XX

Andrés quedó completamente anonadado, y por varios días estuvo fuera de sí. Tenía momentos de lucidez cuando identificaba a la señora Bennett, a Denny y, una o dos veces, a Hope. Pero la mayor parte· del tiempo su vida era meramente fisiológica y ejecutaba los actos que se le sugerían por puro automatismo, concentrado profundamente dentro de sí todo su ser en una larga pesadilla de desesperación. Su sistema nervioso gastado le intensificaba la angustia de su pérdida, creándole fantasías enfermizas y terrores de remordimiento, de los que despertaba transpirando, gritando de angustia.

Obscuramente tuvo concíencia del sumario, del odioso procedimiento del tribunal, de los testimonios suministrados tan minuciosamente, tan innecesariamente, por los testigos. Andrés miraba fijamente la rechoncha figura de la señora Schmidt, por cuyas infladas mejillas caían y caían las lágrimas.

–Se estuvo riendo, riendo todo el tiempo que permaneció en la fiambrería. "Apúrese, por favor", seguia diciéndome, "no quiero hacer esperar a mi esposo… "

Cuando oyó al juez manifestar su condolencia al doctor Manson en su penosa situación de soledad, comprendió que todo había concluído. Se levantó mecánicamente Y se encontró caminando por las aceras grises con Denny.

No supo cómo se hicieron los arreglos para los funerales; todo ocurrió misteriosamente sin su conocimiento. Mientras se dirigía a Kensal Green sus pensamientos, como saetas, iban y venían del pasado al presente. En el triste encierro del cementerio recordó las vastas mesetas barridas por el viento que había detrás de Vale View, donde corrían y sacudían sus crines enmarañadas los ponies de la montaña. A Cristina le gustaba andar por allí, sentir la brisa sobre sus mejillas. y ahora iba a ser colocada en esta.horrible ciudad de los muertos.

Esa noche, en medio de la tortura de su neurosis, procuró insensibilizarse bebiendo. Pero el whisky no parecía provocarle más que indignación contra sí mismo. 'Se paseó por la pieza hasta tarde, hablando en voz alta, apostrofándose como ebrio:

"Pensabas que ibas a escapar. Creías que ya estabas escapando. Pero no había tal. Crimen y castigo, crimen y castigo. Tú eres culpable de lo que le ocurrió a Cristina. Tienes que sufrir." Recorrió toda la calle, sin sombrero, tambaleante, para contemplar con ojos de estupor las ventanas cerradas del negocio de Vidler. Regresó balbuciendo con el llanto del ebrio. "Nadie se burla de Dios. Cristina lo dijo una vez: "nadie se burla de Dios, amigo mío".

Subió a tropezones la escalera, dudó, penetró en el dormitorio de Cristina, silencioso, frío, abandonado, Allí en el tocador estaba su cartera.

La tomó, la oprimió contra sus mejillas, luego la abrió con mano torpe.

Había dentro unas monedas de cobre y plata, un pequeño pañuelo, una cuenta de almacén. y después, en el compartimiento del medio, halló algunos papeles, una instantánea borrosa de sí mismo tomada en Drineffy y …, sí, las reconoció oprimido de angustia, aquellas esquelitas que habia recibido para Navidad de sus pacientes de Aberalaw: con sinceros. agradecimientos, y que ella habia ido guardando todos aquellos años. Un profundo sollozo agitó su pecho. Cayó de rodillas junto al lecho, en un acceso de llanto.

Denny no hizo esfuerzo alguno para impedirle que bebiera. Le pareció que Denny estaba en la casa casi todos los días. No era por la clientela, pues el doctor Lowry la atendía ahora. Lowry vfvía fuera, pero venia para las consultas y a tomar lista de los llamados. Andrés no sabía nada, nada de lo que ocurría, no quería saber nada. Evitaba encontrarse con Lowry. Sus n.ervios estaban destrozados. El sonido de la campanilla le hacía palpitar locamente el corazón. Un paso inesperado le provocaba la transpiración de las palmas de las manos. Se sentaba en los altos, en su pieza, con el pañuelo estrujado entre los dedos, enjugándose de cuando en cuando las palmas empapadas, mirando el fuego, subiendo que, llegada la noche, tendría que afrontar el espectro del insomnio.

Esta era su situación cuando Denny entró una mañana y le dijo:

–Al fin estoy libre, gracias a Dios.,Ahora podemos irnos. No había manera de resistirse, pues había perdido todo poder de reacción. Ni siquiera preguntó adónde iban. Con muda indiferencia vió que Denny le empaquetaba un traje, Una hora después estaban en camino a la estación Paddington.

Viajaron toda la tarde por los condados del sudoeste, trasbordaron en Newport y continuaron por Monmouthshire. En Abergavenny abandonaron el tren y a la salida de la estación, Denny alquiló un automóvil. Mientras salían del pueblo cruzando el río Usky se internaban por la hermosa campiña que ostentaba· los matices otoñales, le dijo Felipe:

–Este es un lugarcito al que solía venir antes…, a pescar. Abadía Llantony. Creo que nos conviene.

A las seis de la tarde llegaron a destino, por una red de senderos bordeados de avellanos. En torno de una plaza de apretado césped estaban las ruinas de la Abadía, piedras grises lisas, unos cuantos arcos todavía enhiestos de los claustros. y al lado estaba la casa de huéspedes, construida enteramente con las piedras de las ruinas. Muy cerca corria un arroyuelo con su infatigable y sedante murmullo. Un humo de leña, recto y azul, ascendia en el tranquilo aire de la tarde.

A la mañana siguiente Denny sacó a pasear a Andrés. Era un día seco y tibio, pero Andrés, con la debilidad de una noche sin sueño, fatigándosele los flojos músculos en la primera colina, quiso regresar cuando habían andado sólo un corto trecho. Denny, sin embargo, se mantuvo firme. Hizo caminar a Andrés ocho millas ese primer día y diez al siguiente. Hacia el fin de la semana recorrian veinte millas diarias y Andrés, casi arrastrándose hasta su habitación, por la noche, se quedaba dormido al momento.

Nadie los importunaba en la Abadía. Sólo quedaban unos cuantos pescadores, pues ya terminaba la estación de la trucha. Comían en un refectorio embaldosado de piedra, en una larga mesa de encina, frente a una chimenea abierta. El alimento era bueno y sencillo.

En sus paseos no hablaban. A menudo andaban todo el día sin cruzarse más que unas pocas palabras. En un principio Andrés se mostró enteramente indiferente al pais que recorría, pero a medida que pasaban los dias, la belleza de sus bosques y rios, de sus colinas cubiertas de helechos, se insinuó imperceptiblemente en sus sentidos dormidos.

El progreso de su mejoría no fué extraordinariamente rápído; sin embargo, al final del primer mes pudo resistir la fatiga de sus largas caminatas, comer y dormir normalmente, bañarse en agua fría todas las mañanas Y mirar el futuro sin acobardarse. Era evidente que no podía haberse elegido un sítio mejor para su convalecencia que el de este retiro, ni mejor sístema que el de esta existencia espartana y monástica. Cuando cayó la primera helada sintió la instintiva alegría de su efecto tonificador.

Inesperadamente comenzó a hablar. Al principio sus temas de conversación eran inconexos. Su espíritu, como el atleta que ejecuta ejercicios sencillos antes de acometer hazañas mayores, era cauteloso en su acercamiento a la vida. Pero imperceptiblemente supo por Denny la sucesión de los acontecimientos.

El consultorio había sido vendido al doctor Lowry, no en la cantidad íntegra que había fijado Turner -ya que, en virtud de las circunstancias, no hubo presentación a la clientela-, sino en una suma muy aproximada a aquella cantidad. Hope por fin concluyó sus estudios y estaba ahora en su casa de Birmingham. Denny también se hallaba libre. Había renunciado a su cargo de archivero antes de venir a Llantony. La conclusión era tan clara que Andrés alzó de pronto la cabeza:

–Tengo que estar listo para el trabajo a comienzo del año. Ahora conversaban entusiasta y seriamente y al cabo de una semana había desaparecido su penosa apatía. Le parecía extraño y triste que la mente humana fuese capaz de reponerse de.un golpe tan terrible como el que lo había derribado. Sin embargo, no podía evitarlo, la mejoría estaba allí.

Primeramente había vivido con estoica indiferencia, como una máquina en perfecto funcionamiento. Ahora respiraba el aire helado con verdadero vigor, sacudía los helechos con el bastón, recibía su correspondencia de manos de Denny y maldecía cuando el correo no le traía la Revista Médica.

Por la noche estudiaba con Denny un mapa en escala enorme.

Ayudados de un almanaque hicieron una lista de pueblos, la expurgaron y luego redujeron su selección a ocho nombres. Dos estaban en Sttaffordshire, tres en Northamptonshire y tres en Warwickshire.

El lunes siguiente Denny se ausentó por una semana. En este lapso experimentó Andrés el retorno impetuoso de su antiguo deseo de trabajar en su propia tarea, el verdadero trabajo que podía realizar con Denny y Rope.

Su impaciencia se tornó colosal. El sábado por la tarde caminó todo el trayecto hasta Abergavenny para esperar el último tren de la semana. Al regresar, desalentado, resignado a sufrir otras dos noches y un día íntegro de esta desesperante demora, se encontró con un Ford obscuro detenido frente a la casa de huéspedes. Entró apresuradamente. Allí, en el refectorio alumbrado por una lámpara, Denny y Hope estaban sentados frente al aparador, sobre el cual se veía una cena compuesta de jamón con huevos, té, crema batida y duraznos en conserva.

Ese fin de semana tuvieron el paraje enteramente a su disposición. El informe de Felipe, dado en el curso de esa merienda suculenta, fué un animado preludio de la viveza de sus discusiones. Afuera la lluvia y el granizo golpeaban las ventanas. El tiempo se había descargado por fin. No les tenía miramientos.

Dos de las poblaciones visitadas por Denny -Franton y Stanborough~ estaban maduras para la cosecha médica, según la frase de Hape. Ambas eran importantes ciudades semiagricolas en las que se había implantado recientemente una nueva.industria. Stanborough poseía una planta recién instalada para la elaboración de repuestos de motores, y Franton, una gran fábrica de azúcar de remolacha. En los alrededores se edificaban casas y la población iba en aumento. Pero en ambos casos los servicios médicos se habían quedado atrás. Franton sólo tenía un hospital mísero y Stanborough ni siquiera eso. Los enfermos de urgencia eran enviados a Coventry, a quince millas de distancia.

Estos pocos detalles fueron suficientes para hacerlos salir como sabuesos tras una pista. Pero Denny poseía informes aún más estimulantes.

Sacó un plano de Stanborough, arrancado de un itinerario de la región y observó: ~Lamento decir que me lo robé del hotel – en Stanborough. Parece un buen comienzo para nosotros allí. – ¿Qué es esta marca? – dijo impacientemente el un día humorista Hope. .

–Esto -dijo Denny, mientras sus cabezas se inclinaban sobre el planoes la plaza del mercado…, a lo menos, a eso equivale, sólo que por alguna razón la llaman el Círculo. Está en el centro de la población, en situación prominente y hermosa. Ustedes conocen la costumbre: un anillo de casas, comercios y oficinas, que son a la vez residenciales y negocios; más bien un estilo georgiano, con ventanas y pórticos bajos. El médico jefe del lugar, una ballena de hombre, a quien vi, con una gran cara colorada y mandíbula de carnero, ocupa actualmente dos ayudantes y tiene su casa en el Círculo. – El tono de Denny era suavemente irónico-. Precisamente al frente, al otro lado de la encantadora fuente de granito que hay en medio del Círculo, existen dos casas vacías con piezas grandes, pisos en buen estado y fachada decente. Está en venta. Me parece…

–Me parece -dijo Hope tomando aliento- que, desde luego, nada me gustaría más que un pequeño laboratorio frente a esa fuente.

Siguieron conversando. Denny proporcionó nuevos detalles, sumamente interesantes.

–Por supuesto -concluyó-. Es probable que todos estemos enteramente locos. Esta idea ha sido llevada a la perfección en las grandes ciudades norteamericanas gracias a una organización completa y enormes desembolsos. Pero aquí…, en Stanborough… y ninguno de nosotros tiene bastante dinero. Probablemente pelearemos como demonios entre nosotros mismos. Pero de algún modo… -¡Que Dios ayude al de la mandíbula de carnero! _ dijo Hope levantándose y estirándose.

El domingo adelantaron sus planes, disponiendo que el lunes, de regreso a su casa, Hope hiciese un rodeo que comprendiese a Stanborough.

Denny y Andrés llegarían el miércoles, se encontrarían con él en el hotel y uno de ellos efectuaría discretas averiguaciones entre los agentes locales de propiedades.

Con la perspectiva de todo un día por delante, Hope salió temprano a la mañana siguiente, levantando salpicaduras de barro con su Ford, antes de que los otros hubieran concluído su desayuno. El cielo se hallaba aún densamente nublado; pero el viento era alto: día tempestuoso y tonificado!'.

Después del desayuno Andrés salió por una hora. Era agradable sentirse apto otra vez, con un trabajo que lo esperaba de nuevo en la gran aventura de la nueva clínica. No se había dado cuenta de lo que su plan significaba para él hasta que ahora, en un abrir y cerrar de ojos, estaba a punto de realizarse.

Cuando regresó, a las once había llegado el correo con un montón de cartas despachadas desde Londres. Se sentó a la mesa ansioso de leerlas.

Denny estaba junto al fuego con el diario de la mañana por delante.

La primera carta era de María Boland. A medida que recorría las hojas de apretada. escritura, su rostro adquiría una expresión sonriente. La joven comenzaba con alusiones corteses, manifestando sus esperanzas de que ya Andrés estuviera del todo repuesto. En seguida, le hablaba brevemente de sí misma. Estaba mejor, infinitamente mejor, casi bien. Su temperatura había sido normal durante las últimas cinco semanas. Se había levantado y hada ejercicios graduales. Había aumentado tanto de peso que apenas se reconocía. Le preguntaba si no podría ir a verla. El señor Stillman había regresado a América por varios meses, dejando a su ayudante, señor M:arland, a cargo del establecimiento. No podía agradecerle suficientemente ei haberla llevado a Bellevue.

Andrés dejó la carta, con su expresíón todavía iluminada por la noticia de la mejoría de María. Después, haeiendo a un lado una cantidad de circulares y literaturas de propaganda, que venían en sobres muy delgados y con estampillas de medio penique, tomó la segunda carta. Era un gran sobre de procedencia oficial.

Lo abrió y sacó el grueso pliego de oficio que contenía.

Entonces se le desvaneció la sonrisa. Miró el papel con ojos de estupor: Se le dilataron las pupilas. Se puso mortalmente pálido. Durante un minuto estuvo inmóvil mirando y remirando la carta.

–Denny -le dijo en voz baja-, entérate de esto.