14
Lo llamaban La Tierra del Fuego. Detrás de ellos se encontraba el pico Bogda, con su collar de nieve perpetua; a la derecha, Kuliktarg, un cerro rocoso desolado que se alzaba sobre el desierto.
Un Solo Ojo señaló hacia el norte.
—Las Montañas Ardientes —dijo.
A la izquierda, una cadena de montañas rojas se extendía hacia el horizonte hasta donde alcanzaban a ver. En la ladera de aquellas sierras, incontables ríos y vendavales habían cavado barrancos, en forma de llamas en la arcilla roja. El calor de la tarde salía de las sierras como de un horno y, a través de la neblina del sol de la tarde, las montañas parecían un muro de fuego.
Sin embargo, lo peor del desierto estaba todavía delante de ellos.
Josseran prefería caminar al lado de su camello, a la sombra del animal en lugar de tener que soportar la dura silla de madera y la tortura del sol. Oyó a Guillermo jadear detrás de él.
Se volvió.
—Un día agradable para caminar, hermano Guillermo.
—Estoy agonizando.
—Un estado muy apreciado ante Dios. Algún día llegarás a ser canonizado. Entonces, nada de todo esto te parecerá importante.
—No te burles de mí, templario.
Josseran casi le tenía lástima. El sol le había producido ampollas en la cara, tenía la barba enredada y el rostro descarnado como resultado del calor, la extenuación y la devoción.
—No tenía intenciones de burlarme de ti.
—¿Dónde fuiste ayer por la tarde con la bruja?
—Quería enseñarme una maravilla que a ti no te habría gustado demasiado.
—Me imagino la maravilla a que te refieres. ¿Fornicaste también con ella?
A Josseran lo impresionó el lenguaje brutal del fraile.
—Por desgracia no tengo nada que confesar con respecto a ella.
—Créeme que el Papa oirá hablar de ti, templario, de tu conducta pagana. ¿Te crees más allá de la ley de Dios?
—No, me creo más allá de la fiesta de Pentecostés, de manera que ya no soy un caballero templario. Si deseas que tus calumnias se propaguen por la orden, no puedo detenerte, pero ahora te digo que no tienen fundamento ni verdad. En cuanto a mí, confieso que soy un pecador. Pero tú no eres mi confesor y mis actos son un asunto entre Dios y yo.
—Me temo que me equivoqué al confiarte mi vida.
—No te he fallado hasta ahora, hermano Guillermo. No olvides que fui yo quien te salvó en esas malditas montañas. Aunque todavía no he recibido una palabra de agradecimiento.
—Fue voluntad de Dios que yo viviera. Pero demuestra que todavía hay una chispa de esperanza para tu alma. Esta noche deberías confesarte conmigo, porque no haces caso a lo que nos espera mañana. ¡Temo que pronto arderás en el fuego del demonio!
—Pensaré en lo que me propones. En cuanto al fuego del demonio, en este momento es difícil imaginar un lugar más caluroso que éste.
—Te digo, templario, que debes mantenerte alejado de esa bruja. La mujer es la puerta del demonio, el sendero de la maldad, la picadura de la serpiente.
—Entonces ¿por qué creó Dios a Eva, hombre de la Iglesia?
—Ella es un objeto necesario, puesto en la tierra para preservar la especie y proporcionarnos comida y bebida. Pero la maldad de este mundo también nos llega por medio de la mujer.
—¿Es eso lo que crees, hermano Guillermo? Yo siempre he tenido la sensación de que nos llega por medio de los hombres. No he visto a mujeres matando criaturas ni violando a otras mujeres, pero he visto hacerlo a hombres. Hasta a hombres con cruces bordadas en sus sobrevestas.
—Si las mujeres y niños de los que hablas fueran sarracenos, entonces debes saber que el Papa ha dado una dispensa especial para aquéllos que liberen al mundo de los incrédulos. Eso no es homicidio, es dar muerte a los malvados. Por lo tanto, no es pecado. Pero en este momento no estamos hablando del pecado de la violencia. Hablamos de lujuria.
—La lujuria no me parece algo tan terrible cuando se ha visto a hombres con sus entrañas fuera. ¿La Biblia no dice «No matarás»?
—El hombre no siempre puede ser suave, templario. ¿El Señor no echó a los mercaderes del templo? El mismo Cristo dijo: «Si no estáis conmigo, estáis contra mí». De manera que si un hombre no es cristiano, le pertenece al demonio. Por lo tanto, no es pecado liberar al mundo del pecado.
—Reconozco un pecado cuando lo veo. Sé cuándo un hombre mata a otro, cuándo viola a su mujer y vende a sus hijos. Entonces ¿dónde está el pecado? ¿En el hecho de que sean francos o sarracenos? ¿Y cómo va a ser malvado un recién nacido? No creo que haya mácula alguna de pecado en su cabeza, pues nació en una familia sarracena por voluntad de Dios, ¿no es así? ¿Y qué me dices de ese caballero cristiano que le corta la cabeza a ese recién nacido, después de violar a su madre y sacarle las entrañas? ¿Él va directamente al cielo? ¿Es ésa la verdad y la justicia de Dios?
Josseran tiró con fuerza la cuerda de la nariz del camello y subió al lomo. Después se situó sobre la carga y se acomodó en la silla de madera, prefiriendo el tormento del sol y los movimientos del lomo del camello a la conversación con el hombre piadoso.