Cristina lo tranquilizó.
–Todo ocurrió tan vertiginosamente, queridito. ¡Hubiera arrastrado a cualquiera!
–No; pero, honradamente, Cristina, creo volverme loco cuando pienso en ello. ¡Y qué período debió ser para ti! ¡Dios mío! ¡Debe haber sido una ejecución dolorosa!
Ella sonreía, sonreía verdaderamente. Era la experiencia más marvillosa ver su rostro libre de aquella palidez mortal, tierna, feliz, solícita para con él. "¡Oh, Dios mío! – pensó él, ahora vivimos otra vez." -Sólo hay que hacer una cosa -dijo frunciendo el ceño con decisión. A pesar de su excitación nerviosa se sentía fuerte, libre de aquella bruma de engaño, dispuesto a obrar-. Tenemos que irnos de aquí. Estoy demasiado envuelto en todo esto, Cristina, demasiado. A cada instante algo me haría recordar el ambiente de ficción en que he estado moviéndome, sí, y tal vez me haría reincidir-. Podemos vender fácilmente el consultorio y… ¡oh, Cristina, tengo una idea maravillosa! – ¿Sí, querido?
Andrés aflojó su adusto ceño para sonreírle tímida, tiernamente. – ¿Cuánto tiempo hace que me hablaste de eso? Me agrada.
Sí, lo sé, lo merecía… ¡oh; no me dejes comenzar a pensar otra vez, Cristina!… esta idea, este plan, se me hizo presente en cuanto desperté esta mañana. Una vez más me amargaba el pensamiento de que Hamson me hubiera solicitado para su ruin idea de una sociedad, cuando de pronto se me ocurrió: ¿por qué no una sociedad legítima y noble? Es lo que existe entre los médicos de Norte América -aunque Stillman no es médico, al verlo siempre me acuerdo de eso y precisamente aquí no se ha avanzado mucho en este sentido. Tú ves, Cristina, aun en una pequeña ciudad de provincia se podría tener una clínica, un pequeño cuerpo médico en que cada cual hiciera su propia tarea. Escúchame ahora, querida: en vez de unirme con Hamson, Ivory y Deedman, ¿por qué no reunir a Denny y Hope y formar un genuino trío? Denny hará todo el trabajo quirúrgico -Y sabes cuán bueno es!yo me encargaré de la parte médica, y Hope será nuestro bacteriólogo.
Las ventajas son evidentes: cada uno se perfecciona en su especialidad y pone a disposición de los otros sus conocimientos. Tal vez tú recuerdas todos los argumentos de Denny, y también los míos, sobre nuestro mísero sistema del médico universal, cómo éste se ve obligado a hacerla todo, es decir, also imposible. La medicina por grupos es la solución, la perfecta solución. Se sitúa entre la medicina del Estado y el esfuerzo individual, aislado. La única razón de que no lo hayamos tenido aquí es que los grandes hombres gustan de tenerlo todo en sus manos. Pero, ¿no sería maravilloso, querida, si nosotros pudiéramos formar una pequeÍla unidad de acción, científicamente y… sí, déjame decirlo, espiritualmente intacta, una especie de fuerza de avanzada que combatiera el prejuicio, derribara los viejos fetiches, iniciara acaso una revolución completa en todo nuestro sistema médico?
Con la mejilla sobre la almohada, Cristina lo contemplaba con ojos radiantes. – iOírte hablar así, como en aquellos días de antaño! No puedo decirte cuánto me agrada. ¡Oh!, es como empezarlo todo de nuevo. ¡Soy feliz, Andrés mío, soy feliz!
–Tengo mucho que reparar -añadió sombríamente-. He sido un tonto. Y peor -se oprimió la frente con las manos-. No puedo quitarme de la cabeza al pobre Harry Vidler. Y no lo conseguiré hasta que no realice algo que verdaderamente, repare aquéllo -suspiró de repente-.
Fuí culpable en eso, Cristina, tanto como Ivory. No puedo dejar de pensar que me he escapado muy fácilmente. No parece justo que yo deba quedar impnne. Pero trabajaré tenazmente, Cristina. Y creo que Denny y Hope se asociarán conmigo. Tú conoces sus ideas. Denny se muere realmente por volver otra vez a los azares de la profesión. Y Hope, si le damos un pequeño laboratorio donde pueda efectuar trabajo original además de fabricarnos nuestros sueros, nos seguirá a cualquier parte.
Saltó de la cama y comenzó a pasearse por la pieza a su antigua manera impetuosa, repartidos sus sentimientos entre el entusiasmo por el futuro y el remordimiento por el pasado, revolviéndolo todo en su cabero, inquietándose, esperando, proyectando. – 'I'engo tantas cosas que arreglar, Cristina! – exclamó-; pero voy a proponerte algo de inmediato. Mira, querida. Una vez que haya escrito algunas cartas, luego de comer, ¿qué te pareceria que hiciéramos un paseíto por el campo?
Ella le dirigió una mirada interrogadora. – Pero si estás ocupado -No estoy demasiado ocupado para esto. Sinceramente, Cristina, tengo un peso horrible encima, con lo de María Boland. No sigue bien en el Victoria y yo no me he preocupado bastante. Thoroughgood es indiferente y no entiende propiamente su caso, a lo menos, según mi modo de pensar. Si le ocurriera algo a María después de haberme hecho responsable de ella ante Con creo que me volvería loco. Es terrible decirlo del propio hospital, pero no se mejorará jamás en el Victoria. Deberia irse al campo, al aire puro, a un buen sanatorio. – ¿Sí?
–Por eso quiero que vayamos a casa de Stillman. Bellevue es el lugar más agradable y maravilloso que jamás esperes ver. Sólo si pudiera persuadirlo que aceptara a María… Oh, no sólo estaría satisfecho entonces, sino que sentiría que habría hecho realmente algo bueno.
Cristina dijo con decisión: -Saldremos en cuanto te desocupes.
Cuando Andrés se hubo vestido, bajó, escribió una larga carta a Denny y otra a Hope. Sólo tenía tres enfermos graves en sus manos, y en su salida a visitarlos depositó las cartas. Luego, después de una ligera merienda, salió con Cristina para Wycombe.
El viaje, a pesar de la tensión emocional que subsistía en su espíritu, fué sin novedad. Sentía más que nunca que la felicidad era un estado interior, enteramente espiritual, independiente _ dijeran lo que dijeran los cinicos- de los bienes mundanos. Durante todos estos meses- mientras se había estado consumiendo por alcanzar riqueza y posiciones, triunfando en todo sentido, materialmente- se había creído feliz. Pero no había sido feliz. Vivía en una especie de delirio, anhelando cada vez más después de todo lo obtenido. "¡Dinero -pensaba amargamente-, todo era por el sucio dinero!". Primero se había dicho que necesitaba ganar mil libras al año. Cuando consiguió esa entrada, de inmediato la duplicó, fijando esta otra como su máximo.
Pero una vez logrado este máximo, lo dejó descontento. Y así sucesivamente. Había ansiado más y más. Eso lo habría matado al fin.
Miró de soslayo a Cristina. ¡Cuánto habría sufrido por él!
Pero si hubiera necesitado alguna confirmación de lo sano de su propósito, bastaba la visión del rostro transfigurado y radiante de Cristina. No era ahora un rostro hermoso, pues conservaba la huella de los sufrimientos y de las lágrimas, estaba algo ojerosa y tenía una débil depresión de 1as mejillas, que fueran un día firmes y rozagantes. Mas era un rostro que siempre había ostentado un aire de serenidad y de verdad. Y esa nueva vida que lo animaba era tan luminosa y conmovedora, que Andrés se sintió intensamente conmovido por un nuevo impulso de dolor y de remordimiento. Juró que en toda su vida no volvería a hacer nada que le ocasionara una tristeza.
Llegaron a Wycombe cerca de las tres, y en seguida tomaron un camino cuesta arriba que los condujo a la cumbre de la colina hasta más allá de Lacey Green. La ubicación de Bellevue era soberbia, sobre una pequeña meseta que, aunque cerrada por el norte, franqueaba el panorama de ambos valles.
Stillman los acogió cordialmente. Era un hombrecito reservado, poco efusivo, que rara vez se entusiasmaba. Sin embargo, reveló el agrado que le producía la visita de Andrés, mostrándoles toda la hermosura y eficacia de su creación.
Bellevue era intencionalmente pequeña, pero no cabía discusión acerca de su perfección. Dos alas, esquinadas hacia el sudoeste, unidas por una sección central administrativa. Sobre el hall de entrada y las oficinas había una sala de tratamiento magníficamente equipada, cuya pared sud era toda de vidrio. Todas las ventanas eran de este mismo materIal, y la calefacción y el sistema de ventilación, la última palabra de la eficiencia moderna. Mientras recorría el establecimiento, Andrés no pudo menos de comparar su perfección ultramoderna, con esos edificios vetustos, construidos un siglo antes, que eran muchos de los hospitales de Londres, y con aquel1as antiguas casas de habitación, mal transformadas y mal equipadas, que se disfrazaban de clínicas.
Una vez que los hubo paseado por todas partes, Stillman los invitó a tomar el té. Y en ese momento Andrés le formuló su pedido de buenas a primeras:
–No me agrada pedir favores, señor Stillman. – Cristina tuvo que sonreír al escuchar la casi olvidada fórmula-. Pero pienso que quizá usted podría hacerme uno: recibir a una enferma. 'Tuberculosis incipiente. Probablemente necesita neumotórax. Es hija de un gran amigo mío, un profesional, dentista, y no se encuentra bien donde está …
Algo como ironía se advirtió tras los ojos azul pálido de Stillman.
–Usted no quiere significar que desea enviarme una enferma.
Los doctores no me envían enfermos aquí…, aunque lo hacen en Norteamérica. Olvida que aquí yo no soy más que un impostor, un curandero, al frente de un sanatorio dirigido con métodos empíricos, que hace caminar descalzos a sus pacientes por el rocío… antes de conducirlos a tomar un desayuno de zanahorias ralladas.
Andrés no sonrió.
–No le he pedido que me tome el pelo, señor Stillman. Le hablo muy en serio de esta niña. Me tiene muy preocupado.
–Pero creo no tener cabida, amigo mío. A pesar de la antipatía de su hermandad médica, tengo una lista de postulantes del largo de mi brazo. ¡Es asombroso -Al fin Stillman sonrió impasiblemente-. La gente me pide que la cure, a pesar de los doctores. – ¡Bien! – murmuró Andrés. La negativa de Sti1lman constituía para él un gran desencanto-. Yo más o menos contaba con ello. Si pudiéramos haber traído acá a María…, me habría sentido aliviado!
Usted tiene el mejor centro de curación de Inglaterra. No tengo el propósito de halagarlo. Lo sé. Cuando pienso en esa sala del Victoria, donde ella yace ahora, escuchando las cucarachas que se mueven detrás de los zócalos…
Stillman se inclinó y tomó un sandwich delgado de pepino, de la mesa baja que tenía delante. Poseía una manera característica, casi afectada, de tomar las cosas, como si hubiera acabado de lavarse las manos y temiera ensuciárselas de nuevo. – ¡Bien! Está usted aderezando una pequeña comedia satírica.
No, no debo hablar así, veo que está preocupado. y yo lo ayudaré.
Aunque sea médico.. me haré cargo de su enferma -se encogió el labio de Stillman. al advertir la expresión turbada del semblante de Andrés. Usted ve, tengo un espíritu amplio. No tengo reparos en alternar con la profesión cuando me veo obligado. ¿Por qué no se ríe?.., es una broma. No importa. Aun cuando usted carece del sentido del humor, tiene una perspicacia superior a la de la mayoría de sus colegas.
Déjeme pensar. No tengo pieza vacante hasta la semana próxima. El miércoles, creo. Tráigame a su enferma el miércoles de la semana próxima, y le prometo hacer por ella todo lo que pueda.
El rostro de Andrés se encendió de gratitud.
–No puedo… no puedo agradecerle suficientemente… el..
–No lo haga, entonces. Y no sea tan cumplido. Lo prefiero cuando parece disparar las cosas. Señora Manson, ¿le tira con los platos alguna vez? Tengo un gran amigo en Nortearnérica, dueño de dieciséis diarios, que cada vez que se encoleriza quiebra un plato de los que valen cinco centavos. Bien: un día ocurrió que…
Y les refirió una historia larga y, para Manson, en absoluto desprovista de interés. Pero, mientras regresaban a casa con el fresco de la tarde, le explicaba a Cristina:
–Eso queda arreglado, Cristina…; me quita un gran peso de encima. Estoy seguro de que es el sitio indicado para María. Es un hombre excelente este Stillm:án. Me agrada mucho. No aparenta nada, mas por dentro tiene la firmeza del acero. ¡Ojalá Denny, Rape y yo tengamos algún día una clínica por el estilo, una reproducción en pequeño! Es un sueño disparatado, ¿no? Pero nunca se sabe. Y he pensado que si los tres nos instalamos en provincia. podríamos estar lo suficientemente cerca de una de las minas de carbón para que yo reanude mi trabajo sobre la inhalación. ¿ Qué te parece, Cristina?
A modo de respuesta, se inclinó hacia él y, sin preocuparse del riesgo que allí en el camino podía tener un descuido, lo besó intensa y largamente.