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Valle de Fergana
Las yurtas habían sido cargadas sobre los kibitkas, los carros que también hacían la función de tiendas, y grandes rebaños de ovejas, cabras y caballos levantaban nubes de polvo en la planicie. El largo invierno había terminado y el clan se preparaba para emigrar a los prados altos.
Qaidu, montado en su caballo, observaba los preparativos. Bajo la barba grisácea, sus labios formaban una línea tan delgada como la cuerda de un arco. Comenzó la marcha llevando el gorro de armiño con orejeras bien puesto en la cabeza.
Jutelún se acercó a recibirlo, montando su yegua blanca. Llevaba las insignias de los chamanes, y el tambor y el bastón.
—¿Has hablado con los espíritus? —le preguntó el padre.
—Sí.
—¿Qué viste en el otro mundo?
Jutelún no podía decirle que aquella vez su videncia le había fallado, así que sólo le dijo lo que había previsto.
—Vi una guerra sin fin. Vi que el imperio de Gengis Kan se desmembraba en muchos kanatos y quedaba dividido, como estaba antes.
—¿Nos viste abandonar el valle de Fergana para dejarlo en manos de Alghu? —dijo mirándola fijamente.
—Vi que corríamos como una manada de lobos y volvíamos por la noche para llevarnos a los jóvenes y a los débiles y para no darle un momento de descanso a nadie en el Techo del Mundo.
Qaidu pensó en ello con el rostro sombrío.
—Qubilay ha enviado a una de sus hijas a Bujara, como esposa. Asegurará la alianza entre ellos y nos mantendrá a todos en sus manos. Por el momento, esa princesa está a salvo detrás de los muros del fuerte de Kashgar, pero pronto comenzará el viaje hacia Bujara a través de las montañas para contraer matrimonio. Alghu ha enviado un mingan de su caballería para que la escolte. —Miró más allá de las montañas, como si pudiera ver la punta de las banderas de sus enemigos. La suya, una cola de yak, ondeaba al viento—. Me gustaría que no llegara.
—Permite que yo lo haga —susurró Jutelún—. Dame cinco yegun de tu caballería y yo la detendré.
Una lenta sonrisa.
—Supuse que eso sería lo que harías. —Permaneció largo rato en silencio, pero ella estaba segura de la respuesta—. Irás y te encargarás de que Alghu reciba a su nueva esposa sin cabeza. ¿Podrás hacerlo?
—Lo puedo hacer —le prometió ella.