3

Valle de Fergana

El Techo del Mundo estaba cubierto de nieve. Salía humo de las yurtas diseminadas por el valle. Los tres jinetes hicieron un lento y penoso descenso desde las alturas, pasando junto a los rostros incrédulos del resto del clan. Tenían el pelo y parte del rostro quemado, seco y ennegrecido, y en algunos lugares se les notaban los huesos a través de la carne. Uno de ellos había perdido un ojo, otro buena parte de la nariz. Apenas podían mantenerse erguidos en las sillas pero resistieron hasta que alcanzaron la entrada de la yurta del kan, donde uno de ellos por fin cayó del caballo y permaneció inmóvil en la nieve.

—Fue el propio Ariq Böke quien puso a Alghu en el trono de Bujara. Y obedeciendo a los deseos de nuestro gran kan, le envié una delegación para pedirle una parte de los impuestos a fin de poder comprar los abastecimientos del ejército para la lucha contra el traidor Qubilay. ¿Y qué es lo que hace él? Dice que pagará su parte en metales preciosos y derrama oro derretido en las cabezas de nuestros enviados.

Qaidu estaba en la yurta con sus hijos a la derecha y su esposa favorita y su hija Jutelún a la izquierda. Humo azulado se alzaba perezosamente del fuego hacia el agujero del techo.

—Tendríamos que retirarnos al interior de las montañas —dijo Tekuday—. Alghu está respaldado por ciento cincuenta mil soldados.

—¡Retirarnos! —murmuró Qaidu. Sintió que la furia y la sorpresa nublaban su razón ante la brutal e inesperada traición de Alghu. Escucharía consejos. Se volvió hacia Gerel—. ¿Estás de acuerdo con tu hermano Tekuday?

Gerel no tuvo tiempo de contestar. Jutelún no podía quedarse callada más tiempo.

—¡Si huimos, huimos para siempre y nunca volveremos a ver nuestros campos ni nuestros prados!

Una débil sonrisa se pintó en el rostro de Qaidu.

—Entonces ¿qué crees que debemos hacer?

—No podemos vencer a Alghu en el campo de batalla. Pero podemos atacarlo cuando menos lo espere y ocultarnos en las montañas antes de que tenga oportunidad de tomar represalias. Cuando vuelva la espalda, podemos volver a atacar. No deberíamos darle ni un instante de paz. Lo cansaremos como cansa el lobo al oso, le morderemos los talones, luna tras luna, año tras año hasta que quede extenuado. Y un día, cuando hayamos reunido otros lobos como nosotros, le venceremos.

Qaidu sonrió. Su hija, la guerrera, la chamán. Gengis Kan que volvía en la forma de una yegua. ¡Si hubiera sido varón!

Se volvió hacia Tekuday y Gerel, uno demasiado tímido y el otro demasiado aficionado al kumis negro. Los espíritus habían jugado con él en la vida y su broma había sido convertir en mujer a su mejor hijo.

Lo pensó un momento. Por fin dijo:

—Estoy de acuerdo con Jutelún. Mi temperamento tiende más a ser el de un lobo que el de una oveja. Pero ante todo tenemos que recurrir a la sabiduría de los dioses para conocer sus deseos. Jutelún, tienes que reunirte con los espíritus y conocer sus consejos. Entonces, y no antes, decidiremos.

La ruta de la seda
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