CAPÍTULO 46

Viernes, 11 de junio de 2010

La viuda

Dawn no deja de salir por la tele. Le gusta decirle a todo el mundo que Bella todavía está viva. Que alguien se la llevó porque no podía tener hijos y se moría por tener uno. Alguien que está cuidándola, queriéndola y proporcionándole una buena vida. Dawn se ha casado; con uno de los voluntarios de su campaña, un tipo mayor que siempre parece estar tocándola. Y tiene otra hija. ¿Qué justicia hay en eso? Cuando aparece en el programa matutino sujeta con fuerza a su hija para demostrar lo buena madre que es, pero a mí no me engaña.

Antes de morir, cada vez que Dawn aparecía en televisión, Glen solía apagarla despreocupadamente, haciendo ver que no le importaba, y luego se marchaba. Pero si él no estaba conmigo, yo seguía mirándola. Y también compraba los periódicos y las revistas cuando hablaban sobre Bella. Me encantaba ver películas y vídeos de ella. Jugando, riendo, abriendo sus regalos de Navidad, cantando a su confusa manera infantil, empujando su pequeño cochecito. A estas alturas, poseo una colección bastante extensa procedente de las revistas y los periódicos en los que Dawn ha aparecido. Siempre le gustó la publicidad. Sus cinco minutos de fama.

Y ahora yo estoy a punto de tener los míos.

Cuando finalmente Mick llega a casa, trae consigo bolsas de la compra y comida china para llevar.

—No me apetecía cocinar —dice Kate con una risa—. He pensado que, en vez de eso, podíamos disfrutar de comida preparada.

Está claro que Mick también se va a quedar en casa, de modo que procuro recordar dónde he puesto las sábanas y el edredón del sofá cama.

—No te molestes por mí, Jean —me dice él con su sonrisa adolescente—. Puedo dormir en el suelo, no soy nada exigente.

Yo me encojo de hombros. Estoy demasiado harta de todo este asunto para que me importe. Antes, habría hecho las camas, preparado toallas limpias y cambiado la pastilla de jabón. Ahora me da igual. Me siento con un plato de reluciente pollo rojo con fideos en el regazo y me pregunto si tengo la energía suficiente para levantar el tenedor.

Kate y Mick se sientan delante de mí en el sofá y comienzan a comer sus fideos sin el menor entusiasmo.

—Están malísimos —dice finalmente Mick, y los deja a un lado.

—Tú lo has elegido —le replica Kate y luego ve mi plato lleno—. Lo siento, Jean. ¿Quieres que te vaya a buscar otra cosa?

Yo niego con la cabeza.

—Solo una taza de té —digo.

Mick pregunta si tengo alguna lata en los armarios de la cocina y va a prepararse una tostada con judías. Yo me levanto para irme a la cama, pero Kate enciende las noticias y me vuelvo a sentar. Dicen algo sobre unos soldados en Irak y me reclino en mi asiento.

A continuación, hablan de mí. No puedo creer lo que estoy viendo. En la tele aparece una de las fotografías que me ha hecho Mick.

—¡Mick, ven, corre, en la tele hay una foto tuya! —exclama Kate en dirección a la cocina, y él aparece a toda prisa y se deja caer a plomo en el sofá.

—¡Al fin la fama! —dice con una sonrisa mientras el presentador habla de la entrevista exclusiva que he concedido al Daily Post y la «revelación» de que Glen fue quien secuestró a Bella.

Comienzo a decir algo, pero el programa da paso a unas imágenes de Dawn, que tiene los ojos hinchados de llorar y a la que le preguntan qué piensa de la entrevista.

—Esa mujer es un monstruo malvado —declara. Y tardo un momento en darme cuenta de que se refiere a mí—. Seguro que sabe qué le hizo su marido a mi pobre hija.

Yo me pongo de pie y me vuelvo hacia Kate.

—¿Qué has escrito? —le inquiero—. ¿Qué has dicho para convertirme en un monstruo? Confiaba en ti. Te lo he contado todo.

A ella le cuesta mirarme a los ojos, pero me dice que Dawn «lo ha entendido todo mal».

—Eso no es lo que dice el artículo —insiste—. Lo que dice es que tú fuiste otra de las víctimas de Glen y que no pensaste que quizá la había secuestrado hasta mucho más adelante.

Mick asiente en silencio para respaldar su historia, pero no los creo. Estoy tan enfadada que me voy del salón. No puedo soportar su traición. Luego vuelvo a entrar.

—Marchaos —digo—. Salid de mi casa o llamo a la policía para que os eche.

Hay un silencio mientras Kate se pregunta si no podrá volver a convencerme para que se queden.

—Pero el dinero, Jean… —comienza a decir mientras los empujo a ella y a Mick hacia el vestíbulo, y la interrumpo:

—Quédatelo —digo, y abro la puerta.

El señor Tele todavía está esperando al final del sendero con su equipo.

Cuando Kate llega a la verja, él le dice algo, pero ella ya está hablando por teléfono con Terry, explicándole que todo «se ha ido al traste». Le indico al equipo de televisión que entre en casa. Quiero decir algo.