CAPÍTULO 5
Lunes, 2 de octubre de 2006
El inspector
Bob Sparkes sonrió la primera vez que oyó mencionar el nombre de Bella Elliott. Su tía favorita —una de las muchas hermanas pequeñas de su madre— se llamaba Bella; la gran desconocida. Pasarían semanas hasta que volviera a sonreír.
La llamada a emergencias se realizó a las 15.38. La entrecortada voz de la mujer sonaba afligida.
—Se la han llevado —decía—. Solo tiene dos años. Alguien se la ha llevado…
En la grabación, reproducida una y otra vez en los días siguientes, el relajante timbre contratenor del operador telefónico formaba un angustioso dueto con el agudo tono de soprano de la mujer.
—¿Cómo se llama la pequeña?
—Bella… Se llama Bella.
—¿Y con quién estoy hablando?
—Soy su madre. Dawn Elliott. Ella estaba en el jardín, en la parte delantera. En casa. Vivimos en el 44a de Manor Road, Westland. Por favor, ayúdenme.
—Lo haremos, Dawn. Sé que esto es duro, pero necesitamos saber algunas cosas más que nos ayuden a encontrar a Bella. ¿Cuándo fue la última vez que la vio? ¿Estaba sola en el jardín?
—Estaba jugando con el gato. Sola. Después de la siesta. No ha estado mucho rato sola. Apenas unos pocos minutos. He salido a buscarla sobre las tres y media y ya no estaba. Hemos mirado por todas partes. Por favor, ayúdenme a encontrarla.
—De acuerdo. Siga conmigo, Dawn. ¿Puede describirme a Bella? ¿Cómo iba vestida?
—Tiene el pelo rubio. Hoy lo llevaba recogido en una coleta. Es una niña pequeña. Poco más que un bebé… No consigo recordar cómo iba vestida. Con una camiseta y unos pantalones vaqueros, creo. Oh, Dios, no puedo pensar. Llevaba puestas las gafas. Son redondas y de montura rosa. Las lleva porque tiene un ojo perezoso. Por favor, encuéntrenla. Por favor.
El nombre de Bella no llegó a la atención del inspector Sparkes hasta treinta minutos más tarde, después de que dos agentes uniformados de la policía de Hampshire fueran a confirmar la historia de Dawn Elliott y realizaran una rápida inspección de la casa.
—Ha desaparecido una niña de dos años, Bob —dijo el sargento tras irrumpir en el despacho del inspector—. Bella Elliott. No la han visto desde hace unas dos horas. La última vez estaba jugando en el jardín delantero de su casa, en un barrio de viviendas de protección oficial de las afueras de Southampton. La madre está deshecha. El médico está con ella ahora.
El sargento Ian Matthews dejó una pequeña carpeta sobre el escritorio de su jefe. El nombre de Bella Elliott estaba escrito con un rotulador negro sobre la cubierta y, sujeta con un clip, había una fotografía en color de la pequeña.
Antes de abrir la carpeta, Sparkes dio unos golpecitos con el dedo sobre la fotografía y memorizó los rasgos de la pequeña.
—¿Qué estamos haciendo? ¿Dónde estamos buscando? ¿Dónde está el padre?
El sargento Matthews se sentó a plomo.
—De momento hemos inspeccionado la casa, la buhardilla y el jardín. No tiene buena pinta. No hay señales de ella. La madre cree que el padre es de la zona de Birminghan; tuvieron una breve relación y desapareció antes de que naciera Bella. Estamos intentando localizarlo, pero la madre no ayuda. Dice que él no tiene por qué enterarse.
—¿Y qué hay de ella? ¿Cómo es? ¿Qué estaba haciendo mientras su hija de dos años jugaba en el jardín? —preguntó Sparkes.
—Dice que preparándole la merienda a Bella. La cocina da al jardín trasero, de modo que no podía verla. En el delantero solo hay un muro tan bajo que casi ni es tal.
«Parece algo irresponsable dejar sola a una niña de esa edad», pensó Sparkes mientras intentaba recordar a sus dos hijos cuando tenían los mismos años. James ya había cumplido los treinta —y, quién lo iba a decir, trabajaba de contable—. En cuanto a Samantha, tenía veintiséis y se acababa de prometer. ¿Los habían dejado él y Eileen alguna vez en el jardín cuando eran pequeños? La verdad era que no podía recordarlo. Por aquella época solía estar siempre en el trabajo y paraba poco por allí. Se lo preguntaría a Eileen cuando llegara a casa… si es que esa noche llegaba a casa.
El inspector Sparkes extendió la mano hacia su abrigo, que colgaba de una percha que había a su espalda y, tras rebuscar algo en uno de sus bolsillos, cogió las llaves de su coche.
—Será mejor que salga de aquí y vaya a echar un vistazo, Matthews. Necesito pisar el terreno, hablar con la madre. Tú quédate y prepáralo todo por si tenemos que montar un centro de coordinación. Te llamaré antes de las siete.
De camino a Westland, encendió la radio del coche para oír el noticiario local. Bella copaba el boletín de noticias, pero el periodista no había descubierto nada que Sparkes no supiera ya.
«Gracias a Dios», pensó. Sus sentimientos respecto a los medios de comunicación locales eran decididamente contradictorios.
La última vez que desapareció una niña, las cosas se pusieron feas cuando los periodistas emprendieron su propia investigación e hicieron desaparecer pruebas. Al final, la policía encontró a Laura Simpson, una niña de cinco años de Gosport, sucia, asustada y escondida en un armario en la casa del hermano de su padrastro. «Era una de esas familias en las que cada Tom, Dick y Harry era un pariente», le contó a Eileen.
Por desgracia, al principio de la investigación uno de los periodistas se había llevado el álbum familiar del apartamento de la madre, de modo que la policía no había visto ninguna fotografía del tío Jim, un delincuente sexual de la zona, ni había reparado en su vínculo con la niña desaparecida.
Este familiar había intentado mantener relaciones sexuales con la niña, pero no había llegado a hacerlo, y Sparkes estaba seguro de que la habría matado mientras la policía daba vueltas en círculo —a veces a apenas unos metros de la prisión de la niña—, si otro pariente no se hubiera emborrachado y los hubiera llamado para darles su nombre. Laura escapó con magulladuras físicas y mentales. Él todavía tenía presente la imagen de sus ojos cuando abrió la puerta del armario. Pánico: no había otra palabra para describirlo. Pánico a que él fuera como el tío Jim. Sparkes avisó entonces a una policía mujer para que cogiera en brazos a la niña, al fin a salvo. Todo el mundo tenía lágrimas en los ojos salvo Laura. Parecía bloqueada.
Él siempre tuvo la sensación de que, en cierto modo, la ayuda que le había prestado a la niña había sido insuficiente. Debería haber descubierto antes el vínculo con el tío. Tanto su jefe como la prensa trataron el hallazgo como un triunfo, pero él no pudo celebrarlo. No después de haber visto esos ojos.
Se preguntaba dónde estarían Laura o el tío Jim ahora.
Manor Road estaba llena de periodistas, vecinos y agentes de policía, todos entrevistándose entre sí en una especie de orgía verbal.
Sparkes se abrió paso entre la gente que se encontraba delante del número 44a y fue saludando con un movimiento de cabeza a los periodistas que reconocía.
—Bob —dijo de repente una voz de mujer—, hola. ¿Hay alguna novedad? ¿Alguna pista? —Kate Waters se acercó a él y esbozó una fatigada sonrisa. Se habían visto por última vez durante la investigación de un espantoso asesinato cometido en el parque de New Forest. En las semanas que tardaron en atrapar al marido disfrutaron de algunas copas y cotilleos.
Se conocían desde hacía mucho. Solían encontrarse de vez en cuando trabajando en distintos casos y seguían las pesquisas del otro ahí donde este las hubiera dejado. No eran lo que se dice amigos, pensó él. Sin duda, se trataba de una relación estrictamente profesional, pero Kate le caía bien. La última vez, accedió a retrasar la publicación de una información que había descubierto hasta que él le dijo que podía hacerlo. Le debía una.
—Hola, Kate. Acabo de llegar, pero es posible que más adelante pueda hacer una declaración —dijo y, tras pasar entre los policías uniformados que hacían guardia, se dirigió hacia la casa.
El salón olía a gatos y cigarrillos. Dawn Elliott estaba hundida en el sofá con las temblorosas manos aferradas a un teléfono y una muñeca. Llevaba el pelo rubio recogido en una descuidada coleta que le daba un aspecto más joven de lo que era. Ella levantó la mirada hacia el hombre alto y de semblante serio que había aparecido por la puerta y, con el rostro compungido, le preguntó:
—¿La han encontrado?
—Señora Elliott, soy el inspector Bob Sparkes. Estoy aquí para colaborar en la búsqueda de Bella y quiero que usted me ayude.
Dawn se lo quedó mirando.
—Pero ya lo he contado todo antes. ¿De qué sirve preguntarme las mismas cosas una y otra vez? ¡Encuéntrenla! ¡Encuentren a mi niña! —exclamó con voz ronca.
Él asintió y se sentó a su lado.
—La entiendo, Dawn, pero repasémoslo todo juntos de nuevo —dijo suavemente—. Puede que recuerde algo más.
De modo que ella lo volvió a contar todo entre sollozos secos. Bella era su única hija y había sido el resultado de una desafortunada relación con un hombre casado al que había conocido en una discoteca. Era una niña dulce a la que le gustaban las películas de Disney y bailar. Dawn no se relacionaba demasiado con los vecinos:
—Me miran por encima del hombro por ser una madre soltera que recibe prestaciones sociales. Creen que soy una gorrona —le explicó a Bob Sparkes.
Mientras hablaban, el equipo de Sparkes y grupos de voluntarios de la comunidad, muchos de ellos todavía ataviados con ropa de trabajo, buscaban a la niña por jardines, cubos de basura, setos, áticos, sótanos, cobertizos, coches, casetas de perro y pilas de estiércol de toda la zona. Estaba comenzando a oscurecer y, de repente, se oyó una voz que exclamaba:
—¡Bella! ¡Bella! ¿Dónde estás, bonita? —Dawn Elliott se puso de pie de un salto y se asomó por la ventana.
—Vuelva a sentarse, Dawn —le pidió Sparkes—. Me gustaría saber si hoy Bella se ha portado mal.
Ella negó con la cabeza.
—¿No estaría enfadada con ella por alguna cosa? —prosiguió él—. A veces, los niños pequeños pueden llegar a ser algo difíciles, ¿verdad? ¿No le habrá pegado?
Al final, la joven se dio cuenta de cuál era la intención que había detrás de las preguntas del inspector y comenzó a proclamar a gritos su inocencia.
—¡No, claro que no! ¡Nunca le he pegado! Bueno, casi nunca. Solo a veces, cuando se porta mal. Pero nunca le he hecho daño. Alguien se la ha llevado…
Sparkes le dio unas palmaditas en la mano y le pidió a la agente que hacía de enlace con la mujer que preparara otra taza de té.
Un joven agente se asomó por la puerta del salón y le hizo una señal a su superior para indicarle que necesitaba hablar con él.
—Un vecino ha visto a un tipo deambulando por la zona a primera hora de la tarde —le dijo a Sparkes—. No lo ha reconocido.
—¿Descripción?
—Iba solo. Con el pelo largo y mala pinta. Según el vecino, estaba mirando el interior de los coches.
Sparkes cogió el móvil que llevaba en el bolsillo y llamó a su sargento.
—Esto no tiene buena pinta —dijo—. No hay señales de la niña. Tenemos la descripción de un sospechoso que deambulaba por la calle a esa hora. Ahora recibirás los detalles. Pásaselos al equipo. Voy a hablar con el testigo.
»Y llamemos a la puerta de todos los delincuentes sexuales que vivan en la zona —añadió al tiempo que se le revolvían las tripas ante la idea de que la niña estuviera en las garras de cualquiera de los veintidós delincuentes sexuales registrados que vivían en las casas de protección oficial de Westland.
El cuerpo de policía de Hampshire tenía identificados a trescientos delincuentes sexuales, una población fluctuante de exhibicionistas, voyeurs, amantes del sexo en grupo en zonas públicas, pedófilos y violadores que vivían camuflados como simpáticos vecinos en comunidades que ignoraban su pasado.
Al otro lado de la calle, Stan Spencer esperaba al inspector asomado a la ventana de su cuidada casa. A Sparkes le habían explicado que, unos años atrás, este individuo había formado una patrulla de vigilancia vecinal porque la gente que se desplazaba cada día para ir a trabajar no dejaba de aparcar su coche en el lugar que él consideraba que le correspondía a su Volvo. Al parecer, ni él ni su esposa Susan contaban con demasiadas distracciones desde su jubilación y él disfrutaba del poder que le conferían el portapapeles y la patrulla nocturna.
Sparkes le estrechó la mano y se sentaron a la mesa del comedor.
El vecino hizo referencia a sus notas:
—Son contemporáneas a los hechos, inspector —dijo, y Sparkes reprimió una sonrisa—. Estaba esperando que Susan regresara de la compra después de la comida y he visto a un hombre caminando por la acera de nuestra calle. No tenía muy buen aspecto, iba desaliñado, ya sabe, y he temido que quisiera robar el vehículo de algún vecino o algo así. Hay que tener cuidado. Lo he visto pasar por delante de la furgoneta de Peter Tredwell.
Sparkes enarcó las cejas.
—Lo siento, inspector. El señor Tredwell es un fontanero que vive más abajo y al que han robado en la furgoneta varias veces. Yo impedí la última. Así pues, he salido para vigilar las actividades de este tipo, pero ya estaba muy lejos. Lamentablemente, solo he podido verlo de espaldas. Pelo largo y sucio, pantalones vaqueros y uno de esos anoraks negros que se llevan hoy en día. Luego ha sonado el teléfono y he entrado en casa para contestar la llamada. Cuando he vuelto a salir, ya no estaba.
El señor Spencer parecía muy satisfecho de sí mismo mientras Sparkes lo anotaba todo.
—¿Ha visto a Bella cuando ha salido a la calle?
Spencer vaciló, pero negó con la cabeza.
—No. Hace varios días que no la veo. Es una niña encantadora.
Cinco minutos después, Sparkes estaba sentado en la silla del recibidor de Dawn Elliott redactando un comunicado de prensa. Luego volvió junto a la madre.
—¿Tiene alguna noticia? —le preguntó ella.
—De momento no, pero voy a decirles a los medios de comunicación que necesitamos su ayuda para encontrarla. Y…
—¿Y qué? —dijo Dawn.
—Y que queremos identificar a cualquiera que haya estado esta tarde por la zona. Cualquier persona que haya pasado por Manor Road en coche o a pie. ¿Ha visto a un hombre caminando por la calle a primera hora de la tarde, Dawn? —Quiso averiguar Sparkes—. El señor Spencer, de la casa de enfrente, dice que ha visto a un hombre de pelo largo y con anorak oscuro al que no había visto nunca. Puede que no sea nada, pero…
Ella negó con la cabeza. Las lágrimas le caían por las mejillas.
—¿Ha sido él quien se la ha llevado? —preguntó—. ¿Ha sido ese hombre el que se ha llevado a mi pequeña?