Capítulo 17
Al dejar el hospital me sentí en la obligación moral de explicarle a Daniel parte de lo acontecido antes de conocerle; su comportamiento conmigo había sido tan inesperado como loable y desinteresado. Entre todo lo que le relaté estaba el motivo de mis continuos traslados.
Nada de lo que le había sucedido a Jana tenía, en apariencia, relación con el paquete que yo había recibido. Al menos, no lo tenía para quien desconociese nuestro pasado y lo que este conllevaba. Aquello era, para el equipo médico que la atendió, un accidente cardiovascular, pues no existía indicio alguno que demostrase lo contrario. Sin embargo, para mí, todo estaba interrelacionado. La persona que me había mandado el paquete había tenido acceso a los enseres de mi padre cuando este fue asesinado, su DNI así lo demostraba. La copia exacta de la alianza de Jana también indicaba que sabía de ella lo suficiente como para tenerla controlada. El símbolo que la sortija tenía grabado era un claro mensaje de advertencia, como lo era la definición encriptada de la circunferencia que me había remitido a través del correo electrónico de mi esposa.
Los acontecimientos habían ocurrido con tanta rapidez que ni siquiera había podido acercarme a la empresa de mensajería para informarme sobre el envío y los datos del remitente, que, según la ley vigente, estaban obligados a comprobar. Mis sentimientos por Jana y la situación en la que estaba nuestra relación habían obturado mi cerebro por completo, impidiéndome ver más allá de mis narices desde el primer momento, ralentizando todas mis reacciones.
Sopesé la posibilidad de hablar con la policía y denunciar las amenazas a las que me sentía sometido. Exponerles la probabilidad de que Jana hubiera entrado en aquel estado de forma provocada, que su derrame cerebral no fuese un accidente. Aunque no había ningún dato médico que demostrase mi hipótesis, yo tenía la corazonada de que aquel aneurisma no había sido circunstancial, fruto de una patología sin diagnosticar, sino la consecuencia de una agresión muy estudiada, probablemente de alguien que sabía mucho de medicina. Sobre ello estuvimos hablando Daniel y yo:
—Debes esperar los resultados de las analíticas antes de dar por hecho que su estado es consecuencia de un intento de homicidio. Es evidente, por lo que me has contado, que quien te ha hecho llegar el paquete está poniéndote al tanto de lo que sabe, quiere que tengas conocimiento de ello. Tus miedos no le son ajenos y conoce el pasado de tu padre. Sabe lo que Jana significa para ti y lo utiliza para intimidarte. Lo que yo no veo tan claro es que sea una amenaza, como tú te empeñas en asegurar. Tiene, a mi juicio, más las características de una advertencia a la que puede seguir un chantaje.
—No lo creo.
—Tu numerito tiene mucho que ver en todo esto. Ese famoso número de dígitos infinitos también es de mi interés. Lo es para mucha gente. Claro que mis motivos son diferentes a los tuyos. Yo le busco y él te busca a ti. Me refiero al número —aclaró al ver mi expresión de desconcierto.
—Cuando Torcuato me entregó el paquete y vi el carné de mi padre supe que las cosas habían cambiado. Ya no era solo la grafía. Estoy seguro de que la persona que me lo envió es el asesino de mi padre.
—Si, como dices, es el asesino de tu padre, es evidente que solo puede tener un motivo para perseguirte de esta forma: que le hubieras visto la cara, que pudieras reconocerle. Pero tú aseguras que no es así, que no recuerdas nada.
—Sí. Así es, pero él no lo sabe.
—Ya, pero estarás conmigo en que, si analizas los hechos fríamente, ese punto es el menos probable. Si fuera él, tú, con el tiempo que ha trascurrido, has dejado de ser un peligro, el delito ha prescrito y su edad debe de ser demasiado avanzada como para que los hechos le acarrearan repercusiones legales. Es más factible que sea alguien que estuvo relacionado con el asesino o con tu padre y su círculo. Lo más sensato es que dejes transcurrir el tiempo, que esperes a ver cómo evoluciona Jana. Desde el punto de vista policial tu hipótesis no se sostiene. Incluso el hecho de que hayas recibido tratamiento psiquiátrico es perjudicial, quiero decir…
—Sé lo que quieres decir —le interrumpí—. Que el mensaje me llegara desde el correo electrónico de Jana indica que estaba con ella, y si fue así, pudo administrarle algo que le provocara el derrame.
—El correo electrónico pudo mandarlo desde cualquier ordenador. Solo es necesario conocer las claves de acceso. Conseguirlas no es complicado; cuando regresemos a Madrid te haré una demostración de cómo se hace. En el caso de que quieras que chequeemos su ordenador, podemos hacerlo, si te sientes con fuerzas para ello.
—Voy a examinar el ordenador y todo lo que encuentre. Revisaré la casa palmo a palmo —respondí.