Capítulo 18
Por unos momentos Daniel permaneció mirándome sin decir palabra, sumergido en sus pensamientos. Su seguridad en cuanto a todo lo sucedido era tan grande que parecía que llevara años investigando sobre mí y mi padre. Volví a mirarle y él a mí. Durante unos instantes permanecimos en silencio, sin retirar la vista uno del otro, como si la desconfianza que yo sentía fuera mutua.
Todo en él, desde el principio, había sido un tanto anodino, demasiado lineal, como si estuviera preparado con anterioridad a que nos conociéramos. Incluso la oferta del alquiler de su habitación había llegado a mis manos de una forma que en aquellos momentos me pareció inusual, un anuncio a través de uno de los empleados de limpieza de mi empresa:
—Tenga, sé que busca usted hospedaje, y este creo que reúne las condiciones que requiere —dijo tendiéndome un papel.
—¡Gracias! —respondí—. ¿Cómo sabe que estaba buscando habitación en el centro de la capital? No se lo he comentado a nadie.
—Recojo sus periódicos a diario. Todos los anuncios sobre alquileres de habitaciones están subrayados. Vi ese —señaló el papel que me había dado— en una de las farolas de mi barrio y lo cogí para usted. Ya sabe, este mundo es una cadena de favores. Tal vez, en algún momento, necesite que usted me eche una mano —dijo sonriendo—, espero que si llega ese día me recuerde —recalcó, restregándose el sudor de la frente con la manga.
—¡Por supuesto!, estaré encantado. Incluso, si lo ha hecho porque necesita algo, no dude en pedirlo —respondí, mirando al joven de piel amarillenta, ojos vidriosos y extrema delgadez.
—Eso es lo que dicen todos ustedes, pero ni tan siquiera me ha visto y llevo limpiando su mesa varios días —dijo, dándose la vuelta, y, empujando el carrito de la limpieza, comenzó a andar por el pasillo.
—¿Cómo te llamas? —inquirí casi alzando el tono de voz.
—Salas, me llamo Salas. Soy trabajador temporal de la contrata de limpieza, pero mi verdadera vocación se centra en el estudio del sonido.
—Interesante.
—Espero que la habitación sea lo que anda buscando. Es una zona muy tranquila. ¡Que tenga un buen día!
Al día siguiente, después de haber alquilado la habitación, pregunté por él. Quería darle las gracias por todo. En la empresa no lo conocían, pero me enteré de que la contrata de limpieza lo había trasladado de zona.
—¿En qué estás pensando? —preguntó Daniel, sacándome de mis pensamientos.
—En todo lo que has dicho. Has hecho un análisis muy preciso —contesté.
—Ya te dije que me gano la vida con ello. Cuando regresemos te enseñaré los trabajos que realizo. Quizás te haga partícipe del que realmente me importa. La investigación que me llevó a abandonar los hábitos. Pero ahora lo importante es que tu esposa se recupere y tú recobres la tranquilidad. Estaré en Barcelona el tiempo que quieras, hasta que decidas que debemos volver, o dejes de necesitar mi compañía.