CAPÍTULO 40
Viernes, 22 de enero de 2010
La viuda
Estaba lavando ropa a mano cuando Bob Sparkes ha llamado al timbre de casa. He metido las manos debajo del grifo para enjuagarme el jabón y luego me las he secado de camino a la puerta. No esperaba a nadie, pero Glen había puesto una pequeña cámara para que pudiéramos ver en una pantalla quién llamaba. «Nos ahorrará tiempo en caso de que se trate de un periodista, Jeanie», dijo mientras introducía el último tornillo en el soporte.
A mí no me gustaba. Hacía que la imagen de todo el mundo estuviera distorsionada como si se reflejara en el fondo de una cuchara y pareciera la de un criminal, incluso la de su madre. Pero él insistió. He mirado y se trataba del inspector Sparkes. Su nariz ocupaba casi toda la pantalla. He presionado el intercomunicador y he dicho:
—¿Quién es? —Pues no pensaba ponerle las cosas fáciles.
Él ha amagado una especie de sonrisa. Sabía que se trataba de un juego y ha contestado:
—El inspector Bob Sparkes, señora Taylor. ¿Podemos hablar un momento?
He abierto la puerta y ahí estaba él, con el rostro de vuelta a unas proporciones normales; un rostro bien parecido, en realidad.
—No esperaba volver a verlo después de la indemnización y todo lo demás —he dicho.
—Bueno, aquí estoy. Hacía tiempo que no nos veíamos. ¿Cómo están ambos? —ha preguntado, con gran desfachatez.
—Bien, aunque no gracias a usted. Me temo que Glen no se encuentra en casa, inspector. Si quiere volver, quizá la próxima vez debería llamar con antelación.
—No, no pasa nada. En realidad, es a usted a quien quiero hacerle un par de preguntas.
—¿A mí? ¿Qué diantre quiere preguntarme a mí? El caso de Glen está cerrado.
—Sí, lo sé, pero necesito saber una cosa, Jean.
La familiaridad que suponía el uso de mi nombre de pila me ha pillado con la guardia baja y le he dicho que se limpiara las suelas de los zapatos en la alfombrilla.
En cuanto ha entrado, ha ido directo al salón y, como si fuera de la familia, se ha sentado en su lugar habitual. Yo me he quedado de pie en la puerta. No pensaba ponerme cómoda para hablar con él. No debería haber venido. No ha estado bien.
Él no parecía lamentar haberlo hecho y volver a hostigarnos después de que los tribunales hubieran dicho que todo había terminado. De repente, me he sentido asustada. Tenerlo aquí era como si todo volviera a comenzar. Ya estaba haciéndome preguntas otra vez. Y he sentido miedo. He temido que pudiera descubrir algo nuevo con lo que acosarnos.
—Jean, me gustaría saber por qué te hiciste amiga de Dawn Elliott en Facebook.
Eso no me lo esperaba. Y no he sabido qué contestarle. Había empezado a navegar por internet después de que Glen fuera acusado y lo encerraran. Quería comprender cómo funcionaba y, en cierto modo, ponerme en el lugar de mi marido. Así pues, compré un pequeño portátil y el hombre de la tienda me ayudó a configurar una dirección de correo electrónico y una página de Facebook. Tardé un tiempo en pillarle el tranquillo, pero me compré una guía para idiotas y me pasé horas aprendiendo cómo funcionaba. Comencé a pasar así las tardes y supuso un cambio después de tanta tele. A Glen, que todavía estaba encerrado en Belmarsh, no se lo conté. Temía que pensara que estaba intentando buscar cosas en su contra. No quería que creyera que lo estaba traicionando.
En cualquier caso, tampoco llegué a utilizar mucho el ordenador, y cuando Glen salió de prisión se quedó sorprendido, pero no se enfadó. Supongo que ya teníamos suficientes cosas de las que preocuparnos como para darle importancia a algo que hubiera hecho yo.
Lo que él no sabía era que yo me había hecho amiga de la página de Facebook de Dawn, y ahora Bob Sparkes estaba aquí para inquirir al respecto y causarnos problemas por ello. Había sido una estupidez por mi parte. «Una insensatez», diría Glen si se enteraba. Lo hice una noche después de ver a Dawn en las noticias. Solo quería formar parte de la campaña para encontrar a Bella, hacer algo para ayudar, porque creía que estaba viva.
No pensaba que la policía fuera a verme en medio de todos esos cientos de nombres, aunque, claro, ellos lo ven todo. «Nunca piensas las cosas, Jean», diría Glen si estuviera aquí ahora. En cualquier caso, no debería haberlo hecho porque ahora esto hará que la policía nos vuelva a investigar y le causará problemas a Glen. El inspector Sparkes está mirándome, pero creo que no debería decir nada. Mejor me hago la tonta y dejo que avance a tientas.
Y eso hace.
—¿Te apuntaste tú a la campaña, Jean, o utilizó alguien tu identidad?
Supongo que se refiere a Glen.
—¿Cómo quiere que lo sepa, inspector Sparkes? —He de mantener las distancias. Nada de nombres de pila. ¿Dónde está Glen? Ha dicho que solo estaría fuera diez minutos. Oigo por fin su llave en la cerradura.
»¡Estamos aquí, Glen! —exclamo—. El inspector Sparkes está aquí.
Glen se asoma todavía con el abrigo puesto y saluda al inspector con un movimiento de cabeza. Bob Sparkes se pone de pie y se dirige al vestíbulo para hablar con él a solas. Yo permanezco sentada, aterrada por si Glen tiene un arrebato de ira por lo de Facebook, pero nadie levanta la voz y luego oigo cómo se cierra la puerta.
—Ya se ha ido —dice Glen desde el vestíbulo—. No debería haber venido. Le he dicho que es acoso policial y se ha marchado. ¿Qué te ha dicho?
—Nada. Quería saber cuándo regresarías. —Bueno, eso era cierto.
Subo al primer piso para poner mis medias enjuagadas en el tendedero que hay sobre la bañera y luego cojo el portátil para ver si puedo borrarme de la página de Facebook de Dawn. Un poco absurdo porque la policía ya lo ha visto, pero Glen todavía no. No creo que el inspector Sparkes le haya dicho nada. Eso ha estado bien de su parte.
Pero sí me temo que volverá.
Cuando bajo la escalera, veo que Glen está rebuscando en el frigorífico algo con lo que hacerse un sándwich y, en un tono jocoso, lo empujo a un lado para hacérselo yo.
—¿Qué te apetece? ¿Queso o atún?
Le preparo un plato de comida con un poco de lechuga y tomate. Tiene que comer más verduras frescas. De tanto estar sentado en casa, está cada vez más macilento y ha cogido peso.
—¿Dónde has estado todo este rato? —le pregunto dejando el plato delante de él.
Glen pone esa cara, la que siempre hace cuando estoy irritándolo.
—He ido al quiosco, Jean. Deja de controlarme.
—Solo estoy interesada, eso es todo. ¿Qué tal el sándwich? ¿Me dejas ver el periódico?
—Se me ha olvidado comprarlo. Ahora déjame comer en paz.
Me voy al salón e intento no preocuparme, sin embargo creo que ha vuelto a las andadas. A sus tonterías. Nunca lo hace en casa, pues me enteraría. Desaparece, igual que antes. A veces se marcha durante una o dos horas y cuando regresa es incapaz de decirme dónde ha estado y se molesta si le hago demasiadas preguntas.
No es que quiera saberlo realmente, pero no tengo más remedio. Para ser honesta, pensaba que esa era la razón por la que Bob Sparkes había venido hoy. Creía que habían pillado a Glen haciendo algo otra vez en un ordenador.
Intento no dudar de él, pero algunos días —como hoy— me cuesta no hacerlo. Me pongo a pensar en lo que podría pasar. Tal y como mi padre le dice a mi madre cuando esta sufre uno de sus ataques de pánico, no tiene sentido ponerse en lo peor, pero es difícil no hacerlo. Sobre todo cuando lo peor está ahí fuera. Justo al otro lado de la puerta.
Debería hacer algo para ponerle fin. Si no lo hago, ambos estaremos perdidos.