CAPÍTULO 45

Lunes, 2 de octubre de 2006

El marido

Glen Taylor vio por primera vez a Bella Elliott en Facebook después de haber conocido a Dawn (alias Miss Alegría) ese verano en un chat. Ella les estaba relatando a un grupo de desconocidos una visita al zoo que había hecho con su hija.

Uno de los nuevos amigos internautas de Dawn le preguntó a esta si tenía alguna fotografía de la visita al zoo en la que apareciera Bella con esos monos que tanto le habían gustado. Glen fue testigo a escondidas de esa conversación y cuando Dawn le habló a todo el mundo de su página de Facebook, no dudó en echarle un vistazo. La seguridad de la página no estaba activada y pudo fisgonear todas las fotos sin ningún problema.

Cuando apareció la imagen de Bella, miró ese pequeño y confiado rostro y se lo aprendió de memoria para poder rememorarlo a voluntad en sus fantasías más oscuras. Glen la incorporó mentalmente a su galería pero, a diferencia de las demás niñas, no se quedó ahí y se sorprendió a sí mismo pensando en ella cada vez que veía a una niña rubia en la calle o en los parques en los que a veces comía cuando estaba en la carretera.

Era la primera vez que sus fantasías pasaban de la pantalla a la vida real y eso lo asustaba y excitaba a partes iguales. Quería hacer algo al respecto. Al principio, no estaba seguro de qué con exactitud, pero durante las horas que pasaba detrás del volante, comenzó a planear un modo de ver a Bella.

Miss Alegría era la clave y Glen adoptó un nuevo avatar solo para sus encuentros con ella. La Operación Oro de la policía le había enseñado que no debía dejar rastro, de modo que, tras realizar alguna entrega, solía ir a un cibercafé que había cerca del garaje de la empresa para adentrarse en el mundo de Bella. Así la atraía al suyo.

Glen se llamó a sí mismo DesconocidoAltoyMoreno y entabló contacto con Miss Alegría poco a poco, uniéndose a grupos cuando sabía que ella estaba en la sala y sin decir mucho. No quería llamar la atención, de modo que se limitaba a hacerle alguna pregunta profunda o a halagarla ocasionalmente. De este modo, poco a poco consiguió convertirse en uno de sus amigos habituales. Al cabo de un par de semanas, Miss Alegría le envió a DesconocidoAltoyMoreno su primer mensaje privado.

Miss Alegría: Hola, ¿qué tal?

DesconocidoAltoyMoreno: Muy bien. ¿Y tú? ¿Muy liada?

Miss Alegría: Me he pasado todo el día encerrada en casa con mi hija.

DesconocidoAltoyMoreno: Podría ser peor. Parece encantadora.

Miss Alegría: Lo es. En realidad soy afortunada.

No entraba todos los días en el chat. Era imposible con Jeanie y el trabajo, pero se las arregló para mantenerse en contacto durante un tiempo utilizando un lugar al que Mike Doonan lo había llevado una vez, cuando todavía se hablaban y visitaban los mismos chats y los mismos foros. Antes, pues, de que Glen le contara a su jefe la estafa que Doonan estaba intentando llevar a cabo con lo de su incapacidad. Glen lo había visto bajar de su furgoneta de un salto delante de Internet Inc. y creyó que era su deber denunciar su mentira. Tal y como le dijo a Jean, era lo que haría cualquier persona honrada. Y ella se mostró de acuerdo.

Fue en el club de internet donde fisgoneó los detalles de la vida de Dawn. Gracias a su página de Facebook, se enteró de su verdadero nombre y de la fecha del cumpleaños de Bella y, a raíz de una conversación sobre restaurantes aptos para ir con niños, también averiguó que vivían en algún lugar de Southampton. Dawn prefería McDonald’s porque «nadie chasquea la lengua cuando tu hija llora y, además, es barato», tras lo cual mencionó su sucursal local.

La próxima vez que le tocó realizar una entrega en la zona, Glen hizo una visita al establecimiento. «Solo para mirar», se dijo a sí mismo mientras desenvolvía la hamburguesa que había pedido y observaba a las familias que lo rodeaban.

Cuando salió del local, dio una vuelta por el barrio. «Solo para mirar».

Tardó en hacerlo, pero finalmente a Dawn se le escapó el nombre de la guardería de Bella. Lo hizo mientras hablaba con otra madre de esa manera despreocupada con la que solía tratar a la gente en internet. Dawn se comportaba en el chat como si sus conversaciones fueran privadas; era como esa gente que, en los autobuses, habla por el teléfono móvil de la ruptura de su matrimonio o de sus verrugas genitales. «Sí», dijo Glen para sus adentros y tomó nota de la información.

Más tarde, mientras comía con Jean un guiso de pollo, Glen le preguntó a su esposa qué tal le había ido el día.

—Lesley me ha dicho que he hecho un gran trabajo con el pelo de Eve. Quería una media melena a lo Keira Knightley. Yo sabía que no le quedaría bien, porque con esa cara de pan no se parece en nada a Keira Knightley, pero a ella le ha encantado.

—Bien hecho, querida.

—Me pregunto qué le habrá dicho su marido cuando ha llegado a casa… ¿Quieres este último trozo de pollo? Cómetelo o tendré que tirarlo.

—De acuerdo. No sé por qué tengo tanta hambre. Para almorzar he comido un sándwich enorme. En cualquier caso, esto está delicioso. ¿Qué dan hoy en la tele? ¿Top Gear? Freguemos rápido los platos y vayamos a verlo un rato.

—Ve tú. Ya me encargaré yo de los platos.

Él le dio un beso en la cabeza cuando pasó a su lado de camino al fregadero. Mientras este se llenaba de agua caliente, ella encendió el hervidor de agua.

Solo cuando estuvo delante del televisor, se permitió a sí mismo pensar en la nueva información que había obtenido y evaluarla minuciosamente. Sabía dónde encontrar a Dawn y a Bella. Podía esperarlas delante de la guardería y seguirlas. Pero ¿luego qué? ¿Qué haría? No quería pensarlo allí, en su salón y con su esposa acurrucada en el sofá.

Ya se le ocurriría algo cuando estuviera solo. Solo quería verlas.

Solo quería echarles un vistazo.

No hablaría con Dawn. Había tenido cuidado de asegurarse de que ella no supiera qué aspecto tenía él, pero aun así no podía arriesgarse a hablar con ella. Tenía que mantenerla a distancia. Al otro lado de la pantalla.

Pasaron varias semanas hasta que volvió a hacer una entrega en la costa sur. Resultaba agotador estar inquietándose y agobiándose por los detalles de su fantasía mientras cumplía con su papel de marido devoto en casa. Pero tenía que guardar las apariencias. No debía meter la pata.

Cuando se cumplió el decimoséptimo aniversario de su matrimonio con Jean, Glen decidió celebrarlo a lo grande y le regaló flores y la llevó a cenar fuera. Su mente no dejó de divagar durante toda la cena (celebrada en su restaurante italiano favorito), pero Jean no pareció darse cuenta. O, al menos, eso esperaba él.

De camino a la costa sur, las expectativas no dejaron de reconcomerlo por dentro. Había mirado la guardería en el club de internet y tenía la dirección. Aparcaría al final de la calle y se limitaría a observar.

Llegó justo cuando los niños comenzaban a salir del edificio. Muchos iban agarrados a sus madres con una mano y, con la otra, sostenían un dibujo hecho con pasta pintada. Temió haber llegado demasiado tarde, pero aun así aparcó para poder observarlo todo en el espejo retrovisor y que nadie pudiera verle la cara.

Casi no las ve. Dawn tenía un aspecto más avejentado y desaliñado que en las fotografías de Facebook. Iba con el pelo recogido con una coleta y llevaba un viejo jersey varias tallas más grande. Fue a Bella a quien reconoció primero. Iba saltando por la acera. Glen estuvo mirándolas por el espejo hasta que pasaron al lado de su furgoneta y al fin pudo verlas directamente por primera vez. Pasaron lo bastante cerca para reparar en el maquillaje algo corrido bajo los ojos de la madre y en el destello dorado del pelo de Bella.

En cuanto torcieron la esquina, Glen arrancó el motor. «Solo quiero ver dónde viven —se dijo a sí mismo—. Eso es todo. ¿Qué hay de malo en ello? Ni siquiera sabrán que he estado ahí».

Más tarde, de regreso a casa, se detuvo un momento en un camino rural, apagó su teléfono móvil y se masturbó. Intentó pensar en Dawn, pero la imagen de esta no dejaba de desdibujarse. Luego se quedó ahí sentado, pensando en la intensidad de la experiencia y asustado por el hombre en el que se había convertido. Se dijo a sí mismo que no volvería a suceder. Dejaría de navegar por internet y mirar pornografía. Era una enfermedad y conseguiría curarse.

Aun así, el 2 de octubre le tocó realizar una entrega en Winchester y supo que volvería a ir a la calle de Bella.

De camino, encendió la radio para distraerse, pero no podía dejar de pensar en aquel resplandor dorado.

—Solo miraré a ver si están en casa —se dijo a sí mismo. Sin embargo, cuando se detuvo a repostar en una gasolinera compró un saco de dormir de oferta y caramelos.

Estaba tan embelesado con su fantasía, que se le pasó la salida y tuvo que dar media vuelta hacia la central. El encuentro con el cliente para realizar la entrega fue como una ensoñación. Glen interpretó su papel de mensajero y bromeó con él y le preguntó por el negocio mientras atesoraba el secreto en su interior. Estaba de camino a Manor Road y nada podía detenerlo.

En parte, lo estaba haciendo por la sensación de peligro. Glen Taylor, antiguo ejecutivo de un banco y marido devoto, era consciente de la vergüenza y la deshonra que podían conllevar sus actos, pero DesconocidoAltoyMoreno quería acercarse a ellas, tocarlas, quemarse.

—Nos vemos, Glen —exclamó uno de los tipos del departamento de recambios.

—Adiós —contestó él. Se dirigió hacia la furgoneta y subió. Todavía se encontraba a tiempo de dar media vuelta, regresar a casa y volver a ser él, pero sabía lo que iba a hacer y se puso en marcha.

Manor Road estaba desierta. Todo el mundo se hallaba trabajando o en casa. Condujo despacio, como si estuviera buscando una dirección, interpretando el papel de mensajero. Entonces la vio, de pie detrás de un muro bajo, mirando un gato gris que se revolcaba en la polvorienta acera. El tiempo se ralentizó y, sin siquiera darse cuenta, detuvo la furgoneta. El ruido del motor había distraído a la niña y ahora estaba mirándolo con una sonrisa.

Glen volvió en sí de golpe cuando oyó un portazo detrás de la furgoneta. Al mirar por el espejo retrovisor, vio a un hombre mayor de pie en el umbral de su casa. Casi inmediatamente, Glen siguió adelante y torció a la izquierda, para rodear la manzana. ¿Lo había visto? ¿Le había visto la cara? Y, en caso de que lo hubiera hecho, ¿importaba? No había hecho nada malo. Solo se había detenido un momento.

Pero sabía que debía regresar. La niña estaba esperándolo.

Glen dio la vuelta a la manzana para regresar a Manor Road y advirtió que ahora no había nadie. Los únicos seres vivos eran el gato y la niña. Esta seguía en el jardín y lo saludó con la mano.

No recordaba haber descendido de la furgoneta ni haberse dirigido hacia ella. Sí cogerla en brazos, regresar al vehículo, sentarla en el asiento del acompañante y abrocharle el cinturón de seguridad. Tardó menos de un minuto y la niña no armó ningún escándalo. Se limitó a aceptar el caramelo y permaneció sentada mientras él se la llevaba de Manor Road.