IX

Seis meses después que se había hecho cargo de su puesto en el Victoria, mientras tomaba el desayuno con Cristina, abrió una carta que venía con el matasellos de Marsella. Mirándola incrédulamente por un instante, prorrumpió después en una súbita exclamación:

–Es de Denny! Al fin se ha cansado de México! Regresa a establecerse, dice… lo creeré cuando lo vea. ¡Pero qué bueno será verlo otra vez. ¿Cuánto tiempo ha estado ausente? Parece que siglos.

Regresa por China. ¿Tienes ahí el diario, Cristina? Ve cuándo entra el Greta.

Cristina se alegró tanto como Andrés de la inesperada noticia, mas por diferente razón. Había un poderoso instinto maternal en Cristina, un extraño anhelo calvinista de protección respecto a su marido. Siempre había reconócido que Denny y, en menor grado, Hope, ejercían sobre él un ascendiente benéfico. Especialmente ahora en que él parecía cambiar. Cristina estaba más ansiosamente alerta.

Apenas había llegado esta carta, cuando ya proyectaba reunirlos.

El día anterior a aquel en que el Greta era esperado en Tilbury, ella abordó el asunto:

–Me pregunto si te gustaría, Andrés…Creo que podría dar una pequeña comida la próxima semana, para ti, Denny y Hope.

Andrés la miró algo sorprendido. Dada esa sorda tirantez que existía entre ellos, era extraño que ella hablara de diversiones.

Respondió:

–Hope está probablemente en Cambridge. Y Denny y yo podemos igualmente salir a alguna parte-. Luego, mirando su rostro, reaccionó rápidamente-. ¡Oh! Perfectamente. Hazlo el domingo, sin embargo; será la mejor noche para todos nosotros.

El domingo siguiente llegó Denny, más vigoroso y rubicundo que nunca. Parecía de más edad, menos pesimista y más medido en sus maneras. Sin embargo, era el mismo Denny, ya que los saludó:

–Esta es una casa magnífica. Estoy seguro de no haberme equivocado. – Volviéndose de soslayo a Cristina, gravemente-: Este caballero bien vestido es el doctor Manson, ¿no? Si lo hubiera sabido le habría traído un canario.

Un momento después, ya sentado, rehusó beber: -iNo! Ahora soy un adicto al zumo de lima. Por extraño que parezca, voy a ponerme a trabajar en forma muy seria. Ya he visto bastante del cielo vasto y estrellado. La mejor manera de comenzar a querer a este vituperado pais es ausentarse de él.

Andrés le dió una mirada de cariñoso reproche.

–Tú tienes realmente que establecerte, Felipe -le dijo-. Después de todo, estás cerca de los cuarenta y con tu talento…

Denny le lanzó una extraña mirada por debajo de las cejas. – No sea tan grave, profesor. Todavía puedo mostrarle a usted algunas tretas uno de estos días.

Les dijo que había tenido la suerte de ser designado cirujano inspector de la South Hertfordshire Infirmary, con trescientas libras al año y casa y comida. No lo consideraba algo definitivo, por supuesto, pero había allí mucho que operar y él podría renovar su técnica quirúrgica. Después vería lo que habia que hacer. – ¿No saben cómo me dieron el puesto? Debe ser otro caso de identidad equivocada.

–No -fué la respuesta algo simple de Andrés-. Es tu título de doctor en cirugia, Felipe. Un titulo como ese te ayudará a ir lejos. – ¿Qué le ha estado haciendo? – dijo Denny- No parece el mismo que voló conmigo aquella alcantarilla.

En este momento llegó Hope. No conocia a Denny. Pero bastaron cinco minutos para que ambos se entendieran. Al cabo de ellos, cuando pasaban a comer, ya se habían unido para hostilizar en común a Andrés.

–Por supuesto, Rape -observó tristemente Felipe, mientras desdoblaba la servilleta-. No hay que esperar que den mucha comida aquí. ¡Oh, no! He conocido por mucho tiempo a esta gente; he conocido al profesor antes de que se convirtiera en un lanudo personaje de West-End. Fueron echados de la última casa que habitaron por matar de hambre a sus conejos de la India.

–Yo llevo siempre una tajada en mi bolsillo -dijo Hope-. Es una costumbre que aprendí de Billy "Botones" en la última expedición a Kitchengunga. Pero desgraciadamente no tengo huevos. Las gallinas de mamá no ponen, por el momento.

En el transcurso de la comida esto se repitió -la chispa de Bope parecia particularmente estimulada por la presencia do Denny-, mas poco a poco se pusieron a conversar. Denny refirió, algunas de sus experiencias en los Estados del Sur – tenía una o dos historias de negros que hicieron reír a Cristina-, y Hope les contó algunas actividades de la Junta. Whinney había conseguido, al fin, poner en práctica los experimentos sobre la fatiga muscular, tanto tiempo esperados por él.

–Eso es lo que hago ahora -se lamentó Hope-. Pero gracias al cielo sólo le quedan nueve meses más a mi compromiso. Entonces haré algo. Estoy cansado de trabajar para realizar ideas ajenas, de ser mandado por viejos… -su tono se tornó ridiculizador… _ "¿Cuánto ácido sarcoláctico encontró esta vez, señor Hope?" Quiero hacer algo por mí mismo. Quisiera tener un pequeño laboratorio por mi cuenta.

Entonces, como lo había esperado Cristina, la conversación se tornó enteramente médica. Después de comer -a pesar del melancólico pronóstico de Denny, se habían despachado un par de patos-, al ser traído el café, ella mostró deseos de quedarse. Y aunque Hope le aseguró que el lenguaje no sería apropiado para damas, ella permaneció allí, con los codos sobre la mesa, el mentón entre sus manos, escuchando silenciosamente, abstraída, fijos ardientemente sus ojos en el rostro de Andrés.

Al principio se había mostrado éste terco y reservado. Aunque se alegraba de ver nuevamente a Felipe, tenía el sentimiento de que su viejo amigo era algo indiferente hacia su éxito, de que se mostraba desdeñoso, aun algo burlesco. Después de todo, él no lo había hecho tan mal. ¿Y qué había hech0?.., si ¿qué había hecho Denny? Cuando Hope intervino con sus rasgos de buen humor, Andrés casi les había expresado, bien acentuadamente, que debían abstenerse de bromas a costa suya.

Sin embargo, ahora que hablaban del oficio, se vió arrastrado inconscientemente por la conversación. Por un momento, quisiéralo o no, lo contagiaron los otros dos, y se hizo escuchar con mucho de su antiguo ardor.

Hablaban de hospitales, lo que hizo pronunciarse de pronto sobre todo el sistema hospitalario.

–Yo lo veo así. – Dió una larga chupada a su cigarro (ya no era un cigarrillo virginia, barato, sino un puro de la caja que había sacado a relucir exprofeso, para provocar la envidia de Denny)-. Todo el sistema es anticuado. No piensen en absoluto que estoy desprestigiando mi propio hospital. Me gusta el Victoria y puedo decirles que hacemos un gran trabajo. Pero es el sistema. Nadie sino el indolente público británico lo toleraría…, como nuestros caminos, por ejemplo, un caos anacrónico sin remedio. El Victoria se está cayendo. También el St John…, la mitad de los hospitales de Londres claman que se están cayendo. ¿Y qué hacemos? Juntar peniques. Recogiendo unas migajas por suscribir los avisos que se colocan en los frentes: Cerveza Brown: es la mejor. ¿No es divertido?

En el Victoria, si tenemos suerte, dentro de diez años comenzaremos a construir una nueva ala, o una casa para las enfermeras… ¡Debieran ver dónde duermen las enfermeras! ¿Pero de qué sirve reparar el viejo armazón?.. ¿Para qué sirve un hospital de enfermedades broncopulmonares en el centro de una ciudad bulliciosa y húmeda como Londres?.. ¡Demonios!, es como llevar una neumonía al fondo de una mina de carbón. Y lo propio ocurre con la mayoría de los demás hospitales y las clínicas. Tiemblan en medio de un tránsito ensordecedor, con los cimientos sacudidos por la circulación subterránea; aun las camas de los enfermos trepidan cuando pasan los ómnibus. Si yo me hospedara allí sano, todas las noches necesitaría una dosis de hipnótico para conciliar el sueño. Piensen en los enfermos que sufren esa tortura después de una seria operación abdominal o con una temperatura de cuarenta grados y meningitis.

–Bueno, ¿cuál es el remedio? – Felipe arqueó una ceja con esa nueva irritante manera-. ¿Una junta de hospitales contigo por jefe?

–No seas borrico, Denny -contestó Andrés malhumorado-. El remedio es la descentralización. No, no es precisamente una noción libresca, sino el resultado de todo lo que he visto desde que llegué a Londres. ¿Por qué nuestros grandes hospitales no estarían ubicados en un área verde fuera de Londres, digamos a unas quince millas? Un sitio como Benham, por ejemplo, sólo a diez millas de distancia, donde todavía hay tierra verde, aire puro, tranquilidad. No crean que habría dificultad alguna de transporte. El subterráneo, ¿y por qué no un servicio de locomoción propio de los hospitales, una línea recta y silenciosa?, podría llevarnos allí en dieciocho minutos exactos.

Considerando que nuestra ambulancia más rápida demora cuarenta minutos por térmíno medio en llevar un enfermo, aquello me parece un progreso. Podrían decir ustedes que de trasladar los hospitales privaríamos a cada zona de sus servicios médicos. ¡No! El dispensario permanece en la zona, el hospital se traslada. Y ya que hablamos de esto, este asunto del servicio local es precisamente un gran problema sin solución. Cuando llegué aquí, vi que el único sitio a que podia llevar mi enfermos de este barrio del oeste, era el hospital del este. Tambien allá en el Victoria recibimos enfermos de todas partes: Kensington. Ealing, Muswell Hill. No hay el menor propósito de señalar zonas, todo viene a volcarse en el centro de la ciudad. A menudo la confusión es increíble: puedo afirmarlo lisa y llanamente. ¿Y qué se hace? Nada, absolutamente nada. Continuamos dentro del viejo sistema, haclendo sonar cajas de lata, celebrando días de fiesta, haciendo que los estudiantes obtengan dinero, actuando como juglares en trajes de fantasía. Una cosa sobre estos nuevos países europeos: en ellos se hacen las cosas. ¡Ah, si yo tuviese poder, arrasaría el Victoria y construiría un nuevo hospital para broncopulmonares en Benham, con una línea recta de comunicación! ¡Y por Dios! Luego verían un alza en la curva de nuestra situación sanitaria.

Esto fué sólo por vía de introducción. El crescendo de la discusión continuó.

Felipe insistió en su antigua idea: la locura de pedir al médico corriente que lo hiciera todo, que lo sacara todo de una cartera, como un prestidigitador, la estupidez de hacerlo cargar con la responsabilidad de toda clase de enfermos, hasta aquel momento feliz en que, por cinco guineas, algún especialista que nunca había visto antes, dijese que ya no había nada que hacer.

Hope, sin miramiento alguno, se refirió al caso del bacteriólogo joven, acorralado entre el mercantilismo y el conservatismo: por un lado, la firma de farmacéuticos que le pagaban por confeccionar drogas patentadas; por otro, una Junta de viejos chochos. – ¿Pueden ustedes imaginarse -dijo Hope-, a los hermanos Marx en un automóvil desvencijado con cuatro comandos independientes y un número ilimitado de bocinas? Tal es nuestro papel en el T. C. M.

No terminaron hasta las doce y entonces, inesperadamente, vieron ante sí sandwiches y café sobre la mesa.

–Oh, señora Manson! – protestó Hope con una finura que revelaba que, según la pulla de Denny, él era un buen jovencito en el fondo-. Hemos debido aburrirla bastante. Es curioso el apetito que da la conversación. Se lo sugeriré a Whinney como un nuevo derrotero de investigación: efecto en las secreciones gástricas de la fatiga del aire caliente. ¡Ja, ja, ja!

Cuando Hope se hubo marchado, protestando calurosamente lo agradable de la reunión, Denny permaneció todavía unos pocos minutos, acogiéndose al privilegio de su antigua amistad. Entonces, mientras Andrés había salido a llamar un taxi, él sacó excusándose una mantilla española pequeña y hermosísima.

–El profesor me matará, probablemente -dijo-. Pero esto es para usted. No se lo diga hasta que me halle fuera de su alcance-.

Y ahogó la manifestación de la gratitud de Cristina, para él la más molesta de las emociones-. Es extraordinario cómo todos estos chales vienen de la China. No son realmente españoles. Conseguí éste en Shangai.

Un silencio. Pudieron oír a Andrés que regresaba del teléfono.

Denny se levantó, evitando sus ojos bondadosos y arrugados la mirada de Cristina.

–No me inquietaría mucho por él, usted sabe. – Sonrió-. Pero debemos procurar que vuelva a las costumbres de Drineffy, ¿verdad?