Capítulo 37

Cuando Daniel, dos días antes, en las inmediaciones del convento, después de que sor Laudelina me pusiera en antecedentes, me entregó aquel sobre en cuyo interior estaba la carta que dio respuesta a mis preguntas y disipó mi desconfianza sobre él, sentí como si mi vida, toda mi vida, jamás hubiera existido. Mientras sus dedos tecleaban sin cesar códigos alfanuméricos que, como llaves, abrían ventanas de Windows, yo permanecía leyendo una y otra vez aquel texto sin comprender nada de lo que sucedía, de lo que hasta aquel momento había sucedido. La sombra de la figura de sor Laudelina se dejaba ver a través de uno de los ventanales. Quieta, como las figuras de los retratos, nos observaba.

Al terminar la lectura del texto me sentí como un personaje de ficción sin historia, perdido a merced del escritor, de un escritor caprichoso y sin escrúpulos que jugaba con sus personajes, trayéndolos y llevándolos de una historia a otra sin que estas tuvieran nada que ver entre sí, jugando con su destino, con su pasado y su presente, sin consideración alguna.

No recuerdo exactamente el tiempo que Daniel permaneció introduciendo claves, pero sí cómo cuando mis manos dejaron que el folio se inclinase hacia el suelo y mi mirada se clavó en la fachada del convento, en la silueta de la sor, él dejó de teclear y volvió a tomar la carpeta de cartón color arcilla. Sin decir palabra, sacó de su interior tres nuevos escritos que me entregó. Aquellos textos me sumergieron en un agujero aún más oscuro y profundo que aquel del que terminaba de salir:

PRIMER ESCRITO:

Querida Reyes:

Contacté con Enrique Fonseca ayer tarde, pero lo hice desde una distancia prudente. Él aún no sabe quién soy. No sé bien cómo hacer que nos conozcamos sin levantar sus sospechas. Parece un hombre taciturno y dado a la soledad, introvertido; como bien apuntaste en un principio. Es este punto el que más me preocupa, ya que esos rasgos, como bien señalan los estudios psicológicos, siempre van acompañados de cierta desconfianza hacia las personas ajenas al círculo íntimo del individuo.

He podido comprobar su sensibilidad hacia el símbolo de nuestro número. Lo escribí en una servilleta de la cafetería y lo dejé sobre la barra cuando pagué la cuenta y me marché. Él estaba sentado a mi lado. Dejé transcurrir unos instantes, simulando que hacía una llamada desde el teléfono que tiene el bar, situado en una de las esquinas de la barra. Desde allí, vi como cogía la servilleta y cómo se le demudaba el rostro. De su actitud, de la mirada intranquila que me dedicó, deduzco que conoce el significado no matemático del guarismo. Quizás estemos equivocados y sea consciente de lo que siempre hemos sospechado. Si es así, estarás conmigo en que debo ser más prudente de lo que concretamos y abandonar nuestros propósitos.

¿Es posible que podamos encontrar otra vinculación con los forenses para entrar en el convento más segura que establecer una relación con él? Recuerdo que me hablaste sobre un fraile que metió sus narices en el tema y que está excomulgado. Quizás él pueda facilitarnos la información suficiente sin arriesgarnos tanto.

Lo cierto es que Enrique tiene algo que me inquieta y me estimula. No sé precisarte qué es, pero sí que hay en él algo que presiento que me llevará por caminos insospechados y tal vez dolorosos. Es uno de esos extraños presentimientos míos. Parece que lo conociera desde siempre. En un principio pensé que podía ser su extraordinario atractivo, y ello me intranquilizó, ya que no quiero vincularme más de lo necesario, de una forma íntima. Sería un suicidio por mi parte enamorarme de él y que luego, en parte, resultara ser culpable de la ocultación. Este punto lo he desechado al comprobar que algunos de sus compañeros lo tachan de gay. Sé que ello no es óbice para no sentirme atraída, pero sí para que él no llegue a sentir nada por mí. Creo que, teniendo en cuenta su hipotética condición sexual, lo más prudente sería buscar una conexión profesional para conocernos que vincule nuestra relación a la amistad, así no habría posibilidad de que él se sintiese incómodo ante mis insinuaciones y pusiera trabas.

Por el momento no puedo decirte más de lo que ya sabes. Cuando tenga novedades, sean estas cuales sean, te las haré llegar. No olvides lo que te he dicho, deberías intentar localizar al fraile por si las cosas no salen como hemos previsto y tengo que desistir o desaparecer.

Comienzo a tener dudas sobre todas nuestras hipótesis, quizás esta historia no encierre nada más que una superchería sin sentido, como muchas otras. Aunque eso sería algo por lo que tendríamos que darle gracias a Dios.

Besos y que HYVH te proteja siempre. Tuya,

JANA BONET.

SEGUNDO ESCRITO

Querida Reyes:

Nunca sabremos qué nos depara el destino. ¡Mírame! Ando sumergida en un mar de angustia. Tuve el presentimiento de que nuestras vidas estaban unidas desde siempre, lo supe, lo sentí. Sentí que era inevitable. No puedo continuar con este sinsentido. He pensado durante muchos días decirle la verdad. Explicarle nuestros propósitos, pero sería arriesgar mi felicidad y la suya, tirar todo por la borda. Su reticencia a recordar, el dolor que le produce todo lo relacionado con la muerte de su padre y la cruel relación que su madre mantuvo con él después de la muerte de este, hacen inviable que él se preste ni tan siquiera a oír lo que debería decirle. Ciertamente, Enrique no sabe nada de esta historia, y estoy segura de que, de no ser así, en estos momentos, si supiera algo me lo diría. Nos amamos profundamente. Siempre he creído en sus palabras, pero a medida que pasan los días son, si cabe, más ciertas que antes, y esto me produce un sufrimiento que sé que comprendes porque es el mismo que tú has sentido ya. El solo hecho de pensar que llegara a odiarme me produce más dolor que el no volver a verle.

Creo que va siendo hora de que dejemos de torturarle, de pintar esa maldita grafía en las fachadas. Deberíamos haber dejado de hacerlo hace tiempo. Por más que lo hagamos, seguirá sin recordar y sufriendo. Solo es capaz de huir de la representación del número, se niega a tratar de recordar. Desgraciadamente, es lo único que hemos conseguido de él; hacerle sufrir, convertirlo en un fugitivo de sus recuerdos, de sus miedos. Para él lo único importante es lo que perdió; su padre. En su mente y en su corazón solo existe la certeza de que él jamás volverá y el resto está en un segundo plano. Nunca tuvo intención de indagar sobre ello y sé que nunca la tendrá, porque para él ya no tiene sentido. Lo tendría si pudiera devolverle la vida, devolvérsela en aquellos días, en su infancia, cuando más le necesitaba.

El tiempo que llevo a su lado, el amor que ambos nos profesamos, junto a todo lo que ha pasado y lo que conlleva esta investigación, han hecho que solventar esta historia sea imposible para mí sin correr el riesgo de perderle. No puedo decirle la verdad. No soy capaz de contarle los motivos por los que me acerqué a él aquella tarde, soy incapaz de explicarle que mis propósitos de entonces nada tenían que ver con los de ahora. Pero tampoco puedo continuar en esta situación. Mi única salida es dejarle. El motivo más lógico para hacerlo, la única razón que tengo para hacerlo sin que él sospeche de mí, es argumentarle que mi marcha se debe a que no es capaz de recordar, a que se niega a dejar de huir. Hacerle comprender que sus huidas, su cobardía, sus negativas a enfrentarse con el pasado, me perjudican, que lastiman nuestra relación y mis sentimientos. Sé que mi postura es violenta, que mi decisión es, cuando menos, egoísta y, si cabe, ciertamente malvada, pero no puedo arriesgarme a perder su cariño, no podría soportarlo. El fin no justifica los medios en esta historia, pero no tengo otra salida. Debí hacerte caso y desaparecer en el momento en que supe que sentía algo especial por él, pero eso, el quererle de aquella forma tan irracional, no me dejó, y el miedo a perderle me obligó a seguir mintiéndole, ocultándole la verdad. Incluso pensé que haciéndole recordar, devolviéndole su pasado y las respuestas que nunca encontró, le haría feliz. Pero él jamás ha querido recordar. Sé que siempre hay daños colaterales, sin embargo, me duele tanto que mi esposo sea uno de ellos… No puedo perdonarme. Lo único que puedo hacer para acallar mi conciencia es seguir con la investigación, con lo previsto desde el primer momento, y no puedo hacerlo a su lado, continuando con él, siguiendo esta farsa. Le debo algo que justifique lo que hemos hecho, le debo una respuesta. Tengo que encontrar hasta el último vestigio de esta historia, de todo lo que sucedió.

Después, cuando todo esté aclarado, quizás entienda mis motivos, nuestros motivos, y pueda o sea capaz de perdonarme, de perdonarnos. Entonces, al menos, tendré una justificación para cada una de sus preguntas. En cierto modo, reconozco que debí hacerte caso y desaparecer, pero habría perdido algo demasiado importante: el privilegio de quererle y sentirme querida por él.

Como ya sabes, contacté con las religiosas.

Tengo prevista una cita para recoger las pertenencias de Salas. La que en aquel entonces era madre superiora de la orden, sor Vasallo, no puso ninguna objeción a mis investigaciones, por el contrario, vio en mí una tabla a la que aferrarse en medio de la tempestad que ha levantado el fraile Daniel. Su única obsesión es limpiar a su congregación y a la congregación amiga de las Jerónimas de polvo y paja. Creo que no saben bien dónde estuvieron metidas y que su fe ciega por la doctrina que profesan les hizo confundir las churras con las merinas. Aunque, tal vez, todas sus explicaciones y el tono de ofensa que muestran no sea más que el resultado de la preparación religiosa a la que están sometidas, que, como ambas bien sabemos, es extremadamente perfecta en ocultar lo que no es políticamente correcto o puede dañar los cimientos de su doctrina, de su vida. A fin de cuentas, todos estamos en el mismo saco, todos tenemos un precio o, como bien decía tu querido Salas, todo tiene un precio y en algún momento de nuestra vida tendremos que pagarlo, aunque no queramos.

Es muy probable que, como bien has supuesto tú desde el principio, entre los objetos de Salas esté la clave para encontrar el plano que nos falta y la llave del lugar en donde se reunía el grupo de forenses. Enrique no sabe nada de ello, no tiene la menor idea de la existencia de un plano, menos aún de las llaves. Ni tan siquiera conoce la vinculación de su padre con las religiosas. Sabremos si estamos en lo cierto cuando la sor me los entregue. Le comenté la situación anímica de Enrique y su reticencia a recordar, algo que entendió, dados los acontecimientos. Creo que de no haberme casado con él nunca habría tenido acceso a esos objetos, y ese punto es algo que también me aterra. Cuando Enrique lo sepa, pensará que mi matrimonio con él fue por conveniencia, sin darme ocasión a que le explique que todo tomó un rumbo imprevisto y que solo pretendíamos sacar de él unos recuerdos que nos llevaran a localizar ese plano y la llave, información que nos permitiera entrar en el convento y acceder a los objetos que Salas le dejó a sor Vasallo. Como verás, no puedo despegarme de mi sentimiento de culpa, del amor que siento por él. Por eso llegaré hasta el final de todo este asunto, me cueste lo que me cueste y sin mezclarle nunca más en nada, sin atisbos de manipulación por mi parte. Es lo que necesito ahora para aminorar mi pena.

Sor Vasallo me habló de una vidriera en la que Salas representó La caída de ícaro. La insistencia de la sor sobre la desaparición misteriosa de la vidriera y su reiteración en que la representación de La caída de ícaro en ella no era una simple coincidencia ni un capricho de Salas, me hizo sopesar la posibilidad de que él la hubiera hecho salir del convento. Por esos motivos, le pregunté a la religiosa sobre el modo y manera en que salían los envíos al exterior en aquellos días, cuando el convento estaba en cuarentena. Quería sopesar la posibilidad de que Salas hubiera sacado, sin que nadie lo supiera, aquella representación de las instalaciones antes de ser asesinado.

No hubo envíos al exterior, ni tan siquiera cartas, pero sí apuntó que días después de que la enfermedad fuese diagnosticada y milagrosamente atajada, un amigo de Fonseca y de Salas les hizo una visita. Lo recordaba porque fue la única que recibieron los forenses durante su permanencia en el convento. Y de ella fueron informados los investigadores tras los homicidios. Los policías localizaron al individuo y dieron cuenta a la religiosa de su identidad, así como de la charla que mantuvieron con él. Era un zapatero experto en ortopedias, que fue llamado, según declaró y demostró, por Salas, para que antes de que saliera del convento le rectificara dos pares de zapatos que le permitieran seguir andando sin los problemas que su escoliosis le provocaba. El hombre manifestó no saber nada sobre lo que sucedía en el convento, ni conocer a los forenses más que en cuanto a lo relacionado con su profesión. Afirmó que llevaba nivelando los tacones de los zapatos de Salas muchos años. Hasta aquí todo era aparentemente normal, pero, cuando la religiosa me describió al individuo como un hombre con acento catalán, encorvado, de uñas largas y piel macilenta, de inmediato pensé en Josep. Creo que no es fruto de la coincidencia, ya que él, como sabrás, ha estado estrechamente vinculado a Enrique desde que su padre falleció. Incluso es probable que formara parte del mismo grupo de investigación, de la red a la que ambos pertenecían. Sé que la decisión que he tomado es peligrosa, pero tengo que hablar con Josep e interrogarle sobre ello.

Es evidente que la única persona que entró en el convento y pudo sacar de su interior aquella vidriera que supuestamente confeccionó Salas fue ese zapatero. Estarás conmigo en que, del mismo modo, lo más factible es que Josep sea la misma persona. Si es así, debe saber muchas cosas que, bien por proteger a Enrique, o bien por protegerse, ha ocultado durante muchos años. Sé que estarás pensando que es un riesgo hablarle de ello, que debo ser prudente, ya que él puede estar directamente involucrado. Lo sé, y por ello no debes preocuparte.

Que YHVH siempre te proteja.

Tuya,

JANA.

TERCER ESCRITO

Querida Reyes:

He pospuesto mi viaje al convento; hablé con la hermana Vasallo y se lo hice saber. El motivo es que me dispongo hoy mismo a tomar un vuelo que me llevará a Nápoles. He acordado con Josep una cita en el aeropuerto. No le he dicho ni una sola palabra sobre mis intenciones. Opté por omitir los detalles reales de nuestro encuentro. Pienso que es más seguro revelarle mis sospechas en un lugar concurrido. No creo que recele, piensa que nuestra cita se debe a mi alejamiento de Enrique. Se mostró sorprendido ante mis palabras. No tenía noticias de ello; ni tan siquiera sabe que Enrique hace ya tiempo que no está en Barcelona, que reside en Madrid. Al menos eso fue lo que afirmó y creo que no mentía. Llevaré el prendedor de libélula con la grabadora que me hiciste. Sigo pensando que es una preciosidad. Lo utilizaré, Dios mediante, cuando recoja los objetos de Salas. En el momento que esto termine, que espero sea pronto, haré que le inhabilites la grabadora y seguiré usándolo. Me parece una obra digna del mejor vidriero, como lo era él.

Decidí viajar a Nápoles, a la Gallerie Nacionali di Capodimonte, en donde está la obra de Cario Saraceni sobre la caída de ícaro, la obra que Salas, según la religiosa, representó con un carácter tan real que parecía el mismo original ayer noche, cuando vi el cuadro en una de las páginas del Google que me remontó a la galería. Recordé entonces la insistencia, la reiteración constante de sor Vasallo sobre la perfección del dibujo de la vidriera. Su reincidencia en la semejanza con el original. Fue entonces, contemplando el cuadro y recordando las palabras de la sor, cuando pensé que si la vidriera representaba, como decía la religiosa, la obra original de una manera tan veraz, lo más coherente sería que esta nunca hubiese escondido más mensaje que el que sor Vasallo había oído por boca de Salas. Que el grupo estaba preso en el convento como lo estuvieron Dédalo y su hijo; para preservar un secreto importante. Si mi hipótesis era cierta, lo más convincente era pensar que Salas no se habría esmerado tanto, no habría confeccionado una copia tan fiel para enviar un mensaje tan sencillo que, además, según la sor, compartía sin recelo con todos los que hablaban con él. Por lo tanto, y basándome en esa hipótesis, pensé que la desaparición u ocultación de la vidriera no tenía mucho sentido. A menos que la vidriera escondiese un doble mensaje. Es probable que Salas confeccionase la vidriera con dos fines. El primero pudo ser engañar a los que se habían percatado de que estaba dando la voz de alarma sobre lo que allí se gestaba, hacerles creer que en aquella obra había algo escondido, cuando en realidad no contuviera nada. Que la vidriera solo fuese un señuelo para despistar. El segundo fin sería tan sencillo como indicar a todos los que viesen aquel dibujo o tuvieran noticias de su extrema perfección que su trabajo solo estaba dirigido a orientar las investigaciones sobre la obra original que él con tanto esmero había representado. Estoy segura de que Salas escogió la representación de la obra de Saraceni y no otra conscientemente. Lo hizo con el único fin de dirigir todas las miradas a la pintura. De ahí su extrema perfección. No sé qué simbología pudo contener la obra de Saraceni para Salas, o si la clave real estará en el cuadro o en su ubicación. Tampoco si era una pista falsa, un señuelo. Si no lo era y escondía algo, esto puede que esté en cualquier lugar, incluso a las puertas del museo o entre el personal que lo custodia. Por eso he decidido desplazarme a Nápoles. Si es necesario, contaré hasta el número de pasos que hay que dar en el recorrido que lleva al visitante desde la entrada hasta el cuadro. Cuando esté allí sabré si todo son suposiciones mías producto de mi exceso de celo, de mi obsesión por encontrar una salida, o en realidad estoy en lo cierto. Cuando esté frente a ella y haya recopilado toda la información sobre la obra y su creador lo sabré.

He detectado un intento de entrada nuevo en la red. Conseguí bloquearlo y borrar toda la información, como de costumbre, antes de que el gusano se colase. Habrá que cambiar los códigos, sus rotaciones y el tiempo de las mismas, una vez más. Es obvio, como ya supusimos, que alguien cercano sabe de nuestras investigaciones y conoce nuestras DNS. Tendremos que movernos con más precaución. No tendrás noticias mías hasta mi regreso, y te las enviaré, como lo hacíamos antes, encriptadas, a través de una nueva dirección. Una vez que recoja las pertenencias de Salas me reuniré contigo.

Por otro lado, me gustaría que pusieras a Enrique en contacto con el padre Daniel. Él persigue unos fines parecidos a los nuestros y es la persona más indicada para abrirle los ojos con prudencia. Como, además, según me dijiste, su investigación le puede, no te será difícil que el cura acceda a ello. Bastará con que le prometas que tendrá acceso a toda la información que nosotras hemos recopilado y recopilaremos. Sería interesante que le informases de la entrega que sor Vasallo me hará, eso incentivará aún más su interés sobre nuestra propuesta. Te pasaré la dirección de la nueva residencia de Enrique. En el último correo que recibí de él estaba en una pensión de la Gran Vía madrileña. Me dijo que buscaba alojamiento temporal hasta recibir la liquidación que le permitiera marchar a su pueblo y vender la casa de sus padres. Creo que la forma más fácil de tenerlo controlado, para saber la información que le llega y así mantenerlo a salvo de posibles peligros, sería que el padre Daniel le alquilase una habitación en su casa. Es sencillo hacerle llegar la oferta. Sé que te encargarás de ello y que al padre Daniel le gustará la idea. Sus fines no son los mismos que los nuestros pero están emparentados de cerca. Estudiando toda la información que me diste sobre él, intuyo que posiblemente necesitemos de su ayuda más adelante. Si no estamos equivocadas y Salas utilizó los textos de Cervantes y de Loyola para sacar la información del convento sin que nadie, ni tan siquiera las religiosas, lo sospechasen, necesitaremos un erudito en la materia. No será suficiente con el conocimiento que ambas poseemos sobre criptografía, habrá que conocer e interpretar las obras de ambos escritores, posiblemente, en su totalidad. Es evidente que los estudios y el rastreo que el padre Daniel ha efectuado durante estos años sobre Loyola y Cervantes, así como la certeza que demuestran sus conjeturas, nos serán muy útiles. No descarto la posibilidad de que el padre Daniel esté en lo cierto y que los textos que él asegura que existen sean en parte portadores de alguna clave relacionada con lo sucedido. Todo lo que me hiciste llegar, los escritos que él te remitió sobre sus investigaciones son, más que hipótesis, una tesis por la que muchos se dejarían apalear públicamente. Es de entender que las religiosas se escandalicen, pero… también que el padre Daniel no ceje en su empeño por llegar hasta el final, por encontrar esos supuestos textos del santo. Yo, en su lugar, haría lo mismo. Sea como fuere, el camino que todos recorremos parece ser el mismo, y por ello considero que debemos avanzar a la par. No sería esta la primera vez que conjeturas, historias de ficción, hipótesis tachadas de supercherías, dan la clave de una realidad tan tangible como invisible al ojo humano. No debemos olvidar lo que decía tu padre: los locos del presente serán los sabios del futuro.

He decidido decirle a Enrique, una vez que tenga los objetos de Salas, todo lo que sé sobre su padre y el grupo de forenses. Sería estupendo que cuando lo haga él ya hubiera contactado con el padre Daniel y este le hubiera puesto en antecedentes sobre sus investigaciones. De esa forma, para Enrique, sería más fácil de comprenderlo todo. Sé que sabrás explicarle al padre Daniel mis intenciones con claridad y le harás llegar mis sentimientos hacia Enrique, sentimientos que él, estoy segura, entenderá.

Que YHVH siempre esté contigo.

Tuya,

JANA BONET.