3

Al día siguiente cabalgaron por el desierto. No era un desierto de dunas y arena amarilla, sino una extensión plana y deprimente de salinas grises, montecillos desarraigados, algunas plantas del desierto secas y llenas de espinas. En aquel momento cabalgaban en medio de un viento cálido; el horizonte se disolvía en una niebla que parecía polvo amarillento, los álamos del borde del oasis se inclinaban y mecían en medio del vendaval mientras la caravana avanzaba penosamente hacia el gran desierto del centro de la tierra.

Los tártaros habían descartado los pesados abrigos de fieltro y las botas, supliéndolos por las túnicas de algodón de los uigures. Todos imitaban a Jutelún y se ponían bufandas de seda alrededor de la cabeza para protegerse la cara de lo peor del sol y de los remolinos de polvo y gravilla.

Los camellos que Jutelún compró en el bazar de Kashgar eran distintos a las bestias que él había visto en Ultramar. Eran animales peludos con dos jorobas en lugar de una, como los que había en Tierra Santa. De ninguna manera eran bestias atractivas. Tenían patas largas, lanudas y delgadas, y feos labios con hendiduras y mandíbulas salidas, y les crecía una piel gruesa en la parte superior de cada una de las jorobas. Con la cercanía del verano estaban perdiendo parte del pelo y cada día parecían más desastrados. Las jorobas se alzaban rectas sobre sus lomos. Un Solo Ojo le dijo a Josseran que si las jorobas caían sobre los flancos, significaba que habían empleado la mayor parte de su grasa corporal y se encontraban en malas condiciones. Pero aseguró que aquéllos eran excelentes camellos. Los mejores de todo Kashgar.

Era un hombre honrado.

Cuando no marchaban en hilera, los animales se dedicaban a alimentarse masticando cualquier vegetación que pudieran encontrar, gruñendo y escupiendo cada vez que alguien se les acercaba, y miraban a sus acompañantes humanos con la arrogancia de un semental árabe.

Reservaban su veneno sobre todo para Un Solo Ojo. Cada vez que él se les acercaba, gritaban y escupían como si se tratara de la encarnación del demonio. En cambio, él siempre les hablaba con suavidad, pero los trataba con firmeza, como un padre estricto pero indulgente.

Como espécimen físico, Un Solo Ojo era poco mejor que sus camellos. Su ojo izquierdo estaba cubierto por una tela lechosa que, junto con sus dientes negros y llenos de sarro, le daba el aspecto de un pordiosero del bazar de Kashgar. Él también parecía estar perdiendo su pelaje de invierno, la barba le crecía en mechones oscuros y disparejos, y tenía un hombro curiosamente caído, de manera que casi podía decirse que era jorobado. Pero, a pesar de su apariencia, era un experto en camellos y parecía conocer el desierto. Era vital que pudieran confiar en él, porque allá fuera la diferencia entre la vida y la muerte consistía en conocer la distancia que los separaba del siguiente oasis.

Fue Un Solo Ojo quien les dio a Josseran y a Guillermo instrucciones acerca de la manera de montar los camellos.

Ante todo debían lograr que se levantaran, y les enseñó cómo tirar de la cuerda que estaba unida a una arandela que perforaba la nariz del animal. La bestia rugía protestando ante aquel desagradable tratamiento, pero obedecía a regañadientes. Primero levantaba las patas traseras; mientras lo hacía, Un Solo Ojo ponía el pie izquierdo sobre el largo cogote del animal y subía a la joroba. En ese momento era violentamente arrojado hacia atrás cuando el animal levantaba las patas delanteras. Por lo visto, el objetivo era sujetarse a cualquier cosa. Cuando avanzaba, lo hacía con las piernas extendidas hacia delante, a lo largo del lomo del animal.

Para desmontar, sencillamente se deslizaba por el cogote del camello, dejaba de sujetarse a la joroba y se tiraba al suelo.

Cuando la demostración terminaba, permanecía allí, sonriendo con sus feos dientes y su ojo lechoso.

—Como verás —le dijo a Josseran en turco—, es fácil. Igual que montar a una mujer. Una vez que has decidido hacerlo, debes mostrarte firme, obrar rápido y no desalentarte si trata de morderte.

—¿Qué dice? —preguntó Guillermo.

Josseran negó con la cabeza.

—No tiene importancia —contestó mientras se preguntaba qué clase de mujeres encontraría Un Solo Ojo para montar en las casas indecentes de Kashgar.

La ruta de la seda
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