casa es una muestra de lo que nos espera. Los periodistas y fotógrafos bloquean el camino al taxi que Tom ha llamado, y nosotros tampoco podemos avanzar. La gente se empuja entre sí y a nosotros, haciéndonos sus estúpidas preguntas a la cara y metiendo sus cámaras por todas partes. Voy cogida de la mano de Glen y, de repente, este acelera llevándome tras él. Tom mantiene abierta la puerta del taxi y nos metemos rápidamente en el asiento trasero.
Las cámaras impactan con fuerza contra las ventanillas del coche sin dejar de disparar sus flashes. El ruido del metal contra el cristal es ensordecedor y nosotros nos quedamos ahí sentados como unos peces en un acuario. El conductor está sudando, pero se nota que la situación le hace gracia.
—¡Joder! —dice—. ¡Menudo circo!
Los periodistas siguen gritando:
—¡¿Qué se siente al estar libre, Glen?!
—¡¿Qué te gustaría decirle a la madre de Bella?!
—¡¿Culpas a la policía?!
Claro que los culpa. No puede quitarse de la cabeza lo de los picardías y la humillación que ha sufrido. Es curioso que sea eso en lo que piensa después de haber sido acusado de matar a una niña, pero vengarse de la policía se convierte en su nueva adicción.