CAPÍTULO 24

Martes, 10 de julio de 2007

El inspector

Glen Taylor le dijo a su nueva amiga que estaba procurando no hacer demasiado ruido al teclear porque todo el mundo en casa estaba durmiendo salvo él.

Ricitos, tal y como la llamaba ahora, le había enviado finalmente una foto suya en la que iba vestida solo con un picardías y ahora estaba intentando convencerla para que se lo quitara.

El inspector Sparkes le había pedido a Fleur Jones que estuviera presente en todas las sesiones de correos electrónicos privados con Taylor y ahora estaban ambos sentados detrás de Dan Fry, apenas iluminados por el resplandor de la pantalla.

—Eres tan dulce, Ricitos… Mi niña querida.

—Tu niña mala. Ya sabes que haré lo que quieras.

—Así me gusta. Mi niña mala.

A eso le siguió una serie de instrucciones de OG que Ricitos le dijo que obedecía y disfrutaba. Cuando hubo terminado, Dan Fry dio el siguiente paso. No formaba parte del guion de la doctora Jones, pero el agente estaba claramente impacientándose.

—¿Has estado antes con una niña mala? —le preguntó Fry.

En el reflejo de la pantalla, Sparkes pudo ver cómo Fleur levantaba una mano para indicarle al agente que procediera con cautela.

—Sí.

—¿Era una niña de verdad, o como yo?

—Me gustan ambas, Ricitos.

La doctora Jones le indicó a Fry que volviera al guion acordado. Estaba yendo todo demasiado rápido, pero parecía que Taylor estaba listo para sincerarse.

—Háblame de las otras niñas malas. ¿Qué hiciste con ellas?

Y Glen Taylor se lo dijo. Le habló de sus aventuras nocturnas en internet, sus encuentros, sus decepciones y sus triunfos.

—Pero ¿nunca lo has hecho de verdad? ¿En la vida real? —preguntó Dan, y los tres contuvieron la respiración.

—¿Te gustaría eso, Ricitos?

Sparkes comenzó a levantar la mano, pero Fry ya estaba tecleando.

—Sí, me gustaría mucho.

Lo había hecho, dijo. Una vez había conocido a una niña de verdad. Sparkes titubeó. Estaba sucediendo todo demasiado rápido para pensar con claridad. Miró a Fleur Jones. Esta se había levantado de su silla y ahora permanecía de pie detrás de su protegido.

A Fry le temblaban tanto las manos que apenas podía teclear.

—Estoy muy excitada. Háblame de esa niña.

—Su nombre comenzaba por B —señaló—. ¿Adivinas cuál es?

—No, dímelo tú.

Permanecieron unos segundos envueltos en un asfixiante silencio a la espera de la última parte de la confesión.

—Lo siento, Ricitos. He de marcharme. Alguien está llamando a mi puerta. Ya hablaremos luego…

—Mierda —dijo Fry y descansó la cabeza sobre el escritorio.

—Aun así, creo que lo tenemos —afirmó Sparkes mirando a la doctora Jones.

Esta asintió con firmeza.

—Para mí ha dicho suficiente.

—Enseñémosles lo que tenemos a nuestros superiores —propuso Sparkes, y se puso en pie—. Un trabajo excelente, Fry. Verdaderamente excelente.

Ocho horas después, los tres estaban sentados en el despacho del inspector jefe presentando sus argumentos para acusar y arrestar a Glen Taylor.

El inspector jefe Brakespeare los escuchó atentamente, leyó las transcripciones y tomó algunas notas antes de recostarse y emitir su juicio.

—No ha llegado a utilizar el nombre de Bella —dijo.

—No, no lo ha hecho… —comenzó a decir Sparkes.

—¿No ha ido demasiado lejos Fry con sus provocaciones?

—El equipo legal todavía lo está estudiando pero, a primera vista, no hay nada que los incomode. Se trata de una fina línea, ¿verdad?

—Pero —lo interrumpió Brakespeare—, lo tenemos hablando de una niña de verdad cuyo nombre comienza por B. Volvamos a detenerlo y acusémoslo de ello. Diremos que contamos con el testimonio de RicitosdeOro.

Todos asintieron.

—Tenemos muy buenas razones para haber seguido esta línea: su paradero en la zona el día en cuestión, la furgoneta azul, la pornografía infantil de su ordenador, la naturaleza depredadora exhibida en los chats, la débil coartada de su esposa y (esto es clave) el riesgo de que pueda cometer más crímenes.

Todo el mundo volvió a asentir.

—¿Crees que se trata de nuestro hombre, Bob? —preguntó Brakespeare finalmente.

—Sí, lo creo —respondió Sparkes con la boca seca a causa de la expectación.

—Yo también, pero necesitamos algo más para arrestarlo. Revísalo todo a fondo, Bob. Ahora que casi lo tenemos, vuelve a examinar todas las pistas. Tiene que haber algo que lo vincule con la escena.

El equipo fue enviado de nuevo al barrio residencial del sur de Londres para comenzar de cero.

—Traed todo lo que se haya puesto alguna vez —dijo Sparkes—. Todo. Vaciad los armarios.

Fue puro azar que cogieran el anorak acolchado de color negro de Jean Taylor. Estaba apretujado entre el abrigo de invierno de su marido y una camisa de vestir y lo etiquetaron y lo metieron en una bolsa como todo lo demás.

El técnico que recibió las bolsas las apiló según su tipo y comenzó los análisis con la ropa de abrigo, pues era la que tenía más probabilidades de haber entrado en contacto con la víctima.

Los bolsillos de la chaqueta fueron vaciados y su contenido metido en otra bolsa. Solo había un objeto. Un trozo de papel del tamaño del pulgar del técnico. En el silencio del laboratorio, inició entonces el proceso de examinarlo en busca de huellas y fibras, retirando cualquier prueba con cinta adhesiva y catalogándola meticulosamente.

No había huellas, pero sí partículas de tierra y lo que parecía el pelo de un animal. Era más fino que uno humano, si bien tendría que mirarlo con el microscopio para obtener más detalles como el color o la especie.

Después de hacerlo, el técnico se quitó los guantes y se dirigió hacia el teléfono de la pared.

—Con el inspector Sparkes, por favor.

Sparkes bajó los peldaños de la escalera de dos en dos. El técnico le había dicho que no se molestara en ir —«Es demasiado pronto para estar seguros de nada, señor»—, pero Sparkes quería ver el trozo de papel para convencerse de que era real y que no iba a desaparecer envuelto en una nube de humo.

—Estamos comparando las partículas de tierra con las que obtuvimos en el análisis de la furgoneta de Glen —le comunicó el técnico con voz calmada—. Si coinciden, podremos situar el papel en la furgoneta. Y podremos decirle qué tipo de papel es, señor.

—Estoy seguro de que es el trozo de un envoltorio de Skittles —dijo Sparkes—. Mire el color. Póngase a ello. En cuanto al pelo, ¿sabe ya a qué tipo de animal pertenece? ¿Podría ser un gato?

El técnico alzó la mano.

—Puedo decirle si se trata de un gato con bastante rapidez. Lo miraré con el microscopio. Lo que no podemos es saber si pertenece a un animal específico. No es como con los humanos. Aunque tengamos otros pelos con los que compararlo, solo podremos averiguar si se trata de la misma raza, y eso con suerte.

Sparkes se pasó ambas manos por el pelo.

—Obtenga muestras del gato de Bella, Timmy, de inmediato y comprobémoslo.

—Denos algo de tiempo. Lo llamaré en cuanto tengamos los resultados.

Sparkes se dirigió hacia la puerta y el técnico se despidió con la mano.

Para ver en qué punto se encontraban, de vuelta en su despacho, el inspector y Matthews dibujaron un diagrama de Venn en el que cada círculo interconectado se correspondía a una potencial nueva prueba.

—Si el papel pertenece a un paquete de Skittles y el pelo es de un gato de la misma raza que Timmy, podríamos situar a Jean Taylor en la escena —observó Matthews—. Es su anorak. Tiene que serlo. Es demasiado pequeño para ser de Glen.

—Iré a verla —dijo Sparkes.