Capítulo 29
Permanecí en el ordenador hasta las cuatro de la madrugada. A pesar de mi insistencia, de mi perseverancia en encontrar algo, mi búsqueda fue infructuosa. Alguien había introducido en el disco duro un troyano que se encargó de borrar todo su contenido progresivamente hasta que solo quedó una frase en la pantalla que, en apenas unos segundos, también desapareció:
Es de imbéciles intentar cuadrar el circulo.
El teléfono sonó casi en el mismo instante en que la leímos. El hospital me comunicó a través de la línea telefónica que el estado de Jana había sufrido una variación y que necesitaba que fuera. Tres horas más tarde, Jana fallecía. A partir de aquel instante no quise saber nada más sobre lo ocurrido días antes. Mi cerebro se negaba a analizar ningún tipo de información. Después, cuando todo estuvo solventado, volvimos a Madrid. La casa de Barcelona quedó tal y como estaba, no fui capaz de tocar ni una mota de polvo. Cerré las persianas, desconecté los servicios de luz, agua y gas y nos marchamos. Daniel no volvió a mencionar a Josep ni a comentar ningún detalle sobre lo acontecido.
Siete días después del fallecimiento de mi esposa, ya en la capital madrileña, una mañana de domingo, Daniel retomó lo sucedido días antes en Barcelona:
—Deberías ir planteándote volver al trabajo. Si no lo haces te despedirán —dijo, ofreciéndome una taza de café caliente.
—Antes de que sucediera esto, ya tenía decidido dejar el trabajo. No recuerdo si te comenté que mi intención era vender la casa de mis padres, la casa del pueblo —asintió con la cabeza, al tiempo que se sentaba a mi lado en el sofá, en donde yo permanecía horas muertas mirando las imágenes que pasaban por la pantalla del televisor como sombras, sin vida ni interés para mí—. Pues es lo que voy a hacer. Venderé la casa y con los ingresos que me reporte seguiré con mis investigaciones. He meditado sobre todo esto, lo he hecho durante todas estas noches en las que no he conseguido pegar ojo. Todo ha terminado; Jana era lo más importante de mi vida, lo único que me hacía sentir deseos de seguir adelante. Ahora ya no está.
—¿Estás diciendo que no piensas seguir investigando sobre lo ocurrido? —dijo con expresión de asombro.
—Exactamente. Me importan una mierda las actividades que ejerciera mi padre, me importa una mierda todo —grité.
—Estás equivocado. Creo que debes seguir investigando cuando te encuentres mejor. Debes hacerlo por ella.
—Está muerta, ¿no te das cuenta? Si estaba interesado en saber qué pasaba únicamente era por Jana. Este maldito asunto me está quitando la vida y la razón y no estoy dispuesto a seguir así.
—Toda tu vida ha estado marcada por lo que le sucedió a tu padre y seguirá estándolo hasta que llegues al final.
—Cuando esté mejor, volveré a Barcelona, cuando haya vendido la casa de mi madre lo haré. Me instalaré allí y nada me moverá.
Daniel no volvió a insistir más sobre ello. Esperó, como comprobé más tarde, a que mis sentimientos se apaciguaran.
Comencé a organizar el viaje a mi pueblo natal con el fin de regularizar los trámites necesarios para el cambio de nombre de la propiedad y su posterior venta. Sin embargo, mi vida seguía unida a la de mi padre y, por mucho que yo intentara huir de su sombra, ella me perseguiría sin descanso. Hasta que todo lo sucedido treinta años atrás quedase esclarecido, no me abandonaría.