Capítulo 71

Cuando llegamos al aeropuerto, nada más desembarcar, el servicio de megafonía anunció mi nombre demandando mi presencia en las oficinas de la compañía aérea en la que nos habíamos desplazado hasta Turín. Allí me comunicaron, para sorpresa de los tres, que Josep había mandado un chófer a recogernos.

Por unos momentos nos miramos inquietos. El hecho de que Josep conociera nuestras intenciones de viajar hasta Piamonte, a su residencia, e incluso el vuelo que habíamos tomado, nos llenó de un cierto temor. Cómo lo hizo, que el zapatero diera su nombre en la compañía aérea, reconociendo de aquella forma que él era la persona que íbamos buscando. Como yo había supuesto tras la información que me había dado sor Laudelina, él era el cuñado de Salas, el hermano de la mujer de este.

Por unos instantes, Reyes y yo nos miramos con expresión de desconfianza. Ella, sin disimular, señaló a Daniel con un gesto, indicando que la única persona que sabía todos y cada uno de nuestros movimientos y propósitos era él. Que él podía haber informado a Josep con anterioridad. Sin embargo, Daniel no supo hasta el último momento el vuelo que íbamos a tomar ni si habíamos decidido que nos acompañase. Así lo habíamos acordado Reyes y yo, llevados por la desconfianza que tras los últimos acontecimientos nos generó su comportamiento. Él, tras escuchar nuestras condiciones para que le permitiésemos viajar con nosotros, nos hizo entrega de su teléfono y su ordenador. Aquella exigencia nos daba una cierta seguridad sobre sus movimientos, evitando la posibilidad de que, si Reyes estaba en lo cierto y nos había mentido, se comunicara con las religiosas y les diera información de nuestros movimientos, a ellas o a quienquiera que fuese. Estuvo incomunicado un día antes de que embarcáramos y no supo el destino real de nuestro viaje ni el vuelo que tomaríamos hasta que no estuvimos en el aeropuerto, en la zona de embarque. Le dijimos que, antes de dirigirnos a la dirección que nos habían dado las religiosas, a la casa de Josep, iríamos al museo, a Turin, para finalmente continuar a Piamonte, como en un principio se había previsto.

Reyes se aproximó a mí y me hizo partícipe de su desconfianza, de su temor a que Daniel, en una de sus escapadas al baño, hubiera efectuado una llamada desde el aeropuerto. Pero, ante aquella posibilidad, ya no podíamos hacer nada. Si lo había hecho, ya era demasiado tarde para retroceder. Debíamos arriesgarnos y seguir hasta el final, como habíamos previsto, o abandonarlo todo.

El chófer de Josep permanecía frente a nosotros estático como un guardia suizo, esperándonos. Finalmente decidimos continuar con lo previsto y nos montamos en el automóvil.