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Valle de Fergana
El jinete apareció por el este, extenuado, con los dedos negros de frío. Por el ronzal y por la manta escarlata de la silla del caballo, y por los gruesos cinturones que llevaba alrededor de la cintura, Qaidu reconoció en él a un mensajero imperial. ¿De Qubilay o de Ariq Böke?
Lo llevaron a presencia de Qaidu en su ordu y le ofrecieron un cuenco de oveja hervida y un poco de vino de arroz. Después de que hubo transmitido su mensaje, el kan salió, con expresión severa y llamó a su presencia a su hijo mayor y a su hija favorita.
Qaidu estaba sentado sobre alfombras de seda detrás del fuego para cocinar, con la mirada fija en las montañas enmarcadas por la entrada de la yurta. Por tradición y por ley no se permitía a nadie montar su tienda delante de la del kan, y éste abarcaba con la mirada el panorama íntegro del horizonte del sur, de los blancos picos y los altos pasos que conducían a Bujara y al kanato de Chaghaday.
Tekuday y Jutelún fueron recibidos por la segunda esposa del ordu de Qaidu y ocuparon los lugares que les correspondían a cada lado de la olla de hierro. Les sirvieron cuencos calientes de kumis.
—Me he enterado —dijo Qaidu— de que Qubilay ha tomado el control de las rutas de la seda desde Tangut hasta Beshbaliq. Mi primo Khadan le ha prometido su apoyo y con su ayuda ha cortado la ruta de los suministros de Ariq Böke hacia el sur y el este.
—Todos los mongoles azules se han alzado contra él —dijo Tekuday—. Pero es un retraso temporal.
Qaidu le dirigió una mirada de impaciencia.
—Ahora Qubilay tiene muchos amigos entre los uigures y los tangutos. La totalidad de los mongoles azules pueden ya no ser suficientes.
Tekuday se quedó mirándolo. Parecía asustado.
—El imperio de Gengis Kan ha desaparecido —continuó diciendo Qaidu—, tal como yo lo profeticé. Hulagu y Batu, e incluso Alghu, ya tienen kanatos propios. Ahora los hermanos luchan por Catay.
—Entonces ¿el mensajero era de Qubilay? —preguntó Jutelún.
Qaidu asintió con la cabeza.
—El deseo de su corazón es que alegre sus ojos con mi presencia en Shang-tu el verano que viene.
—¿Irás?
El padre negó con la cabeza.
—Yo no inclinaré la rodilla ante Qubilay.
—Entonces, ¿lucharemos? —preguntó Tekuday con ansiedad—. ¿Nos sumaremos a Ariq Böke?
—¿Con Alghu instalado en Bujara? ¿Si tienes dos enemigos, lucharás con uno de ellos y le darás la espalda al otro sabiendo que tiene un cuchillo en la mano? Aunque no fuera por Alghu, ¿tenemos que elegir luchar en un ejército que puede morir de hambre? Mi corazón está con Ariq Böke; sin embargo, hay que tener en cuenta lo que nos pasará si Qubilay demuestra ser el más fuerte.
Tekuday se quedó callado. Era evidente que aquella posibilidad no se le había ocurrido.
—Antes de Gengis Kan, los hombres vivían en estas estepas sin un palacio como el de Karakoram y sin un kan de kanes para que se sentará en él. Los tártaros han vivido de esa manera desde el comienzo de los tiempos. Si ahora tenemos que volver a esos días, no será una catástrofe, son sólo los caminos del mundo.
»He tomado mi decisión. No nos rebelaremos, y tampoco cooperaremos con estos grandes señores. Mantendremos abiertos los caminos de las caravanas, pero todo aquél que ahora desee atravesar el Techo del Mundo deberá pagarle tributo a Qaidu. De ahora en adelante convendrá que Qubilay recuerde que por lo menos en el valle de Fergana, ¡Qaidu es el kan de kanes!